25
Los siguientes días la rutina se repite y Cloe se siente atrapada, pero sabe que no puede precipitar las cosas. Cada mañana se levanta temprano para que Amanda no vea que ha dormido en el sofá, y en cuanto Juan sale de la habitación aprovecha para entrar a ducharse y arreglarse. Delante de la niña aparenta estar alegre a pesar de que Juan sigue sin hablarle y la situación es cada vez más incómoda.
En el trabajo la campaña del perfume avanza a toda velocidad y los clientes están encantados con los resultados, así que por lo menos allí las cosas le van mejor. Hace más de una semana que no ha visto a Ana. Sabe que está empezando a impacientarse y que las pocas llamadas y mensajes que han intercambiado no son suficientes para ella.
El tema del divorcio parece ir adelante pero, por lo que le ha ido contando Román, el padre de Cloe quiere quitárselo todo, incluida la niña. Román ha intentado suavizar las cosas en varias ocasiones y ha ofrecido renunciar a la casa y al dinero a cambio de una custodia compartida, pero el padre de Cloe lo ha rechazado con rotundidad y no parece dispuesto a aceptar ningún acuerdo amistoso. Si la cosa sigue así, no tendrán más remedio que acudir a los tribunales.
Esta mañana, Cloe llega al trabajo a la hora habitual con la espalda molida de tantos días durmiendo en el sofá. Ha perdido peso y ni el maquillaje disimula su cansancio, pero sus compañeros creen que es por el ritmo frenético al que están sometidos últimamente y no le hacen preguntas. Cloe enciende el ordenador de una manera mecánica y de repente se da cuenta de que está permitiendo que su padre le siga condicionando la vida. Al pensarlo, siente náuseas. Sabe que no puede seguir así, que no se merece seguir sufriendo. Pasa un buen rato sin ser capaz de centrarse en nada y al final decide llamar a su jefe y le pide hablar con él.
Antonio la recibe en su despacho y le comenta lo contento que está con su trabajo. Cloe le agradece sus palabras y, como está cansada de mentir, le confiesa que está pasando un momento personal muy delicado y que necesita la tarde libre. Antonio no hace preguntas porque a estas alturas sabe que Cloe es muy reservada, pero la ve agotada y desbordada y le dice que se vaya tranquila, que si necesita algo puede confiar en él. Sin pensar en jerarquías y agradecida por el gesto de su jefe, Cloe le da un abrazo y entonces recuerda que en los últimos días la única que la ha estrechado entre sus brazos ha sido su hija. Se le hace un nudo en la garganta, pero como no quiere llorar delante de Antonio se aparta emocionada sin decirle nada y se va a por sus cosas.
Lo primero que hace al salir a la calle es llamar a Ana.
—¿Dónde estás? —le pregunta en cuanto descuelga el teléfono.
—En casa, pintando... —responde Ana. Y antes de que pueda añadir nada, Cloe ha colgado.
Minutos más tarde, Cloe está en el portal de Ana y llama a su piso. Al escuchar la voz de Cloe al otro lado, a Ana se le acelera el corazón y abre enseguida. Cloe está tan impaciente por verla que, aunque son tres plantas, no espera al ascensor y sube corriendo las escaleras. Al llegar a su puerta le falta el aire, pero cuando ve a Ana se le pasa todo. Se lanza a sus brazos y la besa una y otra vez.
—No podía pasar ni un minuto más sin verte... —le dice al oído.
Ana, que al principio ha sido incapaz de reaccionar incluso a los besos de Cloe, la abraza sabiendo que lo que le ha dicho es cierto.
—Pensé que no volvería a verte... —le dice Ana temblando entre sus brazos.
Cloe se aparta con suavidad y, sujetándole la cara para que la mire a los ojos, le dice:
—Te prometí que no volvería a renunciar a ti, y cumpliré mi palabra... Te quiero, Ana, te quiero como nunca he querido a nadie en este mundo. —La besa y Ana rompe a llorar.
Por primera vez desde que se conocen, es Cloe quien tiene que consolarla. Han cambiado los papeles, pero Cloe sabe que no quiere volver a pasar por esto nunca más. Está cansada de tantas despedidas, de tanto llanto y de tanta renuncia, así que hará lo que sea necesario para poner fin a esta situación.
