AL PRINCIPIO ESTABA decepcionada. La habían llamado a secretaría en medio de los ensayos para la celebración de la gran victoria sobre el fascismo. Toda la dirección del partido estaría en el podio y ella estaba deseando demostrar su entrega a la causa. Lo hábil que se había vuelto el grupo después de que hubieran echado a las peores.
Nadia, que no seguía bien el ritmo; Jelena, que cantaba demasiado bajo, e Irina, que no tenía ningún fervor en la mirada.
Sin ellas era perfecto.
Las canciones, los estandartes, las marchas. Las voces claras se fundían en una unidad fuerte, estimulante.
Resultó que habían invitado a grupos del Movimiento de Pioneros a las celebraciones por todo lo alto de Moscú. Por eso entrenaban hasta bien entrada la noche. Por eso se olvidaban del cansancio, del hambre y de la sed.
El sueño de mostrarles a los líderes de Moscú su entrega. La celebración de la victoria lo era todo.
Le encantaba que le dijeran que era un ejemplo a seguir. No por vanidad. Eso sería pequeñoburgués y reaccionario. Sino porque demostraba lo que se podía conseguir con voluntad y disciplina.
Si ella podía, otros también. Despreciaba a todos aquellos que no desarrollaban todo su potencial, que se limitaban.
No había nada imposible.
Todo por el socialismo.
En su día le juró lealtad a ese lema, a participar en cambiar el mundo. Terminar con todos los males. Junto con los jóvenes de otras naciones construirían un nuevo mundo.
Mientras recorría los extensos jardines, miró de reojo su ropa. No siempre era fácil mantenerla limpia cuando estaban ensayando en los polvorientos jardines recubiertos de arcilla seca. Pero uno no debía dejarse superar por los elementos. La apariencia lo decía todo sobre el interior de una persona, y el nuevo mundo no se construiría con manchas y arrugas.
Mirada despierta, postura recta, ropa limpia y planchada. Así se rendía homenaje a los héroes que habían salvado a la patria en la gran guerra y a los hijos que liberaron al pueblo soviético de los grilletes del imperialismo y de la tiranía de los zares.
Se detuvo ante la monumental puerta de madera. ¿Debería llamar? ¿Podía?
Sí. Una pionera era osada.
Golpeó tres veces con su puño níveo y aguardó.
—Pase —dijo una voz grave.
Abrió la pesada puerta y se adentró en la penumbra.
El presidente estaba sentado en una silla junto al escritorio. La luz que irrumpía por la ventanita se le reflejaba en la calva de la coronilla y tenía en una mano un pañuelo para secarse el ojo, que no dejaba de llorarle. Nadie sabía qué le pasaba, solo que el ojo no dejaba de llorarle. Algunos decían que era una herida de guerra, otros que era un castigo por su falta de entrega, y otros pensaban que le lloraba por todos los ciudadanos de los países que el socialismo aún no había conseguido liberar.
Tras el enorme escritorio del presidente había un hombre al que no supo reconocer. Llevaba un uniforme con mucho oro en las insignias que indicaban el rango. La observó con intensidad.
—Lidiya Aleksándrovna —dijo el presidente—. ¿Ama el socialismo?
Vaya pregunta.
—¡Sí, camarada presidente!
—¿Quiere ver triunfar el socialismo?
—¡Sí, camarada presidente!
—¿Qué debemos hacer para que triunfe el socialismo?
—¡Todo, camarada presidente!
—Lidiya Aleksándrovna, ¿quiere contribuir a la victoria final? ¿Quiere consagrar su vida a la más importante de las misiones? ¿Quiere participar en la salvación de la Tierra y de la clase trabajadora?
—¡Sí, camarada presidente!
—La he estado observando, ya lo sabe.
