En el ecuador del Método BRAVO se encuentra la A de autenticidad, de atención, de aplomo, de arrobar (como sinónimo de embelesar; nada que ver con las menciones de Twitter o Instagram). A de apariencia y, sobre todo, A de Autoridad.
Voy a contarte cómo crear y proyectar:
En la antigua Grecia, si alguien mostraba entusiasmo, se consideraba que un dios había tomado posesión de su cuerpo y se servía de su persona para manifestarse.
La palabra entusiasmo viene del griego enthousiasmós, que significa «inspiración» o «posesión divina». Es decir, que lleva un dios dentro. Si se mostraban entusiasmados, merecían el respeto, la dignidad y la admiración de todo el mundo porque en verdad creían que un dios hablaba a través de ellos. En ese estado, ofreciendo las razones oportunas, toda persona tenía la Autoridad de expresar su parecer al respecto de cualquier temática.
Una cosa es la potestad y otra es la autoridad. En la fundación de Roma podemos encontrar el origen de la diferencia entre autoritas y potestas («autoridad» y «potestad»), de las que resulta preferible la primera sobre la segunda. Quien goza de autoridad en stricto sensu es quien goza del reconocimiento social de sus semejantes y está legitimado por su conocimiento o por sus habilidades personales que le llevan a tener una vida ejemplar. En contraposición se encuentra la potestas, que no es otra cosa que el poder que emana del cargo y que está directamente relacionado con la fuerza y la coerción, con la imposición basada en el temor al castigo.
La Autoridad, como el liderazgo, tiene un componente importante de fenómeno relacional, es decir, que no puedes imponerla: debe ser concedida por parte de la audiencia. Lo que debes hacer es aprovechar la oportunidad para demostrarla, teniendo en cuenta que, en todo caso, será la audiencia quien la otorgue.
Seguro que has oído hablar de coaching. Como quizás sepas, es la disciplina que reúne un conjunto de herramientas para acompañar a una persona, o a un grupo de ellas, que desean cumplir un sueño o lograr un objetivo. Algunos coaches (no todos) emplean magistralmente el apasionante método mayeútico (también conocido como socrático) para que el cliente llegue a sus propias conclusiones a través de la formulación de preguntas poderosas y como consecuencia ejecute determinadas acciones que le acerquen a extraordinarios resultados.
El uso del coaching de alto nivel, por ejemplo, consiguió que Robert Downey Jr. encontrase en las preguntas punzantes el camino para dejar atrás su alcoholismo y con ello transformarse en un auténtico ave fénix metalizado al interpretar al genial Tony Stark/Iron Man en la factoría Marvel (y con ello de paso relanzar una carrera olvidada). Nelson Mandela tenía un coach. Andre Agassi y Donald Trump tienen un coach. Madonna, Oprah Winfrey y Rafael Nadal. Donna Karan, Julia Roberts y Kofi Annan… Pese a que muchos critican el coaching, recuerda que la herramienta es potente y sus resultados pueden ser espectaculares.
El coaching es el arte de las preguntas poderosas, sí, pero… ¿y tú? ¿Te atreves con una? A ver qué te parece esta…
¿Para qué deseas hablar en público? (Tratamos de preguntar pocos «por qué», solo producen «porquerías»; conducen a la justificación y a la excusa.) Así pues, ¿para qué deseas hablar en público? ¿Cuál es tu relación con la audiencia? ¿Qué te otorga el derecho para dirigirte a ellos? ¿Qué te confiere la Autoridad de hablar, específicamente, de esa temática?
Entiéndeme bien. Creo, profundamente, que todo el mundo merece la oportunidad de experimentar la sensación inigualable de hablar frente a una audiencia (con independencia de su tamaño); que todo el mundo puede, y debería, desarrollar sus habilidades para transmitir con eficacia sus pensamientos y emociones, a través de la palabra hablada. Considero que hay pocas cosas en la vida tan satisfactorias como disfrutar del acto vivo de comunicación que conlleva una exposición oral, ante un público determinado. Nada empodera más que hacer uso de tu derecho a transmitir tus pensamientos, tus ideas sobre una temática, tu criterio sobre un producto o servicio. Nada.
Creyendo todo esto, también tengo claro que, como oradores, tenemos la responsabilidad de cuestionarnos qué motivos nos hacen merecedores de ese derecho. Y que al plantearnos estas cuestiones estamos honrando el tiempo, la atención que van a dedicarnos las personas que nos escuchan y las consecuencias de nuestras palabras.
Por tanto: ¿con qué Autoridad vas a hablar sobre lo que vas a hablar?
La autoridad entendida como facultad o derecho para hablar sobre un tema viene determinada por tu conocimiento sobre el mismo, basado en el tiempo de estudio y/o la experiencia real que tengas sobre él. No estoy hablando solo de títulos colgados en la pared, que también. La autoridad, por ejemplo, para hablar de un asunto tan delicado como la nutrición la tienen los expertos en alimentación, lo cual no significa que no sea interesante escuchar el testimonio de lo que le ha funcionado a una persona que haya sido capaz de perder 20 kilos en un tiempo prudente. ¿Eso significa que yo puedo hablar de cómo curar una enfermedad sin ser médico? Es cuestionable. En todo caso tienes derecho a contar qué relación tienes con esa enfermedad, y exponer tu caso, si así lo desearas.
Estoy convencida de que tus aprendizajes y experiencias podrían hacerles mucho bien a otras personas. Pero, para resultar convincente, aun con tus credenciales bajo el brazo (tanto más si no las tuvieras), debes conocer cómo funciona el principio de autoridad.
Podrías no transmitir autoridad en absoluto sobre un asunto, aun estando facultado para hacerlo; o transmitir con más autoridad que un catedrático sin ser perito en la materia. ¿Cómo puede suceder esto? Precisamente porque la audiencia es capaz de percibir esa Autoridad a través de lo que dices. Y, sobre todo, de lo que no dices.
Autoridad, en el Método BRAVO, es sinónimo de credibilidad, y puede lograrse a través de dos vías distintas: el lenguaje verbal, es decir, las palabras que empleas para transmitirla; y el lenguaje no verbal, lo que dice tu cuerpo y tu voz al respecto de esas palabras. Dos vías que, si bien pueden convencer por separado, tienen un fortísimo efecto si actúan conjuntamente. Eso sí, vas a descubrir que una de ellas tiene más peso específico en lo que a la credibilidad se refiere: nadie creerá una sola palabra de tu boca si tu cuerpo y tu voz no la acompañan.
He seleccionado varios ejemplos delicados para hablar de Autoridad y de las historias que enmarcan este concepto.
Así fue en 2016 cuando Scarlett Johansson (Black Widow), Mark Ruffalow (Hulk), Robert Downey Jr. (Iron Man), James Franco, Cobie Smulders, Julianne Moore y otros actores realizaron la pieza en vídeo «Save the Day»35 para hacer campaña electoral contra Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Sabían el impacto que generarían en sus millones de seguidores y eran conocedores de la Autoridad de sus personajes en el cine como defensores de la paz y una vida mejor.
Con lo que no contaban era con que, apenas dos días después del lanzamiento de esa campaña viral,36 el equipo de Donald Trump lanzó un vídeo en respuesta con el mismo formato visual en el que veteranos de guerra reales eran los que defendían un mundo mejor, deslegitimando el impacto y la Autoridad del primer vídeo con una sola frase: «Nosotros somos reales». ¿Quién crees que tenía la Autoridad para poder hablar?
Uno de los personajes que más me fascinan en este aspecto es Eduard Punset (@epunset). Si le preguntas a cualquier persona de tu entorno cuál es su profesión, te responderá que es científico (o cualquier otra profesión derivada del estudio de la ciencia exacta). Sin embargo, si pocas personas saben que en realidad es jurista, prácticamente nadie recuerda que fue ministro del Gobierno de España en 1980. Si hoy hablase de política, las mayorías sociales lo criticarían y le dirían que se dedicase «a lo suyo», ya que la autoridad concedida se enmarca en su labor televisiva de divulgación científica.
Si Lance Armstrong (@LanceArmstrong) se hubiese retirado definitivamente del ciclismo en 2005, todavía podría vivir de dar conferencias contra el doping en el deporte, la lucha contra el cáncer y representar al típico héroe americano. Tras ganar siete Tours de Francia y un mundial, era socialmente un ejemplo de superación, lucha y determinación. Nadie quería atacar al icono pese a las denuncias de dopaje que empezaban a circular entre los periodistas. Así que cuando anunció su retirada todo el mundo eligió mirar hacia otro lado y defender la grandeza de Armstrong. Pero decidió volver a correr en 2008 e hizo insostenible su situación. Tras decenas de pruebas, acabó reconociendo los cargos en el programa de Oprah,37 y finalmente le fueron retirados todos sus títulos deportivos y le prohibieron participar en cualquier competición ciclista. Ahora nadie lo contrataría para dar una conferencia (ni siquiera de arrepentimiento) debido sobre todo a las declaraciones de 2015 en las que aseguraba que se volvería a dopar en cada carrera, alegando su lucha contra el cáncer: perdió para siempre la Autoridad que le unía al deporte.
También hay casos de personas que recuperan la Autoridad desde el arrepentimiento y Jordan Belfort (@wolfofwallst) es un ejemplo perfecto. Conocido mundialmente por ser el personaje que interpretó Leonardo DiCaprio en la película El lobo de Wall Street,38 fue acusado y declarado culpable por manipulación del mercado de valores, lavado de dinero y otros delitos relacionados con las altas finanzas. Es decir, que en el ámbito de la ética profesional no es precisamente un ejemplo… Y sin embargo, desde su salida de prisión se dedica a dar conferencias de esta temática por todo el mundo. ¿Cómo se ha ganado la Autoridad? Cumpliendo condena, pidiendo perdón y focalizando sus charlas en el aprendizaje de los errores que cometió en la década de 1990.
E. L. James (@E_L_James), la autora de Cincuenta sombras de Grey,39 reconoció los errores literarios de su novela argumentando que comenzó siendo un relato erótico basado en la saga «Crepúsculo»,40 lleno de imprecisiones, erratas y sin profundidad en los personajes. Eso no importa mucho ahora cuando sus conferencias sobre literatura (sí, has leído bien) se llenan en todo el mundo de personas que desean oír los consejos de la autora de uno de los libros más vendidos de los últimos tiempos. Autoridad otorgada por sus lectores y avalada por un abultado número de ventas. ¿Quién no querría escuchar cómo lo consiguió?
Mostrar Autoridad frente a tu audiencia significa que, aun profesándole respeto, tienes todo el derecho de ponerte delante del respetable para hablar, con poder, sobre tu temática. Bye, bye, miedo escénico. Hola Autoridad, seguridad y aplomo.
Te he ido contando detalles de algunos personajes conocidos y anécdotas de personas que jamás saldrán a la palestra. Por defecto o por exceso, tal vez te hayas visto proyectado en alguno de ellos. A mí me pasa constantemente. Me parece muy útil aprender del éxito de los demás, e imprescindible hacerlo de sus errores. Eso de que no se aprende en cabeza ajena… ¡es una chaladura! ¡Cuántos tropiezos me ha ahorrado un buen consejo!
Por ese motivo me gustaría desnudarme, metafóricamente hablando, y contarte lo que me sucedió cuando descubrí la importancia del principio de Autoridad.
Me gustaría explicarte cómo lograrla, al tiempo que me gano la mía. ¿Me das permiso?
«Siempre he confiado en la bondad de los desconocidos.» Me parezco muy poco a la protagonista de Un tranvía llamado deseo,41 la obra maestra de Tennessee Williams, pero esa frase podría haberla firmado yo.
Me gusta la gente. ¡De verdad! (Sobre todo, la gente que es de verdad.) Una charla interesante con cualquier persona me parece un regalo, no me molestan las multitudes, ni ser el centro de atención, y hacer amigos siempre me pareció sencillo (y francamente divertido). Teniendo esto tan claro, podría haber visualizado que acabaría donde hoy estoy, pero ni se me pasó por la cabeza.