Cloe coge a Ana de la mano y la lleva al sofá, donde se sientan la una junto a la otra tan pegadas como les es posible. Le coge las manos y se las besa y acaricia hasta que Ana deja de llorar y apoya la cabeza sobre su regazo. Cloe le acaricia el pelo pensando cómo la ha echado de menos estos días. Cada noche se ha dormido imaginando que estaba a su lado, porque era la única forma de poder conciliar el sueño aunque fuese durante unas horas. Cloe observa a Ana, que lleva una camiseta manchada de pintura, unos vaqueros rotos y está descalza. Sabe que habrá estado pintando para aliviar su dolor y, al darse cuenta de que ella también ha perdido peso, se siente mal por no haber estado a su lado y por lo mucho que habrá sufrido estos días. Ana ha sido muy paciente y generosa y, aunque su voz la delataba a menudo, nunca le ha reprochado nada. Cloe siente un amor muy profundo al pensarlo e inclina su cabeza para besarla y darle las gracias. Ana le devuelve el beso con dulzura, y lo alargan intentando recuperar el tiempo perdido.
Ana necesita sentir a Cloe, saber que realmente está allí, que no es un sueño como los que ha tenido los últimos días esperando que en algún momento se presentara en su puerta como ha hecho hace un rato. Se sienta encima de ella y separa las rodillas colocándolas a ambos lados de las caderas de Cloe. Se quita la camiseta y la besa apasionadamente. Cloe acaricia su espalda mientras se besan, y Ana le desabrocha la camisa despacio. Esta vez no tienen prisa y, aunque el deseo es grande, después de tantos días sin verse quieren disfrutarse con calma. Ana observa el cuerpo de Cloe, más delgado pero tan bello como lo recordaba. La acaricia despacio, descubriendo con sus manos como ahora se le marcan un poco más las costillas que la última vez que la tuvo entre sus brazos. Cloe le devuelve las caricias y nota que la cintura de Ana es ligeramente más estrecha que días atrás. No es algo perceptible a simple vista, pero Cloe conoce muy bien cada curva de su cuerpo y se percata enseguida. Le acaricia los pechos despacio, por encima del sujetador, y entonces se los desabrocha lentamente, dejándolos libres, desnudos frente a ella. Cloe se inclina hacia adelante y los besa con suavidad, sintiendo cómo se van endureciendo ante el contacto de sus labios y cómo los pezones se ponen tersos buscándola. Los lame pausadamente con la punta de la lengua, y Ana se deja llevar por el placer que eso le provoca. Cloe se quita el sujetador sin dejar de recorrer los pechos de Ana, y a continuación los sujeta con sus manos y los chupa con fuerza. Ana deja caer la cabeza hacia atrás emitiendo un leve jadeo y Cloe, sin apartar la boca de sus senos, le desabrocha los botones del pantalón y mete una de sus manos en su interior buscando su sexo. Lo toca por encima de las bragas, sintiendo cómo la ropa se va humedeciendo al pasar la palma de la mano una y otra vez, y Ana responde con gemidos más intensos y rodeando con el brazo la cintura de Cloe, que al verla tan excitada decide meter la mano en el interior de sus bragas. Puede sentir enseguida que está mojada porque sus dedos se deslizan con facilidad y levanta la cabeza para mirar a Ana, que tiene los ojos cerrados. Recorre su sexo muy despacio y, cuando Ana le devuelve la mirada con absoluto deseo, le mete dos dedos, que entran solos conociendo el camino. Ana gime al tenerla dentro y balancea la cadera para ayudarla a moverse en su interior, y Cloe la penetra lentamente, hundiendo su cabeza de nuevo en uno de sus pechos. Se lo come con toda su boca, y eso le excita tanto que aumenta la velocidad de sus dedos. Ana empieza a moverse más deprisa y le pide que no se detenga.
—Me vuelves loca, ¿lo sabes? —le dice jadeando.
Cloe acelera el ritmo de la mano y la besa metiéndole la lengua en profundidad y disfrutando al sentir que Ana se la chupa y la entrelaza con la suya.