El presidente había hecho algo más que observarla, pero decidió no decir nada al respecto. Todo lo que contribuyera a la victoria final merecía ser soportado. Su sufrimiento no era nada comparado con el del campo de batalla, su cuerpo era una insignificancia en aquel contexto.
—Sí, camarada presidente.
Quizá debería haber protestado, haberse mostrado sumisa. Pero se contentó con ser concisa. No se debía interrumpir a los hombres poderosos con pensamientos personales.
—Es un ejemplo para todos sus camaradas pioneros. La disciplina, la perseverancia, la madurez ideológica de la que hace gala siendo tan joven. Es un modelo y una servidora excelente del socialismo y de la revolución mundial.
—Gracias, camarada presidente. Pero es lo que la Unión Soviética debe exigir de sus hijos e hijas.
—El camarada Bogrov está muy interesado en chicas jóvenes que destacan. Hay tareas de responsabilidad para ellas.
—Me han contado que habla sueco —dijo Bogrov inclinándose hacia delante, como si esperara ansiosamente la respuesta.
—Como todos aquí —dijo Lidiya Aleksándrovna. En Svenskby, el pueblo sueco, todos eran descendientes de emigrantes del país nórdico y habían conservado la lengua. Las autoridades soviéticas no lo veían con buenos ojos, pero habían sido benevolentes y lo habían dejado pasar.
—Pero no todo el mundo tiene sus convicciones —dijo Bogrov—. Y tengo entendido que está sola en el mundo.
—Mi madre falleció sirviendo a la patria y mi padre murió como consecuencia de su traición a la Unión Soviética y a su pueblo.
—Qué desgracia —dijo Bogrov—. Pero todas las desgracias se pueden transformar en algo bueno. ¿Qué opina de su padre?
—Lamento que traicionara a mi patria, pero a un niño no se le juzga por las acciones de sus padres. Al igual que la Unión Soviética libre se rebeló contra la opresión de las ruinas de la Rusia zarista, yo me rebelaré contra las ruinas de la derrota de mi padre y contribuiré a construir una nueva sociedad. A mi madre, en cambio, la echo de menos a veces.
Bogrov se dirigió al presidente Yurchenko.
—Hizo bien en convencerme de que viniera.
El presidente se secó el ojo, a pesar de que justo en ese momento no tenía lágrimas.
Bogrov hojeó un montón de papeles que tenía delante. El presidente sacó una caja de papirosas, pero la volvió a guardar por la mirada que le lanzó el visitante.
—Lidiya Aleksándrovna, ¿quiere consagrar su vida a la idea del socialismo y su potencial? —dijo Bogrov mirando a la chica a los ojos.
—¡Sí, camarada coronel!
La chica había reconocido su rango, pensó el visitante.
—¿Está preparada para dejarlo todo y comenzar una nueva vida? ¿Una en la que anteponga la causa del socialismo y de la Unión Soviética al resto?
—¡Sí, camarada coronel!
—¿Está preparada para dejar a sus camaradas aquí en Ucrania y empezar de cero en otro país?
—¡Sí, camarada coronel!
—¿Promete hacer todo lo posible por cumplir cualquier cometido que la patria te ordene?
—¡Sí, camarada!
—¿Cuánto tiempo necesita para preparar la maleta y despedirse de sus amigos?
—Nada. El sentimentalismo es una señal de debilidad y no debe frenar el progreso de la lucha.
—Lidiya Aleksándrovna, ahora se llama Agneta Öman. Ha nacido y se ha criado en Suecia. Quedó huérfana a una edad muy temprana. Le enseñaremos su historia para que sea lo que cuente cuando la despertemos en medio de la noche, para que sea lo que grite si el enemigo intenta sonsacarle la verdad con métodos físicos. Piense solo en sueco. Su antiguo yo ya no existe. Es Agneta Öman. Y su lealtad por la paz mundial, la victoria final de la clase trabajadora y la causa soviética es absoluta. ¿Lo ha entendido?
—¡Sí, camarada coronel!