No puedes ser sincero si no eres valiente.
No puedes amar si no eres valiente.
No puedes confiar si no eres valiente.
No puedes investigar la realidad si no eres valiente.
Por lo tanto, la valentía va primero y todo lo demás va después.
OSHO
No es la dificultad la que impide atreverse, pues de no atreverse viene toda la dificultad.
ARTHUR SCHOPENHAUER
UNO DE LOS REPROCHES QUE CON MÁS frecuencia nos hacemos es: ¿Por qué no me atreví? Todos hubiéramos querido ser más valientes, más decididos. Pero nos dio miedo. Vivere risolutamente, vivir resueltamente, era el lema del Renacimiento y todos lo llevamos en nuestro corazón con nostalgia. Sería maravilloso vivir sin enredarnos, sin empantanarnos, ágiles y audaces. Por eso nos gustaría que nuestros hijos y nuestros alumnos fueran valientes, que disfrutaran de una «inteligencia resuelta», que es aquella que sabe resolver problemas y marcha con determinación. Pero ¿es posible aprender algo tan difícil?
Se han escrito muchos libros sobre los miedos infantiles y adolescentes y sobre el modo de tratarlos. Este tiene un enfoque distinto. Como saben los lectores de esta colección, controlar el miedo es sólo parte de un objetivo educativo y vital más importante al que hemos llamado «educación del talento». El talento es la inteligencia triunfante, es decir, la que elige metas adecuadas y es capaz de movilizar todos los recursos afectivos, cognitivos y ejecutivos disponibles para alcanzarlas. La tarea de la inteligencia es, pues, dirigir bien nuestro comportamiento, utilizando adecuadamente las emociones, que siempre influyen en nuestra acción. Entre ellas, el miedo. Poder elegir las metas es una exclusiva humana. Para hacerlo adecuadamente tenemos que llevar a cabo un difícil ejercicio de equilibrio. Debemos tener en cuenta el riesgo, pero no podemos dejarnos amedrentar por él. Necesitamos escuchar al miedo, que nos advierte del peligro, pero no elegir la meta desde el miedo, porque entonces viviríamos siempre en retirada. Kafka escribió la fábula de un animalillo del bosque que quería vivir seguro. Se metía en su madriguera y la tapaba con cuidado para que ningún depredador la descubriera. Pero para estar seguro, tenía que verla desde fuera y comprobar que el camuflaje era perfecto. Inevitablemente, al salir destruía su obra, y otra vez tenía que volver a empezar. Si el miedo no nos sirve como criterio, ¿desde dónde debemos elegir? Desde la valentía, porque ella tiene en cuenta el miedo, pero no deja que él decida. Nos encontramos, pues, ante una capacidad que representa lo más específicamente humano. La valentía es la virtud del despegue, la que nos saca de nuestras casillas animales, el combustible que nos permite ascender. Necesitamos a la vez vivir confortablemente y salir de la zona de confort para ampliar nuestras posibilidades. Ambas cosas son ingredientes de nuestra felicidad.
Nuestra posición ante el miedo está lejos de la simplicidad animal, que responde a él de forma programada, huyendo, agrediendo, inmovilizándose o haciendo gestos de sumisión. La inteligencia humana transfigura el miedo —igual que hace con otros fenómenos animales como la atención, la mirada, el movimiento, el sexo— porque lo sometemos a nuestros proyectos. Para estudiar ese proceso de transformación tenemos que cumplir varios objetivos. En primer lugar, comprender la función del miedo. Nos vemos entonces obligados a distinguir entre miedos bien adaptados a la situación, que no exageran ni minimizan las amenazas, y miedos que entorpecen nuestro comportamiento, bien por ser exagerados o por ser patológicos. Nuestro segundo objetivo será identificar los miedos amigos y los miedos enemigos. Tener miedo a un león es razonable. Tener miedo a cruzarse con un gato negro, no. Puesto que estamos elaborando un proyecto educativo, debemos favorecer que nuestros niños no desarrollen miedos enemigos. Es el mayor favor que podemos hacerles, porque el miedo es uno de los grandes obstáculos para la felicidad. Impide disfrutar, impide amar, impide tomar decisiones. Como escribió Baltasar Gracián: «De nada vale que el entendimiento se adelante si el corazón se queda». Y el miedo paraliza el corazón.
El ideal sería que nuestros niños no desarrollaran esos miedos perjudiciales, pero eso no es siempre posible. Todos tememos algo de una manera excesiva, rumiamos las preocupaciones hasta la extenuación, nos sentimos angustiados en algunas situaciones. Todos podríamos decir lo mismo que Thomas Hobbes: «El día que nací yo, mi madre parió dos gemelos: yo y mi miedo». No hay especie más miedosa que la humana, porque a los peligros reales añadimos los peligros imaginados. Por ello, el tercer paso en nuestra pedagogía de los miedos es saber qué hacer con ellos una vez que se han aprendido. Como afrontarlos. Deberíamos ser capaces de actuar a pesar del miedo si las circunstancias lo exigen, pero esto entraña gran dificultad. La tarea pedagógica consiste en fomentar la fortaleza personal, la capacidad de resistir, de mantener el esfuerzo, lo que ahora se llama resiliencia. Y también la energía para emprender, para diseñar el futuro, para proyectar.
Este libro pretende colaborar con padres y docentes para que ayuden a sus alumhijos a ser valientes. Sin esta gran virtud, todas las demás se desarrollan en precario. Como dijo Cervantes: «Aquel quien pierde sus riquezas pierde mucho; aquel quien pierde a un amigo pierde más; pero el que pierde el valor lo pierde todo». Se trata, pues, de evitar esta pérdida. Conocer el miedo, evaluarlo, corregir sus excesos, aumentar la fortaleza personal, estas son las etapas que conducen al desarrollo de la valentía. Vamos a recorrerlas con la vista puesta en nuestros hijos y alumnos, pero dispuestos también a aplicarnos lo que queremos enseñarles. Una vez más comprobaremos que tener que enseñar es el mejor camino para aprender.
Siempre me interesaron estos temas. Comencé a estudiarlos en El laberinto sentimental y en Diccionario de los sentimientos, hablé de la utilización política del miedo en La pasión del poder, y acabé dedicándole un libro entero: Anatomía del miedo. Desde entonces, continúo recogiendo material para un Tratado de la valentía. En esta ocasión he querido escribir un libro práctico, lo que tiene muchas limitaciones. Es como querer aprender a nadar leyendo en secano un método de natación. Voy a intentar paliar esta dificultad abriendo en este libro una academia virtual a la que pueden asistir. La llamaré The Courage Factory (TCF), porque todos los nombres que se me han ocurrido en castellano me sonaban muy mal. Con esta ocurrencia realizo, aunque sea a través de una ficción, uno de mis sueños: organizar una «fuerza de choque contra el miedo» y contratar a los mejores expertos en este dramático tema, vivos o muertos, para que impartan talleres sobre su especialidad aquí o en la página web de este libro. También pronto escribiré un cuaderno de entrenamiento para niños y otro para adolescentes. Pero conviene recordar que lo más importante es conseguir que los niños experimenten situaciones de aprendizaje en las que nosotros podamos ayudarles a enfrentarse con las dificultades. Si lo conseguimos, el viento de la victoria, aunque sea mínimo, impulsará sus velas para atreverse a nuevas navegaciones. Y las nuestras, también.
Queda declarada la guerra al miedo.