Como diría el maestro Sabina: «Al final llegó el final».
Y no cualquier final…
El término de tu presentación debe contener una conclusión deslumbrante, impactante y aspiracional. Lo que me gustaría compartir contigo en la conclusión del Método BRAVO es cómo concebir un final apoteósico que irremediablemente conduzca a una colosal Ovación. Una clausura tan salvaje, tan inusitadamente brillante y tan poco aséptica que arranque el aplauso, incluso en aquellos foros en los que no se estile una aclamación similar.
El político británico lord Mancroft dijo una vez que «un discurso es como una relación con un amante: cualquier imbécil puede comenzarla, pero hace falta valentía y talento para ponerle fin».
Sería una tragedia si todo el esfuerzo dedicado a preparar tu presentación quedara arruinado por culpa de un final flojo. Además, no olvides que las dos últimas frases que digas son más susceptibles de ser recordadas.
Al comienzo del Método BRAVO, en el capítulo de Bienvenida, te conté los secretos de la memoria, y cómo es más sencillo recordar los primeros elementos de un listado, debido al denominado efecto de primacía. Te adelantaba, sin decirte cuáles, cómo contribuían otros efectos a retener mejor la información. Pues bien, me refería al que permite que recordemos los elementos finales de un listado.
Por cómo opera la memoria, los elementos que aparecen al final de un listado se retienen más fácilmente. A este efecto se le denomina recencia, porque hace referencia a los elementos que han sido expresados más recientemente.
Aprovecho para recomendarte otros dos efectos que provocan idéntico resultado, es decir, mayor permanencia en el recuerdo de la audiencia: la reiteración y el efecto de aislamiento. El primero se relaciona con el número de veces que se repite una palabra: cuanto mayor sea (más reiteración), mejor se recuerda. El efecto de aislamiento establece que un elemento que sea destacado de forma extraordinaria (por ejemplo, subrayar con fluorescente un nombre de una lista o explicar un concepto en una presentación de una manera original) va a ser recordado con mayor probabilidad.
El final (y el tamaño) sí importa. Será recordado por el hecho de ser lo último que digas. Pero, sobre todo, porque te voy a mostrar cómo emplearlo para sorprender a tu audiencia. Para ello, ha de cumplir dos requisitos: ser novedoso y proponer una solución.
El experto en oralidad escénica Héctor Urién124 (@hectorunien) cuenta en su imprescindible tratado La narración fractal cómo el «tercer acto» en los cuentos (acto de cierre) es un momento delicadísimo en el que, si bien hay que sorprender con algo inesperado, lo imprescindible es que en el cierre se encuentre imbuida la solución más adecuada para resolver la trama. En resumen, no vale cualquier solución solo por el hecho de sorprender.
Urién explica: «En un gran cuento solo debe haber una solución posible que ha permanecido escondida a ojos del espectador durante todo el tiempo. Este fin, intrincado a través de la propia historia, se topará con la resolución del conflicto en el momento menos pensado, y llegará al fin de la misma».
Por tanto, lo ideal sería que, en el momento del cierre, pudiera revelarse una verdad: la verdad de los buenos cuentos que ha estado latente y se descubre en el momento final para deleite de todos.
Creo que esta teoría puede aplicarse perfectamente a las presentaciones profesionales (después de todo, también son relatos). En el clímax de tu exposición debería manifestarse esa verdad que, pareciendo evidente desde el principio, no se convierte en realidad hasta el final.
Ese es el motivo por el que un cierre a modo de conclusión resolutiva es tan satisfactorio. Es como si el cuerpo pudiera intuirlo antes de conocerlo y, al llegar, le llenase de júbilo.
En el lado opuesto, existen finales inesperados que, si logran sorprender al público sin caer en los recursos baratos (ya sabes, el deleznable final «todo era un sueño», con el que acabaron la serie Los Serrano), se convierten rápidamente en los favoritos de la audiencia. Ofrecen el encaje perfecto en el último giro de guion y se convierten en clásicos instantáneos.
Puedes tomar como ejemplo la película con uno de los finales más escalofriantes de la industria del cine: El sexto sentido. Dudo que no sepas a qué me refiero. Por complejo que te parezca llevar este recurso a las presentaciones, te aseguro que tú también puedes hacerlo. Me refiero a la idea de dejar algo a la vista de la audiencia y resolver el puzzle en el momento final, dándole un sentido tan potente al cierre que, prácticamente, reinvente la percepción de toda la intervención.
De nuevo acudo a una charla TED con la intención de que puedas verla en esta fase de la creación, y posterior entrenamiento, del final de tu intervención pública. Se trata de la particular conferencia del hacker y escritor Joshua Klein,125 obsesionado con una idea: la posibilidad de entrenar cuervos, en vez de exterminarlos, buscando la simbiosis entre humanos y animales sinantrópicos (capaces de habitar en ecosistemas urbanos). Tras explicar la hiperadaptación de estas aves en nuestro entorno (con ejemplos como el uso de un gancho para sacar alimento de un objeto, o esperar a que el tráfico rompa por ellas una nuez para poder comer el fruto seco), Klein nos sorprende con un final brillante e inesperado. Demuestra cómo es posible entrenar, debido a la memoria de este pájaro en concreto, a algunas especies para servir a la humanidad en tareas de rescate o de búsqueda de componentes caros en aparatos desechados. Busca esta charla y comprueba cómo partiendo del argumento más peregrino puedes sorprender a tu audiencia con el final más inesperado.
Entiendo que tu discurso no es una obra de teatro, ni un cuento chino, ni una película de Hollywood. Pero todos ellos comparten con las presentaciones los efectos que antes recopilábamos: primacía (se recuerda lo que está al principio), reiteración (se retiene lo que se repite), aislamiento (tendemos a diferenciar lo que contrasta) y recencia (rememoramos lo que se dice al final).
Además, dichos estilos narrativos muestran la misma necesidad: conectar al narrador (el orador, presentador o protagonista) con su audiencia a través de la historia.
Precisamente por ello, una obra de teatro, una charla educativa, una película de acción o una presentación oral de cualquier índole podrían ser identificados con las dos puntiagudas clavijas de un cable jack (¿lo visualizas?, tiene dos clavijas idénticas). El cable, como la presentación, conecta desde el inicio hasta el final a ambos protagonistas: el que habla y el que escucha.
Un buen discurso consiste en un comienzo interesante y un final con chispa, y la distancia entre ambos debe ser lo más corta posible.
Winston Churchill
El cierre debe ser esclarecedor, sorprendente y brillante. Un cóctel de atributos que resulte sofisticado, agudo y sucinto. Todo lo contrario a hacer un resumen aburrido de tu exposición. Si te has creído la fórmula «dile lo que vas a decir, díselo y después dile lo que les has dicho», no es que estés considerando la limitada capacidad cognitiva de la audiencia, es que los estás tomando por mentecatos.