Steve Jobs describe en una famosa charla (que analizaré más adelante en detalle) la idea de que los hitos del pasado al principio parecen inconexos y, con el tiempo, si vas uniendo los puntos, puedes visualizar un dibujo que da sentido a los giros anteriores. A cada uno de ellos.
Hoy puedo decirte que tiene lógica que estudiara humanidades, que mi primera carrera fuera sobre gestión de empresas turísticas y organización de eventos, y que por ello haya trabajado tanto tiempo viendo cientos de ponentes hablar frente a múltiples audiencias.
Debido a mis inquietudes y a mi amor por la comunicación, tiene sentido que me atrajera el desarrollo personal y el coaching, que dentro de este sector viviera decenas de cursos, organizara eventos de todos los tamaños y que acabara en la radio, en un programa de psicología positiva, conociendo a los profesionales más reputados del sector. Casi sin darme cuenta, ¡me había enamorado de una nueva profesión!
Fue el siguiente salto el menos esperado. En muchas ocasiones, en aquellos cursos y eventos me solicitaban tareas que poco tenían que ver con la logística. Me pedían presentarlos (la primera vez por casualidad, las siguientes por empeño), hacer de maestra de ceremonias y contar lo que iba a suceder a continuación.
Tener cierto desparpajo y ser bastante expresiva me llevó a plantearme si no podría ser yo también una de esas oradoras que se plantaban frente a la audiencia, uno de esos ponentes que causaban admiración, una maestra de la palabra, como las que yo misma introducía en tantas situaciones.
La cantidad de razones (léase excusas) para no dar un paso adelante y lanzarme de lleno a este mundo era inacabable: no eres periodista, ni doctora en filología, lengua y literatura, eres demasiado joven para hablar desde la experiencia —me decía— y demasiado mayor para estudiar y obtenerla, no eres tan mona… (¿cómo me imaginaría que hay que ser para hablar en público?, ¿modelo?).
Todo muy alentador, como puedes percibir. Somos especialistas en derrotarnos antes de la batalla, en destacar nuestros límites y aquello que nos resulta imposible. Te recomiendo que si te enfrentas en algún momento a una de estas conversaciones contigo mismo, acudas a alguna de las ponencias en vídeo de Nick Vujicic42 (@NickVujicic) o al cortometraje que él protagoniza: El circo de las mariposas.43 Te aseguro que si no te dan ganas de seguir adelante y de relativizar tu fustigamiento es que necesitas más un desfibrilador que este libro.
Como en las grandes historias, llegas a un punto de no retorno. En mi caso, esa es la parte en la que creo que fue más una cuestión de suerte que de convicción. En aquel momento, antes de tomar ninguna decisión, tuve la inmensa fortuna de tener personas alrededor que me ofrecían interesantísimas razones para ayudarme, eso sí, profundamente contradictorias.
Contaba con una especie de «grupo de apoyo» que me veía triunfando en el escenario (daba igual de lo que hablara mientras estuviera allá arriba). Y otro grupo de los que se autodenominan «realistas», capitaneado por mí, por supuesto, a los que solo les faltaba decirme: «Pero ¿dónde crees que vas, piltrafilla? No estás preparada para lo que eso supondría».
Seguro que tenían buenas intenciones, protectoras desde luego, pero absolutamente desmotivadoras. Y no les faltaba razón. Pero la decisión era mía y ahí adopté una nueva filosofía que quiero compartir contigo. Es un truco para tomar decisiones al nivel de un gurú mundial experto en estrategia. ¿Quieres conocerlo?
Formula lo que de verdad quieres que pase, por ejemplo: «Quiero ser una ponente de primer nivel, así que voy a empezar a dar ponencias sobre comunicación y… ¡a tomar por saco!».
Eso sí, hay que decirlo con mucha convicción, subiendo el volumen (aunque estés sola) y con un gesto en la cara que diga: «¡Con un par! ¡Porque yo lo valgo!».
La fórmula mágica de las decisiones no es tan erudita como esperabas. Es tan rudimentaria como un martillo, e igualmente eficaz. Si quieres, prueba con esa decisión que llevas tiempo queriendo tomar, ya tenga que ver con la ponencia que estás preparando, con tus aprendizajes sobre cómo hablar en público o sobre el tema personal que elijas.
Decide un camino y ve a por todas. Para mí es una clave de éxito. Al tiempo descubrí que otros libros de desarrollo planteaban soluciones similares, más sutiles, pero de idénticos resultados. Elige la que más te convenga, solo quería mostrarte la mía.
Ejercicio
Para que puedas elegir, te dejo otro de esos ejercicios sencillos. Escribe en un folio el lugar al que quieres ir, la posición vital o profesional en la que deseas encontrarte dentro de un año, por ejemplo. Acto seguido, piensa cuál sería el primer paso para conseguirlo, luego el siguiente y así. Sin que te des cuenta, estarás creando un plan estratégico sencillo y, cuando hayas cumplido cada hito, habrás conseguido tu objetivo.
Ese ejercicio es el que me puse para preparar mi primera ponencia sobre: cómo dar ponencias. ¡Qué trabalenguas! ¡Qué posible falta de coherencia! En cualquier momento podía incumplir, por lo inexperta que era, con aquellos preceptos que yo misma estaba promulgando. Por ejemplo, no moverse mucho en el escenario cuando mis propios nervios me pedían moverme de un lado a otro. Sentía que mi reto era el doble de complejo que para cualquier otro. Una cosa era hablar en público y otra bien distinta era hacerlo mientras les contaba cómo hablar en público. Supongo que entiendes el brete en el que me encontraba, pero si quería llegar a ser una de las mejores formadoras en oratoria del sector debía comenzar a ser parte activa del plan.
La Autoridad pasa necesariamente por la experiencia, y es en el relato de la misma donde se experimenta el mayor anclaje de autoridad con quien la escucha. Por eso en 2015 cuando se popularizó la charla TED de Mónica Lewinsky (@MonicaLewinsky), «El precio de la vergüenza»,44 su impacto consiguió que ella pudiera sacudirse de un solo golpe casi dos décadas de burlas y hostigamiento social. Y lo más importante de todo: lanzó un puñetazo al estómago de la audiencia para concienciar del bullying a través de todos los que en algún momento hemos participado en alguna broma con la exasistente de Bill Clinton. Autoridad basada en la experiencia propia, búsqueda de la empatía y la compasión a través del reconocimiento de culpa y mensaje brillante. ¡BRAVO, Mónica! Te has ganado el derecho para hablar de ello. La señora Lewinsky se ha convertido en colaboradora y asesora de organizaciones de lucha contra el acoso en la red, da discursos en lugares como Cannes, el Parlamento Europeo o entrevistas para Forbes. ¿Quizás se ha ganado la autoridad para hablar de lo cruel que puede llegar a ser nuestra especie y a su vez del poder de la compasión? Seguro que sí.
Como vas notando, estoy tratando de ganarme el derecho a hablar de oratoria: el principio de autoridad de Mónica Galán BRAVO. Mis inicios, mis quiebros y la prueba de fuego: mi primera ponencia sobre cómo dar ponencias. Así aconteció…
Llegó el día señalado. La sensación de ser una impostora, de que yo no merecía estar allí, se encontraba justo enfrente de mí, sentada en primera fila, agazapada entre la audiencia. Según mi terrible «jueza interior», si el resultado de aquella primera charla era bueno, sería pura suerte; si cometía un fallo, sería motivo suficiente para darme la razón: aquel no era mi sitio. No contemplaba otro escenario, nunca mejor dicho. Seguir una estructura en cinco pasos (Método BRAVO, ¿te suena?) facilitó aquella incursión en el mundo de la oralidad y mi vida cambió para siempre.
La ponencia fue mucho mejor de lo que jamás imaginé y aprendí mucho, muchísimo. Tanto de la temática como de mí misma. Con respecto a los miedos y frases poco alentadoras que sonaban en mi cabeza, me di cuenta de algo: si mi cerebro era experto en «jugármela», yo podía aprender a «jugársela» a mi cerebro.
Así que cuanto más insegura me hacía sentir, con más determinación procuraba mostrar seguridad. Si me iba a llamar impostora, iba a hacerlo con razón. Pero no porque yo fuera a contar mentira alguna, sino porque iba a proyectar una seguridad fingida, mientras fuera adquiriendo la verdadera.
Aunque por dentro me temblaba hasta el tuétano, eso fue lo que hice. Aprendí que la clave de la seguridad se hallaba no solo en tener Autoridad en la materia (saber lo máximo sobre la temática de tu exposición), sino en mostrar Autoridad con el cuerpo y en la voz. Aprendí que esas variables sí podía manejarlas y ahora tú también sabrás cómo hacerlo.
El resto es historia. Aquí estoy, compartiendo el Método BRAVO contigo.
Entiendo que, en sus comienzos, pedirle a alguien que hable con autoridad es como pedirle experiencia en un puesto a un candidato que intenta conseguir su primer trabajo. Otro círculo vicioso que se retroalimenta.
Del mismo modo que yo embellecí sutilmente mi currículum para que me contrataran una primera vez (¿nivel medio alto de inglés?; bueno, más bien medio-medio), en aquella primera charla, lo único que no era de verdad era la seguridad con la que hablaba. (De ambos casos hace tanto que han prescrito y por eso puedo contarlo.)
Por supuesto que la verdadera Autoridad que necesitas transmitir a tu audiencia llegará. Hasta que la adquieras, necesitas claves para mostrarla igualmente. Como ya te he mencionado en Bienvenida, Amy Cuddy tiene una rima maravillosa para este asunto: «Fake it, until you make it» («fíngelo, hasta que te salga»).
Aviso a navegantes: una cosa es esa vocecita latosa que te dice todo lo que no vas a ser capaz de hacer sin tener pruebas al respecto —el síndrome del impostor—, y otra muy distinta es que seas tú el que proyecte una seguridad que, si bien no tienes todavía, puedes emular a través de tu cuerpo y de tu voz (a eso se le llama impostar seguridad y es un recurso válido y muy útil). A mí me funcionó y, a decir verdad, le ha funcionado a todas las personas con las que he trabajado para mejorar su oratoria: trabajadores, directivos, personalidades más o menos conocidas del mundo de la radio y de la televisión, ponentes de TEDx… Cada uno con sus particularidades, sus inseguridades y sus áreas de mejora.
Ser valiente no significa no tener miedo, ser valiente es HACERLO a pesar del miedo. La mejor forma para ir ganando Autoridad es proyectarla. Mientras la logras, impóstala. Dicen que el hábito no hace al monje, pero yo creo que de tanto llevarlo uno empieza a actuar como tal. ¿Qué piensas tú?
Ejercicio
Ni el más diestro de los navegantes tiene el conocimiento de todos los imprevistos que le pueden suceder en el mar. Seguro que conoces la expresión «cuando conocí todas las respuestas, me cambiaron las preguntas». Por extraño o novedoso que sea un tema, siempre puedes refugiarte en un apartado salvavidas.
Como el viejo chiste del alumno que aseguraba que en el examen de ciencias iban a preguntar por la gallina y se pasa días estudiándola. Se lo dice a todo el mundo y se empodera con la seguridad de que será la gallina la que le haga sacar un diez. El día del examen, lee el enunciado: «El zorro».
Tras unos segundos de desconcierto se coloca en su asiento, coge el bolígrafo y escribe:
«El zorro. El zorro… ¡come gallinas! La gallina: es la subespecie doméstica de la especie Gallus gallus, una especie de ave galliforme de la familia Phasianidae procedente del sudeste asiático…».
Piensa en cuáles son los salvavidas de tu tema. Aquellos tres o cuatro conceptos sobre los que sientes una seguridad absoluta y eres una Autoridad en el tema. Desarrolla bien el contenido de los mismos y fíjalos en tu memoria. Asegúrate de que esas palabras y sus contenidos te sirven para salir de un bloqueo, de un proceso de estrés, de un momento de incertidumbre o incluso de una interrupción no prevista. Haz de tus salvavidas tu principio de Autoridad.