—Quiero oír cómo te corres —le susurra Cloe excitada.
Sin dejar que Ana responda, hace que se estire sobre el sofá y se pone encima de ella para penetrarla mejor. Cloe la sujeta por la nuca mientras le sigue metiendo los dedos, ahora mucho más rápido y fuerte. Ana gime cada vez que Cloe empuja su mano contra su sexo y, tras varias sacudidas, llega al orgasmo, gritando de placer. Todavía con los dedos dentro de Ana, Cloe le besa el cuello con mucha delicadeza y le dice que la quiere. Después se recuesta sobre su pecho y lentamente aparta su mano del interior de los pantalones de Ana, que la rodea con sus piernas.
—Ha valido la pena la espera... —dice Ana divertida, casi sin voz porque le falta el aire.
—Sí... —murmura Cloe.
—Ahora te toca a ti —le dice Ana insinuante mientras se gira para besarla.
—No... quiero quedarme así un rato, contigo, abrazadas... —responde Cloe convencida a pesar de estar muy excitada.
Ana decide no insistir porque está muy a gusto y sabe que ya tendrán ocasión de seguir en otro momento. Pasados unos minutos, Ana se queda dormida. Cloe se incorpora despacio para no despertarla y se pone el sujetador y la camisa. Va un momento al baño para asearse un poco y retocarse el maquillaje. Al regresar al comedor, la imagen de Ana durmiendo semidesnuda se le antoja muy apetecible. Se quedaría con ella, pero sabe que debe hacer algo importante.
Antes de salir de casa de Ana cerrando la puerta con suavidad para no hacer ruido, le escribe una nota y la deja a su lado para que la vea en cuanto abra los ojos.
Volveré enseguida. Te lo prometo. Te quiero.
Cloe tiene muy claro adónde va, y si ha evitado seguir haciendo el amor con Ana no ha sido por falta de deseo sino porque necesita resolver algo de una vez por todas. Ya no le tiene miedo a nadie, y el encuentro con Ana le ha dado la energía que le ha faltado en los últimos días.
Media hora más tarde, Cloe llega a un edificio que conoce a la perfección. En la planta principal está el bufete de su padre, donde pasó tantas horas que se sabe el camino de memoria. Cuando entra en recepción, la secretaria la mira sorprendida y Cloe comprende que le han contado algo, pero ya no le importa. Con mucha educación y manteniendo la compostura, le dice que ha venido a ver a Juan y le pide que le avise, pero todo indica que la chica tiene instrucciones y llama al padre de Cloe, que aparece segundos después hecho una furia. Le reprocha que no sabe cómo ha tenido el valor de presentarse allí, y cuando empieza con sus acusaciones y ataques personales, Cloe le da la espalda sin responderle y se dirige convencida al despacho de Juan. Sin llamar para anunciar su llegada, entra decidida y cierra la puerta tras ella. El padre de Cloe no tarda en interrumpirlos pero, para sorpresa de Cloe, Juan le pide que les deje solos.
A diferencia de las últimas semanas hoy se muestra dispuesto a hablar con ella, y Cloe no quiere desaprovechar la ocasión. De repente se siente como cuando en la sala de reuniones de la agencia debe vender bien un proyecto, pero en este caso se juega mucho más. Su futuro depende de lo que diga a partir de ahora, así que intenta calmarse y hablarle desde el corazón. Le dice con sinceridad que siempre ha querido hacerle feliz, que luchó una y otra vez por darle el mismo amor que él sentía por ella pero que al final ha visto que es incapaz porque ama a otra persona, a Ana. Se disculpa por no haberle contado la verdad cuando se conocieron e insiste en que nunca quiso hacerle daño y que se merece estar con alguien que le dé lo que ella no puede darle. Juan no responde, pero por lo menos no la mira con odio como días atrás, y Cloe le pide que no deje que su padre decida por él, y que por el bien de Amanda encuentren una solución. Le recuerda que la niña los adora a los dos y que intentar separarla de uno de ellos le causaría un dolor injusto e innecesario. Tras una larga pausa, Cloe le mira fijamente a los ojos y le dice que si alguna vez la ha querido de verdad la deje marchar. Juan ha escuchado en silencio lo que Cloe tenía que decirle, pero al llegar su turno sigue sin responder. Ella sabe que necesita estar a solas para pensar en lo que le ha dicho, así que se despide y sale de su despacho. En el pasillo se vuelve a cruzar con su padre, pero acelera el ritmo y pasa por su lado sin mirarle y dejándole con la palabra en la boca.
