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AÚN CON LAS palabras de Kozlov resonándole en la cabeza, Sara atravesó el extenso complejo policial de Kungsholmen.

Agneta una ilegal.

Una ciudadana soviética que había vivido en Suecia con una identidad falsa.

No pudo evitar compararlo con su propia vida cuando sus hijos eran más pequeños. Cómo les había mentido sobre lo que hacía en el trabajo para no asustarlos.

Para protegerlos del mundo asqueroso con el que se encontraba cada día.

¿Habría podido ser espía ella también? ¿Una ilegal? ¿Habría conseguido apagar su verdadero yo por completo para vivir como otra persona?

Mentirles a sus hijos no le había resultado complicado. ¿Habría sido capaz de convivir con gente que no tenía ni idea de quién era?

De no poder decirles a sus hijos su nombre real, de no poder contarles historias de su infancia, solo reproducir recuerdos inventados. O detalles de la niñez de una persona desconocida.

Curiosamente, solo pensaba en los niños. Simular ante su marido no le resultaba tan raro. De todos modos, era algo que se hacía mucho, sobre todo al principio de una relación. Los problemas llegaban cuando dejabas de fingir, cuando querías que te vieran como realmente eres.

Como tantas otras mujeres, Agneta se había adaptado completamente a los intereses y al estilo de vida de su marido. Pero con un propósito concreto, para conseguir algo. Algo que le solicitaban hombres perversos.

Sara entró en el vestuario, se puso la ropa de trabajo, que era mucho más resistente, y se colocó el equipo. Pistola, esposas, porra extensible, espray de pimienta, guantes, una radio muy práctica y una linterna diminuta, pero con un haz de luz potente. A veces les resultaba muy útil deslumbrar a los puteros cuando los pillaban in fraganti; generaba más confusión y reducía su capacidad para reaccionar. Había menos que trataban de huir o resistirse con violencia.

All the animals come out at night.

Sara levantó la mirada y vio a David, que acababa de entrar.

Whores, skunk pussies, buggers, queens, fairies, dopers, junkies —prosiguió. Sara no tenía muy claro que Taxi Driver fuera una fuente de inspiración adecuada para su trabajo, pero se alegraba de que su colega pareciera querer olvidarse de la discusión que habían tenido.

Cuando bajaron al garaje, Sara se sentó al volante. Tal vez le resultara agradable conducir. Intentar pensar en otra cosa.

Y partieron en dirección a la calle más infame del país.

La parte de Suecia que más similitudes compartía con Taxi Driver, sin duda.

—No se ve mucha acción todavía —dijo David mientras Sara miraba a su alrededor.

No era muy tarde, la clara noche veraniega le daba un aspecto muy distinto al de una noche negra de noviembre a aquella calle consagrada a la prostitución. Pero de alguna forma resultaba más lamentable así. Que tanta mugre y tanta brutalidad acontecieran incluso en la bonita Suecia estival. La Suecia que todos habían crecido pensando que era el paraíso.

Las noches claras, mágicas. Las brisas cálidas. Los suecos que se volvían animados y alegres de pronto. Todas las fiestas y las celebraciones, todos los encuentros con gente nueva, todas las terrazas. De repente todo el mundo era abierto, feliz y guapo.

Incluso por esa calle tan tristemente célebre pasaban jóvenes inocentes que habían trasnochado yendo o volviendo de los pubs. O quizá tenían la vista puesta en el ayuntamiento, para darse un baño nocturno en una ciudad desierta y silenciosa. El solo hecho de caminar por Estocolmo en una noche de verano ya era una experiencia prácticamente sobrenatural, pensaba Sara. Siempre y cuando no fueras justo allí.

—No solo era un espía —dijo Sara sin avisar—. También era un delincuente sexual. Se grababa violando a chicas. Y grabó a un montón de hombres violándolas. Para chantajearlos.

—Joder —dijo David—. ¿Tío Stellan?

—La verdad es que se lo merece —contestó Sara—. Que lo mataran de un disparo, quiero decir.

David observó a Sara sin saber qué decir.

—Era exactamente igual que los puteros que vemos todos los días. Aunque peor. Estaba enfermo. ¿Cómo acabas así?

—A mí no me preguntes.

—Y tenía dos hijas de la misma edad que las chicas que violaba.

—Nunca he entendido cómo son capaces de hacerlo. Violan, abusan, humillan. Y luego a casa con la familia.

—Imagina ser su hija.

—¿Ellas lo saben? —dijo David.

—Sí.

—Qué pena que haya muerto —dijo él—. Habría estado de puta madre detener a alguien así.

—¿A un famoso?