Voy a presentarte a tu equipo de aliados para transmitir con Autoridad, para ser capaz de comunicar con aplomo, ganándote el respeto de tu audiencia de una vez por todas. Ese conjunto de señales se conoce como «comportamiento no verbal» e incluye particularidades más específicas que el lenguaje no verbal.
Tal y como describe el doctor en psicología Rafael López Pérez,45 dentro de nuestro comportamiento no verbal pueden existir señales codificadas que transmiten información relevante. Por ejemplo, cuando un submarinista muestra a su compañero de buceo su mano, con el puño cerrado y el dedo pulgar apuntado hacia arriba, le estará diciendo que deben subir a la superficie por algún problema. Ese gesto, fuera de ese entorno suele significar que nos encontramos bien, pero bajo el agua es una señal codificada de alerta.
Siendo esa señal puramente intencionada, nuestro cuerpo expresa de forma involuntaria otras tantas que o somos conscientes de qué información estamos emitiendo, o puede que, como reza ese adagio, «nuestros actos hablen tan fuerte que impidan escuchar lo que dicen nuestras palabras».
Trata de imaginar que alguien necesitara transmitir calma y seguridad a la hora de dar una información delicada frente a su público: una noticia poco agradable para el personal de la oficina, un cambio de estrategia comercial arriesgado, un despido… Imagina a un locutor balanceándose mientras explica esta información, al tiempo que se agarra a un anillo (o el dedo en el que iría ese anillo) y mira de manera compulsiva en dirección a la puerta de salida más cercana, ¿tú le creerías? Yo ni una sola palabra. Lo peor de todo es que puede que esté diciendo la verdad, pero su credibilidad y su Autoridad se han ido a pique.
El presidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy, presenta un tic nervioso en el ojo izquierdo. Numerosos analistas afirman que este gesto puede ser una respuesta física ante la inseguridad e incomodidad de lo que está diciendo. Estoy segura de que podrás encontrar numerosos vídeos que lo ejemplifican. No obstante, este libro no pretende desenmascarar a ningún político, sino enmarcarte un hecho: la CNV (comunicación no verbal) puede crear una realidad que aumente o disminuya tu credibilidad (y con ello tu autoridad). Así le sucedió a Mariano Rajoy cuando en 2014, ante ciertas afirmaciones en las que aparecía el tic, Twitter se inundó de mensajes bajo la etiqueta #RajoyGuinaElOjo. A partir de ese instante daba igual si era cierto o no, la autoridad se había perdido en un abrir y cerrar de ojos (no he podido evitar el guiño).
Probablemente, hayas escuchado alguna vez que el lenguaje no verbal tiene un peso mayor en la comunicación que las propias palabras: un rotundo 93 por ciento frente a un pobre 7 por ciento. Es una generalización indebida e inválida si analizamos una situación comunicativa cualquiera. Esos porcentajes tienen sentido, tan solo, en situaciones de alto contenido emocional. En esos casos, la comunicación verbal puede ser ambigua, solo el 7 por ciento se atribuye a las palabras, mientras que el 38 por ciento se atribuye a la voz, y el 55 por ciento al lenguaje corporal. Imagino que cada vez que el emérito profesor de la Universidad de California Albert Mehrabian,46 inventor de la fórmula «7 por ciento, 38 por ciento, 55 por ciento», lee cómo han usado sus experimentos le sale una nueva cana (puedes comprobar el estado de su cabellera en Google, blanca como la leche).
Estamos de acuerdo en que, en situaciones normales, los porcentajes sobre el peso del cuerpo y la voz no son tan excesivos como algunos se empeñan en jurar: las palabras son importantes. Pero, como antes hemos visto, si nuestro comportamiento no verbal las contradice, estaremos perdiendo no solo la Autoridad de hablar frente a un público, sino nuestra credibilidad personal.
¿Cómo hacer que nuestro comportamiento no verbal juegue en nuestro favor? ¿Cómo puedo transmitir emociones positivas, de seguridad y de aplomo empleando mi cuerpo?
Al igual que ocurre con la voz, el lenguaje corporal nos transmite información sobre el estado de ánimo, el carácter, las particularidades de la personalidad, las actitudes, las emociones, las reacciones y, ante todo, las intenciones.
El lenguaje corporal es la comunicación más primitiva del hombre: podemos dar a conocer a otro ser humano sensaciones básicas de odio, miedo, agrado o tristeza sin haber aprendido nunca cómo hacerlo. El grito, la risa, el llanto transmiten mensajes a todos, en todas partes. Este lenguaje se alimenta directamente del lenguaje emocional y, por ello, muestra de forma bastante clara nuestro interior, nuestras intenciones. Es un lenguaje que se expresa desde el subconsciente y la interpretación también se mueve en este campo.
No es fácil manipularlo porque cualquier actuación superficial sobre el lenguaje corporal dará sensación de «artificialidad» e inducirá al oyente a pensar que el hablante pretende engañarlo. A pesar de su relevancia, ya que consciente o inconscientemente siempre estamos transmitiendo información con nuestro cuerpo, no es fácil ser competente en el dominio de este lenguaje.
El lenguaje corporal se habla con las posturas, los gestos, la mirada y la expresión facial, el atuendo... Pero no se trata de hacer gestos, de mover las manos o el cuerpo de manera arbitraria, sino de dar significado a esos movimientos y actitudes.
Descifrar el lenguaje corporal no es tarea fácil y muchas veces puede ser interpretado de diversas maneras, según el nivel cultural, el estrato social, los contextos, el orden de los gestos... Sin embargo, existen una serie de reacciones corporales que suelen interpretarse de manera universal. Las partes más importantes para proyectar Autoridad a través del lenguaje corporal son: la oculésica (mirada), la expresión facial, la postura, los gestos y el movimiento.
Y los ojos son sus intérpretes, decía Cicerón.
La expresión facial, es la vía de comunicación principal de emociones con nuestro interlocutor. La expresión del rostro puede contagiar la emoción que la produce al receptor, por lo que se convierte en un poderoso puente entre corazones.
Como protagonista del rostro, la mirada merece un apartado específico: la oculésica.
Permíteme que dentro de la expresión facial abra un paréntesis para incidir en la importancia de «la mirada» como orador. La conducta visual, u oculésica, es uno de los elementos más atractivos de la comunicación no verbal, de tal forma que establecer o no contacto visual puede cambiar por completo el significado de una situación.
Una mirada limpia, serena, clara, sincera, entusiasta... es la aliada por excelencia de las palabras. No dirigir la mirada al techo o al suelo, sino fijarla en el interlocutor o en el público, es lo que transmite sinceridad, decisión y sobre todo Autoridad. (He trabajado con personas invidentes y lo que les decía en estos casos es que dirigieran su rostro y emularan el contacto visual, manteniéndolo unos segundos en una dirección y después en otra.)
Lo ideal es mirar a la cara en la franja entre los ojos y los pómulos evitando mirar solo a una persona (muchas veces, al más importante o al más llamativo) o a las primeras filas. No mirar al público mientras se habla y mirar por la ventana, a un lado, a los papeles, al techo... denota inseguridad, desinterés, arrogancia, antipatía, sensación de culpabilidad, inferioridad o incluso miedo a manifestar las emociones y los sentimientos. Mira a tu público para consolidar tu principio de autoridad.
Para autores como Julius Fast,47 en muchas de las interacciones humanas interviene la mirada de manera recíproca. De ahí la importancia de considerarla a la hora de hablarle a tu audiencia. A través de la mirada se comunican actitudes interpersonales, sentimientos o características de la personalidad.
Una persona que mantiene de forma extrema una mirada fija posiblemente será considerada como más hostil o dominante. Mientras que, si una persona desvía frecuentemente la mirada, podrá ser considerada como tímida, sumisa, antipática o deseosa de terminar una interacción comunicativa. Imagina cómo se sentirá tu audiencia (independientemente del número que la conforme) si no acompañas tus palabras con una mirada, repartida de forma ecuánime y relajada. Vicente Caballo,48 catedrático de psicopatología de la Universidad de Granada experto en oculésica, mantiene que la ausencia de atención visual en un grado elevado puede interpretarse como evidencia de desinterés o pocas ganas de llegar a implicarse con el otro.
Por tu bienestar y por el de tu audiencia, mírales a los ojos, ¡o al tercer ojo! Según Mago More49 (@magomore), experto en magia, humor e innovación, si miras al entrecejo de tu interlocutor (ahí estaba el tercer ojo o ¡¿qué pensabas?!), conectarás mejor con ellos y te sentirás menos incómodo. Recuerda las palabras del autor Antoine de Saint-Exupéry: «Para ver claro, basta con cambiar la dirección de la mirada».
Ejercicio
Sé que a todos nos cuesta mirar a los ojos a desconocidos, pero se puede entrenar. La fórmula más sencilla que tienes es ir a YouTube y buscar lo siguiente «Video For Practicing Eye Contact».50 Encontrarás decenas de vídeos con los que practicar el contacto visual con diferentes personas y en diferentes situaciones. También puedes pedirle a alguien que te ayude en pequeños grupos de tres personas. Recorre con la mirada (incluso sin decir nada) y practica el increíble poder que tiene la oculésica.
Pero si aun así no te acaba de convencer la magia de la mirada, te recomiendo que veas el vídeo «How To Connect With Anyone»51 en dicha plataforma y verás el sorprendente resultado del experimento cuando personas que no se conocen, otras que llevan casadas un año e incluso que se unieron hace cincuenta y cinco años, descubren una nueva realidad al mirarse a los ojos durante cuatro minutos.
Más allá de la mirada, la expresión facial es fundamental por su capacidad de modular la intensidad de la comunicación. Esto significa que cuando sentimos una emoción particular tenemos una expresión facial asociada.52
Esta aparece de manera involuntaria y, por lo que cuenta Paul Ekman53 en su investigación transcultural desde la década de 1960, aunque existen expresiones específicas de cada cultura, también podría hablarse de emociones y, por tanto, de expresiones faciales universales.
Si una emoción da lugar a una expresión…, ¿podemos suscitar a partir de una mueca una emoción determinada?
En 1988, los investigadores Strack, Martin y Steeper54 se centraron en analizar cómo los cambios físicos de los músculos faciales tenían repercusión en el estado interno y las emociones, sin que los individuos que participaban en el estudio (noventa y dos estudiantes de la Universidad de Illinois) tuviesen conciencia del objetivo del estudio. Para ello, idearon un experimento muy ingenioso: hicieron que los participantes en el estudio sostuvieran un bolígrafo con la boca, de forma que se activase o inhibiese la musculatura implicada en la sonrisa, sin que mediase ninguna activación consciente de la musculatura.
Con el fin de evitar que los participantes fuesen conscientes del fin real del experimento, les dijeron que iban a participar en un estudio sobre las dificultades a las que se enfrentaban en el día a día personas que no podían usar las manos, o las extremidades superiores, para realizar ciertas tareas básicas, debido a lesiones o incapacidades. Para ello, se les propuso realizar actividades tales como dibujar una línea entre puntos, subrayar letras, etc., sujetando el bolígrafo de tres formas diferentes: sosteniendo el bolígrafo entre los labios y la nariz, lo que obliga a contraer el músculo orbicular e imposibilita contraer el músculo cigomático mayor o músculo risorio que utilizamos al sonreír; apresando el bolígrafo entre los dientes sin tocarlo con los labios, lo que hace contraer el músculo cigomático mayor, por lo que se tiene como resultado una sonrisa; y un grupo de control el cual tomaba el bolígrafo con la mano no dominante, la que no utilizan habitualmente para escribir, lo que no tenía ninguna influencia en la musculatura facial.
Todos los participantes realizaron las diferentes tareas y, al finalizar, tuvieron que valorar lo graciosos que les parecían cuatro dibujos de una serie, marcando con el bolígrafo en una escala de nada divertido (0) a muy divertido (9), y manteniendo la posición del bolígrafo (entre los labios, los dientes o la mano no dominante). Al finalizar, los investigadores se aseguraron de que ninguno de los participantes conociese el fin real del estudio.
El resultado fue, en mi opinión, espectacular. Los participantes que mantuvieron el bolígrafo entre los dientes y activaban la «musculatura de la risa» valoraron de forma significativamente superior la «gracia» o comicidad del dibujo que las personas que sostenía el bolígrafo entre los labios y la nariz (gesto similar a fruncir el ceño).
