Capítulo 33
A María no le había fallado el instinto. Colin encontró el Camry azul aparcado en la calle que había a la vuelta de la esquina del edificio. Un terreno con maleza se extendía hacia las orillas lodosas del río Cape Fear, un vacío totalmente a oscuras delante de él, negro como la boca del lobo.
La calle daba paso a una carretera de tierra que se bifurcaba a derecha e izquierda hacia la orilla. Uno de los caminos llevaba a un pequeño fondeadero abandonado, con una estructura de metal oxidada que servía de hogar a diversas barcas, protegidas por una valla no muy alta.
En la otra dirección había dos graneros en ruinas, con una separación de unos cincuenta metros entre ellos. Las estructuras parecían abandonadas, con tablas rotas y la pintura ajada, rodeadas por maleza y enredaderas. Colin aminoró la marcha, intentando frenéticamente averiguar dónde había llevado Manning a Serena. En ese instante, vio un rayo de luz que surgía de forma intermitente entre las tablas del edificio abandonado a la izquierda, que desaparecía y reaparecía.
¿El destello de una linterna?
Se apartó del camino de tierra y tomó un atajo por la hierba, que en algunos trozos estaba tan crecida que le llegaba hasta la rodilla. Deseó poder avanzar más deprisa. Esperaba no llegar demasiado tarde. Todavía no sabía qué iba a hacer o qué iba a encontrar.
Al llegar al edificio donde había visto la luz, se escondió junto a la pared. De cerca, constató que la estructura había sido una vez un almacén de hielo, probablemente usado por los pescadores para cargar bloques de hielo en las barcas para mantener la pesca fresca.
No había ninguna puerta en ese lado del edificio, pero, a través de una ventana cerrada con tablones, Colin vio una luz débil e intermitente. Empezó a avanzar con paso cauteloso, alejándose del río, esperando encontrar la puerta, cuando, de repente, oyó un grito en el interior de la estructura.
Serena…
El sonido despertó su furia. Corrió hacia la esquina, pero la puerta estaba obstruida. Corrió hacia el otro lado, y vio otra ventana cerrada con tablones. Solo le quedaba una opción. Asomó la cabeza por la esquina e inmediatamente descubrió la puerta que buscaba. Agarró el pomo. Cerrada. En aquel instante, oyó otro grito de Serena.
Retrocedió para coger carrerilla y embistió la puerta con una enérgica patada. El marco se astilló; la puerta cedió un poco. Bastó con otra fuerte patada para derribarla. En las siguientes décimas de segundo, vio a Serena atada a una silla en el centro de una habitación tenuemente iluminada, con el doctor Manning a su lado; sostenía una linterna en la mano. En un rincón había una forma parecida a un cadáver, rodeada de latas de pintura oxidadas. Serena tenía la cara amoratada y sangrando. Tanto Serena como el doctor Manning gritaron con sorpresa cuando Colin apareció en el umbral. Un rayo de luz iluminó a Colin directamente a los ojos.
Cegado y desorientado, se abalanzó hacia delante, en la dirección en que había visto al doctor Manning. Extendió los brazos, pero Manning se apartó. Colin notó el fuerte impacto en la mano de la linterna de metal y oyó el crujido de sus huesos. La combinación de susto y de intenso dolor evitó que reaccionara con la debida celeridad. Mientras Serena gritaba de nuevo, Colin se retorció. Intentó embestir a Manning con el hombro. Demasiado tarde. Manning le asestó un fortísimo golpe en la sien con la linterna. El impacto hizo que Colin lo viera todo de color negro. Su cuerpo se quedó rígido y le flaquearon las piernas; cayó de rodillas, mientras su mente intentaba procesar qué había sucedido. El instinto y la experiencia lo impulsaron a levantarse rápido; después de años de entreno, los movimientos deberían haber sido automáticos, pero su cuerpo no respondía.
Sintió otro duro golpe en el cráneo, que envió un intenso ramalazo de dolor por todo el cuerpo. Su mente oscilaba peligrosamente en el margen del pensamiento coherente; lo único que percibía era dolor y confusión.
El tiempo parecía resquebrajarse, fragmentarse. El constante pitido en los oídos apenas le dejaba oír el sonido de alguien que lloraba y gritaba…, suplicaba… La voz de una mujer… y la de un hombre…
La oscuridad lo rodeó por completo; el dolor se expandió por todo su cuerpo como una ola.
Ya apenas reconocía el sonido de unos sollozos y unas palabras. Cuando reconoció su nombre, consiguió con gran esfuerzo abrir un ojo. El mundo aparecía borroso, como en un sueño enmarañado por una capa de niebla, pero cuando le pareció ver a María atada a una silla, la imagen le bastó para comprender qué había sucedido y dónde estaba.
No, no era María. Era Serena.