La finalidad del cierre como momento culminante debería ser un recordatorio del mensaje principal en su escenario más ideal. De tal manera que, dentro de la lógica de tu discurso, la conclusión deslumbre por ser la más deseada, plausible y sencilla. Es decir, que la solución propuesta en el cierre sorprenda precisamente por su asombrosa factibilidad. A veces, lo que creemos utópico es lo más viable.
Después de todo, el sentido más práctico de la utopía, según Fernando Birri, el renombrado cineasta argentino, es el siguiente: «La utopía está en el horizonte. Si camino dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se desplaza diez pasos más allá. Por mucho que camine nunca se alcanza. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar».
Esa debería ser la intención de todo cierre: caminar, es decir, promover la acción. Exhorta a tu audiencia para que haga lo que de manera más o menos evidente llevas pidiéndole desde el principio.
Si lo que les solicitas tiene que ver con la compra de un producto, aceptación de una idea o la aprobación de un proyecto, procura ser especialmente claro: no categórico o tajante, sino preciso y concluyente. Evita circunloquios o alusiones veladas. Pide con respeto, y muestra un mensaje rotundo, explicando de manera específica qué precisas que haga tu audiencia.
Ejercicio de cierre
Encuentra un final que sorprenda por su idoneidad de manera que en las mentes y en los corazones de tu audiencia no quepa una solución más factible y a la vez más asombrosa. Sintetízalo en una frase, una conclusión que sea merecedora de la Ovación final de tu audiencia.
Escríbela y recítala tantas veces como sea necesario. Al igual que hiciste con la apertura en la fase de Bienvenida, es de las pocas cosas que debes llevar aprendidas de memoria (ya sabes… ¡a fuego!). No porque vayas a pronunciarla sin emoción sino porque vas a decirla mirando a tus interlocutores directamente a los ojos, subrayando con tu voz cada una de las palabras, refrendando con tu cuerpo cada parte del enunciado.
Ponle un broche de oro a tu intervención: jamás se concluyó una cena elegante con albóndigas de postre. Ofrece a tu público el licor más delicioso, la infusión más fragante o el dulce más exquisito que seas capaz de proporcionar. Un buen cierre puede arreglar una presentación mediocre; un mal cierre echará a perder lo que podría haber sido una obra maestra.
Si necesitas ejemplos de cómo concluir un discurso te recomiendo la charla: «Speak like a leader»,126 en la que, sin pretenderlo, su autor nos ofrece la mejor recopilación de cierres que he visto jamás. Aunque Lancaster las explica como herramientas retóricas, con las que podrías embellecer de manera sobresaliente cualquier parte de tu discurso, en mi opinión son la alternativa perfecta para cualquier conclusión.
No pretendo que te marees. Únicamente que trates de recordar alguna ocasión en la que alguien te haya abrumado con su discurso. No tanto por lo que dice, sino por la cadencia de sus palabras. Como si de una ametralladora verbal se tratase: te deja sin aliento, te aviva y, sobre todo, te atrapa.
¿Cómo usar esta fórmula? Omitiendo conjunciones o nexos, que aparecerían dentro de una enumeración. A esta figura retórica se le denomina asíndeton y su función consiste en agilizar el ritmo, lo que transmite una sensación de dinamismo y apasionamiento, y contribuye a crear un efecto dramático que intensifica la fuerza expresiva.
Compara esto: «Yo llegué, y entonces vi, y después de aquello vencí»; con: «Llegué, vi, vencí» («Veni, vidi, vici», Julio César, siglo I a. C.).
No solo poetas, también políticos:
Es un buen recurso para cualquier parte de tu exposición y, específicamente en el cierre, puede provocar una sensación de urgencia inigualable.
Úsalo con moderación y si tienes oportunidad de probarlo no lo dudes. Es aún más potente siguiendo los consejos del siguiente cierre.
¿Te has dado cuenta de la fuerza que tiene este número en retórica? En los ejemplos de asíndeton anteriores lo he utilizado todo el tiempo. En la antigua Roma percibieron lo sencillo que era recordar en bloques de tres (pronuncia en alto tu teléfono o el número de tu carnet, seguramente lo recuerdes en bloques de dos o tres números) y a esta figura le llamaron tricolon. Su objetivo es que los argumentos suenen más llamativos, convincentes y creíbles (te acabo de colar uno, ¿te das cuenta?).
Si no los conocías, ahora los verás por todos lados: «Limpia, fija y da esplendor», que usábamos antes; Come, reza, ama como título de un sugerente libro. Y hablando de literatura, Shakespeare en Romeo y Julieta: «¡Oh, Romeo, Romeo! ¿Por qué eres tú Romeo?», «Buenas noches, buenas noches, la despedida es un dolor tan dulce que podría decir buenas noches hasta el amanecer».
Esta figura del lenguaje consiste en establecer correspondencia entre tres términos y sirve para reforzar argumentaciones, lo cual puede ayudarnos a lograr un cierre rotundo y contundente. También puedes usarlo en otros momentos de la charla, por supuesto, pero como cierres son rotundos, elegantes y definitivos (y… ¡otra vez!).
¡Ahora a por el tuyo! Prepara tu cierre tricolon y practícalo todas las veces que sea necesario.
Cuando las cosas nos emocionan, nuestra perspectiva se distorsiona y se manifiesta en nuestro discurso. Esa cadencia es el sonido de la pasión irrefrenable. De nuevo en 1963, delante 250.000 de personas en las escalinatas que conducen al monumento de Abraham Lincoln en Washington, Martin Luther King Jr.,127 utilizó la figura retórica de la repetición en su famosísima alocución, en distintos momentos. (Una curiosidad que quiero compartir contigo sobre este discurso es que, estaba tan bien preparado que el doctor King pudo improvisar una parte importante. Por contradictorio que pueda sonarte, la improvisación tiene cabida justamente en las circunstancias en las que mejor lleves preparada tu disertación.)
Aquel célebre «I have a dream» («tengo un sueño») es un ejemplo extraordinario, pues a petición de un grito que se escucha en el minuto 12 aproximadamente, «háblales del sueño…», comienza a decirlo una primera vez y a partir de ese momento lo repite de manera consistente hasta lograr una impronta indeleble en nuestra memoria.
Puedes encontrar fácilmente este discurso en YouTube. Si no lo has escuchado nunca, o hace demasiado tiempo, vuélvelo a ver. A la luz de tus nuevos conocimientos en la materia te darás cuenta de detalles que antes pasaron desapercibidos. Podrás comprobar que en él se encuentran las figuras retóricas que hemos explicado hasta el momento y que en oratoria nada es casualidad, todo puede prepararse, sobre todo, una buena improvisación.
