Capítulo 20

María

María le dio a Colin un beso de despedida en la puerta de su apartamento. Aunque él se ofreció a seguirla hasta la oficina, tal como había hecho durante toda la semana, ella le dijo que no hacía falta y que se aplicara en sus estudios. En el momento de decirlo, estaba segura de sus palabras, pero, mientras conducía hacia el trabajo, no pudo evitar preguntarse si Lester la estaría siguiendo. Por primera vez desde que se había marchado de Charlotte, sintió que se le aceleraba el corazón sin ninguna razón aparente. En cuestión de segundos, notó que le costaba respirar y se le nubló la vista.

Reaccionó instintivamente y detuvo el vehículo en el arcén, sintiendo una repentina sensación de mareo.

Y una fuerte opresión en el pecho.

«Por el amor de Dios.»

No se encontraba bien.

No podía respirar.

Su visión siguió nublándose y notó que perdía el hilo de sus pensamientos.

Estaba sufriendo un ataque al corazón y necesitaba una ambulancia.

Se iba a morir en el arcén de la carretera.

Su teléfono empezó a sonar, pero solo oyó la melodía varios segundos antes de que el aparato volviera a quedar en silencio. Al cabo de un momento, oyó una campanilla: alguien le estaba enviando un mensaje.

La tensión en los músculos del pecho era insoportable.

No le entraba suficiente aire.

El corazón le seguía latiendo aceleradamente y el terror se apoderó de ella. Estaba segura de que iba a morir.

Apoyó la cabeza en el volante, a la espera del final.

Pero el final no llegaba.

A lo largo de los siguientes minutos notó como si se estuviera muriendo poco a poco, hasta que al final sintió que empezaba a recuperarse.

Al cabo, fue capaz de alzar la cabeza del volante. Su respiración se acompasó y empezó a recuperar la visión. El corazón seguía disparado, pero a menor intensidad.

A los pocos minutos, empezó a sentirse mejor. Todavía temblorosa, pero mejor, y aunque le parecía imposible, comprendió que lo que le había pasado no era un ataque al corazón.

María se dio cuenta de que sus ataques de pánico habían vuelto.

Pasó otra media hora antes de que recuperara totalmente la normalidad; por entonces ya se encontraba en la oficina. Barney no estaba, pero había dejado un nuevo caso para ella (una familia había interpuesto una denuncia al hospital regional por una infección llamada Pseudomonas que había provocado la muerte de un paciente) junto con una nota escrita a toda prisa en la que le pedía que empezara a encontrar las necesarias alegaciones legales para apoyar su defensa.

Estaba considerando el punto de partida de su investigación cuando sonó su móvil. Echó un vistazo, miró la pantalla con más atención para confirmar que no se equivocaba. ¿Serena?

Pulsó el botón para contestar.

—¿Qué tal? ¿Qué pasa?

—¿Estás bien?

—¿Por qué?

—Te he llamado antes, pero no contestabas —gorjeó Serena.

—Lo siento —dijo María, pensando de nuevo en el ataque de pánico—. Estaba conduciendo.

La verdad, aunque no era toda la verdad. Se preguntó qué pensaría Colin al respecto.

—¿Qué tal va la investigación?

—Nada todavía.

—¿Has llamado a Margolis?

—Si no me llama hoy, lo haré yo.

—Yo ya le habría llamado.

—Eres una impaciente. Bueno…, ¿qué quieres?

—¿A qué te refieres?

—Nunca me llamas tan temprano. ¿Cómo es que no estás en clase?

—Empiezo dentro de unos minutos, pero se lo tenía que contar a alguien. Anoche recibí un e-mail; soy una de las tres finalistas para la beca. Supongo que la cena en casa de mamá y papá debió de resultar una influencia positiva. Aunque el e-mail no lo especificaba directamente, creo que ocupo la pole position.

—¿La pole position?

—Sí, ya sabes, el primer lugar en la parrilla de salida de una carrera de coches.

—Ya sé lo que es. Solo me parece curioso que tú sepas lo que es.

—Steve sigue las carreras del NASCAR, y me pide que las mire con él.

—¿Así que vuestra relación va en serio?