Pero Colin todavía no podía moverse. Todavía no podía enfocar la visión. Distinguió al doctor Manning, que se movía cerca de la pared más alejada. Llevaba algo rojo y cuadrado en las manos. Colin oía los continuos alaridos de Serena; de repente, su olfato se impregnó del fuerte olor a gasolina. Aturdido, vio que Manning lanzaba la lata al suelo. Colin vio una chispa de luz, una cerilla, que dibujaba un arco en el aire en su trayecto hacia el suelo. Oyó el chasquido del fuego, como un fluido ligero sobre el carbón. Vio que las llamas empezaban a lamer las paredes, las viejas tablas de madera tan secas como la yesca. El calor iba en aumento. El humo se volvió más espeso.
Intentó mover las manos, intentó mover las piernas, pero solo notó insensibilidad, parálisis. En la boca tenía un gusto metálico, a cobre. Apenas distinguió un movimiento fugaz cuando Manning pasó a su lado, hacia la puerta que Colin había derribado.
Las llamas ya alcanzaban el techo. Los gritos de Serena eran de puro terror. La oyó toser una vez, luego otra. Colin deseaba moverse y se preguntó por qué su cuerpo no respondía. Por fin, su brazo izquierdo avanzó un milímetro hacia delante, luego el derecho. Los colocó debajo del cuerpo e intentó alzarse, pero la mano cedió por los huesos rotos. Colin gritó y se golpeó el pecho contra el suelo. El dolor encendió su rabia hasta convertirla en ira, activando su sed de violencia y de venganza.
Se puso a cuatro patas y lentamente consiguió levantarse. La cabeza le daba vueltas; le fallaba el equilibrio. Dio un paso y se tambaleó. Le escocían los ojos por el humo; se le llenaron de lágrimas. Los alaridos de Serena habían dado paso a una tos incontrolable; Colin sentía que no podía respirar. Las llamas se habían expandido por el resto de las paredes, rodeándolos. El calor era intenso, el humo empezaba a teñirse de negro y le taponaba los pulmones. Colin dio dos pasos, tambaleándose, hasta llegar a Serena. Se fijó en la cortina de macramé hecha jirones con la que Manning había envuelto todo el cuerpo de la chica y la había atado a la silla. Sabía que con una mano no podría deshacer esa maraña de cuerdas a tiempo; examinó el espacio a su alrededor, en busca de un cuchillo, un hacha, un objeto afilado…
Colin oyó un fuerte crujido, seguido por un estruendo. El tejado del almacén se combó súbitamente; saltaron chispas por doquier. Una viga de madera se desplomó a escasos metros de ellos. Y luego otra, que cayó más cerca. A lo largo de tres paredes, las llamas parecían multiplicarse; el calor era tan intenso que Colin sentía como si tuviera la ropa ardiendo. Con pánico, agarró la silla con Serena apresada y la levantó, pero el intenso dolor en la mano rota provocó que la mente se le quedara unos momentos en blanco. Una furia incontenible se apoderó de él. Podía soportar el dolor; sabía cómo sacar partido de él, e intentó adaptarse, pero su mano rota no respondía.
Incapaz de cargar con Serena, no le quedaba otra opción. Había cinco, quizá seis pasos hasta la puerta. Agarró la silla por el respaldo con la mano sana y empezó a arrastrarla hacia el umbral. Necesitaba llegar antes de que las llamas lo hicieran. Arrastró el peso sacando fuerzas de flaqueza, cada movimiento enviaba una ráfaga de dolor agónico a su mano y a su cabeza.
Atravesó el umbral tambaleándose. El humo y el calor los siguieron hasta el exterior; sabía que necesitaba alejar a Serena a una distancia segura del humo. No podía arrastrarla a través de la hierba ni del lodo, pero a su derecha vio un camino de tierra y fue hacia aquella dirección, hacia el otro edificio. A sus espaldas, el fuego había engullido casi por completo el almacén de hielo; el bufido de las llamas ascendió de volumen, el continuo pitido en sus oídos era insoportable. Continuó avanzando y solo descansó cuando notó que disminuía la sensación de calor.
Serena no paraba de toser; en la oscuridad, su piel había adoptado un tono azulado. Sabía que ella necesitaba una ambulancia. Necesitaba oxígeno. Y todavía tenía que desatarla de la silla. No vio nada que pudiera usar para cortar las cuerdas. Se preguntó si en el otro edificio habría algún objeto punzante. Justo cuando se disponía a ir hacia allí, vio una figura que emergía por la esquina y se colocaba en posición para disparar. El largo cañón de una escopeta reflejaba el fuego…
«La escopeta que Margolis había mencionado, la que Manning había dicho que quizá no funcionaba…»
Colin derribó la silla con Serena y se colocó encima para protegerla en el mismo instante en que oyó el estampido. Manning había disparado desde unos treinta y cinco metros, probando suerte desde la máxima distancia posible para dar en el blanco: falló el objetivo. El segundo disparo fue más preciso. Colin notó que la bala le rasgaba la piel del hombro y la parte superior de la espalda. Empezó a brotar sangre. De nuevo se sintió mareado, pero luchó por mantenerse consciente mientras veía la imagen borrosa de Manning, que corría hacia su coche.
