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UN HUECO DE la escalera que resonaba y puertas azul pálido, la mayoría con pegatinas de alarma.

Sara se acercó a la puerta en la que se leía «A & J Holmberg», entreabrió el buzón y sacó la carta que el cerdo de Holmberg había pedido que le mandaran al apartado de correos.

Sara se había asegurado de no usar pegamento para que a la mujer le resultara fácil abrirlo. A juzgar por su perfil de LinkedIn, trabajaba bastante desde casa. Con suerte hoy sería uno de los días en los que se quedaba allí.

Se inclinó y escuchó a través de la ranura del buzón. Pues sí, parecía que había alguien escribiendo en un ordenador. Dejó caer la carta dentro y se marchó.

Se sentía un poco mejor. Al salir a la calle le costaba menos respirar.

Era demasiado tarde para detener a Stellan, pero aún había cosas que podía hacer, pensaba mientras se dirigía al coche. Con la carta que había entregado. Quería hacer lo mismo con cada putero que pillaran a partir de ahora. Todos esos hombres que creían que bastaba con pagar las multas y seguir igual.

Nada era igual.

Aquel sentimiento se había arraigado en Sara con fuerza.

Justo cuando se montó en el coche, la llamaron al móvil.

—Nowak.

—Hola, soy Mazzella. Del centro. No sé si te acuerdas de mí, estábamos sentados juntos en la fiesta de Navidad de hace varios años.

—Ah, sí, claro que me acuerdo de ti.

«No.»

—Te quería hacer una pregunta, si no te pillo mal.

—Por supuesto.

—Una tal Mia Hansson ha puesto una denuncia por allanamiento.

—Vale.

Mia Hansson, alias Nikki X. Aquello no pintaba bien.

—Como no le han robado nada, iba a archivar la denuncia, pero entonces me ha parecido reconocer a la mujer de las imágenes.

—¿Imágenes?

—Sí. Es que Hansson tiene una cámara de seguridad en su casa.

«Mierda. Joder. Mierda.»

—Estaba viendo las imágenes y la ladrona es exactamente igual que tú, Nowak. Es muy raro. ¿Se te ocurre alguna explicación? ¿Sabes si tienes una doble?

—No, no tengo una doble. Soy yo.

—Ah, ¿sí?

Mazzella trató de parecer sorprendido, pero no era muy buen actor.

—Estuve allí. Pero no forcé la entrada. La llave no estaba echada. Llamé y después vi que la puerta estaba entreabierta, y como a la tal Mia la han amenazado, temí que le hubiera pasado algo. Así que entré. Pero no había nadie, y me volví a ir. Es que se dedica a la prostitución. Y tiene unos cuantos clientes muy desagradables.

—Ya veo. Entonces, ¿la habían amenazado?

—Sí.

—¿Quién?

—Un cliente asqueroso.

—¿Y lo ha denunciado?

—No, me enteré por una chica de la calle. Siempre se vigilan unas a otras.

—Así que la puerta estaba abierta y entraste porque Mia estaba amenazada, ¿no?

—Sí.

—¿Y has escrito un informe?

—No. Todavía no.

—Si la han amenazado deberíamos tomárnoslo en serio. ¿Y si le pasa algo?

—Tienes razón. Me pondré a ello.

—Muy bien. Oye, Nowak.

—¿Qué?

—¿Crees que podría archivarlo entonces?

—Sí, claro. Y sería mejor que Mia Hansson no supiera que estuve allí. Puede que no lo entienda y necesitamos que las chicas confíen en nosotros.

—Sí, me lo imagino. Bueno, igual nos vemos en la próxima fiesta de Navidad.

—Desde luego que sí.

Y colgó.

«Cámara de seguridad.»

«Mierda.»

«Ojalá no se lo haya contado a Lindblad.» A su jefa le encantaría saberlo.

El nudo que sentía en el estómago no se relajó cuando le llegó un mensaje indignado de Martin.

«¿Dónde te has metido? ¡La carrera de graduación!»