Con 84.000 habitantes, El Ejido es la capital del poniente almeriense, un mar de plástico al que los cultivos de invernadero y la mano de obra barata de la inmigración convirtieron en El Dorado del sureste peninsular. La fiebre del nuevo rico llegó a su cénit en la primera década de este siglo: su alcalde Juan Enciso rompía con el PP y revalidaba mayoría absoluta con un partido a su medida, los Rolling Stones daban allí uno de los cuatro conciertos de su gira por España y el equipo local de fútbol jugaba en la segunda división nacional. Luego vendría la resaca: Enciso acabaría procesado por corrupción, el club Poli Ejido se disolvió ahogado por las deudas y la Torre Laguna, proyectada como el rascacielos más alto de Andalucía, se quedó en un cascarón con 27 plantas vacías.
En diciembre de 2018, el día de las elecciones andaluzas, un vídeo se hace viral entre los seguidores de Abascal: un cuarentón con poco pelo y buen humor hace trizas su carné del PP en medio del colegio electoral e introduce la papeleta de Vox en la urna. Su nombre es Juan José Bonilla, y se ha grabado a sí mismo votando en El Ejido, donde el inesperado éxito del nuevo partido toma dimensiones épicas: con el 29,9 % de los votos, se convierte en la primera fuerza política de la ciudad.
Ante la nueva y prometedora etapa, a la dirección de Vox ya no le sirven los esforzados voluntarios que en sus días libres pateaban los pueblos repartiendo folletos de Vox y chapas pagadas de su bolsillo. Para el ciclo electoral que se avecina —elecciones generales, europeas, autonómicas y locales— hace falta una pléyade de candidatos con capacidad oratoria y formación universitaria. Bonilla tiene el perfil que está buscando: abogado con vocación política, había militado durante dieciséis años en el PP e incluso montó su propia lista electoral, el Partido Hortofrutícola Andaluz (PHAN), con el que cosechó un paupérrimo resultado (823 votos) en las autonómicas andaluzas de 2012. Pese a este revés, sabía de qué iba el negocio y conocía de primera mano los problemas de los agricultores locales. Su padre era un inmigrante interior, como muchos vecinos de El Ejido, que había llegado en los años setenta desde la Alpujarra granadina buscando ganarse el sustento (lo que hizo con tal éxito que pudo enviar a su hijo mayor a estudiar Derecho a Granada).
Era enero de 2000. Juanjo tenía veintidós años y pasaba el fin de semana en la casa familiar. A primera hora de la mañana, camino del invernadero, su padre se tropezó con un agricultor al que un inmigrante acababa de acuchillar porque le había recriminado que apedrease a un perro. Intentó auxiliarlo, pero el agresor se volvió contra él y lo degolló. Juanjo acudió alarmado por el ulular de las sirenas de coches de policía y ambulancias. Sobresaliendo bajo la manta térmica que cubría uno de los cadáveres reconoció las deportivas negras de su padre. Pocos días después, un tercer asesinato, el de una joven de veintiséis años, desató los sucesos de El Ejido, en los que una turba armada de palos y barras de hierro se lanzó a la «caza del moro», destrozando comercios y viviendas. Los disturbios se saldaron con 22 heridos. 1
Bonilla asegura que no se enroló en las filas de Vox buscando venganza por la muerte de su padre. Sin embargo, en vísperas de las municipales de mayo de 2019 (en las que fue candidato a la alcaldía) advertía: «Si ocurriera algo similar, la gente volvería a echarse a la calle. Estamos cansados de la inmigración ilegal, de la inseguridad ciudadana y de que no se haga nada por parte de las autoridades. Ojalá no se prenda una mecha, pero esto es un polvorín». 2
Cinco años antes, en mayo de 2014 (fecha de las elecciones europeas en las que Vox no consiguió escaño), solo el 4,3 % de los españoles incluía la inmigración entre los tres principales problemas del país y un minúsculo 0,6 % la consideraba el principal. A Cataluña ni se la citaba y los nacionalismos, en genérico, apenas eran la mayor preocupación del 0,3 % de los encuestados. 3 En cambio, en diciembre de 2018, cuando Vox dio el pelotazo en las elecciones andaluzas, el 12,5 % de los encuestados por el CIS citaba la inmigración entre los tres principales problemas de España y el 3,1 % la destacaba como el principal, el mismo porcentaje que mencionaba la independencia de Cataluña. 4
El Ejido no existiría si no fuera por la inmigración. El verdadero oro negro que ha convertido en un vergel lo que antes era un erial no son los plásticos ni las horas de sol ni el riego por goteo, sino las manos blancas o negras que recogen cada año 1.000 millones de kilos de tomates (y otros tantos de pimientos) en la provincia. Pero se ha llegado al límite. En el municipio hay 26.200 extranjeros empadronados (el 30 % de la población) y más de la mitad (16.500) son magrebíes. Su llegada se ha frenado en los últimos años; ya no llegan en oleadas, sino solos o en grupos reducidos, y la mayoría viene de paso hacia otro destino español o europeo. La expansión de los invernaderos ha tocado techo (14.000 hectáreas en el término municipal) y no hay tierra ni agua para más. Los inmigrantes ya no son bienvenidos.