La principal diferencia respecto a otros estudios es que no había que exagerar ni adoptar posturas asociadas a una emoción o estado interno de forma consciente, por lo que los participantes en ningún momento tuvieron conocimiento del objetivo real de la prueba ni pudieron realizar ninguna interpretación cognitiva de la expresión facial que estaban adoptando.
Primera gran lección de comportamiento no verbal: SONRÍE.55 Es gratis y nos ayuda a preparar adecuadamente nuestro estado interno antes de una intervención pública de cualquier índole, ya sea una ponencia en un congreso o una entrevista laboral. Si sonreímos y adoptamos una postura física positiva (pecho hacia fuera, mirada hacia arriba, apertura de brazos) antes del proceso, por ejemplo, en el ascensor, en la sala de espera, en el aseo, etc., influiremos en nuestro estado interno mejorándolo y, en consecuencia, aumentamos nuestras posibilidades de éxito.
Además, si sonríes, es mucho más fácil que tu interlocutor también lo haga, por simple mimetismo o rapport («sintonía») natural. Y, en consecuencia, si tu interlocutor sonríe, mejorará a su vez su estado interno y, por consiguiente, su receptividad, su percepción y la valoración que haga al respecto de vuestro encuentro.
La bidireccionalidad entre el cuerpo y la emoción es fascinante. Según esta evidencia, cuando nos sentimos seguros adoptamos una serie de posturas, es decir, que nuestra mente hace cambiar nuestro cuerpo. Del mismo modo, ¿podrá nuestro cuerpo cambiar nuestra mente?
Esta reflexión me recuerda a la cita del psiquiatra William James: «El pájaro no canta porque es feliz, es feliz porque canta». Con nuestros actos, modificando algo fácil, como puede ser nuestra pose corporal, podemos realmente cambiar nuestro estado anímico, modificar químicamente nuestro organismo.
Ekman y Friesen56 señalaron que la postura puede revelar la actitud, la confianza o la imagen que tienen las personas de sí mismas. Los seres humanos, al igual que otros animales, expresan el poder a través de posturas abiertas, posturas expansivas; la impotencia, sin embargo, la expresan a través de posturas cerradas, posturas contraídas.
En una revisión de las investigaciones llevadas a cabo sobre los efectos de la expansión corporal, Dana Carney,57 cita al menos una treintena de experimentos, publicados desde 1982 hasta nuestros días, que han puesto de manifiesto la relación existente entre la postura expansiva y variables como los sentimientos de poder, la tolerancia y aceptación del riesgo y la capacidad retentiva.
Estos estudios pusieron de manifiesto que las posturas que transmiten alto poder, a diferencia de las que transmiten lo contrario, provocan cambios neuroendocrinos, lo que afectaría a determinados procesos psicológicos y a la conducta tanto de hombres como de mujeres. Así, las poses de poder provocarían elevaciones de los niveles de testosterona58 (hormona de la dominación) y la disminución de los niveles de cortisol59 (hormona del estrés), así como una mayor sensación de poder y tolerancia al riesgo. En cambio, los individuos que adoptan poses de bajo poder exhibirían un patrón opuesto. Hablar de hormonas nos ayuda a medir lo intangible, porque son más concretas que los pensamientos y los sentimientos. Pero lo realmente importante es entender que adoptar poses de dominio y poder provoca cambios fisiológicos, psicológicos y conductuales.
Si en los párrafos anteriores pensaste que simular una actitud, o una postura, era ridículo, juzga por ti mismo los resultados que provocan esas poses de poder.
Deja que te cuente un ejemplo más de por qué empoderarte: recientes investigaciones sugieren que esa sensación de «poder» nos protege de las emociones negativas.60 Parece ser que nos ayuda a ser más fuertes,61 a afrontar mejor los juicios de valor, de rechazo, incluso el estrés y el dolor físico.
En un experimento dirigido por Dana Carney, profesora de la Universidad de Berkeley,62 los participantes tenían que rellenar un cuestionario sobre su experiencia de liderazgo. A una parte del grupo se les asignó papeles poderosos (responsabilidad, grandes instalaciones y capacidad de decisión) y a la otra parte roles de muy poco poder. Ambos grupos tenían que tomar decisiones con respecto a un tercero y soportar el estrés que eso conllevara. A fin de analizar su resistencia al mismo, se les pidió que usaran un factor físico para analizar su respuesta. Le pidieron a cada participante que sumergiera la mano en un cubo con agua a unos 9 grados de temperatura, y que la sacara cuando quisiera averiguar cuánto tiempo la había mantenido dentro. Los sujetos que tenían un papel poderoso no solo mantuvieron la mano dentro del agua unos 45 segundos más que los sujetos con poco poder —casi el doble de tiempo que estos—, sino que además mostraron menos signos no verbales de dolor (muecas, tensión corporal, movimientos nerviosos, etc.), porque, en definitiva, sintieron menos dolor.
Ejercicio
Analiza y practica unos minutos tu postura antes de trabajar en tu presentación. Incluso en la parte inicial, tener sensación de poder te empuja a actuar. Va a romper esa parálisis por análisis, ese complejo de excelencia que nos limita más que conducirnos a la acción. Mi lema es: hecho mejor que perfecto.
Piensa en cómo actuaría una persona que se sintiera empoderada frente a otra que no lo estuviera: un investigador de un laboratorio la conduce a una habitación privada y le pide que se siente en una silla y espere. Al cabo de un momento advierte que el aire de un ventilador le está dando en la cara, y es bastante molesto. ¿Qué harías tú? ¿Lo moverías? ¿Cúanto esperarías para hacerlo? En el grupo de las personas con poder, casi el 70 por ciento de los sujetos apagaron o movieron el ventilador, mientras que, de entre los que habían sido primados (orientados en ese estudio) para sentirse con poco poder, solo un 40 por ciento se atrevieron a moverlo transcurrido un buen rato.63 Su explicación posterior es que nadie les había dado permiso y por supuesto la mayoría de ellos nunca se lo concedió a sí mismo.
Ejercicio
¿Te convence? Entonces, invierte unos minutos más en adoptar esa postura antes de salir a escena. Esa sensación de poder, la química en tu cuerpo jugando a tu favor, te hace sentir que puedes acceder a los recursos que necesitas. Te ayuda a creer que puedes realizar ese ejercicio de exposición oral con menor riesgo. Y creer es el primer paso para crear. Cuando nos sentimos poderosos, nos estiramos, levantamos la barbilla y erguimos la espalda (igual que en el reino animal). Abrimos el pecho, separamos los pies y alzamos los brazos. Esa es una postura de poder… ¡imita a una estrella de mar antes de salir a escena!
La tercera letra del Método BRAVO, A de Autoridad, es la otra cara de la moneda del miedo escénico. Muéstrala a partir de tu lenguaje corporal: al principio puedes impostarla, hasta lograr que te salga de manera natural. Adopta este nuevo lema: PRETENDERLO HASTA OBTENERLO.
Pieza clave del comportamiento no verbal que puede atribuirte autoridad inmediatamente o quitártela de un plumazo. Estoy hablando del movimiento de tus manos. Nunca sabemos qué hacer con ellas, ¿verdad? Dos ocasiones claras: cuando nos hacen una sesión de fotos y cuando salimos a hablar en público. Hay una ventaja escondida en dominar aquellos aspectos en los que todo el mundo suele fallar: va a permitir diferenciarte rápidamente del resto.
Casi todas las personas sin entrenamiento hacen las mismas cosas con las manos cuando hablan en público: las meten en los bolsillos, las entrelazan, o las dejan cortas y colgantes como si fueran un Tyrannosaurus rex. ¡Terrible!
Las manos tienen que poder moverse libres, procurando la simetría, con la idea de transmitir armonía y serenidad. Y de vez en cuando simplemente dejarlas caer a ambos lados del cuerpo. Sí, dejarlas caer. Sé que es lo que más difícil te parece. Es como encontrar camisetas blancas lisas, sin ningún estampado, que absurdamente es más difícil que encontrar el dibujo más rocambolesco. Repito, de vez en cuando, relájalas. Piensa en un libro en el que hubieras marcado con fluorescente todas las frases de una hoja: si todo está marcado, ¿qué está señalado? Nada.
Los gestos deben poder remarcar instantes puntuales; generan doble impacto, ya que, por un lado vinculan habla e imagen (autosincronía) y sensación de coherencia personal, y, por otro, provocan que el oyente se retroalimente de manera constante (sincronía con la audiencia) aumentando con ello su nivel de atención e interés.
El estudio de los gestos se remonta a la antigua Roma, cuando autores como Cicerón y Quintiliano, en sus tratados sobre retórica, incluyeron una serie de observaciones sobre el uso de las manos en la oratoria. De ellos aprendimos que los gestos se relacionan con el discurso en términos de su coordinación temporal, pues coinciden con los límites sintácticos y separan palabras y frases importantes, así como con su significado, por lo que son capaces de transmitir información a través de su apariencia visual, como ocurre con los emblemas.
Con relación al significado, y a diferencia del habla, los gestos pueden transmitir simultáneamente aspectos multidimensionales de significado. Los tipos de gestos más vinculados al habla son los emblemas y los ilustradores.
Los emblemas bien utilizados aportan naturalidad y cercanía. Existen emblemas que son específicos de una cultura en particular, pero también los hay que, en mayor o menor medida, son universales (o casi). Algunos de estos emblemas serían, por ejemplo, el conocido «flash de cejas» (elevación de las cejas con una duración muy breve, similar a la sexta parte de un segundo) que se emplea como saludo; el gesto de burla consistente en sacar la lengua; agitar la mano a modo de saludo o despedida; llevarse la mano a la boca, en señal de hambre (no en todos los países), o inclinar la cabeza hacia un lado cerrando los ojos y colocando las manos debajo a modo de almohada, como señal de sueño. El problema que conlleva el empleo de emblemas es que un mismo signo puede tener significados muy diferentes en función de la cultura de cada lugar. Así, el conocido gesto del anillo, donde pulgar e índice se juntan formando un círculo, puede significar que algo está bien (gesto de OK) en Estados Unidos o Gran Bretaña, «cero» o «nada» en países como Francia o ser un insulto sexual obsceno en países como Italia o Brasil (simbolizan eso que te imaginas).
Los ilustradores son gestos ligados directamente al habla que ilustran el contenido del mensaje o su entonación. Emitidos conscientemente (en la mayoría de los casos) facilitan la comunicación oral separando en ocasiones las sucesivas partes del discurso o funcionando como un sistema de puntuación. En otras ocasiones amplían el contenido del mensaje describiendo relaciones espaciales o dibujando formas de objetos, pero también pueden contradecir lo expresado verbalmente o ser usados en sustitución de la palabra. Se diferencian de los emblemas en que la mayoría de los ilustradores no tienen un significado verbal preciso, no aparecen si no es acompañando al discurso y son mostrados exclusivamente por el emisor. Suele aumentar el número de ilustradores cuando existen dificultades para encontrar las palabras adecuadas o cuando la retroalimentación del oyente sugiere que no está comprendiendo lo que se trata de comunicar.
Algunos autores como Efrón64 han llegado a establecer una clasificación diferenciando hasta siete tipos de ilustradores: batutas, ideógrafos, deícticos, espaciales, rítmicos, kinetógrafos y pictógrafos.
Un mismo gesto puede pertenecer a más de una categoría y, en función de su uso particular y contexto, podría ser considerado tanto un emblema o un ilustrador. En un estudio en 2001, Goldin Meadow65 afirma que los gestos aligeran la carga cognitiva de la persona que está hablando en público al tiempo que mejoran el recuerdo de la información por parte de quien los recibe.
Ejercicio
Practica y diviértete. Elige una escena del apartado «Foto del día» de la web de natura-leza y fotografía más impactante del mundo: National Geographic. Cuéntale a quien se preste a ayudarte, usando solo la mímica, la escena que más te motive. Descubre cómo los gestos pueden contar historias complejas. No se tratará de jugar con tu audiencia, sino de reflexionar sobre la importancia de tus manos y tu cuerpo para acompañar y dar fuerza a tus palabras.