No había forma de darle alcance. La figura de Manning desapareció sin que Colin pudiera hacer nada. Se preguntó por qué tardaba tanto la policía en llegar y rezó porque lo capturaran.
Sus pensamientos se vieron enturbiados por un rugido, cuando el almacén de hielo se derrumbó, pasto de las llamas, con un estruendo ensordecedor, casi como si fuera un ser vivo que gritara en agonía. Una de las paredes explotó, enviando trozos de madera incandescentes y chispas hacia ellos. Colin apenas podía oír a Serena llorando y tosiendo; se dio cuenta de que todavía estaban en peligro, demasiado cerca del fuego. No había forma de seguir arrastrándola más lejos, pero podía conseguir ayuda. Con gran esfuerzo, consiguió ponerse de pie. Necesitaba llegar a un lugar donde alguien pudiera verlo. Avanzó unos veinte pasos a trompicones. Seguía perdiendo sangre; tenía el brazo y la mano izquierda inutilizados, sus terminaciones nerviosas irradiaban agonía.
Por entonces, Manning había llegado a su coche. Colin vio que se encendían los faros. El Camry derrapó en la cuneta, se dirigía directamente hacia él.
Y hacia Serena.
Colin sabía que no podría esquivar el vehículo. Serena estaba inmovilizada. Y Manning sabía exactamente dónde estaba.
Apretó los dientes y corrió tan rápido como pudo, alejándose de Serena, con la esperanza de que Manning lo siguiera. Pero los faros seguían apuntando hacia la dirección donde estaba Serena. Sin saber qué más podía hacer, Colin se detuvo, alzó el brazo derecho y empezó a agitarlo, intentando captar la atención de Manning.
Lo consiguió.
El Camry viró inmediatamente: se alejó de Serena, se dirigió hacia Colin, acelerando y acortando la distancia. El almacén de hielo seguía rugiendo de una forma espeluznante, como si lanzara aullidos de agonía mientras el fuego lo consumía. Colin corría tambaleándose, intentando alejarse de Serena, consciente de que solo le quedaban unos segundos de vida, consciente de que iba a morir. Ya casi tenía el Camry encima cuando, de repente, el terreno frente a sus ojos se iluminó con otro par de faros que se acercaban veloces desde algún punto detrás de él.
Apenas vio la imagen fugaz del Prius de Evan cuando este chocó contra el Camry con una fuerza arrolladora que empujó a los dos coches hacia el fuego. El Camry se incrustó en la esquina del almacén de hielo; el Prius lo empujaba por la fuerza de la inercia. El tejado del edificio empezó a hundirse mientras las llamas se expandían hacia el cielo.
Colin intentó correr, pero sus piernas cedieron. La sangre seguía brotando por las heridas; mientras yacía tumbado en el suelo, notó que de nuevo le invadía la sensación de mareo. En ese instante empezó a oír sirenas, que competían con los aullidos del fuego. Pensó que llegaban demasiado tarde, que no sobreviviría, pero eso no le importaba. No podía apartar los ojos del Prius, con la esperanza de ver que Evan abría la puerta o que bajaba la ventanilla. Evan y Lily podrían escapar del fuego si se movían con rapidez, pero las posibilidades eran escasas.
Tenía que llegar hasta ellos. Intentó levantarse por segunda vez. Al alzar la cabeza empezó a verlo todo negro. Le pareció distinguir el centelleo de las luces rojas y azules en las calles laterales, así como unos enormes focos que se acercaban a él. Oyó voces de pánico que gritaban su nombre y el de Serena. Colin quería responder, gritar que se dieran prisa, que Evan y Lily necesitaban ayuda, pero de su boca solo se escapó un ronco susurro.
Entonces oyó a María; la oyó gritar su nombre y llegar a su lado.
—¡Estoy aquí! —gritó—. ¡Aguanta! ¡Ya viene la ambulancia!
Incluso en ese momento, Colin no pudo contestar. Todo a su alrededor había empezado a perder intensidad; las imágenes se fragmentaban; nada tenía sentido. En un instante, el Prius acabó engullido por las llamas. Cuando volvió a abrir los ojos, solo quedaba la mitad del coche. Le pareció ver la puerta del pasajero arrancada, pero había demasiado humo y ninguna señal de movimiento, así que no podía estar seguro. Notó que perdía el conocimiento. Rezó por que los dos mejores amigos que había tenido en la vida hubieran conseguido escapar.