7

 

 

 

 

 

—¡ESTO NO PUEDE ser verdad!

Menos de media hora después de que la llamaran, Lotta entró de golpe en la cocina.

—Policías por todas partes. En casa de papá y mamá.

Seguía su estela una joven delgada con un marcado prognatismo y de aire pesaroso. Iba cargada con dos bolsos y un maletín para el portátil, por lo que seguramente se tratara de una ambiciosa asistente a la que Lotta exigía demasiado.

—Sara —dijo Lotta dándole un abrazo rápido antes de darle otro a Malin. Después le estrechó la mano a Anna.

—Lotta Broman.

—Anna Torhall. Inspectora de la Policía Judicial.

Sara examinó a su amiga de la infancia y comprobó que le habían salido algunas canas desde la última vez que se vieron. Lotta no se teñiría el pelo nunca. Y seguro que estaba orgullosa de las pocas arrugas que tenía. Demostraban que era seria. Una mujer profesional. La directora general de la Agencia Sueca Internacional de Cooperación al Desarrollo, con muchos años por delante para avanzar en su trayectoria profesional.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Lotta dirigiéndose a Sara—. ¿Cómo es posible? ¿Es cierto? ¿Dónde está?

Miró a su alrededor como si su padre fuera a aparecer en la cocina, quizá sonriendo avergonzado porque todos estaban allí por él.

—Siéntate —dijo Sara mientras Anna se mantenía en segundo plano. Se había apoyado en el borde de la encimera y prestaba atención. A Agneta nunca le había gustado que pusieran el trasero en la encimera, pensó Sara.

—¿Café? —preguntó la formal asistente.

—Sí, para todas —dijo Lotta—. Está en ese armario.

—Creo que no deberíamos tocar nada —opinó Malin.

Lotta miró a Sara.

—Por un poco de café no pasará nada —contestó después de confirmarlo con Anna, y la asistente se dio la vuelta.

—Vale —dijo Lotta—. Cuéntame.

—Le han disparado a vuestro padre —respondió Anna al tiempo que se colocaba en el centro de la habitación. Aguardó un segundo antes de continuar—: En el salón. No sabemos quién ni por qué. Y Agneta ha desaparecido. La estamos buscando, y creemos que huyó al oír el disparo y que ahora está escondida en algún lugar.

—Pero ¿dónde?

—No lo sabemos.

—¡Tenéis que encontrarla! —Malin se levantó de un salto, como si quisiera salir corriendo, pero sin saber adónde—. ¡Ya han pasado varias horas!

—Han movilizado patrullas policiales para examinar la zona —dijo Sara como poniendo al día a Lotta—. Le están preguntando a la gente y están buscando pistas.

—Sara —dijo esta—. Se trata de nuestra madre.

—Entiendo que asimilarlo es muy difícil, pero saben lo que hay que hacer. Confía en ellos.

—¿Ellos? ¿Tú no estás trabajando en esto?

—No. Estoy aquí exclusivamente como amiga de la familia.

Se quedaron en silencio unos instantes, como si necesitaran digerir lo que les acababa de contar.

—¿Le han disparado? —preguntó Lotta.

—Me temo que sí. Es del todo incomprensible.

—¿Sigue ahí dentro? —continuó señalando al salón.

—No. Acaban de llevarlo al forense.

—¿Lo van a abrir?

—¿Que si le van a hacer una autopsia? Sí, por supuesto.

Lógicamente, era muy difícil hacerse a la idea de que tu padre no solo había muerto, sino que además le habían disparado, pensó Sara. Y que después lo iban a cortar en pedazos en una mesa metálica unos extraños que le sacarían las entrañas para observarlas, pesarlas y medirlas. Tu padre desmontado. Y tan solo unas horas después de haberlo visto y que todo estuviera como siempre.

—Tengo que preguntarlo, aunque suene extraño —dijo Anna—. ¿A Stellan lo habían amenazado?

—¿Amenazado? No, claro que no. —Lotta no pudo contener una carcajada.

—¿Se había peleado con alguien? ¿O había discutido? ¿Igual le habían enviado correos desagradables? ¿Lo había amenazado alguien? —Las hermanas iban negando con la cabeza después de cada pregunta. Anna continuó—: ¿Le pitó alguien mientras conducía? ¿Podría haber conducido de una forma que irritara a alguien?

—¿Le habrían disparado por conducir mal?

