Isabella y Torben

 

Isabella se estiró en la cama. Se había acostado tarde la noche anterior. Aún le dolían los pies después de todas las horas que había pasado llevando tacones, y estaba aliviada de que tendría el fin de semana completo para descansar. Se habían retrasado en Nueva York y no despegaron hasta pasadas tres horas y media de la hora programada para el despegue. Ella llevaba seis años trabajando como azafata de vuelo y le encantaba su trabajo que le permitía ver casi el mundo entero. Estaba pensando en John, él había sido uno de los pilotos del avión que venía de Nueva York la noche anterior,  y le había hecho saber que la deseaba.

Ella suponía que él estaba casado; era un poco mayor que ella, pero muy atractivo, incluso sin tener en cuenta el precioso uniforme que excitaba a la mayoría de las mujeres. Había atravesado el avión unas cuantas veces durante el viaje, y cada vez, se había rozado de una forma innecesariamente dura contra sus nalgas firmes cuando tenía que pasar por delante de ella en el pasillo estrecho del avión. Ella había contenido el aliento cuando él le susurró que era hermosa mientras apretaba su pene contra sus nalgas de vuelta a la cabina del piloto. Él se había propasado, pensó ella, y mucho. Pero no se podría considerar que era realmente acoso sexual si ambas partes disfrutaban.

Habían volado juntos en otras ocasiones y ella sabía desde hacía tiempo que a él le gustaba su aspecto, pero nunca lo había demostrado de una manera tan clara hasta entonces. Cuando aterrizaron en Copenhague, él dejó el avión con un colega rápidamente, y ella sólo le vio un instante mientras se metía en su coche y se alejaba.

 

Ella retiró las mantas y la sábana y dejó que su mano se deslizara hasta su vientre antes de colocar ambas manos en cada uno de sus pechos redondos y agraciados, luego, cerrando los ojos y amasándolos, mientras se imaginaba que eran las manos fuertes y bronceadas de John. Respiró un poco más pesadamente, y la increíble sensación cálida de la excitación se difuminó desde su coño hasta el resto de su cuerpo, mientras ella cautelosa, experimentalmente, susurró su nombre. Daba gusto, no tuvo ninguna dificultad en imaginarse cómo sería estar con él, y el pensamiento hizo que la calidez la invadiera.

Una de sus manos se abrió camino abajo, mientras que la otra jugueteaba  ávidamente con sus pezones, que se habían endurecido y vuelto más sensibles con cada toque ligero. Daba un gran placer, y jadeó mientras sus piernas levemente dobladas se abrieron y dejó que sus dedos se deslizaran hacia arriba y hacia abajo en su coño que ya estaba mojado. Pronto dejó que sus dedos se deslizaran hacia dentro y gimió en voz alta. Empezó a moverse rítmicamente contra sus dedos. Habría dado lo que fuera porque él estuviera allí en ese momento. No habría titubeado ni un instante. Sus muchos avances y flirteos en el avión la habían debilitado.

Ella se había enamorado de él, sin duda alguna, y se estaba obsesionando cada vez más con su idea. Había sentido su erección muy claramente cuando se había apretado contra ella fuertemente en el pasillo, allí entre los pasajeros y le había susurrado lo hermosa que estaba. Ella llevaba el pelo largo y rubio recogido mientras trabajaba, pero durante las últimas semanas se había asegurado de soltarse la melena al bajar del avión de manera que él pudiera ver lo seductoramente bella que era. Era alta y esbelta, y sus ojos azules brillaban cuando le miraban. Estaba segura de que él sabía lo que ella sentía por él.

Estiró la mano para alcanzar un consolador que tenía en la mesilla de noche. Después de que ella y Danny se divorciaron hacía casi un año, lo había usado con frecuencia. Necesitaba sus orgasmos y quería estar en forma para cuando, esperaba que fuese pronto, volviera a tener una vida sexual activa. Ella y Danny habían hecho el amor varias veces al día durante los primeros años. Eran insaciables y estaban en la misma onda en cuanto a probar sus límites y explorar de forma juguetona y guarra maneras nuevas de hacer el amor. Pero Danny había pedido el divorcio cuando ella se negó a abandonar su trabajo. Él quería una mujer que estuviera en casa todas las noches, y ahora había encontrado una que lo estaba.

Ella se había quedado triste, pero su trabajo lo era todo para ella, y ahora que había estudiado sus sentimientos adecuadamente, sabía que era más importante para ella de lo que lo era él. Habían hecho el amor la última noche que pasaron juntos en la casa, incluso varias veces. Estaban desesperados, era una locura, se aferraban a sus cuerpos hasta que su deseo alcanzó cotas nuevas, pero siguieron adelante con su decisión y ella sólo lo había visto una vez desde entonces.