Pese a que la percepción social ha cambiado, los datos del Ministerio del Interior no avalan la advertencia alarmista de Bonilla. El índice de criminalidad en El Ejido en 2019 fue de 41,2 delitos por 100.000 habitantes, 3,3 puntos por encima de la media provincial (37,9), pero 5,5 puntos por debajo de la nacional (46,7). Si nos fijamos en los delitos que mayor alarma social causan, el municipio está por encima de la media nacional en los actos contra la libertad sexual (0,40 frente a 0,32) y tráfico de drogas (0,73 frente a 0,34), pero por debajo en robos con violencia e intimidación (0,89 frente a 1,40). Es cierto que su índice de criminalidad resulta relativamente alto (3,3 puntos superior) en relación con la media provincial, pero no si se compara con las otras dos ciudades de Almería con más de 50.000 habitantes: está 1,1 puntos por encima de la capital (40,1) y 13,5 puntos por debajo de Roquetas de Mar (54,7). 5
Lo cierto es que el miedo no entiende de estadísticas. Muchos vecinos de origen peninsular se han mudado a Almerimar, una urbanización turística reconvertida en barrio residencial, mientras algunas calles del centro se han llenado de comercios con rótulos en árabe y pisos con carteles de «se vende» en español. La devaluación del precio de las viviendas en barrios con fuerte presencia magrebí, el colapso de las urgencias hospitalarias o el hecho de que los inmigrantes acaparen las ayudas sociales (no por ser foráneos, sino por ser más pobres que la población española) ha levantado un muro de recelo hacia los nuevos vecinos... o ya no tan nuevos.
En Almerimar, donde apenas se ven más inmigrantes que las empleadas domésticas y los camareros, Vox obtiene más del 40 % de los votos, mientras que en el casco urbano de El Ejido, donde conviven mezclados nativos y foráneos, el PSOE es el partido más votado. La socióloga Beatriz Acha habla del «efecto halo»: el temor de quienes tienen a los extranjeros lo bastante cerca para sentirlos como una amenaza, pero no lo suficiente como para pasar de los prejuicios al conocimiento personal. 6 El mayor peligro es la creación de guetos, comunidades cerradas y aisladas del entorno en un apartheid forzado por las condiciones socioeconómicas. El concejal socialista de El Ejido José Miguel Alarcón reconoce que durante demasiado tiempo no se hizo prácticamente nada para promover su integración y el problema se ha ido agravando. Un ejemplo es la barriada de Las Norias, a siete kilómetros del centro, donde nació Manolo Escobar: el 60 % de sus vecinos son inmigrantes. 7
Eso no significa que la trayectoria de Vox en la ciudad haya sido un camino de rosas. En junio de 2019, nada más formarse el Ayuntamiento (en el que Bonilla presidía el segundo grupo más numeroso, con 7 de los 25 concejales), estuvo a punto de expulsar a su cabeza de lista por negarse a acatar la orden de elegir como diputado provincial a otro concejal de su partido en la localidad de Adra. Tras un durísimo comunicado en el que Vox le acusó de «anteponer su ambición personal» y utilizar la política como «plataforma para satisfacer sus intereses personales», la dirección nacional acabó templando gaitas, a la vista de que todos los concejales del grupo municipal cerraban filas con él. Finalmente, Bonilla renunció a ser diputado provincial pero, a cambio, se convirtió en uno de los hombres fuertes de la gestora que sustituyó al Comité Ejecutivo Provincial (CEP), disuelto desde Madrid. 8
Algunos militantes veteranos de Vox en El Ejido no aplaudieron el desembarco de Bonilla. Entre otros, Francisco Palenzuela. Un tribunal lo condenó a quince años de cárcel porque, en diciembre de 1997, él y un socio secuestraron a dos jóvenes magrebíes a los que creían culpables de ocho robos en su almacén de piensos y los llevaron a un descampado, donde los molieron a palos con bates de béisbol y los dejaron malheridos. Cuando se celebró el juicio, Palenzuela se sorprendió al ver que el pasante del abogado de oficio que defendía a los magrebíes era el hijo del agricultor degollado por un inmigrante. «Tú no puedes acusarme», le espetó indignado. «Yo estoy haciendo mi trabajo», le respondió el joven Bonilla. Años después, cuando se presentó como candidato de Vox a la alcaldía de El Ejido, aparecieron pasquines en el municipio que lo acusaban de haberse lucrado legalizando inmigrantes irregulares en su despacho de abogado. Los discursos son blancos o negros, pero las personas tienen grises.