LA MULTITUD, LAS expectativas desmesuradas, la alegría.
El sentimiento de comunidad: estamos juntos.
El patio del instituto estaba tan lleno de gente como un vagón de metro japonés. Todos mirando a las escaleras y a las enormes puertas. Llevaban carteles de estudiantes y globos, sus gorros de graduación amarillentos por el paso de los años y botellas de espumoso. El consejo de estudiantes había contratado un DJ con un equipo de música gigantesco que pinchaba las canciones seleccionadas cuando las clases salían corriendo del edificio.
Cuantísima gente. ¿De qué se alegraban tanto? Sara no podía entenderlo. La graduación solo significaba que la parte más fácil de la vida se había terminado. ¿Era para celebrarlo?
Gente por todas partes, calor y olores. Algunos llevaban demasiado perfume, otros tenían muy mal aliento y muchos olían a sudor. Humo de cigarros. El hedor de las bocas llenas de snus. Alguien se había tirado un pedo con sigilo. Los seres humanos no son agradables en manada.
Sara estaba presente físicamente, pero sus pensamientos los monopolizaban Stellan, Holmberg y Nikki X. Tenía que espabilar. Había estado a punto de perderse el gran día de su hija y sospechaba que Ebba casi se esperaba que no apareciera. Después de todos los años de trabajo y dedicación a los demás, Sara temía que su hija pensara que no le daría prioridad a ella. Y desde el acercamiento del día anterior en Caffè Nero no quería perder lo que había conseguido, bajo ningún concepto.
Al menos había llevado el cartel de marras. A pesar del estrés. Había un montón de empresas pequeñas que hacían los carteles de estudiantes mientras uno no tenía más que esperar, y Sara había elegido una foto de Ebba de bebé y la había guardado en el móvil hacía mucho tiempo. Solo tenía que mandársela a la empresa e indicar el texto. También vendían globos a un precio desproporcionado. Sara se fijó en que no había sido la única que había llegado tarde.
Así que allí estaban, esperando a su hija, que saldría corriendo del instituto y de la infancia. Corriendo hacia sus padres cuando en realidad los estaba abandonando. Para ella, la vida comenzaba ahora. ¿Qué mundo le aguardaba?
Sara sentía que era su responsabilidad arreglar todo lo que estaba mal. Conseguir que el viaje de Ebba fuera más sencillo que el suyo. Estaba orgullosa de haberle podido conceder unas expectativas mucho mejores. Al mismo tiempo, no podía evitar sentir un poco de envidia de su hija. Se iba a librar de muchísimas cosas. Y tampoco pudo evitar pensar que Ebba y Olle eran bastante desagradecidos. No tenían ni idea de lo afortunados que eran.
Por otro lado, las chicas estaban mucho más expuestas hoy en día. Ya no se trataba solo de chicos revolucionados por las hormonas en el instituto y de tipos babosos por la calle. Ahora también estaban en internet, en una versión mucho más agresiva.
Los nubarrones de preocupación se disiparon cuando llegó la hora.
La clase de Ebba salió corriendo por las escaleras al son de We are the champions de Queen. Gritando y dando saltos de alegría, con los puños en alto, levantando los brazos en el aire y bailando un poco. Todos los chicos iban en traje y las chicas de blanco. Aplausos y vítores de los familiares que los esperaban. Después la clase se dirigió corriendo a la muchedumbre en busca de sus padres y de sus hermanos.
Por primera vez en años, Ebba parecía feliz de ver a sus padres. Sara esperaba que su hija conservara ese sentimiento también en el futuro.
Ebba abrazó y besó a su madre, a su padre y a su hermano, luego soltó un grito de alegría y salió corriendo a la calle, hacia las carrozas estudiantiles que los aguardaban.
Mientras observaba a su hija, Sara se abrazaba a Olle, con el que podría quedarse un poco más de tiempo.
Le sonó el móvil. Un número oculto, pero aun así contestó.
—Sara.
—Hola. Soy Åsa-Mia. Lindblad.
«Pero por Dios… En la graduación de Ebba…»
—¿Sí?
—¿Qué tal?
—Bien.
—Pareces enfadada.
—No, mujer.
—Vale, estupendo.
—¿Qué querías?
—En primer lugar, me gustaría decir que haces un trabajo maravilloso.
Sara no respondió.