—No lo sé… Hay un chico monísimo en una de mis clases. El problema es que es un poco mayor y que sale con mi hermana, así que quizá sea un problema, ¿no te parece?

—Es un problema.

—Me alegra que dejaras tu ego a un lado y que quedaras con él.

—No tiene nada que ver con mi ego.

—Ego, encuentro en una pelea de bar, la misma cosa.

—Estás como una regadera, ¿lo sabías?

—A veces —admitió Serena—. Pero de momento funciona.

María se rio.

—Es una gran noticia. Me refiero a lo de la beca.

—Aún no quiero hacerme ilusiones. No se lo digas a mamá ni a papá.

—No fui yo quien se lo dijo la última vez.

—Lo sé. ¿Aún creen que duermes en mi casa?

—Sí, y ahora me toca a mí pedirte que no se lo digas.

Serena se rio.

—No diré nada. Pero estoy segura de que mamá sabe que duermes en casa de Colin. Por supuesto, actúa bajo la consigna «no sabe no contesta», lo que significa que no sacará el tema a relucir esta noche.

—¿Esta noche?

—Sí, esta noche.

—¿Qué pasa esta noche?

—Me tomas el pelo, ¿no? ¿El cumpleaños de mamá? ¿Cena familiar? No me digas que lo habías olvidado.

—¡Vaya!

—¿De veras? ¿No lees mis mensajes en Instagram? ¿Ni mis tuits? Ya sé que estás agobiada con ese asunto tan horrible, pero ¿cómo es posible que olvides el cumpleaños de mamá?

Tendría que cancelar la cena con Jill y Leslie, pero lo comprenderían, seguro.

—Nos veremos en la cena.

—¿Irás con Colin?

—Está trabajando. ¿Por qué?

—Porque me preguntaba si invitar a Steve.

—¿Y qué tiene que ver el uno con el otro?

—Es la mar de sencillo. Supongo que papá estará ocupado echando miradas de pocos amigos a Colin, y no podrá acribillar a Steve; además, pensarán que es un chico estupendo, comparado con Colin.

María esbozó una mueca de fastidio.

—No tiene gracia.

Serena volvió a reírse.

—Sí que la tiene.

—Vale, cuelgo.

—¡Nos vemos esta noche!

Tras colgar, María se dio cuenta de que sentía una sensación muy extraña mientras se dirigía al despacho de Jill. No pensaba que Leslie se ofendiera —era un error sin malicia ni tampoco quería que cuestionara la recomendación de Jill. Pero, cuando expresó sus temores a Jill, su amiga se echó a reír.

—¿Bromeas? ¿Por qué se va a molestar Leslie?

—¿Estás segura?

—¡Por supuesto! Es el cumpleaños de tu madre. ¿Qué se supone que has de hacer?

—De entrada, no haberlo olvidado.

—En eso tienes razón —admitió Jill, y María hizo una mueca.

De repente, volvió a sonar la melodía de su móvil. María se quedó sorprendida. Pensó que sería Serena de nuevo. Iba a descartar contestar cuando se dio cuenta de que no reconocía el número.

—¿Quién es? —se interesó Jill.

—No estoy segura —murmuró María.

Tras debatirse unos segundos, decidió contestar, rezando para que no fuera Lester.

—¿Diga?

No era Lester. Gracias a Dios. Escuchó lo que dijo la voz al otro extremo de la línea.

—De acuerdo. Sí, iré —dijo María.

Colgó, pero continuó con el teléfono en la mano, pensativa. Jill se fijó en su expresión.

—¿Malas noticias? —preguntó su amiga.

—No estoy segura —reconoció María.

Se preguntó si no era hora de contarle a Jill lo que le pasaba: la pesadilla de las últimas dos semanas con Lester Manning y los altibajos con Colin. La idea de contárselo todo no la habría incomodado en el pasado, pero ofrecerle información personal a su futura jefa le parecía… arriesgado, aunque seguramente Jill acabaría por enterarse.

—¿Quién era?

—Un poli, el inspector Margolis. Quería verme.

—¿La policía? ¿Qué pasa?

—Es una larga historia.

Jill se la quedó mirando antes de levantarse de la mesa y atravesar la sala. Cerró la puerta y se dio la vuelta.