Por eso, ¡que repique la libertad desde la cúspide de los montes prodigiosos de Nueva Hampshire! ¡Que repique la libertad desde las poderosas montañas de Nueva York! ¡Que repique la libertad desde las alturas de las Alleghenies de Pensilvania! ¡Que repique la libertad desde las Rocosas cubiertas de nieve en Colorado! ¡Que repique la libertad desde las sinuosas pendientes de California! Pero no solo eso: ¡que repique la libertad desde la Montaña de Piedra de Georgia! ¡Que repique la libertad desde la Montaña Lookout de Tennesse! ¡Que repique la libertad desde cada pequeña colina y montaña de Misisipí! De cada costado de la montaña, que repique la libertad.
Concluye tu presentación repitiendo las ideas más importantes, concluye de manera que puedan sentir que has dado todo lo que tenías, concluye sellando un vínculo que os unirá para siempre. Concluye y repite como yo acabo de hacerlo.
El aurea mediocritas, el dorado término medio, o moderación para el pensamiento griego, era un atributo de belleza: simetría, proporción y armonía. «Papá Aristóteles» fue quien dio al concepto justo medio su definitiva configuración intelectual y literaria.
Habrás escuchado en otras ocasiones la expresión: «En el término medio está la virtud», este es su origen. Pero no el único: también el confucionismo chino, el «camino medio» del budismo y la filosofía judía hablan de estar equilibrado. Nos hace sentir bien, incluso escucharlo (no te digo ya vivirlo: vida personal y profesional, dietas equilibradas, mentes equilibradas…).
Ese tipo de cierres en los que se busca el «equilibrio literario» confiere al discurso un peso específico importante. Veamos ejemplos:
Busca la manera de utilizar esta fórmula en un cierre alternativo. Busca para inspirarte quiasmos famosos (paralelismos cruzados) que vas a encontrar cientos del estilo: «Necesitamos vivir simplemente para que otros puedan simplemente vivir» Mahatma Gandhi; «Ni son todos los que están, ni están todos los que son» o el célebre: «Todos dieron algo pero algunos dieron todo». No se trata de que uses todos los finales a la vez, aunque puedes combinar algunos. La idea es que diseñes varios finales para después elegir el adecuado.
¿Cuál sería tu frase en equilibrio para dejar a tu audiencia con una dulce sensación de armonía?
«Busca un cierre sorprendente y abre para siempre sus mentes», Mónica Galán BRAVO. ¿Te suena esta chica?
James Geary (@JamesGeary), un escritor experto en aforismos y metáforas, cuenta de manera amena en una charla128 cómo el pensamiento metafórico nos permite realizar conexiones entre dos unidades distintas, y cómo es capaz de establecer en nuestra mente el rasgo común que comparten. Como él mismo enuncia:
La metáfora vive una vida secreta. Usamos casi 6 metáforas por minuto (otro estudio dice que encontramos una metáfora cada 16 palabras). El pensamiento metafórico es esencial en cómo nos entendemos, cómo comprendemos a los demás, cómo nos comunicamos, aprendemos, descubrimos e inventamos. La metáfora es una forma de pensamiento antes que de elocuencia. Ahora, para ayudarme a explicarlo, he pedido ayuda a uno de nuestros más notables filósofos, el rey de los metafóricos, un hombre cuyas contribuciones al tema son tan grandes que él mismo se ha convertido en metáfora. Me refiero, por supuesto, a Elvis Presley
Las metáforas constituyen una poderosa herramienta de la comunicación: ayudan a explicar algo desconocido en términos de algo conocido. Es una pinza capaz de vincular dos ideas resumiendo en pocas palabras mucho contenido. Puedes salpicar con ellas toda una presentación o utilizarlas de manera magistral en el cierre. Un final que dejará en el paladar de la audiencia el regusto de la revelación escondida en lo insospechado. ¿Te has dado cuenta de todas las metáforas que he utilizado solo en este texto?
Las metáforas producen un maravilloso efecto llamado sinestesia conceptual. La sinestesia es la experiencia de un estímulo de un órgano sensorial en otro órgano sensorial, como la «audición cromática». Todos tenemos habilidades sinestésicas y las metáforas son una prueba de ello. Otra experiencia que lo demuestra es la de Booba y Kiki.129
Si eres como el 98 por ciento de las personas, identificarás la forma redondeada con Booba y la afilada como Kiki. Instintivamente hallamos, o creamos, un patrón entre la forma redonda y el sonido de Booba, y entre la imagen puntiaguda y el sonido de Kiki. Muchas de las metáforas que usamos son sinestésicas. El susurro es dulce, los colores fluorescentes son chillones, algo sexy es algo caliente, y el silencio puede ser gélido, como la nieve. La metáfora crea una sinestesia conceptual en la que entendemos un concepto dentro del contexto de otro.
Mi ejemplo favorito de cierre metafórico lo protagoniza Bruce Lee.130 En pocas palabras, resume el conocimiento de «la acción natural no forzada» (principio taoísta del Wu Wei) que propone el arte marcial que él practicaba. Un método de combate muy transgresor, sin posturas fijas, práctico y con una cantidad casi ilimitada de recursos para las situaciones de combate, con lo que consigue adaptarse a cualquier circunstancia. La adaptación, la anticipación, el uso correcto de las fuerzas, tanto propias como del contrario, son referencias que se resumen en la frase colofón de una de las entrevistas más famosas del artista marcial, actor y filósofo del siglo pasado.
No te establezcas en una forma, adáptala y construye la tuya propia, y déjala crecer, sé como el agua. Vacía tu mente, sin forma, moldeable, como el agua. Si pones agua en una taza, se convierte en la taza. Si pones agua en una botella, se convierte en la botella. Si la pones en una tetera, se convierte en la tetera. El agua puede fluir o puede chocar. Sé agua, amigo mío.
Busca una metáfora para tu cierre colofón. Puedes haberla sugerido desde el principio o puedes sorprender con ella directamente al final. ¿Cuál será la elegida?
El favorito de los oradores noveles que, habiendo olvidado durante toda la charla que su público es humano (no un ordenador sin corazón que funciona exclusivamente a base de información), aprovecha el momento final para edulcorar el cierre. El resultado en este caso es tan postizo, tan de mentirijilla como uno de esos tatuajes de pega. Desde luego que recomiendo un cierre emotivo, siempre que se haya tenido en cuenta la conexión emocional con la audiencia en momentos anteriores. Si no, quedará impostado y echará por tierra la credibilidad de todo lo anterior.
Procura la conexión emocional a lo largo de tu exposición y busca un cierre que provoque una explosión de emociones en tu audiencia. Nada de recursos facilones o sensacionalistas. No se puede transmitir emoción sin sentirla. La filosofía «WeAreTheWorld» mal empleada generará rechazo inmediatamente.