—No os hacéis una idea de la cantidad de gente perturbada que hay por ahí. Con un colocón como un demonio, hasta las cejas de adrenalina, atiborrados de anabolizantes. Basta con que les pites o los adelantes. Road rage, mucho más frecuente de lo que nos imaginamos.

—Eso no hay forma de saberlo —dijo Lotta—. Aunque él no conducía de forma agresiva ni lento como un viejo chocho. De hecho, no conducía casi nunca. No ha podido irritar a nadie.

—¿Ha recibido alguna carta extraña? ¿«Regalos» en las escaleras de la entrada o en el jardín? Hoy en día la mayoría de los famosos tienen algún stalker, algún acosador obsesionado con ellos; en realidad no es un fenómeno muy reciente.

—Pero si han pasado treinta años desde la última vez que mi padre salió en la tele. ¿Por qué un acosador loco iba a esperar hasta ahora?

—Tal vez estuviera en la cárcel. O en una institución mental.

—Nunca ha recibido de la gente nada que no fuera cariño. No le ha llegado una mala palabra.

—Bueno, ¿y cuando intentaron prenderle fuego al cobertizo? —dijo Malin—. ¿Podría haber sido un acosador?

—Vaya manera tan extraña de demostrar cariño —comentó Sara.

—¿Cómo? ¿Que alguien intentó quemar el cobertizo? —preguntó Anna.

—En los ochenta —dijo Lotta—. Difícilmente se trate de la misma persona después de treinta y cinco años.

—Solían mandarle cartas, flores y cosas así —comentó Malin—. Con el programa de Allsång recibimos montones de correos y de regalos tanto para los invitados como para Sanna, la presentadora. Cosas muy raras. Pero también muy monas, claro.

—Podrían haberse equivocado de persona —dijo Anna—. Ha ocurrido bastantes veces en Suecia. Cuando alguien con el mismo nombre le debe dinero a gente peligrosa.

—Pero en ese caso se habrían dado cuenta al ver a mi padre, ¿no?

—Le dispararon por detrás —dijo Sara, que se arrepintió enseguida de haber sido tan torpe como para entrar en detalles sobre la muerte de Stellan.

—Un error. —Malin negó con la cabeza—. Qué espanto.

—Qué imagen más desagradable —dijo Lotta.

—Estamos yendo puerta por puerta, peinando toda la zona. Tanto para encontrar a Agneta como para recopilar información sobre el asesinato. A menudo los crímenes violentos se resuelven simplemente gracias a que alguien vio algo por casualidad. Un coche aparcado en un sitio raro. Una persona que tira la chaqueta a algún lado. O que pierde su móvil.

—Pero eso no cambia el hecho de que nuestro padre está muerto.

—No.

Las tres amigas de la infancia se quedaron calladas en la cocina de la familia Broman como tantas otras veces. Pero con un motivo completamente diferente para ese silencio compartido.

—Antes he salido al muelle —dijo Sara sonriendo un poco—. Llevaba sin ir allí desde primaria. ¿Os acordáis cuando tirábamos bocadillos al agua?

—Sí, qué bien lo pasábamos —dijo Malin.

—No —respondió Lotta—. No me acuerdo.

Sin mediar palabra, la lúgubre asistente de Lotta puso en la mesa el café y un cartón de leche, y sin preguntar sirvió leche en la taza de su jefa, pero dejó que las demás se la echaran si querían. Sara dio unos sorbos al café solo caliente. El símbolo de que las tres ya eran adultas: nada de leche con chocolate.

—¿Has mirado en la casita de invitados? —le preguntó Lotta a Sara.

—No. No me ha dado tiempo.

Lotta se quedó mirando un momento a su antigua amiga antes de dirigirse a Anna.

—¿No tenéis ni una sola pista sobre mi madre? —le preguntó.

—Aún no. Pero la tendremos —respondió Anna.

—Vamos a encontrarla —dijo Sara.

—Lo siento, pero necesito haceros algunas preguntas más. —Anna se volvió hacia Lotta—. Cuantas más cosas tengamos con las que trabajar, mejor.

—Dime.

—¿Habéis notado algo raro o diferente cuando habéis estado aquí? En el ánimo, cualquier cosa que hayan dicho, un objeto nuevo o alguno que hayan cambiado de sitio. Lo que sea.

—No.

—Todo estaba exactamente igual que siempre.

—¿No hubo otra visita o llamada de teléfono?

—Ah, sí. Llamaron —dijo Malin—. Justo cuando nos íbamos.