Un arma de doble filo, pues si bien dominar tus movimientos frente a tu audiencia va a posicionarte inmediatamente como alguien capaz de gestionar su discurso (a la par que sus emociones), el propio deseo de controlarlo —si tienes la falsa creencia de que hacerlo significa mantenerte estático frente a ella— provocará el efecto contrario.
Recuerdas cuando no podías reírte en clase y todo te hacía el doble de gracia, o cuando no puedes rascarte (tal vez tienes la varicela o simplemente las manos ocupadas) y parece que te pica mucho más... pues el mismo efecto: pensar que no debes moverte va a desatar un movimiento desenfrenado que se acaba traduciendo en: pasos de salsa (uno para adelante, otro para atrás), pasos de procesión (cambiando el peso intermitentemente de un lado a otro) o directamente el paso del «tigre enjaulado» (recorriendo el mini —o maxi— escenario de izquierda a derecha). Todo esto va a tirar por tierra tu Autoridad y desmejorará tu imagen y la de tu temática por extensión.
El motivo por el que nos movemos sin control por el escenario tiene que ver con la tensión de enfrentarnos a la audiencia. Todos los seres humanos sienten esos nervios, y, como veremos en otro apartado del Método BRAVO, no sentir algo de tensión sería nefasto a la hora de transmitir con viveza. La clave, pues, consiste en provocar un movimiento deliberado. Tomar la determinación de aliviar al cuerpo (que desea moverse sobre todo cuando la charla dure algunos minutos) dirigiendo nuestro movimiento de manera voluntaria.
Por ejemplo, podrías empezar una explicación en un punto para después dirigirte, con tu mirada y con tus pasos, hacia otro. Una vez que has llegado a ese lugar, puedes continuar parte de tu discurso allí y repetir la misma operación cuando el cuerpo te pida moverte. Aunque tú sepas tus verdaderas intenciones (cambias de sitio porque así liberas parte de tus nervios), tu audiencia sentirá que tu propósito es acercarte, entregarte a ellos y cuidar a tu público al completo. Procura, como te decía en el apartado de la oculésica, repartir tu mirada de manera paulatina mientras caminas de un lado a otro recordando siempre parar unos instantes entre medias.
Ejercicio
El ejercicio que te propongo en esta ocasión es muy sencillo. Busca la siguiente charla en internet: «Will Stephen TEDxNewYork».66 Te propongo discursos que puedas ver fácilmente en YouTube junto con mis propios ejercicios de realidad aumentada para consolidar los aprendizajes que vas a adquirir con el Método BRAVO. En este caso, es una charla cómica en la que el ponente no dice nada, así como lo lees, no argumenta, ni ofrece soluciones, ni discute nada. Nada. Precisamente por eso es divertida; por cómo se comporta —Autoridad ganada desde el cuerpo y la voz—, parece que estuviera desvelando un gran secreto para la humanidad. De hecho, y como el mismo Will dice en la charla, si alguien viera su discurso sin volumen podría creer que el contenido es de máxima calidad. La intención de mostrarte este ejemplo es para destacar la importancia del lenguaje corporal, no para deshonrar el contenido. En tu discurso, contenido y continente serán necesarios para enamorar a tu audiencia gracias a tu principio de autoridad. El ejercicio que te propongo consiste en apuntar cinco características de lenguaje corporal observadas en el vídeo que puedas implementar en tus propios discursos.
Hemos visto cómo proyectar Autoridad a través del cuerpo: la fuerza del lenguaje corporal. Ahora le llega el turno al componente paraverbal del discurso: cómo lograr Autoridad a través del buen uso de tu voz.
Todo enunciado verbal posee una figura tonal que le es propia. La prosodia es el componente del lenguaje que se refiere al procesamiento cognitivo necesario para comprender o expresar intenciones comunicativas usando aspectos tales como las variaciones de la entonación, las pausas y las modulaciones en la intensidad vocal.67
La prosodia emocional es el fenómeno consistente en introducir contenidos emocionales en el mensaje, los cuales, a su vez, son interpretados por el oyente, con lo que se convierte en un vehículo de expresión a partir de los matices de la sonoridad de la voz.
Imagina que la voz fuera un parque de atracciones. Una vez atraviesas la entrada, puedes elegir montarte en una montaña rusa o… en el tren de la bruja. ¿Te acuerdas de esa atracción? Aunque el tren tuviera el mismo número de raíles, estaban dispuestos en el plano horizontal, casi en línea recta. Compara eso con las subidas y bajadas desafiantes, con los loopings y los giros inesperados… No hay brujilla con escoba capaz de igualar esa emoción.
Con la voz sucede lo mismo. Si hablamos igual que cuando leemos una carta del ayuntamiento, a los tres minutos nuestra audiencia estará entregada a cualquier actividad que le impida caer dormida: jugar a Candy Crush, o responder a los infinitos mensajes de los grupos de WhatsApp que tiene pendientes, hablar con el de al lado o cualquier otra cosa.
¡Vamos a montar a la audiencia en una montaña rusa para que disfrute en las curvas de nuestra voz! Que suba y que baje, que vaya rápido y a veces des-pa-cito, vamos a darle variedad a ese instrumento extraordinario que es nuestra voz.
VARERUM es una regla nemotécnica con la que voy a describirte, de manera sencilla, siete variables, siete inflexiones que podemos realizar con la voz y que tendrán como consecuencia, siempre que se realicen con sentido común, la captación de atención inmediata por parte del público.
V - Volumen, cómo adaptarlo a cada situación y necesidad específica.
A - Articulación clara, ejercicios básicos para lograrla.
R - Respiración, la clave secreta de la voz, la más sencilla y la más olvidada.
E - Entonación para enfatizar el significado.
R - Ritmo para darle vida al texto.
U - Uso adecuado de las pausas, importancia del silencio.
M - Muletillas, cómo evitar el terrible efecto que producen.
Ganarás Autoridad en tu exposición y aumentarás los niveles de atención de tu público a voluntad.
No eres un televisor de salón. No tienes por qué dejar fijado un volumen durante toda tu intervención manteniéndolo de principio a fin. Puedes subirlo con el propósito de enfatizar una idea, destacarla por encima de otras… ¿Y qué puedo decirte respecto a esta solución? ¡Pues que es definitiva!
En ocasiones recomiendo subir el volumen al comenzar un apartado dentro de tu propio discurso. Pero no hay por qué desgañitarse y gritar todo el rato, de hecho, ya sabes que lo lógico es no abusar de todos estos recursos. Debes recordar también la importancia de bajarlo. Yo lo hago cuando quiero transmitir una sensación de confidencialidad, cuando quiero resaltar una idea de manera sutil pero con fuerza al mismo tiempo. Y, desde luego, lo hago si en la sala hay barullo. Jamás grito por encima del ruido que se pudiera estar produciendo a mi alrededor. Todo lo contrario. Empiezo a hablar más bajito. Las personas interesadas en la charla, o al menos las más educadas, empezarán a pedir silencio a aquellos que sigan hablando. Es infalible.
Lo normal es que el volumen suba y baje de manera inconsciente. El propio discurso te va a ir pidiendo esos cambios.
Entiendo que pensar en la variable del volumen mientras pretendes recordar el texto de tu discurso y mantienes una postura de Autoridad te resulte tan difícil como hacer malabares. Solo te pido que, cuando trabajes tu texto antes de hablar en público, pienses en los momentos en los que podrías subir un poco el volumen para enfatizar tu idea, y aquellos momentos en los que podrías bajarlo para generar, junto con los que te escuchan, un momento casi íntimo, como quien le contara a alguien sus más profundos pensamientos. Si no pruebas esta variable y tu discurso suena idéntico y monótono de principio a fin, estarás condenando a tu audiencia a que monten en un tren cuyo traqueteo conducirá, no al destino soñado, sino, literalmente, a sus sueños.
Vocalizar, silabear, abrazar las palabras con los labios. Dilo como quieras pero articula, o dicho de otra manera, mejora tu dicción. Procura que se entiendan con claridad todas las palabras. Winston Churchil expresó alguna vez: «Hablar en público es la cosa que más disfruto…». Por algo es considerado uno de los mejores oradores de la historia. Pero la declaración no terminó ahí: la afirmación completa era: «Hablar en público es la cosa que más disfruto… de las cosas que menos disfruto».
Seamos claros, tener enfrente a una audiencia (nótese que no digo enfrentados, que suena mucho peor) no es tarea sencilla. En ocasiones, preferiría estar en el sillón de casa viendo mi serie favorita a pasar la tensión natural que exige una presentación o exposición en público. Al menos, como hablábamos en el capítulo 1 de Bienvenida, en esos primeros e intensos instantes, el peligro es caer en una trampa temporal y desear que todo pase muy rápido.
¿Recuerdas cuando decía que nuestra percepción del tiempo está adulterada por nuestro cerebro? La intención suele ser positiva pero no por ello deja de jugarnos malas pasadas. Con respecto a la articulación, sucede algo curioso. Cuanto más fuerte desees que el tiempo pase rápido, más se acelerará… ¡el discurso! Hablarás más rápido tú pero, como puedes imaginar, el tiempo discurrirá a la velocidad habitual. Me gustaría compartir contigo un ejemplo personal para que veas con qué clase de nueva amiga cuentas.
A veces, cuando quiero hacer una tarea muy rápido, escucho mentalmente la música de Benny Hill. Estuvo más de veinte años en antena, seguro que sabes a cuál me refiero: Yakety Sax, un tema del año 1963, que podía convertir cualquier persecución en una comedia. Para mí no había persecuciones, pero esta melodía le imprimía fácilmente el doble de velocidad a cualquier cosa que estuviera haciendo: la maleta, recoger la casa antes de que subiera una visita o prepararme para una cita inesperada. Si no he perdido todo el rigor científico para ti en este punto del libro, pruébalo. Me río yo de las clases de gestión del tiempo que ofrece La semana laboral de 4 horas de Timothy Ferris.68 Si quieres darle caña a una actividad, ponte una banda sonora (aunque sea mental) a más revoluciones.
Volviendo al tema que nos ocupa, recuerda que, por mucho que aceleres el discurso, no vas a lograr que el tiempo pase antes. Lo que con total certeza vas a conseguir es que tu audiencia no entienda ni una sola palabra. Cuando el público te entiende bien, hay un 50 por ciento de posibilidades de que tu discurso les guste; cuando no te entiende, hay un 100 por ciento de que no.
La articulación de los fonemas se realiza moviendo la lengua desde la posición neutra en el suelo de la boca hasta una posición próxima o en contacto con el paladar. La articulación requiere, por tanto, un movimiento de ascenso de la lengua: en las vocales, la lengua adopta una postura, mientras en las consonantes la lengua realiza un movimiento. Hablar en público requiere de una correcta pronunciación. Los defectos inconscientes en la pronunciación se han podido adquirir, entre otras muchas razones, a causa de un aprendizaje natural por ósmosis. Si tienes alguna duda específica, no dudes en consultar a un experto foniatra o logopeda. Si sencillamente quieres mejorar tu dicción, puedes realizar estos ejercicios.
Ejercicio
Habla con una pluma estilográfica o bolígrafo pesado en la boca.
Graba una nota de voz inicial de 30 segundos hablando sobre tu tiempo libre. Después coloca una pluma o bolígrafo pesado (alguno de acero o similar), colócatelo entre los dientes y sobre la lengua en posición trasversal, como un perrillo que estuviera acarreando un palo. No aprietes, no se trata de dañar los dientes, ni de tener rigidez: más bien al contrario. Coge cualquier libro que tengas a mano y ponte a leer. Intenta que se entiendan todas las palabras lo mejor posible, simulando que no tuvieras un objeto molesto que te lo impidiera. Al principio te costará un poco. Igual te echas unas risas. Pero irás escuchándote cada vez más claro si persistes un ratito más. Pasados unos minutos quítatelo y vuelve a grabarte hablando de nuevo sobre ocio. Cuando empieces a hablar notarás que la lengua se mueve sin peso y las palabras suenan más claras. ¡Habrás conseguido en tu boca la ingravidez de los astronautas! Después escucha esos 30 segundos de grabación y compáralos con los primeros, estoy convencida de que percibirás la diferencia.