—¿Qué pasa? —insistió.

Al final, confiar en Jill fue más fácil de lo que había imaginado. Tanto si se convertía en su futura jefa como si no, Jill era ante todo su amiga; en más de una ocasión, sujetó la mano a María, visiblemente afectada. Cuando María le aseguró que su vida personal no influiría en su habilidad para ayudar a levantar la nueva empresa, Jill sacudió la cabeza.

—En este momento tienes cosas más importantes en las que pensar —dijo—. Leslie y yo podemos encargarnos de lo que queda por hacer. Tú precisas arreglar las cosas y tomarte el tiempo que necesites, para que puedas encontrar la forma de cerrar esta historia. De todos modos, tampoco es que esperemos una avalancha de clientes durante el primer par de meses.

—Espero que se resuelva antes. No creo que pueda soportarlo. Esta mañana he tenido un ataque de pánico.

Jill se quedó un momento callada.

—Te ayudaré en todo lo que pueda. Dime qué necesitas.

Al cabo de un rato, después de salir del despacho de Jill, María se dio cuenta de nuevo de que, aunque fuera a cobrar menos, la decisión de irse a trabajar con Jill no solo había sido la mejor opción posible, sino que de entrada le parecía la mejor decisión laboral que había tomado hasta ese momento en su vida.

No le sirvió, sin embargo, para aliviar la sensación de que el resto de la mañana pasara de una forma tan lenta. Ni tampoco la carga de trabajo. Se preguntaba qué querría decirle Margolis. Apenas podía concentrarse en la investigación para la denuncia del hospital. Al ver que su frustración iba en aumento, dejó el caso a un lado y envió un mensaje a Colin.

Él le contestó que sí, que la vería en la comisaría a las doce y cuarto.

María miró el reloj.

A continuación, retomó la denuncia, consciente de que tenía que analizarla con más detenimiento.

Quedaban dos horas para ver a Margolis.

Los minutos avanzaban a paso de tortuga.

Cuando aparcó frente a la comisaría, vio a Colin, que la esperaba junto a la puerta. Iba vestido con camiseta, pantalones cortos y gafas de sol. Ella le saludó al salir del coche e intentó ocultar su nerviosismo, aunque sospechaba que Colin se daría cuenta de todos modos.

Él le dio un beso fugaz antes de empujar la puerta e invitarla a entrar. María tuvo una sensación de déjà vu al echar un vistazo al interior. Con todo, a diferencia de su primera visita, Margolis no les hizo esperar mucho. Apenas habían tomado asiento cuando lo vio avanzar con paso decidido desde la parte trasera del edificio. De nuevo, llevaba una carpeta bajo el brazo, que utilizó para indicarles que lo siguieran.

—Vamos, hablaremos en la misma sala que la otra vez.

María se alisó la falda mientras se ponía de pie y caminaba junto a Colin. Pasaron por delante de varios policías sentados frente a sus mesas; dejaron atrás al grupo de personas reunidas alrededor de la máquina de café.

Margolis abrió la puerta y señaló hacia las mismas sillas que habían usado antes. Ella y Colin tomaron asiento mientras Margolis se situaba al otro lado de la mesa.

—¿Debería estar preocupada? —soltó María, sin poder contenerse.

—No. Para ser breve le diré que no creo que Lester sea un problema.

—¿Qué quiere decir? —insistió ella.

Margolis dio unos golpecitos con el bolígrafo sobre la carpeta antes de señalar a Colin con el dedo pulgar.

—Veo que insiste en seguir saliendo con este chico conflictivo. No entiendo por qué insiste en que esté presente en nuestros encuentros para hablar del caso. No hay ninguna razón para que él esté aquí.

—Quiero que esté aquí —replicó María—. Y sí, salimos juntos, y bien felices que estamos.

—¿Por qué?

—Me excita su cuerpo y en la cama es una máquina —contestó, consciente de que no era asunto suyo y sin preocuparse por ocultar su sarcasmo.

Margolis sonrió, aunque no había ni una gota de humor en su rostro.

—Antes de empezar, prefiero dejar claras las normas de esta colaboración. De entrada, el hecho de que usted esté aquí se debe a que le dije que investigaría sus alegaciones, y porque le dije que estaríamos en contacto. Por las ruedas reventadas y el posible caso de acoso, nos hallamos ante una investigación criminal; en dicho caso, los resultados son normalmente secreto de sumario.