Si quieres que tu público se emocione, entrégales tu corazón sin miramientos. Al mostrar lo que sentimos, lograremos un «eco emocional» en las personas que nos escuchan, incluso cuando al expresarnos no fuéramos todo lo elocuentes que desearíamos. Ese contagio, posible gracias a las neuronas espejo (o neuronas cubelli, que se activan al observar una reacción en otro individuo), va a propiciar una conexión extraordinaria con la audiencia, lo que generará una impronta (una huella profunda) en su memoria.
Rolf Dobelli131 explica en su libro El arte de pensar cómo recordamos mejor gracias a la emoción con este sencillo ejemplo:
Aunque la primera historia debería recordarse mejor por su brevedad, lo cierto es que ese relato desapasionado de los hechos nos deja impávidos, mientras que el segundo confiere de sentido la historia, volviéndola memorable. Es como multiplicar la emoción por dos: primero los emocionas, después lo recuerdan mejor y… se vuelven a emocionar. Intensifica el efecto de tu exposición con un cierre emotivo.
Cuando sube la emoción, baja la inteligencia. O dicho de otra manera, las emociones nublan el intelecto. ¿Nos conviene utilizarlas?
Cuando las emociones entran en juego, si son demasiado intensas, pueden disparar el mecanismo de defensa que lleva funcionando miles de años, y que tiene como consecuencia una reacción natural de: huida, confrontación o parálisis. Estos efectos se producen por la descarga en nuestro cuerpo de hormonas como la adrenalina y el cortisol, encargadas de elevar la tensión, subir las pulsaciones y conducir sangre a los grupos musculares más grandes (si la sangre está en las piernas para ayudarnos a escapar, el riego de nuestro cerebro se resiente). Como consecuencia, aunque el cuerpo responde físicamente, intelectualmente reaccionamos igual que un mandril hambriento.
Claro, no te pido que contraríes a tu audiencia en el cierre (aunque ya hemos visto en el apartado de storytelling lo importante que es el conflicto). Como bien dice la frase de Michael Crichton, que popularizó Risto Mejide (@ristomejide): «Si cuando hablas nadie se molesta, es que no has dicho absolutamente nada». Por lo que te invito, al menos, a subir un punto el nivel de emoción de tu discurso y, si tienes que llevarla un poco al límite, ¡adelante, atrévete!
Cuando aumentas la carga emocional de tu discurso, la parte más analítica del cerebro de tus oyentes desconecta ligeramente y tienes vía directa a su corazón. Aprovecha esta increíble oportunidad para apelar a lo emocional y conquistar el corazón de tu audiencia con un argumento irrefrenable. Después de todo, como decía Blaise Pascal, «el corazón tiene razones que la razón no entiende».
Como en otras ocasiones te propongo una charla TED en la que puedes experimentar la sensación de una montaña rusa… cayendo en picado. El nombre de su autor es Damien Mander,132 un francotirador entrenado para matar que en un momento de su vida enfrenta la decisión más radical que puede hacerse un ser humano con respecto a otras especies.
Puede que seas de lágrima fácil o puede que no… Descuida, este discurso no te romperá en llanto. A cambio, el gesto adusto del protagonista y la contundencia de sus palabras te transmitirán un desasosiego intelectual y una sensación de urgencia inigualables. Algunas de las frases de Mander en la TEDxSydney Opera House:
Aunque puede haber diferencias entre animales y humanos, ambos comparten la capacidad de sufrir, y debemos dar la misma consideración a ese sufrimiento. Cualquier posición que permita que casos similares sean tratados de forma diferente se clasifica como una teoría moral inaceptable. ¿Cuántas vidas de animales valen la vida de un ser humano? Una persona carnívora consumirá 8.000 animales en toda su vida. El sufrimiento es sufrimiento. El asesinato también. Cuanto más indefensa la víctima, más horrible el crimen. Pequeños cambios en nuestra vida implican grandes cambios en la vida de otros. Cada acción valiosa requiere un nivel de sacrificio. ¿Qué estás dispuesto a hacer por otros animales?
Tras semejante reflexión, no es mi parte racional la que analiza si puedo o no imaginar mi vida siendo vegetariana, es mi parte emocional la que se plantea: ¿tendría yo la valentía de renunciar a todo en mi vida para tratar de detener el sufrimiento de los animales? No dejes de verla, no te dejará indiferente.
Si piensas que por preparar de forma profesional una presentación no puede ser emotiva, es que no has visto hablar a Jill Bolte Taylor133 (@DrJBT). Podrás encontrar fácilmente este ejemplo en la gran web de las charlas que llevo recomendando en todo el libro.
La de la doctora Bolte, en concreto, es muy especial para mí. Fue la primera que vi en ese formato: 18 minutos exquisitamente bien aprovechados (no le sobra ni le falta un detalle, es más, la duración de 18 minutos de media en TED.com es un homenaje a la duración del discurso más famoso de la historia: «I have a dream»). Durante esos minutos, la neuroanatomista describe cómo vivió un derrame cerebral, que ella llamó: ataque de lucidez, y pudo experimentar en primera persona cómo se interrumpían una por una las funciones de su cerebro: el habla, la conciencia, el movimiento, etc. Una asombrosa historia, con uno de los finales más brillantes y emotivos que he visto jamás.
Estoy convencida de que cada palabra estaba elegida a conciencia (medida para durar 18 minutos exactos) y no por ello deja de emocionar hasta el llanto, visible en la oradora en los últimos segundos, y en parte del público, que no puede evitar levantarse y ofrecer una Ovación cerrada (pelillos como escarpias modo on).
Como ves, trabajar la emocionalidad de tu discurso, por ejemplo, el de las bodas de oro de tus padres, puede conmover a tu audiencia (sobre todo a tus padres) aunque lo hayas preparado cientos de veces. La clave será que, en el momento de la exposición, imbuyas la misma emoción que sentiste al escribirlo la primera vez. Lejos de resultar forzado, notarás que sale fluido. ¿Preparado para recibir tu Ovación? ¡Practica el cierre emocional y pronto oirás BRAVO por todos los lados!
Nunca mejor dicho, porque una de las acepciones de proverbial implica ser conocido por todos. Un proverbio, refrán, cita, dicho, aforismo o máxima otorga una autoridad moral e intelectual y se utiliza para demostrar ideas o pensamientos propios, engrandecidos por la sabiduría de otros personajes históricos.
Cuando se encuentran al comienzo de un discurso se entienden como una sugerencia, o un avance sintético, de lo que va a exponerse; en el cierre, apuntalan la conclusión con una opinión sagaz que resulta actual siendo eterna.