De manera muy simple podemos distinguir dos tipos diferentes de respiración: la vital y la fónica. Esta última es la que empleamos para la expresión y la comunicación. Es la más sensible a las alteraciones emocionales y puede ser voluntaria como el parpadeo, que, siendo automático, también puede provocarse. En el magistral libro para locutores, actores de doblaje o cantantes La sustancia de la voz, el periodista radiofónico José Antonio Meca69 explica cómo, cuando estamos nerviosos o en tensión, la voz que emitimos es tan carente de seguridad y temblorosa que nos resulta complicado emitir un párrafo completo sin rozar la asfixia. Las personas que consiguen educar su voz son capaces de producir una corriente aérea mucho más estable y la clave está en una correcta respiración.
Insistentemente estamos haciendo referencia a la importancia de la respiración en la producción de un sonido. Del tiempo de respiración que llevemos a cabo dependerán, entre otros factores, el alargamiento de la fonación, la regulación del aire expulsado y el aumento del volumen de la voz. Puede que hayas vivido el denominado «efecto gaita», una única inhalación de aire para todo un párrafo en el que, al olvidarte de las pausas, seguiste hablando hasta quedarte sin aire. Pero es que, aunque pueda sorprenderte, son muy pocas las personas que respiran correctamente.
Por suerte, cada uno de nosotros, al menos durante un tiempo cada día, o cada noche, porque me refiero a cuando estamos dormidos, regulamos nuestro ritmo respiratorio de manera inconsciente y empleamos todo nuestro potencial para alcanzar una respiración óptima. Al estar estirados, la única parte que podemos desplazar para ampliar nuestra respiración es el abdomen. Como dice José Antonio Meca, los hábitos sedentarios y el uso de vestimentas poco adecuadas hacen que adquiramos costumbres insanas que fomentan una respiración superficial, renovando solo una parte reducida del aire que está en nuestros pulmones y oxigenando deficientemente nuestro cuerpo. Además de este incordio a nuestra salud, a consecuencia de una respiración incorrecta, la voz, que se apoya en la columna de aire que previamente hemos almacenado, se escucha peor, lo que nos resta Autoridad para con el público y seguridad para con nosotros mismos.
Voy a ofrecerte unos ejercicios para ir mejorando una habilidad innata —al fin y al cabo somos seres «respiradores»— en la que podemos mejorar a partir de la toma de conciencia y del ejercicio continuado.
En este caso consiste en dirigir el aire a la parte inferior de los pulmones. Sentado, con la espalda recta y los hombros relajados, coloca una mano en tu vientre, a la altura del ombligo, y la otra sobre el pecho, para percibir y ser conscientes de los efectos de cada inspiración y espiración. Si al hacer el ejercicio no se moviera ninguna de las dos manos… ¡llama a una ambulancia! Fuera de broma, notarás que una de las manos se mueve más que la otra, suele ser la que está sobre el pecho. Para lograr respiraciones profundas debemos trabajar la respiración abdominal.
Respira lentamente y trata de imaginar que tu cuerpo es una botella que quieres llenar desde su base hasta el borde superior. De ese modo, el abdomen debería ser lo primero en abultarse, y no el pecho. Una vez lleno de aire, imagina que se va llenando el resto del cuerpo hasta arriba. Si apoyas las manos en las costillas flotantes e inspiras profunda y lentamente notarás el ensanchamiento de la caja torácica.
Este ejercicio se inicia con una respiración completa. De forma intermitente emite el sonido «ts» y después «ps», como si estuvieras mandado callar o llamando la atención de alguien. Si palpas tu diafragma, notarás su movimiento y cómo se fortalece.
Debemos tener la capacidad de variar con facilidad la frecuencia de respiración. Tomamos aire durante un segundo, retenemos dos segundos y lo expulsamos en otro segundo. Practica estos ejercicios acostado sobre una superficie plana y, si puedes, con un peso sobre el diafragma.
Ejercicio
La cadencia respiratoria que te propongo sería la siguiente:
— Inspira durante 2 segundos, retén durante 3 segundos y espira en 1. Ahora prosigue con el resto de los ejercicios.
Inspiración: 2 – 4 – 6 – 8 – 10
Retención: 3 segundos en todos los casos
Espiración: 1 – 3 – 1 – 1 – 3
En ocasiones necesitamos una inspiración rápida. Si variamos la cadencia del anterior ejercicio podremos practicarla. De pie, inspira rápidamente en 1 segundo y espira en 1-2-3, inspira en 1 y espira en 1-2-3-4, inspira en 1 y espira en 1-2-3-4-5 y así sucesivamente hasta 10. De este modo ejercitarás la respiración profunda y la inspiración rápida. Es importante hacer el menor ruido posible al respirar.
Por último toma aire cómodamente, retenlo unos segundos y espira por la boca abierta diciendo una vocal sin apenas sonido. Practica este ejercicio cinco veces con cada vocal.
La entonación es la modulación de la voz que acompaña la secuencia de sonidos del habla y que puede reflejar diferencias de sentido, de intención, de emoción y de origen. Podríamos decir que cumple el papel de la melodía dentro de una canción.
Lo esencial en la entonación son las variaciones tonales. Cada uno tiene las suyas, al igual que las características de pronunciación de cada persona varían según su estado de ánimo y sus hábitos de pronunciación.
La entonación no afecta a los significados individuales de las palabras, sino al sentido global de la frase, e indica la intención del que habla, así como sus circunstancias y situación única. Por eso, en cada región existe una fisonomía propia. A esos hábitos de entonación peculiares se les llama acentos; es evidente que no nos suena igual un andaluz que un gallego. La entonación es un recurso que funciona realmente bien en la comicidad. Recuerda al humorista malagueño que siempre estará en nuestra memoria: Chiquito de la Calzada. No era por la complejidad del chiste, era por la forma de contarlo que hacía una gracia tremenda. Su peculiar idiolecto, su entonación única y un arte que se le salía del cuerpo (así se movía) es lo que le distinguía de los demás cómicos. Por la gloria de mi madre que, aunque le imiten mucho, no habrá otro como él.
Ejercicio
El único ejercicio que te propongo aquí es que leas esta frase:
«Edgardo no ha venido hoy a trabajar».
Ahora procura leerla con una emoción distinta cada vez y prueba al menos cinco. Por ejemplo, léela con alegría, con pena, con enfado, con esperanza, con desasosiego, con indiferencia y con… ¡lujuria!
De alguna manera lo introducía en el apartado de articulación. Si vas muy rápido, es posible que te pierdas como orador. Tú sabes lo que quieres decir. Ahora ponte en el lugar de quienes te escuchan y reflexiona sobre esto: hablar sin que se entienda lo que se dice es la mejor manera de animar al interlocutor a desconectarse. Precisamente por esto debes procurar conocer el ritmo o velocidad que empleas cuando te expresas oralmente.
El ritmo es la sucesión de palabras y pausas que forma una unidad que se repite a lo largo del discurso. Es similar al ritmo musical. Esta sucesión es periódica y puede permanecer estable o puede variar para transmitir distintas intenciones. Si la intención es producir suspense o expectación moderada, hablaremos más lentamente, y aumentaremos vertiginosamente el ritmo cuando deseemos producir inquietud, presteza o incluso aturdimiento.
Conocer la duración de las frases y de las pausas es vital para «jugar» con la voz. Este juego es el que impacta al interlocutor. Aunque parezca mentira, según el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa,70 solemos hacer frases funcionales de apenas 2 o 3 segundos. Esas son, habitualmente, las que tienen más impacto.
La fluidez del habla es el número de palabras, o fonemas, que se pronuncian por minuto. La velocidad normal es de 150 palabras por minuto, unos 600 fonemas. Es decir, 600 movimientos diferentes por minuto, de forma habitual por cualquiera de nosotros. A esta velocidad, es muy importante que todos los órganos implicados en la fonación estén coordinados con una gran precisión, para conseguir que se muevan al unísono gran cantidad de músculos y produzcan un sonido con una articulación y con una resonancia adecuadas. Esta integración en el espacio y en el tiempo, a gran velocidad, va a requerir la acción conjunta de 100 músculos: se puede comparar con la velocidad que llevan los dedos cuando se toca el piano en alguna pieza musical. Los dedos pueden moverse hasta alcanzar los 400 o 500 movimientos por minuto, pero nunca pueden llegar al techo máximo al que puede moverse la lengua: 1.500 movimientos por minuto cuando se habla muy deprisa (más de 350 palabras).
Conviene conocer la velocidad a la que uno habla para adaptarla al momento o al ambiente y a la intención de lo que se está diciendo. Cada momento tiene su velocidad indicada. La velocidad del habla ideal tiene que ser la «velocidad de crucero» de cada uno, quiero decir, en la que cada uno se sienta cómodo. Esto depende de la agilidad de los órganos rotatorios y de la velocidad del procesamiento cerebral. Si se está por encima de 180 o por debajo de 120 palabras por minuto, se pueden producir problemas tanto en quien escucha como en quien emite. Un símil muy adecuado para comprender los efectos de la velocidad del habla es el de un coche actual preparado para una velocidad crucero de 80-100 km/h.
Hablar por debajo de 120 palabras por minuto es como ir con un coche actual a una velocidad de 40 o 50 km/h. Si lo haces durante mucho tiempo, el coche sufrirá tanto o más que si fuese a 160 km/h. Además, aburre al oyente y desmotiva el proceso comunicativo. Por el otro lado, hablar a 200 palabras por minuto es como conducir a 230 km/h: es muy delicado, está indicado solo para especialistas y requiere una gran concentración porque cualquier error puede tener nefastas consecuencias en ambos casos.
¿A qué velocidad hablas? Es fundamental ser conscientes de la velocidad a la que hablamos. Por suerte, el Método BRAVO no es un sistema para aprender a nadar —en ese caso, las enseñanzas tendrían sentido en la piscina o en el mar—, es un método para aprender a hablar en público. Y en verdad, hablando con otros y para otros pasamos gran parte de nuestro día. Podemos practicar y tomar conciencia de nuestra forma de hablar en múltiples ocasiones. Si tuviera que recomendarte un ritmo en este instante diría que, por favor, ralentizases tu velocidad.
Como te explicaba, cuantos más nervios, más sensación de querer acabar con esa situación estresante lo antes posible. De ahí la aceleración de algunos oradores, sobre todo al principio de la charla. Contrarresta esta situación, ir más lento te va a ayudar a ganar fluidez y seguridad a la hora de expresarte frente al público.
Ejercicio
Por necesidades del discurso, es preciso en muchas ocasiones aumentar o disminuir la velocidad a la que se habla. Por ello, es fundamental un entrenamiento sistemático y rutinario. Anímate con una de estas propuestas:
Repite PATAKA lo más rápido posible durante un minuto. Emitiendo estos sonidos haremos trabajar tanto a los labios como a la punta y a la parte posterior de la lengua.
Pronuncia los números del 1 al 10 lo más ruidosamente posible durante un minuto. Se trabaja de forma general la coordinación de la musculatura del tracto vocal con palabras cortas.
Elige una frase y repítela de manera constante durante un minuto. Empieza relativamente lento porque la idea es repetir la frase con más velocidad cada vez sin perder la claridad.
Repite el ejercicio anterior, pero con un objeto en la boca, como el bolígrafo que comentábamos en articulación. La idea es que comiences lento y vayas diciendo la misma frase cada vez más rápido. Con el bolígrafo vas a trabajar la contrarresistencia. Es un ejercicio muy completo.
Entrénate para hablar más rápido (200-250 palabras por minuto) sin perder la inteligibilidad de la palabra, pues, en algunos momentos, podrás usarlo para atraer la atención. La lectura de un texto a gran velocidad, sin perder claridad, nos ayudará en este objetivo. Recuerda que este entrenamiento es para situaciones puntuales, lo ideal no es correr sino que se te entienda con claridad.