—¿Llamaron? —preguntó Lotta—. No me enteré.

—No, ya te habías metido en el coche. Fue cuando le estaba diciendo adiós a mamá.

—¿Y entonces llamaron? —dijo Anna.

—Sí, mi madre entró para responder mientras nos íbamos.

—¿Agneta fue la que descolgó? ¿No Stellan?

—Dijo que iba a responder ella. —Malin no pudo evitar sonreír—. Todavía tienen un fijo.

—Pero ¿no sabes quién era ni de qué hablaron?

—No, si es que nos estábamos yendo.

—Podría tratarse de un ladrón que llamó para ver si había gente en la casa —dijo Anna.

—Pero entonces no habrían entrado a robar, ¿no? —preguntó Malin—. Si mi madre descolgó…

—O la persona que llamó quería asegurarse de que estaban en casa —dijo Sara.

Lo que implicaban aquellas palabras se quedó flotando en el ambiente antes de que nadie volviera a decir nada. Lotta parecía pensativa.

—Vamos a repasar el listado de llamadas —dijo Anna en un intento de tranquilizar a las hermanas.

—¿Suele llamar mucha gente aquí? —preguntó Sara.

—No, casi nunca. Ya solo quedan con CM, que vive justo al lado, y mi madre tiene su móvil. No sé por qué mantienen el fijo.

—¿Y sabemos que ella no está en casa de CM? —dijo Sara.

—Ya les hemos preguntado a todos los vecinos —respondió Anna.

—Orden al esclavo: encuentra a mamá —dijo Lotta dirigiéndole una sonrisa mordaz a Sara.

—Orden al esclavo.

Se había olvidado por completo de aquel juego y se dio cuenta de que oír aquello le afectó mucho.

¿Por qué?

¿Por un juego de antaño?

No cabía duda de que Lotta lo había dicho como una referencia amistosa a la infancia, pero Sara se sintió muy incómoda al recordarlo. Cuando echó la vista atrás, comprendió que el juego solo consistía en que ella obedecía a las hermanas y se veía obligada a llevar a cabo un montón de tareas humillantes. La inocente infancia abarcaba mucho más que sol y baños. Algunos recuerdos eran más oscuros que otros.

Anna recibió una llamada y después de colgar se dirigió a Sara:

—Nos vamos a centrar en una banda que se encuentra detrás de una ola de robos en este barrio. Apuñalaron a un hombre mayor en su propia casa cuando los sorprendió.

—¿Lo apuñalaron? ¿No le dispararon? —dijo Sara.

—Son ladrones que han recurrido a la violencia cuando los han sorprendido, en el mismo barrio. Creo que podríamos considerar el asesinato de vuestro padre como resuelto —les dijo Anna a las hermanas.

—¿Y mi madre? —dijo Malin.

—La encontraremos pronto.

—¿Entonces pueden…? —le preguntó Sara a Anna, que asintió.

Se dirigió a sus amigas de la infancia:

—Escuchadme. Id a casa con vuestras familias. Procurad calmaros. Os llamarán si tienen más preguntas.

—Y cuando localicemos a vuestra madre —dijo Anna.

Sara les dio un abrazo a las hermanas y después Anna las acompañó al exterior.

Sara contempló la cocina en la que cada detalle, cada azulejo, cada bote de especias, era un recordatorio de su infancia. No pudo evitar echarle un vistazo al interior de los armarios. No había cambiado nada.

Le parecía como si hubiera viajado en el tiempo y pronto fuera a encontrarse con todos los habitantes de la casa con el mismo aspecto que tenían cuando se despidió hacía más de treinta años. De haber sido así, ¿qué habría hecho? ¿Los habría avisado o se habría limitado a hacerse pasar por una niña para librarse de pensar en todo lo que tenía en la cabeza esos días?

Sara alejó aquellos pensamientos. En realidad, ese anhelo por regresar al pasado implicaba que sus hijos y su familia desaparecieran. Toda su vida adulta y todas las experiencias que había acumulado a lo largo de la vida. Y no quería prescindir de ellos.

Ya era hora de volver a su vida. A su familia y a su presente.

Aunque con una nueva perspectiva de la existencia.

Siendo consciente de que en cualquier momento podría ocurrir cualquier cosa.

Sara volvió a mirar a su alrededor una última vez y sintió un leve escalofrío.

Anna le habría dicho que había notado la presencia de Stellan, pero ella sabía que no era así.

Si algo notaba era la ausencia de Stellan.