—A un viejo asqueroso que creía que podía salirse con la suya siempre.

Se quedaron en silencio, sentados. Observando a las tres chicas que podían ver allí de pie esperando a clientes. Jessica, Irina, Sahara. Nombres inventados, claro.

Cuando salían al principio de la noche, ¿pensaban en que quizá nunca volverían a casa? Por suerte, los asesinatos de prostitutas no eran muy frecuentes en Suecia, pero sí que ocurrían.

Y nadie sabía cuántas habían desaparecido sin que nunca llegaran a buscarlas.

¿Qué se sentiría al ser alguien que no le importaba a nadie?

—Tenemos a uno a punto de picar —dijo David.

Sara le siguió la mirada y vio a un hombre alto y corpulento con una gorra de beisbol hablando con Jessica, la chica negra. ¿Un poco de cháchara antes de decidirse? Comportamiento extraño. Pero Sara estaba segura. Los puteros cambiaban la postura corporal cuando empezaban la negociación. O cuando preguntaban por el precio, más bien. Había quien trataba de regatear o conseguir un poco más por el mismo dinero, pero eran pocos.

El putero de la gorra de beisbol asintió para sí mientras Jessica le respondía.

—¿Sirve de algo? —dijo Sara mientras seguía la conversación a la entrada de la estación de metro.

—¿Que estén de cháchara? —dijo David.

—Lo que hacemos. ¿Sirve de algo? Es que no se acaba nunca. Todo el tiempo aparecen caras nuevas. Las víctimas de la trata no hacen más que aumentar.

—Piensa en cómo sería si no hiciéramos nada.

Una diferencia imperceptible, pensó Sara para sí.

—Empieza el show —dijo David. Sara pudo ver que Jessica y el hombre empezaban a caminar en dirección a la iglesia de San Juan.

David se bajó del coche, se estiró y luego comenzó a seguirlos manteniendo la distancia.

Sara abrió la puerta, pero antes de que le diera tiempo a salir, le sonó el móvil.

Debería haberse apresurado a seguir a su colega, pero decidió quedarse en el coche para contestar. Como si presintiera que se trataba de algo importante.

Era Hall.

Su intendente.

En medio de la noche.

Sara le silbó a David y le hizo un gesto para que esperara.

—Nowak.

—Tom Hall. Yo, eh… Ha llegado a mi conocimiento que te has involucrado en una investigación de asesinato por iniciativa propia. Porque conocías a la víctima.

Maldita Lindblad. Siempre conseguía que el vago de Hall hiciera lo que ella quería, a pesar de que el jefe era él.

—Me he involucrado en… —dijo Sara—. En mi tiempo libre he tenido acceso a información que podía ser relevante y se la he facilitado a la investigación. Anna Torhall, que trabaja en el caso, es una vieja amiga y fuimos compañeras en la Academia de Policía.

—Pero tenías información importante sobre una persona a la que estamos buscando y contactaste con los servicios de inteligencia alemanes, no con los nuestros o con tu amiga la de la investigación.

—Yo… —empezó a decir Sara.

—Eso ya está bastante mal, pero es que además me han informado de que has entrado en casa de un particular y que encima has hostigado a las hijas de Stellan Broman enseñándoles unos vídeos escandalosos de naturaleza sexual en los que aparecía su difunto padre. ¿Es cierto?

Estaba claro que Lotta había resuelto vengarse.

—No forcé la entrada, han archivado la denuncia. Y no he hostigado a Lotta y Malin. Era relevante para la investigación…

—Una investigación a la que no perteneces. Y vídeos que has obtenido de una forma dudosa, probablemente delictiva. Esto es inexcusable.

—Siento que se lo hayan tomado mal. Mis intenciones eran buenas.

—Entiendes que no me queda otra opción, ¿verdad?

Sara no respondió. ¿De verdad lo iba a hacer?

—Estás suspendida con efecto inmediato.

—Estamos en la calle. Hago falta aquí. Estamos a punto de atrapar a un putero.

—Déjaselo a tu colega y vuelve a casa. Ahora mismo. Estás suspendida. Y puede que te despidan si la investigación demuestra que has cometido lo que figura en la denuncia. Deja el arma y la placa.

—¿Ahora?

—No. —Hall dio un suspiro—. Ahora está cerrado. Mañana a primera hora.

—Pero entonces puedo terminar el turno.

—No. Vete a casa. Y si te niegas a acatar la suspensión, entonces serás despedida sin investigación. ¿Te ha quedado claro?

Sara estaba asimilando toda la información.

—¿Te ha quedado claro? —repitió Hall.

—Sí.