Aprender a hablar rápido va a dotar de mayor agilidad al sistema. La velocidad del habla está en estrecha relación con la velocidad de procesamiento mental, es decir, con la velocidad de pensamiento. La media de ideas que se pueden transmitir está en unas 10 por minuto. En el apartado de «El valor de la estructura» hablaremos de cómo gestionar este proceso.
La U de nuestra particular regla nemotécnica se refiere al uso eficaz de las pausas. Además de que la «p» de pausa me estropeaba la sonoridad de la palabra inventada VARERUM, no sería del todo correcto utilizar pausas porque sí, la clave está en su uso, no en su abuso. Seguramente, no estemos recitando Hamlet y las pausas no pueden ser tan dramáticas todo el tiempo. Su empleo debe ser adecuado para cada estado emocional que queramos transmitir.
Después de un grupo de palabras se sucede una pausa con la finalidad de:
En las pausas, las inspiraciones por la nariz van a aportar mucha humedad al aparato fonador, además de regular la temperatura del aire, previniendo a la garganta de la sequedad y el frío. Lo único malo es que la entrada de aire será lenta. Por el contrario, en la inspiración por la boca se secará el sistema pero el aire entrará muy rápidamente. Si todas las inspiraciones se realizaran por la nariz, la dinámica de la comunicación se haría más lenta y artificial. Por eso, lo ideal es intercambiar ambos tipos de inspiraciones: hacerlo por la boca mientras se emiten de dos a cinco frases, con pausas muy cortas, y después realizar una pausa más larga inspirando por la nariz.
El uso eficaz de las pausas nos servirá para realizar paradas más largas cuando queramos separar las ideas principales, o romper el ritmo para procurar una mayor atención de la persona o grupo que nos oye. Hay que evitar usar las pausas cortas de forma continua, ya que producen gran sequedad en la boca y la faringe al ser realizadas inspirando por la boca. Además, no permiten al oyente la asimilación mental del discurso, tarea que se suele realizar aprovechando las pausas que realices.
La idea poderosa es que gracias a las pausas llegamos al SILENCIO.
Y quien domina el silencio domina la palabra. El silencio es un bálsamo para ti cuando hablas. Durante esos instantes de silencio puedes respirar (por lo de no morir y eso) y equilibrar el sistema como antes te detallaba. Pero lo curioso es que resulta imprescindible para que las personas que te escuchan puedan procesar lo que vas exponiendo. No porque ellos sean supertorpes y tú un genio de la naturaleza, sino porque, mientras te escuchan, tienen parte de su atención latente en sus propias historias. Si mientras les vas contando nueva información pueden ir procesándola a buen ritmo, utilizando los silencios de forma adecuada, todo irá como la seda. Si por el contrario no permites que tu público procese esta información, les parecerá lo suficientemente molesta como para desconectar de inmediato.
Entendida la fuerza del silencio, si quieres provocar una gran expectación usa una pausa larga. Extiende ese momento de silencio durante cinco segundos o más, si te atreves. Apostillo con este guiño de valentía porque no es fácil mantenerse en silencio mirando a la audiencia. Nos produce un poco de horror vacui o miedo al vacío. Del mismo modo que, en el arte barroco, o en el lujo ostentoso del arte bizantino, buscaban una estética llena de diseños entrelazados, a veces a los oradores nos espanta el silencio. Tal vez pensamos que, durante esos segundos de silencio, los que nos escuchan pensarán que no sabemos cómo continuar, que se nos ha secado el intelecto. O peor: que nunca lo tuvimos. No sé si son específicamente esos pensamientos, pero estoy segura de que, si se parecen a ellos, son absolutamente paralizantes.
El silencio es fundamental para completar el capítulo que nos ocupa. No hablo de la voz en particular, sino de la Autoridad en general. ¿Acaso hay algo más persuasivo, que denote más autoridad, que hablar en el instante preciso que uno elija? ¿Existe una forma de mostrar más seguridad que guardar silencio y comenzar a hablar cuando estimes oportuno?
Eso de que el hombre es dueño de sus silencios lo dijo el ya mencionado Aristóteles, como siempre acertado en sus apreciaciones. En concreto con este aforismo, me voy a permitir corregir a un grande. Él decía: «El hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras». Yo mantengo que somos dueños de nuestros silencios y de nuestras palabras. En su uso correcto reside la verdadera maestría de hablar en público.
Ejercicio
Usa el silencio sabiamente y demuestra a la audiencia que tienes todo el derecho a expresarte libremente frente a ellos. A callar cuando lo consideres oportuno y a alzar la voz cuando sea necesario. Recuerda que nada resalta tanto una línea del texto expresada oralmente como la doble pausa: antes de comenzar la frase, un silencio; después, la idea fuerza; y, tras ella, otro silencio. Tampoco abuses: el tono de tu intervención puede resultar demasiado intenso y del drama al aburrimiento, como del amor al odio, solo hay un paso. De igual modo, hacer las pausas demasiado breves parece evidenciar cierta inseguridad o precipitación. La experiencia nos ayudará a aprender a manejarlas adecuadamente.
Hace unos años se realizó un estudio en el Instituto de Investigación Social de la Universidad de Michigan71 que analizó cómo las diversas características del habla influyen en las decisiones de la gente.
Para dicho estudio se muestrearon 1.400 llamadas telefónicas, en las que se intentaba persuadir a quien estaba al otro lado de la línea de que participara en un sondeo telefónico. Se estudiaron aspectos como la velocidad y las pausas.
Con respecto a la velocidad, se demostró que era mucho más efectivo hablar moderadamente rápido que lento. Aunque no demasiado: de una excesiva velocidad parecía inferirse un engaño, y conllevaba la pérdida inmediata de la credibilidad. Por el contrario, hablar lentamente solía percibirse como «poco inteligente» o «excesivamente pedante».
En cuanto a los silencios, aquellos oradores que utilizaron pausas cortas y frecuentes, unas cuatro o cinco por minuto, obtuvieron resultados superiores a los que emitían el mensaje de una forma fluida pero continuada.
La última letra del acrónimo VARERUM hace alusión a los peligros que conlleva el lenguaje dubitativo.
Por algo, el uso eficaz de la pausa (la U de VARERUM) y este último punto van seguidos. Las muletillas, esos molestos sonidos en los que nos apoyamos perturbando profundamente a la audiencia, deberían ser sustituidos por… —acabamos de mencionarlo— el silencio. Es decir, que esas pausas que nunca acabaremos de honrar lo suficiente, ese momento de silencio en el que conectamos con la audiencia aún más profundamente, no debemos ensuciarlos con palabras que, lejos de aportar algún valor al discurso, se lo restarán. Son como aquellos ganchitos naranjas que comíamos de niños (presentes en todos los cumpleaños): no aportaban ningún nutriente y encima te quitaban el hambre.
Está claro que todos los oradores necesitan el silencio para lo que te explicaba en el apartado anterior. Pero aún hay un motivo más: durante todo tu discurso vas a necesitar pensar. Y se piensa… en silencio. Este consejo bien vale para las relaciones humanas y es imprescindible en oratoria: procura pensar primero y hablar después. Y si necesitas unos instantes para reorganizar tu siguiente idea, créeme cuando te digo que son solo eso: instantes. Tu audiencia valorará el silencio tan positivamente como antes veíamos y, además, tú podrás estructurar en esos nanosegundos tu siguiente frase. No llenes esos instantes gloriosos para ambos (tu público y tú) alargando las vocales o introduciendo: ehhhh, mmmmm, esto… Trata de no usar latiguillos del estilo: ¿de acuerdo?, ¿se me entiende?, ¿vale? Repito: todos los oradores necesitamos pensar pero se piensa en silencio.
Cada vez que utilizas estas muletillas le estás dando a entender a tu audiencia que no confías demasiado en tu mensaje. Tampoco en ellos. Y, por si fuera poco, ni en ti mismo. Evítalas a toda costa, huye de ellas como de la peste. Otras fórmulas, más complejas, pero que igualmente expresan un lenguaje dubitativo restándote autoridad son: ¿verdad que sí?, ¿no os parece?, no estoy muy seguro pero…, no soy la más indicada… El uso exagerado de adverbios: normalmente, habitualmente, etc., también trasmite una falta de confianza e incertidumbre altísima. Por si fuera poco distraen y te hacen desenfocarte. ¡Muerte a las muletillas y al lenguaje dubitativo!
V - Mantener un volumen adecuado para cada circunstancia.
A - Articular de manera limpia y clara.
R - Respirar de manera correcta.
E - Usar distintas entonaciones para enfatizar el significado.
R - Emplear un ritmo dinámico, con variaciones personales.
U - Usar pausas que faciliten la comprensión de la audiencia y tu propia comodidad.
M - Evitar las muletillas y el lenguaje dubitativo.
Ganarás en Autoridad en tu exposición y subirás los niveles de atención de tu público a voluntad. Después de este recorrido por cuerpo y voz, voy a repasar otros canales de comunicación no verbal imprescindibles a la hora de hablar en público: la importancia de la apariencia y la autenticidad.
La imagen que ofrecemos a los demás mediante nuestra apariencia es una fuente muy importante de comunicación no verbal. Esta apariencia afecta a nuestra credibilidad y a nuestra imagen pública. La credibilidad de una persona se construye a partir de la congruencia entre lo que esta dice, lo que hace y lo que trasmite su apariencia.
La doctora Karen Pine,72 profesora de psicología del desarrollo de la Universidad de Hertfordshire, pidió a un grupo de estudiantes que fueran a clase vestidos con la camiseta de Superman. Tenía una razón científica para ello: quería saber si la camiseta de héroe cambiaría sus pensamientos. Y así fue.
Los estudiantes que llevaban la camiseta de Superman se describieron a sí mismos como más agradables, más fuertes y superiores al resto de los estudiantes. Por tanto, la ropa afecta a nuestros procesos mentales y a nuestras percepciones, y puede cambiar nuestra forma de pensar.
Según la doctora Pine: «La ropa que vestimos nos influye de muchas maneras. Una de ellas es a través del significado simbólico que tiene una determinada prenda de vestir. Adoptamos las características que asociamos a esa prenda y esto tiene el poder de cambiar la forma en que pensamos». Esto es lo que conocemos como cognición investida.
¿Creías que era baladí elegir tu atuendo?
Recuerdo una vez dando clase en la torre PwC de Madrid, uno de los edificios más altos de Europa, que una mujer elegante me dijo: «Yo es que sin tacones soy incapaz de hablar en público». Lo dijo de una forma tan simpática que nos reímos todos, incluida ella, pero lo que decía tenía todo el sentido.
Analiza tu vestimenta y piensa si está reforzando aquello que quieres proyectar o no. Hay quien intenta vender la imagen de una persona sencilla y lleva más de quince pulseras en la muñeca. Hay quien nos dice que hagamos deporte y lleva un traje ajustado en el que apenas puede moverse. E incluso hay quien habla de calidad de producto y los zapatos tienen pinta de haber superado más de cuatro batallas (con muertos). Maquiavelo decía: «Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos».
Según diversos estudios publicados en el Journal of Consumer Research,73 las personas que, de alguna manera, rompen las «normas» con un pequeño «guiño» de rebeldía —ya sea mediante calcetines de colores chillones, uso de bambas de colores fuertes, accesorios originales…— son percibidas como «más competentes y con un estatus más alto».
Este «guiño de rebeldía» es lo mismo que estar diciendo: «Estoy dentro de mi grupo social, sigo las normas. Te puedes fiar de mí porque soy cercano pero, al mismo tiempo, tengo mi propia personalidad».
Alguien que sabe esto bien es Donald Trump, con su casi eterna corbata roja para mostrar su carácter combativo. El cocinero español Ferran Adrià, que da sus conferencias siempre sin corbata y en zapatillas deportivas, también conoce del impacto de su atuendo. Mark Zuckerberg reveló que tiene veinte camisetas grises iguales para no perder tiempo en decidir qué ponerse, pero escoger esta prenda y no un traje negro, una camisa rosa o una camiseta de Los Ramones también refuerza su discurso, ¿verdad?