Me considero fan incondicional de estas muestras concentradas de inteligencia prestada, breves comentarios sobre algún aspecto de la vida que aspira a ser permanente y universal. Son el equipaje de mano de la literatura: ligero y compacto, tópicos que vuelven del revés otros tópicos y remiendan las verdades gastadas. Contienen todo lo que hace falta para mejorar el día en la oficina, o para superar una noche oscura del alma. Otorgan fuerza histórica y poder intelectual a tu conclusión, solo hay que elegirlos sabiamente para que el cierre salga redondo.
Concluye tu discurso con un refrán anónimo, un proverbio de alguna cultura distinta o apóyate en aforistas ilustres: filósofos, literatos, científicos, políticos, líderes sociales, ahora incluso influencers (distinguirás a estos últimos por sus seguidores en Facebook y por tatuarse en la piel sus propias frases, no hay pérdida).
Si quieres acertar, apuesta por los clásicos: desde Séneca hasta Frida Kahlo, de Antonio Machado a Virginia Wolf, o de Wislawa Szymborska a tu propia abuela. Los aforismos son palabras para el recuerdo y pronunciadas en el momento clímax de la presentación, el cierre, pueden permanecer para siempre en la memoria de la audiencia.
Acude a ellos como fuente inagotable de inspiración y utiliza en alguna ocasión esta fórmula de cierre para tu discurso.
Como dijo Ray Bradbury en la novela distópica Fahrenheit 451: «A buen fin, no hay mal principio» (podría ser el cierre proverbial de este apartado, ¿no crees?).
Con esta frase se produce un efecto mágico y en sus cabezas piensan… «¡Chas, parece que ha acabado!» (tienes que ser muy de los ochenta para entender la musiquilla que acompaña a esa frase inventada). En cualquier caso, deja que te diga que, si alguna persona se hubiera distraído durante tu discurso, cuando escuche: «ya para terminar» va a abandonar ese pensamiento para atender de nuevo. Por eso, el cierre es tan importante: es una última oportunidad para captar toda su atención.
Este es el momento de valorar lo importante que es que hayan atendido hasta este punto de la charla; dependiendo de los minutos de duración, puede ser toda una heroicidad. Si, por el contrario, alguien se hubiera desconectado en algún momento, no tienes que preocuparte en exceso (a no ser que sea un porcentaje alto de la audiencia y durante mucho tiempo, ahí sí tengo que recomendarte que vuelvas a la casilla de salida), si alguna persona se distrae en algún punto del discurso es normal, cualquier cosa que tenga en la cabeza es de antemano más importante que nada que vaya a contarle otra persona. No obstante, que sea perfectamente comprensible no te exime de responsabilidad: tu objetivo es dirigir y mantener la atención desde los primeros instantes hasta el último.
Por ejemplo, el anteriormente mencionado Steve Jobs hizo marca de su «And one more thing» («y una cosa más») justo antes de contar un último producto en sus presentaciones o una característica diferenciadora. Eso le garantizaba toda la atención tras sus palabras… y golpeaba con un anuncio revelador.
Según Facundo Manes,134 neurólogo y neurocientífico creador y director de Instituto de Neurología Cognitiva (INECO), existen tres tipos de atención bajo el gobierno del cerebro: la selectiva, la sostenida y la dividida.
La atención selectiva sucede cuando estamos en un ambiente ruidoso pero queremos escuchar específicamente a una persona por encima de toda esa algarabía. Para ello debemos filtrar los estímulos irrelevantes que suceden alrededor y somos perfectamente capaces de hacerlo. La atención sostenida sucede cuando nos concentramos un tiempo determinado en una tarea y requiere del compromiso personal por mantenerla. Por último, existe la atención dividida, que permite alternar el foco en diferentes estímulos. Como cuando estás viendo la televisión y con el móvil al mismo tiempo (y quien dice viendo la tele dice trabajando, hablando con tu familia o incluso conduciendo).
En un escenario ideal, tu audiencia te está prestando una atención sostenida, haciendo un esfuerzo (en la medida en que tú hagas lo propio) por captar todo lo que dices. En un escenario real, lo que vivimos es un asedio de estímulos sensoriales que nos abordan continuamente, mensajes de WhatsApp incluidos (atención dividida). Como consecuencia, la atención es el recurso más caro de la tierra junto con el californio (metal radiactivo usado en los pozos petroleros que cuesta unos 27 millones de dólares el gramo) o la tinta de impresora (según el estudio de Celeste Watson,135 4.289 euros por litro frente a los 1.529 euros que cuesta un litro de Chanel Nº5).
¿Cómo lograr ciclos de atención recurrentes? Generando TÚ los estímulos para captar la atención de manera sostenida, introduciendo cambios a lo largo de tu discurso: variaciones en la voz, cambio de temática, realizando prácticas, haciendo preguntas, movimientos deliberados y un largo etcétera. No todo a la vez, por supuesto: gracias a la calibración de la audiencia y al desarrollo de la temática, irás percibiendo cuándo introducir dichos estímulos de manera natural y efectiva.
La energía es como un tubo de pasta de dientes: cuando el tubo tiene mucha, la gastas en tres días; y cuando le falta poca, puedes aguantar tres semanas apurando. ¿Verdad o no?
Perseverar en cualquier ámbito va a exigir un desgaste de energía que no todo el mundo está dispuesto a asumir, por eso no mejora todo el mundo. Si fuera fácil… Lo que sí puede hacer cualquiera es ir introduciendo pequeños cambios paulatinamente. Ir mejorando pequeños aspectos de tu comunicación y, siguiendo el Método BRAVO, mejorar bloque a bloque tu discurso. Mi fórmula secreta para superar miedos e incomodidades es un mantra que me ayuda a «ocuparme» en vez de a «preocuparme»: UN PASO CADA VEZ. Si pongo mi atención y mi energía exclusivamente en el paso del proceso en el que me encuentre, soy más capaz de ejecutarlo de forma eficiente tomando inercia para dar un siguiente paso.
Cuando te recomiendo gestionar tu energía me refiero, sobre todo, a la que pones en el momento de realizar la presentación. Esta información es tan relevante que, si me pidieran resumir todo el Método BRAVO en un solo párrafo, usaría el siguiente:
El nivel de energía que proyectas tiene una importancia cardinal a la hora de hablar en público: cuanta más energía, más nivel de atención y, por tanto, mejores resultados. Siempre. Independientemente de la naturaleza de la información y del objetivo que persiga. ¡Hasta los informativos deben contarse con energía!
He crecido con Matías Prats (Luque) en la televisión, un comunicador con más de 7.000 ediciones de informativos a sus espaldas, casi cuarenta y dos años de carrera periodística. Para mí, es un ejemplo perfecto de profesionalidad y energía a la hora de comunicar tanto las noticias más curiosas (con un humor inteligente e inocente a partes iguales, comentó hace unos años que en el mercado del coleccionismo una moneda de 5 pesetas de 1949 podía costar miles de euros, y apostilló después: «¡Qué duro!»), como las más noticias escalofriantes: si buscas en internet el noticiario del 11 de septiembre de 2001, podrás comprobar la energía con la que transmitía el terrible atentado que ha quedado para el tiempo inmemorial.