Sale a la calle tan nerviosa que siente que el corazón le va a estallar. Al mirarse las manos ve que está temblando, pero se siente orgullosa de lo que acaba de hacer. Durante todos los años que trabajó en el bufete, nunca fue tan ella misma bajo ese techo como esta tarde, y desde que se conocieron nunca había sido tan sincera con Juan. Pase lo que pase mañana, sabe que por primera vez en su vida se ha permitido seguir el dictado de su corazón sin temer realmente las consecuencias, y con una gran sonrisa dibujada en el rostro saca el teléfono del bolso para llamar a Ana.
—Cariño, te invito a cenar... Ahora paso a buscarte.
Al colgar, se da cuenta de que Ana estaba medio dormida y parecía no entender demasiado ni la llamada ni el motivo de la cena, e imagina que seguía en el sofá y que ni se ha enterado de que ha salido. Eso la alegra y la tranquiliza, porque le preocupaba pensar que estuviera sufriendo su ausencia y la incerteza de volver a verla.
Veinte minutos después, Cloe llama al timbre de Ana y la espera en el portal impaciente. Su chica, que casi no ha tenido tiempo de arreglarse, aparece enseguida excusándose por llevar el pelo mojado, pero Cloe la encuentra de lo más atractiva con su mono negro de tirantes y esos botines que conoce tan bien. Ana la abraza y la mira expectante, y ella la besa y le dice que ahora le aclara el porqué de su sonrisa.
Salen a la calle cogidas de la mano y recorren el barrio, el Ensanche, buscando algún restaurante en el que ninguna haya estado antes. Quieren descubrir un nuevo lugar juntas y que a partir de ahora ese sea uno de los muchos rincones especiales de Barcelona para ellas. Cloe aprovecha el paseo para contarle la conversación que ha tenido con Juan y cómo han dejado a su padre al margen. Ana la observa de reojo y admira su valor en silencio porque, a pesar de no saber qué pasará, Cloe ha decidido celebrar su reencuentro con Ana y con la persona que nunca se ha permitido ser. Para felicitarla, Ana la besa apasionadamente en plena calle y a Cloe no le importa: está cansada de ocultar su amor por miedo a ser juzgada.
Tras recorrer varias manzanas, se detienen frente a un pequeño restaurante del que les llama la atención un cartel anunciando que dispone de una íntima terraza interior. Al ser un día laborable, el maître les dice que están de suerte y las acompaña muy amablemente a una terraza que supera las expectativas de ambas. Hay farolillos con velas de varios tamaños en el suelo y sobre cada una de las mesas, y de las paredes cuelgan pequeñas guirnaldas con luces blancas. Han plantado jazmín alrededor del comedor exterior, y su perfume invita a entrar y quedarse. Cloe y Ana se sientan en la única mesa libre y se miran a los ojos encantadas. Hacía tanto tiempo que no habían podido salir juntas que lo viven como una primera cita. Deciden pedir varios platos para compartir y una botella del mejor vino. Cuando les sirven la bebida, Cloe mira a Ana a los ojos y propone un brindis.
—Por una vida juntas. —Acercan sus copas mirándose fijamente, sabiendo que ya nada las podrá separar.