»Sin embargo, dado que también se da la posibilidad de solicitar una orden de alejamiento, he decidido reunirme con usted y mantenerla informada sobre aquellas cuestiones que considere oportunas. Además, teniendo en cuenta que Lester Manning no ha recibido la orden de alejamiento todavía, tiene (como cualquier otro ciudadano) derechos en materia de respeto a la privacidad.

»En otras palabras, le informaré sobre lo que creo que es importante, pero quiero que sepa que no le contaré todo lo que sé. También quiero añadir que la mayor parte de las investigaciones que he llevado a cabo han sido por vía telefónica. He tenido que solicitar ayuda a un amigo que es inspector en Charlotte. Y, para serle sincero, no sé si podré seguir pidiéndole más ayuda. Ya se ha tomado muchas molestias. Además, al igual que yo, tienes otros casos que atender. ¿Lo entiende?

—Sí.

—Bien. Primero le comentaré el enfoque que he seguido, y luego cierta información que tengo.

Margolis abrió la carpeta y sacó sus notas.

—Mi primer paso fue familiarizarme con toda la información sobre antecedentes, por lo que examiné archivos relevantes de la policía. Eso incluye todo lo que tiene que ver con el primer ataque a Cassie Manning, el arresto y el encarcelamiento de Gerald Laws, documentos judiciales y, por último, la información referente al asesinato de Cassie Manning. Después, revisé su primera denuncia de acoso (la que usted presentó después de recibir las notas en Charlotte) y hablé con el agente que se encargó del caso. Hasta el martes pasado por la noche, no tuve la impresión de disponer de toda la información básica necesaria.

»En cuanto a Lester Manning, le puedo decir lo que probablemente usted podría averiguar con una simple investigación en archivos públicos. —Bajó la vista otra vez hacia sus apuntes—. Tiene veinticinco años y no está casado. Terminó los estudios de bachillerato. No posee ninguna propiedad ni tampoco tiene ningún coche a su nombre. Su dirección y su número de teléfono en el listín telefónico es el mismo que el de su padre, si bien no estoy seguro de que pase mucho tiempo en esa dirección.

María iba a hacer una pregunta, pero Margolis alzó la mano para detenerla.

—Deje que termine primero, ¿de acuerdo? Comprenderá por qué le doy toda esa información dentro de un par de minutos. La siguiente información creo que es importante para la orden de alejamiento, aunque no le daré todos los detalles porque pueden o no pueden ser relevantes para futuros casos, ¿entendido?

No esperó a obtener respuesta.

—Desde la muerte de Cassie, Lester ha tenido algunos problemas con la ley. Ha sido arrestado cuatro veces, pero no por ningún altercado violento ni peligroso. Se trata de delitos menores: entrar en propiedades privadas, vandalismo, resistencia a la autoridad, cosas por el estilo. Por lo visto, Lester tiene una debilidad: entrar en casas desocupadas. En todos los casos, al final han retirado las denuncias. No he analizado los motivos, pero, en tales casos, lo normal es que retiren la denuncia si no hay graves desperfectos.

A su lado, María vio que Colin se movía inquieto en la silla.

—Aparte de eso, no pude averiguar mucho más, así que llamé al doctor Manning, el padre de Lester. Le dejé un mensaje. Me quedé sorprendido al recibir una llamada suya al cabo de unos minutos. Me identifiqué y le dije que quería hablar con su hijo. He de decir que el doctor Manning se mostró abierto a colaborar desde el principio, incluso más comunicativo de lo que había esperado. Entre otras cosas, al final de nuestra segunda conversación, me dio permiso para transmitirle a usted el contenido de la llamada. ¿Sorprendida?

María abrió la boca, pero la cerró de nuevo, sin saber qué decir.

—¿Debería sorprenderme? —preguntó al final.

—A mí sí que me sorprendió —contestó Margolis—, sobre todo por la forma en que usted había descrito al doctor Manning. De todos modos, cuando le pregunté si sabía dónde podía encontrar a Lester, me preguntó el motivo; le dije que era por un asunto de la policía, a lo que él contestó, y cito textualmente: «¿Está relacionado con María Sánchez?».