Hay quien dice que hablar en público es como tener una conversación de café con muchas personas al mismo tiempo, y no es cierto. Los que cumplen este erróneo precepto y hablan a varias personas como si estuvieran hablando al que tienen al lado hablarán bajo y sin energía (aunque se escuche correctamente por estar usando micrófono) logrando lo que explica el profesor Donald A. Bligh,136 un efecto sedante de las presentaciones orales. Demostró este principio a partir de un experimento que medía el descenso de las pulsaciones por minuto tras media hora de escucha. Precisamente por este motivo, necesitas subir tu nivel de energía. Así de claro. Si puedes, haz deporte de forma regular y si no puedes también. Como dice la experta en neurociencia Marta Romo137 (@Martaromo): «Si no tienes tiempo para el deporte, tendrás que sacarlo para la enfermedad». Y específicamente aumenta tu energía a la hora de comunicarte con los demás, atraerás más y resultarás más convincente.
Cuando alguno de mis clientes me pregunta cómo subir ese punto de energía necesario para dirigirse a una audiencia, les hago una pregunta inicial que les ayude a disociarse: «Si tu discurso fuera una estación del año, ¿en qué estación estarías hablando?». No me digas por qué, pero suelen responder… ¿lo adivinas? ¡Otoño! Acto seguido les pido que me hablen como si fuera primavera y explotara la vegetación o un caluroso y juguetón verano, después modulamos, pero primero procura UN ALTO NIVEL DE ENERGÍA. Recuerda las neuronas espejo: «Tu audiencia hará lo que tú le muestres». Un alto nivel de energía provocará más atención por parte de la audiencia, y, a su vez, una mayor comprensión, y cuanto mejor lo entiendan, mejor se sentirán. ¡Es una apuesta segura!
No se trata de que salgan eléctricos, pero sí de que noten una «nueva corriente» en tus palabras. Habla con energía durante toda tu charla, modúlala cuando sea necesario o el contenido te pida rebajarla un poco (quizás buscando conexión emocional puedas bajar la velocidad y el volumen unos instantes), pero recuerda acabar con el mismo entusiasmo del que hablamos en los primeros capítulos. Un cierre energético impulsará a tu audiencia a la acción y les generará un estado emocional de predisposición y ánimo.
Un efecto Wow es un cierre incomparable. Una sorpresa inesperada que le da sentido a todo lo anterior. Es algo que debe estar estudiado y mimado en su concepción y eficazmente desarrollado en su ejecución. Es un final que deja a todos con la boca abierta y potencia el significado de lo dicho anteriormente. Tal vez puedes conseguir que te aplaudan, pero solo te recordarán si generas un efecto… ¡Wow!
El efecto Wow bien consumado te hará inolvidable.
Quizás un escéptico redomado no se asombre ante unos fuegos artificiales bonitos en el momento indicado (no confundirlos con los petardos que asustan a los pobres perros cada año en Navidad o cada celebración futbolística). Puede que la gente no se emocione con el beso apasionado de los protagonistas al final de la película. O no se rían con un buen giro humorístico de final imprevisible, como en el chiste del guionista J. J. Vaquero (@VaqueroEH) «Estaba tan borracho que me atropelló un coche… y me di a la fuga». Puede que exista gente sin corazón que no ponga ojitos al ver fotos de cachorros, pero puedo prometerte que el efecto Wow no deja a nadie indiferente.
El efecto Wow es un golpe directo. Una llamada a la acción. Pero, sobre todo, es una forma de captar toda la atención y transformarla en un resumen memorable de tu ponencia.
Sin duda alguna, uno de los mejores del mundo en este apartado es Rubén Turienzo138 (@rubenturienzo). Le he pedido permiso para compartir tres de sus finales para que te sirvan como ejemplo.
Este conocido experto en motivación y cambio cultural tiene una conferencia sobre rock que me encanta. En esa conferencia habla de liderazgo y motivación con un paralelismo de diez anécdotas de la historia del rock que consigue tenerte enganchado, aprendiendo al tiempo que anclas un conocimiento a una canción o grupo determinado. Es digno de ver. Al final, cuando ha concluido sus diez aprendizajes, suele pronunciar el siguiente discurso: «Si tuvieseis que recordar una sola cosa, un solo grupo, os pediría que os grabaseis a fuego el nombre de uno de mis grupos favoritos: AC/DC. En el nombre de este grupo está la clave para seguir adelante y liderar con motivación y entusiasmo». Tras una pequeña pausa dramática y jugando con las sonrisas y la conexión, remata: «Debes cuestionarte todo y buscar alternativas, pregúntate constantemente “¿Y si hago esto?”, “Y si hago lo otro?”, “¿Y si… y si… y si…?” —dice señalando las dos primeras letras del nombre original del grupo, mientras que se prepara para dar el golpe final—. Y sé más justo, más positivo y más benévolo contigo y con los demás. Estamos cansados de recibir negativas todo el día, así que: “DI SÍ”».
AC/DC se lee «Y si/Di Si». Acuérdate de este grupo y si… ¡di sí!
Al despedirse, risas y aplausos están siempre asegurados. ¡¡¡BRAVO!!!
El segundo de sus finales más ovacionados es el que consigue en una conferencia en la que habla de influencia social y comunicación regalando una moneda de dólar real a quien se la merezca entre el público (sobre la que antes ha contado una historia que aumenta el valor emocional de la obtención de dicha pieza). Da la palabra a varias personas, que, al utilizar las técnicas que él mismo ha explicado anteriormente, consiguen emocionar a la audiencia y, sobre todo, validar automáticamente la ponencia. El momento de votación a mano alzada del propio público y el instante de la entrega de la moneda es un verdadero éxito tras el que solo queda agradecer y despedirse en medio de una fuerte ovación.
Para mí, su mejor final es el que realiza en su conferencia sobre motivación. Tras su ponencia pregunta al público cuántos tienen una moneda de un euro y pide que se la enseñen. Con la moneda en el aire lanza una nueva pregunta referente a si la conferencia les ha gustado y les ha parecido realmente buena, a lo que habitualmente la gente responde que sí, aunque solo sea por cortesía. Y remata con una tercera pregunta: «¿Cuántos pagaríais un euro por conocer una última técnica?». En ese momento saca una hucha contabilizadora de monedas e insta a la gente a que deposite la suya si desean obtener una nueva enseñanza.
El público entre bromas y curiosidad va llenando la hucha mientras Rubén Turienzo va animando y motivando a la gente a que el bote se mueva más rápido. Suele conseguir que un 70 por ciento de los asistentes donen su euro.