—De verdad —prosiguió Lindblad—. Eres una policía muy competente y estás haciendo una contribución tremenda a la sociedad. No sé cuántas veces me habré podido deshacer en elogios hacia ti delante de jefes y colegas.
—¿Pero?
—Sin peros. Eres muy buena. Acepta el cumplido.
—¿Solo me has llamado para eso?
—¿No te parece bastante? ¿Qué más quieres?
—Dime lo que pasa.
Martin le indicó a Sara que Olle y él se querían marchar. Sara les hizo un gesto para que no la molestaran. Tenía que oír qué quería la pesada de Lindblad.
—A pesar de mis cumplidos, a pesar de todo lo bueno que digo sobre ti, vas y haces esto.
—¿El qué?
—Bueno, ¿tú qué crees? Un allanamiento por el que te han denunciado.
—No ha sido allanamiento. La puerta estaba abierta.
—Me negaba a creerlo cuando me lo han contado. «No, mi Sara no», les dije. Nunca. Pero he visto las imágenes de la cámara de seguridad. Estoy tan, tan decepcionada… Tú me has decepcionado.
—¿Decepcionado? ¿Y por qué?
Sara hizo un aspaviento y al mover los brazos les dio un golpe a unos padres orgullosos.
—Porque me has puesto en un aprieto terrible. Yo siempre te he defendido, sin importar lo que hubieras hecho o cómo te hubieras comportado. Y ahora con esto también me has metido a mí en problemas.
—¿Cómo narices te voy a meter en problemas?
—Que un policía infrinja la ley nos perjudica a todos.
—Que no he infringido la ley.
—Mazzella me miraba como si no pudiera creerse que no tuviera controlada a mi unidad. Lo que has hecho es indefendible. Y fue una sensación espantosa.
Martin se cansó y empezó a caminar. Sara iba un poco por detrás, con el móvil al oído.
—He hablado con Mazzella —dijo Sara—. No pasa nada.
—¡Tú no tienes que hablar con Mazzella!
—¿Por qué no? Era yo la que salía en las imágenes y él el que las ha recibido.
—Tiene que ser a través de mí.
—¿Y por qué?
—¡Estamos en el mismo equipo, Sara!
—¿El mismo equipo?
—Sí. A veces eres un poco pesada, pero me caes muy bien. Y ahora haces esto. Estaba completamente desconsolada. Muy dolida. Y como siempre me he puesto de tu parte, también me afecta a mí tu insensatez.
—Que les den. ¿Qué más da?
—Una denuncia como esta es lo último que nos hace falta.
—Ella no sabe que soy policía.
—Pero nosotros sí. Están muy disgustados contigo, Sara. Los de dirección. La imagen que tienen los ciudadanos de la policía es sumamente importante, ya lo sabes. Muchos están enfadadísimos. Pero he encontrado una solución.
—Genial —dijo Sara, que sabía que lo que se le hubiera ocurrido a Lindblad sería lo contrario de genial.
—Puedo conseguir que se calmen si demuestras un poco de buena voluntad. Si demuestras que sabes que te has equivocado.
—¿Cómo?
—Tienes que dimitir. Es terrible. Qué pena que decidieras meterte en este marrón, pero me alegro de haber encontrado una solución.
—¿Solución?
—Sí.
—Pero si no hay ningún problema.
—¿Qué dices? ¿Cómo que no hay ningún problema? ¡Cometer allanamiento de morada y que te pille una cámara de seguridad!
—La puerta no estaba cerrada, ya te lo he dicho. Y la habían amenazado. Es una escort. Prostituta. Se supone que tenemos que ayudarles.
—No puedo hacer la vista gorda. Estaría cometiendo una falta. Me despedirían —dijo Lindblad.
—Pues claro que no te despedirían. Se va a pasar. Ya se han olvidado del tema.
—Lo siento, Sara. Esto es demasiado serio.
—Entonces, ¿tengo que dimitir?
—Es la única solución.
—¿Y tú no dirás nada?
—Probablemente pueda mantenerlo en secreto.
—¿Y los posibles jefes también?
—Si haces como te he dicho y demuestras buena voluntad, sí.
—¿O sea que sí que podéis hacer la vista gorda? ¿Los jefes que tanto se han enfadado y tú? Pero ¿solo si hago lo que quieres?
—Lo único que queremos es ayudarte.
—Bueno, pues vais a tener que hacer la vista gorda, porque no pienso dimitir.