Margolis dejó las palabras flotando en el aire antes de proseguir.

—Cuando le pregunté que por qué mencionaba ese nombre, dijo que no era la primera vez que usted acusaba a su hijo de acoso. Dijo que después de que su hija fuera asesinada, usted hizo la misma acusación a partir de unas notas escalofriantes que alguien le había enviado. El doctor Manning insistió en que su hijo no era el responsable de dichas notas, así como que duda de que Lester sea responsable de cualquier cosa de la que usted le acuse ahora. También me pidió que le dijera que, aunque considera que usted se equivocó al optar por pedir cargos menores, es plenamente consciente de que Gerald Laws fue el responsable de la muerte de Cassie. Quiere que sepa que ni él ni su hijo la acusan de lo que pasó.

—Miente.

Margolis ignoró su comentario.

—Me dijo que no está ejerciendo en su consulta privada y que, de momento, está trabajando en Tennessee, en la prisión del estado. Dijo que hace varias semanas que no ha hablado con Lester, pero que este tiene llave de su casa y que, de vez en cuando, se queda en el apartamento situado sobre el garaje. Dijo que probablemente podamos encontrarlo allí. Cuando le pregunté qué quería decir con «de vez en cuando», el doctor Manning se quedó callado un momento; cuando volvió a hablar, tuve la impresión de que había metido el dedo en la llaga. Me dijo que «Lester es un poco nómada» y que a veces no sabe dónde duerme su hijo. Creo que se refería al hábito de Lester de estar en casas desocupadas. Cuando insistí, añadió que él y su hijo tienen poco contacto. Por primera vez, me pareció como… si se disculpara. Me recordó que Lester era un hombre adulto y que tomaba sus propias decisiones, que él poco podía hacer como padre. También añadió que si Lester no estaba en el apartamento, pues que intentara encontrarlo en el trabajo, un lugar llamado Ajax Cleaners. Es una empresa que se dedica a los servicios de limpieza y que tienen como clientela a muchas compañías. Él no tenía el número de teléfono a mano, pero no me costó nada encontrarlo, así que mi siguiente paso fue hablar con el dueño, un tipo llamado Joe Henderson.

Margolis alzó la vista de las notas.

—¿Me sigue, de momento?

María asintió. Margolis continuó.

—Cuando hablé con el señor Henderson, me dijo que Lester no trabaja ni a media ni a jornada completa, que solo le llaman cuando necesitan personal de apoyo, para que cubra un turno si alguien se pone enfermo, por ejemplo.

—¿Cómo se ponen en contacto con él si no tiene teléfono?

—Le hice la misma pregunta. Por lo visto, anuncian los turnos que hay que cubrir en la sección de los empleados de su página web. Henderson dijo que es una forma más fácil de conseguir un listado actualizado de gente disponible y de hacer que estén siempre pendientes, en lugar de tener que perseguir a alguien para cubrir los turnos. Me dio la impresión de que no hay mucha gente que mire la lista con frecuencia. De todos modos, a veces Lester había trabajado dos o tres noches por semana; sin embargo, en las últimas dos semanas, no ha trabajado ningún día. Y el señor Henderson tampoco ha tenido noticias de él. Me pareció curioso, así que llamé a la casa un par de veces, pero nadie contestó. Al final le pedí a mi amigo que se pasara por allí: me llamó para decirme que nadie ha estado en la casa ni en el apartamento durante la última semana, como mínimo: había folletos en el buzón y periódicos en el porche. Así que llamé al doctor Manning por segunda vez. Y, en esta ocasión, la cosa se puso interesante.

—¿Porque no pudo dar con él?