Otro estudio publicado en 2012 en el Journal of Experimental Social Psychology74 refirió que si al individuo se le decía que la bata blanca que llevaba era de médico, se mostraba más seguro y, por tanto, cometió menos errores en los test que se le pasaron. Sin embargo, si se le decía que la bata blanca era la de un pintor de paredes, los efectos eran los opuestos.
Como ves, el modo de vestir no solo tiene un efecto sobre los demás, sino también en nosotros mismos. Según Adomaitis y Johnson,75 se observó que, cuando los empleados de una aerolínea vestían de modo informal, ellos mismos se comportaban de ese modo, en contraposición a cuando vestían de uniforme. Este cambio en el vestuario afectó a su conducta y al desempeño de su trabajo.
No son los únicos obsesionados con la importancia del uniforme, es decir, con la Autoridad que les otorga este atuendo. Otros estudios publicados por la Universidad de Northwestern demostraron que aquellos voluntarios que se pusieron la bata blanca de médico aumentaron su capacidad de atención y cometieron la mitad de errores que aquellos que iban sin bata blanca, mientras que los miembros del otro grupo al que se les dio batas blancas pero se les dijo que eran de pintor no lograron concentrarse tanto.
Te he contado todo esto porque quería refrendar, desde la ciencia, que la Autoridad se proyecta en dos direcciones: una, la que mostramos a los demás y, otra, la que nos contamos a nosotros mismos. Y, a la hora de contarnos una historia, la forma en la que estamos vestidos puede cambiar el guion por completo. La apariencia es un canal de comportamiento no verbal y cuenta tanto de ti como tus posturas, tus silencios o tus gestos. Eso sí, la marca la eliges tú, la diseñas tú y debe llevar tu sello personal. Mi marca preferida para mostrar Autoridad es la Autenticidad.
Quizás te suene la historia de Frank Abagnale Jr.76 En solo cinco años trabajó con ocho identidades diferentes y pasó cheques falsos por un valor total de 2,5 millones de dólares en 26 países. Fue piloto, abogado o médico. Todo era mentira y él era un adolescente con mucho ingenio y talento para persuadir a la gente a creer lo que él deseaba. Llevado a la gran pantalla en la película Atrápame si puedes, en una de sus innumerables entrevistas ante la pregunta de «¿Cómo convencía a todos?», su respuesta fue reveladora: «No tenían por qué no creerme. Hablaba con seguridad e iba uniformado».
Ejercicio
Piensa en cómo vistes. Reflexiona sobre lo que dice de ti. Identifica lo que te estás contando. Ahora… es hora de revisar tu armario.
Recuerdo con cierta nostalgia mi época universitaria. Aquel primer día, en el que intentas aparentar que todo está bajo control (como si alguna vez fuera a estarlo), el tono de maquillaje barato para ocultar las ojeras y la agenda del curso escolar recién comprada, señal de que una nueva etapa se abría en tu vida. La sensación de que poder votar y entrar en los garitos de tu ciudad implicaba que me estaba haciendo mayor a pasos agigantados (bendita inocencia). Mientras que una parte de mí seguía pensando en pasar el recreo con las amigas del barrio y llegar a casa para hacerme una meriendacena (un día devolveré la gloria a ese término y lo pondré de moda en castellano; los estadounidenses han internacionalizado el brunch, ¿no? Pues eso, meriendacena).
Con la distancia, los éxitos y tropiezos obtenidos a lo largo de mis andanzas profesionales me hacen recordar mis orígenes. En mi caso puedo confesarte que fueron… un auténtico desastre. En esa necesidad de gustar a los que me rodeaban, me construí una armadura camaleónica para encajar en todas partes, porque, en realidad, no encajaba en ninguna. No quitaba el ojo de los modelitos de las chicas que acudían tan estilosas y felices a la universidad, como si llevaran haciéndolo toda la vida.
Tras recopilar toda la información que yo consideraba necesaria para hacerme un hueco en ese mundo, le pedí a mi madre —que es una estrella del concepto «corte y confección»— que fusilara todo aquello que llevaban mis compañeras o que salía en la serie Al salir de clase, cuna de grandes profesionales. Probé todos los estilos posibles: falda, pantalón, faldapantalón (otro gran hit del momento), modelos de lo más hippy, de lo más pijo, de lo más «hippijo» (vale, esta sí es inventada pero no me digas que no te imaginas el estilo). Hasta llegué a teñirme el pelo de colores en un afán desmesurado por ocupar mi sitio en aquel puzle.
La cuestión es que, cada vez que modificaba mi aspecto para adaptarme a mi nuevo entorno, no solo me alejaba de mi objetivo, sino que al llegar a casa solo conseguía reconocerme cuando me ponía el pijama y me recogía el pelo en un moño deshecho. Cuando falta autenticidad, el vestido se convierte en un disfraz.
Si con todos los personajes que me había creado no lograba mi hueco, ¿por qué no probar siendo, sencillamente, yo misma? Con tanta gente a la que deseaba gustar, dejé de gustarme yo. Así que empecé a hacer cosas que me hacían sentir bien. Era la forma más sencilla, y desde luego la única que se me ocurría para hacer las paces conmigo misma. Volvía a escuchar la música que más me gustaba, a leer la clase de novelas que me transportaban instantáneamente, a sacar de una vieja funda una guitarra con los mismos años que yo. A subir a clase tras el café y el bendito pincho de tortilla de la cafetería de mi facultad, después de todo nunca supe jugar al mus y siempre fui un poco empollona. A mostrar mi estado natural de exultante viveza, que tantas veces había aminorado porque una vez me dijeron que no era posible que siempre estuviera de tan buen humor…
Los días empezaron a ser más livianos. Ya no llegaba a casa con las sienes presionándome en la cabeza, ni tenía que liberar la carga de mis hombros en el felpudo de mi portal. Era yo misma, pesara a quien pesase. Y a partir de entonces, no he dejado de serlo.
Toda la información que recibimos de los clichés actuales va conformando, sin darnos cuenta, una serie de objetivos inalcanzables en nuestra cabeza. Estos pueden ser fuente de muchas frustraciones inconscientes: «debo ponerme esto», «debo hablar así», «debo comportarme de esta manera», «debo causar esta impresión». Debo, debo, debo. Y yo me pregunto… ¿a quién? ¿Desde cuándo estoy yo en deuda con nadie?
En este escenario real que es la vida, vas a encontrarte con personas que se han aprendido a la perfección sus guiones, que interpretan maravillosamente el rol que han elaborado en su cabeza. Pero a menos que «escribas» tus propias líneas, aunque lo recites de memoria y sin olvidarte una coma, sentirás que has obviado una parte del texto, o que te has saltado un par de renglones, que siempre vas a destiempo.
Es como recitar Fuenteovejuna en la película de E.T. Un sinsentido que no mejorará corrigiendo el texto. Solo desaparecerá cuando quemes sus páginas o las reescribas. El secreto del éxito social, y de una buena presentación, radica en la autenticidad.
Todos tenemos virtudes y defectos. Y por incómodos que sean estos últimos, intentar ocultarlos es un tremendo error. La excelencia inspira, desde luego, pero lo humano, el reconocimiento de tu naturaleza más cruda, conecta de manera inaudita.
En un mundo que persigue la perfección como única forma de éxito o reconocimiento, esta figura es muy positiva para todos los que, aun no teniendo las cualidades que se atribuyen a los héroes, sí comparten sus logros y objetivos. El propio hidalgo Don Quijote de la Mancha es la referencia novelística más representativa de esta imagen. Porque al hablar de antihéroe no estoy hablando del villano, nada más lejos. Sino de un personaje más flexible, con más dosis de humor y humanidad, y mucho menos rígido, que un héroe de película. Compara a Superman:77 «Hay un bien y un mal en este universo, y esa distinción no es difícil de hacer»; con Clint Eastwood en Harry el fuerte:78 «No hay nada malo en disparar siempre que se dispare a las personas adecuadas». Clara diferencia entre un héroe y un antihéroe.
Si hablando en público, o en privado, reconoces tus miserias, se produce una curiosa paradoja: aquello que creías que más te diferenciaba de tu público, ese rasgo tan tuyo, esa particularidad que supuestamente os alejaba, será precisamente el atributo que más os vincule, ya que proyectarán en ti algo que ciertamente nos pasa a todos: que nos sentimos maravillosa y terriblemente distintos de los demás. Aceptarte a ti les hace sentirse bien con ellos porque, de algún modo, también se están aceptando. Mostrar tus cicatrices, como en ese concepto japonés consistente en pegar pedazos rotos con oro (kintsugi, «carpintería con oro») les ayuda a curar las suyas. Para mí, es una de las motivaciones más hermosas: querer mostrarte ante el público como lo que eres.
Maysoon Zayid79 (@Maysoonzayid) comienza su discurso diciendo sonriente: «Cuando decidí nacer, pensé en dar un toque dramático a mi debut en la vida. El médico que debía atender a mi madre en el parto estaba borracho, así que no estaba preparado para mi entrada triunfal. Perdí oxígeno durante tres minutos, lo que me provocó ciertos daños cerebrales. ¿El resultado? Tengo parálisis cerebral y me sacudo como una maraca».
Tras frases como «Soy una mezcla entre Shakira y Muhhamad Ali», el auditorio la ama, la ven con la Autoridad de una comediante de primer nivel y el protagonismo lo toma el humor y no, como podría haber sido, su parálisis cerebral. Cuando dice: «La discapacidad es tan visual como la raza y no está tan mal visto, nadie te discrimina por ello», ¡zasca! Esta mujer musulmana, de ascendientes palestinos, habla desde la Autoridad absoluta cuando dice que si ella puede lograr sus sueños (primera mujer musulmana comediante) nosotros también deberíamos.
Ser auténtico significa quererte con el «pack completo»: saber reírte de aquella vez que metiste la pata hasta el fondo y honrarte por lo que haces de maravilla. ¡Qué absurda necesidad de hacer de menos precisamente aquello en lo que eres brillante! Disfruta tu rareza y sé tú mismo. A no ser que seas Batman (entonces, sé Batman, que con tanto antihéroe de lo contrario vamos cortos). Charles Bukowski decía: «¿Puedes recordar quién eras antes de que el mundo te dijera quién debes ser?».
No hay nada que genere más Autoridad que ser auténtico, y ser auténtico implica ser coherente: ser lo que se dice, decir lo que se hace y hacer lo que se es. Estar en común unión con tu esencia y respetar tus valores por encima de todo y de todos, si es necesario. Mi amiga Ana Orantos (@Orantos), doctora en Comunicación y Sociología, tiene un hermoso paralelismo para la autenticidad. Ella dice que «si fuéramos películas, ser auténtico no te garantiza ser un éxito de taquilla, ni siquiera te garantiza un final feliz, pero todo el que te vea deseará que tu final no llegue nunca».
Un discurso que irradia autenticidad en apenas 4 minutos es el del actor Ashton Kutcher en los Teen Choice Awards80 (premios otorgados por el canal de televisión estadounidense FOX, de acuerdo con el voto adolescente de trece a diecisiete años relativo al cine, a la música, a la televisión, etc.). En esa charla, que encontrarás fácilmente en internet, Chris, pues es el verdadero nombre del artista y así lo reconoce públicamente, ofrece tres claves auténticas, no solo para los adolescentes sino para todos nosotros. Debes verla. Arrolladora.
Si quieres otro ejemplo en español busca en internet a Lola Flores81 reclamando que se cuidaba más a los artistas extranjeros que a los nacionales. La creencia de que todo lo de fuera era mejor le lleva a improvisar un minidiálogo inventado a modo de queja:
—Señora, qué bonitas medias lleva, ¿son americanas?
—Pues no, señor, son de Sabadell.
¡Con todo su arte!
Otro ejemplo auténtico por los cuatro costados en una entrevista en la tele a mi admirado Ricardo Darín82 contando una anécdota en la que renuncia a una película en Hollywood. Esta no te la cuento, ¡tienes que verlo! ¡Auténtico total!
«Valor es lo que se necesita para levantarse y hablar, pero también es lo que se requiere para sentarse y escuchar.»
Winston Churchill