Cuando vuelve la hucha a sus manos, bromea con frases como «Ya tengo para las cañas de hoy» y acompaña al público con las risas. Pero en un momento determinado se detiene y, mirando la hucha dice:
Otros ponentes han pasado por aquí y yo soy el único que me voy a ir a casa con una hucha llena de dinero. Pero no de un dinero que yo os he robado, sino uno que me habéis entregado a toda prisa y con una sonrisa en la boca. ¿Os imagináis si vuestros clientes os pagasen vuestros servicios con la misma alegría? Os acabo de demostrar que la responsabilidad está en vosotros, no en ellos.
Esta reflexión suele levantar el primer aplauso. El ponente suele hacer una pausa para continuar mientras muestra una caja de cartón vacía.
Pero ¿sabéis lo más llamativo? Esta caja lleva en la puerta desde que habéis entrado en la sala y nadie ha echado un solo euro, pese a que ponga claramente que es para ayudar a una ONG. ¿Queréis ser la caja o la hucha? Ser la caja es estar esperando que las cosas sucedan, que os descubran, como un objeto pasivo. Os aseguro que eso no hará que las monedas os lleguen. Hay que ser huchas y provocar la acción.
Habitualmente aquí llega el segundo aplauso. Dos enseñanzas finales y dos aplausos. La gente ya está en el bote (o en la hucha). Después remata:
De todas formas, quiero que todos los que habéis puesto el euro por la enseñanza no solo os quedéis satisfechos con lo que os acabo de decir, sino que además os vayáis a casa sabiendo que yo confiaba en vosotros. Por eso antes de venir ya sabía que esto iba a suceder y me adelanté. En el escenario, durante toda la conferencia, bajo esta sábana, hay 100 kilos de alimentos (lo dice mientras destapa la sorpresa), que es lo que podríais pagar con este dinero que hay en la hucha y que generosamente habéis donado a la ONG de la caja. En su nombre, gracias por ser tan especiales y por hacer que la confianza depositada en vosotros se transforme en comida, sonrisas y esperanza para otros.
Turienzo lleva siempre muy trabajado su efecto Wow y es una de las claves de su éxito como ponente. Te aseguro que todo el mundo puede y debe hacerlo.
Pon a trabajar tu creatividad y desarrolla un efecto final que refuerce lo dicho anteriormente, eso sí, que tenga sentido con tu relato. Puedes hacer que la gente termine cantando una canción o recitando un poema. Puedes provocar que la audiencia envíe colectivamente un mensaje en vídeo a alguien. O puedes conseguir un juego en redes sociales buscando un número de likes determinado. Y, sobre todo, lo que puedes es no quedarte en eso, sino ir un paso más allá. ¿Y si generas un grito de guerra? ¿Y si soltáis un globo con helio a la estratosfera? ¿Y si cuentas un chiste que resuma todo? ¿Y si…? Pues antes de que tu lado cerebral te diga que no, di sí.
Lo ideal de los finales Ovación es que los elijas según el tema, la audiencia y, ante todo, cómo te hagan sentir en ese momento. Puedes haber hecho tus «deberes» a la perfección (siguiendo cada apartado del Método BRAVO) y que la audiencia te sorprenda, por lo que precisarás un cierre determinado en vez de otro.
Lo que voy a recomendarte es que contemples tres finales posibles y tengas uno como favorito (pero que puedas usar cualquiera de los otros dos si la situación lo requiriese).
Esto te dará flexibilidad a la hora de adaptarte a cómo haya ido la recepción del mensaje por parte de la audiencia, su estado emocional, el tuyo y, algo muy importante, el ajuste del tiempo. En mi caso he llamado a este pequeño apartado «mis finales favoritos» porque me he dado cuenta de que tras muchas conferencias son los cuatro a los que más recurro. Espero que te inspiren a crear los tuyos.
Imagina que has decidido comenzar tu ponencia con una pregunta abierta. Una llamada a la reflexión que introduce una idea a la audiencia, y permite que disertes con claridad los elementos que deseas compartir. Esa pregunta, como vimos anteriormente, debe ser inspiradora pero a su vez debe generar cierta controversia en la respuesta. ¿Qué te parece esta pregunta?
En ocasiones compagino mi labor en una gran empresa o con emprendedores con una acción social. Solía hacerlo con algunas conocidas hasta que me inventé Doble Infinito. Un proyecto solidario fundamentado en la premisa de la capacitación a las personas que se dedican en cuerpo y alma a los demás. Mi leitmotiv consiste en «servir al que sirve» y la labor en la que más tiempo invierto está enfocada en ayudar a las enfermeras de los hospitales de Madrid139 a mejorar su comunicación, y por qué no, su motivación. Suelo comenzar esas ponencias con una pregunta poderosa: «¿Quién motiva a quien motiva?».
Tras explicar los elementos de la comunicación sugestiva, del poder de la comunicación y la elección de las palabras en el estado de ánimo, etc., demuestro que la verdadera motivación nace dentro de uno mismo, pero se fortalece cuando se crea una tribu o grupo de colaboración (reforzando con ello la importancia de su trabajo con las familias de las personas enfermas de cáncer). Repito en varias ocasiones la palabra nosotras e incluso preparo una diapositiva final solo con esa palabra ocupando toda la pantalla. Antes de proyectarla y para finalizar la ponencia vuelvo a repetir: «Habéis visto la importancia de la empatía, cómo generar mayor conexión con las familias, pero lo más importante de todo es: «¿Quién motiva a quien motiva?». El grupo suele responder: «Nosotras». Hago que levanten la voz, que se pongan de pie y lo repitan. En ese punto de emocionalidad, les doy las gracias y les pido que se den un abrazo para que anclen esa emoción lo más fuerte posible. Desde aquí mi sincera admiración y cariño a estas magníficas profesionales.
Mi segundo final favorito tiene que ver con el uso correcto del storytelling. Si la ponencia ha ido bien y las personas han ido asimilando la parte teórica con facilidad, el contexto está servido para un remate historiado que sea memorable. Recuerda que esta técnica no puede ser nunca improvisada, aunque lo parezca. De hecho, la idea de poner encima de la mesa esa historia es como un regalo extra a la audiencia tras una conferencia ya terminada y de la que estás plenamente satisfecho. Una anécdota, un ejemplo, un broche personal a modo de confidencia a un amigo.