—Al contrario —contestó Margolis—. De nuevo, dejé un mensaje. Y, de nuevo, recibí su llamada al cabo de unos minutos. Cuando le dije que su hijo no había ido a trabajar y que tampoco parecía que hubiera estado los últimos días en la casa o en el apartamento, su sorpresa se convirtió en preocupación. Volvió a preguntar por el caso de la policía (todavía no le había explicado nada) y mencioné que estaba inspeccionando un caso de ruedas reventadas. Insistió en que Lester no haría tal cosa. Dijo que su hijo no es violento, al revés, le aterroriza cualquier tipo de conflicto. También admitió que no había sido completamente franco sobre Lester en la primera conversación telefónica. Cuando le pregunté a qué se refería, me dijo que Lester… —Margolis buscó una página en la carpeta—, sufre un trastorno delirante, más específicamente, «delirios persecutorios encapsulados». Su hijo funciona sin dificultades en la mayoría de los aspectos de su vida durante largos periodos, pero hay veces en que el trastorno entra en una fase más aguda; a veces puede durar más de un mes. En el caso de Lester, tiene sus orígenes en el uso esporádico de drogas ilegales.

Margolis alzó la cabeza.

—El médico me explicó más detalles del trastorno que sufre Lester (de hecho, me explicó más cosas de las que necesitaba saber), pero, básicamente, se puede resumir en que: cuando Lester sufre una fase aguda (cuando el trastorno pasa de la simple paranoia a los delirios), deja de actuar con normalidad, empieza a delirar y a comportarse de forma enajenada. En esos momentos, cree que le persigue la policía y que lo encerrarán en prisión por cualquier motivo el resto de su vida. Está convencido de que quieren hacerle daño y convencido de que harán que otros presos se pongan en contra suya. También tiene los mismos delirios con usted.

—¡Eso es ridículo! ¡Es el quien me acosa!

—Solo le cuento lo que me dijo el doctor. También explicó que a Lester lo han arrestado varias veces. Siempre ha sido durante una fase aguda; por ese motivo se resistió al arresto. La policía usa normalmente una Taser para controlarlo; el doctor Manning añadió que en dos ocasiones Lester fue golpeado por otros presos mientras estaba encerrado. Por cierto, esta última información está vinculada con lo que he dicho antes sobre mis sospechas de por qué retiraron los cargos. Supongo que Lester no era coherente y que no costó tanto que los demandantes se dieran cuenta de ello.

Margolis resopló.

—Pero volviendo al doctor Manning, tal como he dicho, parecía preocupado y dijo que si Lester no estaba en casa o trabajando, era muy probable que atravesara una fase aguda. Eso significaba que podría estar en uno de los siguientes dos lugares: o bien escondido en una casa desocupada, o bien en Plainview, donde hay un centro psiquiátrico. Lester ha ingresado allí bastantes veces de forma voluntaria, con más frecuencia desde la muerte de su madre. En su testamento, ella dejó una gran suma de dinero para cubrir el coste de su tratamiento en dicha institución (que, por cierto, es caro). No conseguí ninguna respuesta por teléfono, así que volví a llamar a mi amigo y le pedí si podía pasarse por Plainview en persona. Lo ha hecho esta mañana, una hora antes de que yo la haya llamado. Y no cabe duda de que Lester Manning está ingresado allí, de forma voluntaria; eso es todo lo que el inspector ha podido decirme. Tan pronto como Lester se ha enterado de que un policía quería hablar con él sobre María Sánchez, le ha entrado un ataque de ansiedad. Mi amigo podía oír los gritos desde el vestíbulo; acto seguido, ha visto que un par de celadores corrían por el pasillo, hacia la dirección de los gritos. Curioso, ¿no le parece?

María no sabía qué decir. En el silencio, oyó la voz de Colin.

—¿Cuándo ingresó en el hospital?

Ella vio que los ojos de Margolis se desviaban hacia Colin.

—No lo sé. Mi amigo no pudo averiguarlo. Los informes médicos son confidenciales: esa clase de información no puede darse sin el consentimiento del paciente, lo que está claro que en ese momento no podía ser. Pero mi amigo sabe lo que hace, por lo que se lo ha preguntado a otro paciente: ese tipo ha dicho que creía que Lester llevaba allí unos cinco o seis días. Por supuesto, teniendo en cuenta la fuente de información, hay que cogerla con pinzas.

»En resumen, es posible que Lester reventara las ruedas y dejara las notas. O quizá estuviera en el centro psiquiátrico. Y si estaba allí, entonces, obviamente, no fue Lester.

—Tiene que ser él —insistió María—. No sé quién más podría ser.

—¿Y Mark Atkinson?