La cena está deliciosa, pero es tanta su felicidad que incluso un bocadillo les hubiera parecido alta cocina. Desde que se conocieron tantos años atrás en la biblioteca, es la primera vez que se permiten hacer planes de futuro. Ana le cuenta que ha vendido todos los cuadros de su exposición —excepto el que no estaba en venta— y que su agente le ha pedido nuevo material para una importante galería de Barcelona que está muy interesada en su obra. Brindan de nuevo para celebrarlo, y Cloe le habla de su campaña pero le dice que prefiere no darle muchos detalles hasta que esté terminada. Ana se siente intrigada ante tanto misterio, pero le gusta ver a Cloe tan contenta e ilusionada y se resiste a preguntar. Deciden que cuando todo se resuelva se cogerán unos días libres para ir juntas a Nueva York, una ciudad que Cloe todavía no conoce y que Ana está convencida de que le encantará. Le habla de un pequeño hotel del Village donde podrían alojarse y de los museos y rincones que quiere redescubrir con ella. Cloe le confiesa que está deseando hacer las maletas porque sabe que no podría tener mejor acompañante.
Al salir del restaurante, Ana le propone ir a tomar algo a un bar de chicas cerca de su casa. Cloe nunca se ha movido por estos ambientes a excepción de aquella noche en Londres que sigue guardando en la memoria, pero la idea le parece excitante: al fin y al cabo es una cita, y quiere disfrutarla con la alegría que les fue arrebatada durante demasiado tiempo.
Es un local pequeño y está más lleno de lo habitual porque se celebra una fiesta, pero consiguen hacerse un hueco junto a la barra y pedirse un par de gin-tonics. Mientras se los toman, siguen hablando de sus cosas como han hecho durante la cena, y es tanta su dicha que ni siquiera se dan cuenta de que para poderse escuchar por encima de la música casi están gritando. Cuando suena una de las canciones favoritas de Ana, esta alarga su mano e invita a Cloe a bailar con ella. En el centro de la reducida pista, se dejan llevar por la melodía y ríen y se besan sin estar pendientes de nada ni nadie más que de ellas. Cloe pide otra ronda y siguen bailando y bebiendo divertidas, recordando la vez que Ana la asaltó al salir del baño de la discoteca londinense. Alguna de las presentes las mira e intenta entablar conversación, pero ellas solo tienen ojos la una para la otra y siguen bailando y compartiendo caricias como si estuvieran solas.
Después de la segunda copa, deciden que ha llegado el momento de irse a casa y recorren el camino de vuelta cogidas de la mano, deteniéndose de vez en cuando en plena calle para besarse apasionadamente. Al llegar al portal, los efectos del alcohol hacen que a Ana le cueste meter la llave en el cerrojo, pero Cloe la ayuda y consiguen entrar. Ya en el ascensor, dan rienda suelta a su deseo y se besan y acarician celebrando que finalmente no deben preocuparse por miradas ajenas.
—Tenemos algo pendiente... —le dice Ana a Cloe al oído.
En cuanto cierran la puerta del piso, se quitan la ropa mirándose con anhelo. Ya desnudas, avanzan hacia la habitación sin dejar de besarse e intentando no tropezar con los muebles que parecen haberse movido de sitio. Se ríen porque están un poco bebidas, pero saben que son más que conscientes de lo que están haciendo.
En el dormitorio, Ana agarra a Cloe por la cintura y le da un largo beso antes de empujarla sobre la cama. Mirándola con auténtico desafío, le pide que se dé la vuelta y que se ponga de rodillas, y Cloe obedece encantada y se estremece al sentir cómo le excita estar así para ella. Ana abre uno de los cajones de su mesilla de noche y saca algo que compró días atrás deseando estrenarlo con Cloe. Las circunstancias hicieron que no tuvieran ocasión de utilizarlo, pero por fin ha llegado el momento con el que tanto ha fantaseado durante las noches que pasaron separadas. Sin que Cloe pueda verla, se coloca un arnés y le aplica lubricante al mismo tiempo que observa el cuerpo de su amada en una posición de lo más provocativa. Podría encender velas para verla mejor, pero no quiere esperar y la luz que se cuela a través de las cortinas del balcón es suficiente para intuir cada una de sus curvas. La idea de poseer a Cloe le excita tanto