La confidencia puede ser humorística, como, por ejemplo, cuando he estado hablando de la importancia de usar el lenguaje con propiedad y cómo este puede proyectar nuestra imagen de poder y cierro con:
Muchas gracias a todos y todas por estar tan atentos. Estoy convencida de que ahora pensaréis bien vuestras expresiones para conseguir el posicionamiento que deseáis. Como Michelle Obama y su marido que, cuando este aún era presidente, cuando fueron a un restaurante y ella se detuvo en la puerta para saludar al maître con bastante cariño. Obama le preguntó a su mujer al volver a la mesa si le conocía, y ella le dijo que fueron pareja en la juventud. Obama le respondió: «¡Qué curiosa es la vida! Si hubieses seguido con él, ahora serías la mujer de uno de los maître más importantes de todo el país. Michelle sonrío y mirando a su marido le replicó: «No, cariño, si hubiese seguido con él, ahora él sería presidente de Estados Unidos».
Risas aseguradas, mensaje anclado, ovación en camino.
BRAVO por Michelle y BRAVO por mí.
La confidencia puede ser biográfica, como cuando comparto el accidente de tráfico que tuvimos en mi familia. Cuáles fueron los aprendizajes, cómo pueden dilatarse apenas unos segundos, todo lo que te da tiempo a pensar… Supongo que proyectan en mí sus propios «accidentes», sus miedos, conclusiones y esperanzas, porque la Ovación llega y ambos, tanto la audiencia como yo, nos emocionamos. Por supuesto, lo cuento si tiene sentido, si estamos hablando de tomar decisiones significativas y de lo esencial que resulta priorizar en la vida. Cuidar eso que decía el maestro Stephen Covey: «Lo importante en la vida es que lo más importante sea lo más importante».
Una confidencia puede ser inspiradora. A mí me gusta, tras hablar de atreverse a hablar en público, prepararse las ponencias como profesionales y no confiarse nunca bajando la guardia, despedirme de la siguiente manera:
Permitidme para terminar que os cuente algo. Joe DiMaggio fue uno de los mejores jugadores de béisbol de la historia. Fue un emblema de los Yankees y además de ser amigo de Frank Sinatra, los Kennedy y el segundo marido de Marilyn Monroe, a mí me tiene conquistada con esta anécdota. 1948, él tenía una lesión en el talón que le dificultaba brillar y ponía en peligro los éxitos de su equipo. En una ocasión jugaba un partido amistoso con los Red Sox justo tres días antes de un partido decisivo y él, en vez de lo que harían las estrellas del fútbol actual, se entregó como nunca. Corría, golpeaba con todas sus fuerzas, no dejaba que su equipo se relajase, incluso se quejaba del trato arbitral… Al terminar, un periodista le preguntó por qué había actuado así, esforzándose al máximo y poniendo en riesgo el partido oficial siguiente. Joe DiMaggio lo miró seriamente y dijo: «Porque quizás en las gradas había alguien que no me había visto jugar nunca».
Esa es la expresión de la excelencia. Preparaos como si fuese siempre la primera vez, la única vez. Como si quisieseis dejar vuestra marca en lo más alto.
Amo cantar. Y sé que a la mayoría de las personas también les gusta. Eso sí, si quieres que gran parte de la audiencia se sume a una última canción o himno que refuerce lo que has dicho, mi recomendación es que escojas o bien una canción muy actual y pegadiza (de esas que se sabe todo el mundo), un gran éxito histórico que tenemos grabado en el subconsciente (también se la sabe todo el mundo, aunque no quiera) o un hit generacional escogido especialmente según la audiencia (vaya, que se la saben seguro). Intenta huir de canciones creadas por ti, rarezas con estribillos complicados o idiomas no aptos para tu audiencia. Y refuerza esta acción siempre con un karaoke con la letra en tu proyección.
Si sigues estas sencillas claves y encuentras un tema que se ajuste a tu temática… ¡anímales a cantar! Te aseguro que esa sensación de estar cantando en un coro de decenas de personas unidas por un mismo objetivo no se olvida nunca. Es memorable, divertido (si alguien no quiere hacerlo puede acogerse al playback), ancla el conocimiento suministrado y es un cierre que termina siempre con un apoteósico aplauso, muchas risas y un estado de satisfacción compartido.
Yo por ejemplo escojo la canción Voy a pasármelo bien de Hombres G. Tras hablar de la necesidad de disfrutar en la preparación del discurso, animo a que cada estribillo se cante más alto y con más ganas. E incluso mirándose entre ellos. Si he hablado de ser perfeccionistas e ir siempre un paso más allá, puedo hacerles cantar I can’t get no (Satisfaction) de los Rolling Stones. Y si quiero hablar de la emocionalidad y reforzar el uso del cariño y el mimo en lo que se hace… All you need is love de los Beatles. ¿Fácil, verdad? Pues te aseguro que la audiencia no lo olvida nunca.
Reconozco que este elemento es uno de mis recursos de ovación más satisfactorios.
En todas las ciudades de cierto tamaño existe una tienda de magia en la que se pueden comprar juegos profesionales con cartas, monedas, imanes, cajas… Estudia bien tu temática, analiza algunos juegos y pide ayuda a los vendedores mágicos. Ellos sabrán cuál es el más apropiado para ti. Eso sí, una vez seleccionado, repítelo una y otra vez, y cuando creas que ya lo tienes, repítelo de nuevo diez veces. La magia es un acto de determinación y perseverancia. Es un momento artificial… ¡completamente natural! Debes ser capaz de repetirlo en cualquier circunstancia, tipo de iluminación y cercanía con el público.
Si hablas de la conexión entre ponente y audiencia, puedes usar, por ejemplo, un juego de mentalismo en el que adivinas las palabras que alguien del público ha escrito en un bloc. O usar unas monedas que desaparecen (mágicamente, claro) para hablar del discurso poco preparado y de como este va perdiendo su valor. Cuando se habla de magia todo vale, siempre y cuando el hilo conductor de tu discurso esté bien definido y sea consecuente.
No tiene que ser un juego de magia muy sofisticado, con grandes aparatos y complejas ejecuciones. Hace un tiempo utilicé, por ejemplo, unos trozos de papel que simulaban rocas de carbón y que había repartido entre el público. Tras contarles el Método BRAVO resumido, les pedí que cogiesen esa roca imaginaria (el papel arrugado que les di al principio) y que la apretasen entre sus manos imaginando su futura ponencia.
Su Bienvenida.
Su Reconocimiento.
Su Autoridad.
Su Valor.
Su Ovación.
Las iba adornando mientras ellos cerraban los ojos y apretaban fuerte su papel rocoso. Al abrir los ojos y pedirles que desenrollaran el papel, el calor había hecho su efecto y la tinta térmica había transformado el supuesto carbón en la forma del diamante que sirve de gráfico al método BRAVO.
En él se podía leer: «NUNCA DEJES DE BRILLAR».
Ese es mi deseo para ti, enséñales tu brillo, transforma el carbón en un diamante y recibe esa gloriosa ovación que mereces.
Esa es la escena, y eres tú quien está frente al público en el escenario… ¡recibiendo una gran ovación!
¡BRAVO!