—¿Quién?

—El novio de Cassie. Porque también he investigado a Atkinson. ¿Está o no está desaparecido?

—¿Qué quiere decir?

—Todavía estoy en la primera fase de la investigación, pero esto es lo que puedo decirle: la madre de Mark Atkinson rellenó un informe sobre personas desaparecidas hace un mes. Después de hablar con el agente y justo antes de que la haya llamado para quedar aquí, he hablado con ella para tener más información. Todavía no estoy seguro de mis conclusiones.

»Me dijo que en agosto él le envió un mensaje por correo electrónico diciendo que había conocido a alguien por Internet y que dejaba su trabajo para ir a Toronto a conocer a dicha persona. Su madre no sabía qué pensar, pero, en el mensaje, él le decía que no se preocupara.

»Comentó que había dejado pagado el alquiler y que el resto de las facturas las pagaría por internet. La madre me ha dicho que recibió un par de cartas por correo ordinario en las que él le decía que se iba de viaje con la mujer, una con el matasellos de Michigan y la otra desde Kentucky, pero, según ella, eran cartas, y cito textualmente, “imprecisas, extrañas e impersonales; no las cartas que escribiría mi hijo”. Aparte de eso, no ha tenido contacto con él. Y la mujer insiste en que ha desaparecido. Dice que la habría llamado o le habría enviado un mensaje. El hecho de que no haya contactado con ella significa que le ha pasado algo.

Aquella nueva información había dejado aturdida a María. Suerte que estaba sentada para aferrarse a la silla. Incluso Colin parecía no saber qué decir.

Margolis revisó sus apuntes.

—Este es el punto donde me encuentro de la investigación. Si se pregunta cuál será mi siguiente paso, le diré que pienso llamar al doctor otra vez y pedirle que confirme qué día ingresó Lester. O, mejor aún, que le pida a su hijo que dé su consentimiento para que los médicos de Plainview me lo digan. En función de lo que obtenga, seguiré investigando acerca de Mark Atkinson. Aunque, francamente, supone mucho trabajo. Y, de nuevo, no sé cuánto tiempo puedo dedicar a este caso.

—No es Atkinson —repitió María—. Es Lester.

—De ser así, entonces, de momento, no me preocuparía.

—¿Por qué lo dice?

—Se lo acabo de decir: Lester está en el hospital.

—No tiene sentido —le dijo María a Colin.

Estaban en el aparcamiento; el sol intentaba hacerse visible a través de la cadena de nubes.

—Nunca he visto a Mark Atkinson. Nunca he hablado con él. No le conozco. ¿Por qué me acosaría? Ni siquiera salía con Cassie cuando Laws fue a la cárcel. Su nombre no apareció en el caso hasta más tarde. No tiene sentido.

—Lo sé.

—¿Y por qué iba Lester a creer que yo voy a por él?

—Es un delirio.

María desvió la vista. Cuando volvió a hablar, su voz era más baja.

—Odio todo esto. Quiero decir, tengo la impresión de saber menos ahora que antes de venir a la comisaría. No tengo ni idea de qué he de hacer, ni siquiera qué se supone que he de pensar al respecto.

—Yo tampoco sé qué pensar.

Ella sacudió la cabeza.

—Huy, olvidaba una cosa. He tenido que cancelar la cena con Jill y Leslie esta noche porque es el cumpleaños de mi madre. Estaré en casa de mis padres mientras tú estés trabajando.

—¿Quieres que me pase, cuando acabe?

—No, la cena ya se habrá acabado. Mi padre prepara la cena (es la única vez al año que cocina), pero no es una gran celebración. Solo estaremos los cuatro.

—¿Te quedarás a dormir allí? ¿O regresarás a tu casa?

—Creo que me iré a casa. Ya va siendo hora, ¿no te parece?

Colin se quedó un momento callado.

—¿Y si quedamos allí? Quédate en casa de tus padres y yo te llamaré cuando salga del trabajo.

—¿Te importa?

—En absoluto.

María suspiró.

—Siento mucho que esté pasando esto justo al principio de nuestra relación. Siento mucho que tengas que pasar por esta situación tan desagradable.

Colin la besó.

—No podría haber sido de otro modo.