que avanza hacia ella despacio, se coloca detrás, se inclina un poco, y tras apoyar las manos sobre sus nalgas acerca su cara a su sexo y empieza a lamerla lentamente, buscando humedecerla más de lo que ya puede sentir en su boca. Cloe recibe los lametazos levantando el culo y bajando la cabeza entre sutiles jadeos, y Ana sigue recorriendo sus labios, metiendo su lengua entre ellos, y después le separa las piernas y sujeta el falo con la mano para poderlo controlar. Empieza a metérselo con mucho cuidado, y Cloe lo recibe con un largo gemido de placer. Ana se arrodilla sobre la cama y balancea la cadera para que lo sienta llegar hasta lo más profundo de su interior. Cloe respira excitada y al imaginarla detrás de ella con el arnés le pide que siga, que la haga suya. Ana se estremece al escuchar sus palabras y acelera un poco el ritmo al notar que cada vez está más abierta. Se mueve contra ella penetrándola con absoluto deseo y, ante el sonido de los intensos gemidos de Cloe, aprieta con fuerza una y otra vez. De repente siente la imperiosa necesidad de besarla, así que se retira despacio, la ayuda a tumbarse boca arriba, se acerca a ella y la besa en los labios metiéndole la lengua muy despacio. Cloe está muy caliente y le pide mirándola a los ojos que la folle, que no se detenga, y Ana vuelve a sujetar el consolador con su mano para indicarle el camino y la vuelve a penetrar. De nuevo entra con facilidad, y Ana empuja con fuerza haciendo que Cloe se mueva debajo de ella cada vez que la embiste. Cloe apoya sus manos en el cabecero de la cama para no irse hacia atrás cuando Ana se mueve, y la mira con deseo pidiéndole que siga. La intensidad aumenta tanto como la excitación de ambas, y Ana mueve sus caderas deprisa y coloca las manos sobre la cama para poder penetrarla de un modo frenético. Cloe grita, gime y jadea sin parar. Eso anima más a Ana, que, ante el placer que experimenta escuchándola y sintiendo el roce de sus sexos al chocar, sabe que está tan al límite como ella. No se detiene hasta que Cloe llega al clímax y entonces empuja con todas sus fuerzas una última vez alargándole el orgasmo y provocando el suyo.
Sus respiraciones aceleradas se mezclan con sus gemidos y, cuando ya no pueden más, Ana se deja caer y reposa agotada sobre el pecho de Cloe. Disfrutan un rato en silencio del contacto de sus cuerpos, y entonces Ana se aparta con mucha delicadeza, haciendo que Cloe emita un leve gemido, y se quita el arnés para tumbarse a su lado. Pensando en lo que acaban de compartir, intercambian suaves besos y caricias y lentamente se van quedando dormidas.
Al despertar, Cloe ve que están tapadas y que Ana la abraza por detrás, encajando su cuerpo al suyo como si fueran una. Ha soñado que era feliz y sonríe al comprobar que con los ojos abiertos lo sigue siendo. No sabe qué hora es, pero la luz que entra por las ventanas le sugiere que debería levantarse y se separa sigilosamente de su amada para ir a buscar su móvil. Aunque el reloj indica que tiene el tiempo justo para ducharse y llegar puntual a la oficina, decide mandarle un mensaje a su jefe diciéndole que hoy trabajará desde casa y vuelve a meterse en la cama.
Unas horas después, Ana es la primera en abrir los ojos y se alegra al ver que Cloe sigue a su lado. Se muere de ganas de besarla y despertarla para decirle lo que siente por ella, pero está tan profundamente dormida que prefiere dejarla descansar un poco más. Anticipando que después de una noche que nunca olvidarán estará tan hambrienta como ella, pasa por el baño para refrescarse y se dirige a la cocina a preparar un desayuno que, vista la hora, les sirva también de comida.
Antes de poder decidir con qué sorprenderla, el teléfono de Cloe empieza a sonar y Ana corre a buscarlo en su bolso porque teme que la estén intentando localizar por temas de trabajo o, mucho peor, por motivos personales. Al ver que es Juan quien llama, a Ana se le hiela la sangre y se acerca al dormitorio con el móvil en la mano.
Cuando cruza la puerta Juan ya ha colgado, pero Ana despierta a Cloe suavemente y le acerca el teléfono. Cloe espabila de golpe al ver la pantalla y se incorpora inquieta. Mira a Ana y sabe que esa llamada marcará su futuro juntas.