 

El sustituto fálico realista se deslizó fácilmente en su coño húmedo mientras ella susurraba el nombre de John una y otra vez. Se retorció en la cama mientras se apretaba los pechos con fuerza, y cuando sintió que le llegaba el orgasmo, echó la cabeza hacia atrás y tensó los músculos entorno a lo que en este bello momento era el pene duro de John. Pronto sintió las poderosas contracciones en su coño, su clítoris hormigueaba y ella se movió ávidamente mientras terminaba con la masturbación.

 

  Quería irse de compras ahora que por fin tenía un poco de tiempo libre mientras estaban abiertas las tiendas, así que se dio una ducha rápida y disfrutó de los rayos cálidos del sol primaveral al cruzar la gran plaza en la ciudad. No tenía ningún plan para el fin de semana. Su hermana le había invitado para ir a ver una obra de teatro, pero ella declinó la oferta, quería disfrutar de un fin de semana en casa, y no le molestaba en absoluto si eso significaba que se quedaba a solas en casa viendo la televisión. Caminó por la calle comercial y miró los escaparates, saludó con la cabeza a un par de colegas del trabajo y compró las pocas cosas que quería.

        – Estás guapa en zapatos planos también.

Se quedó helada. Estaba parada en un cruce al final de la calle camino de vuelta a su piso cuando escuchó su voz encantadora que venía de detrás.

–John.

Ella se giró, pero su sonrisa se borró al ver a una mujer un poco más joven que se acercaba corriendo a él.

– Por qué no me has esperado…

La mujer joven jadeaba ligeramente.

Isabella miró a John. Parecía completamente serio cuando agarró la mano de su esposa, saludó con la cabeza a la rubia que es su colega de trabajo y cruzó la calle. Ella no tuvo la ocasión de decir ni una palabra, y ahora estaba enfadada. ¿Cómo se había atrevido? No se merecía sus atenciones, por lo visto tenía bastantes cosas en su vida, y ella no quería ser parte de una escisión matrimonial. La fantasía de esa mañana se había malgastado completamente. Una bella experiencia, sí, pero estaba segura de que habría logrado la misma sensación fantaseando sobre cualquier otro hombre que conociese y que encontrara atractivo.

– ¿No cruzas, entonces?

La luz se había vuelto roja antes de que se pudiera percatar de quién le había hecho la pregunta. Un caballero un poco mayor que ella, le sonrió amablemente y le tendió su brazo. Sus ojos eran tiernos, estaba bien vestido y parecía bastante atractivo con su pelo gris levemente revuelto y unos labios preciosos curvados que se abrían en una sonrisa que le hizo a ella pensar en besos ardientes e íntimos.

– Si… voy a cruzar… y gracias. Me quedé con la cabeza en otra parte durante un momento.

Ella le agarró del brazo y cruzaron la calle juntos.

–  ¿Quién es el afortunado?

Ella rió, él era encantador, su voz era profunda y se sentía perfectamente segura acompañada por él.

 –  Oh, no era nadie, un error… me parece.

– Agua pasada no mueve molino. ¿Quizás me permites invitarte a un café?

– ¿Por qué no? –replicó ella con una sonrisa y los dos se encaminaron hacia una cafetería al aire libre donde podían disfrutar del sol.

– Me llamo Thomas.

– Vale, perdona… Yo soy Isabella.

 

Ella seguía agarrada a su brazo y pensó que los dos parecían cualquier otra pareja.

Resultó ser que Thomas era contratista. Era propietario de una empresa grande y trabajaba casi siempre en España donde estaba la sede de la empresa. Sólo estaba en Dinamarca porque su hija se casaba. Estaba alojado en un hotel en la ciudad. Normalmente vivía en Madrid. Estaba divorciado y actualmente no salía con nadie. Antes de siquiera poder darse cuenta, ella ya le había contado su matrimonio fracasado, y acerca de John que parecía estar casado.

– Azafata de vuelo, ¿es un trabajo interesante?

– Lo es, aunque no es tan exótico como piensa la mayoría de la gente, pero me gusta mi trabajo, me viene muy bien, por lo menos hasta que tenga niños.

Él supuso que ella tendría aproximadamente la edad de su propia hija, que sería unos veinte y largos.

– ¿Quieres tener hijos?

– Quizás… no lo sé. Supongo que me da miedo terminar por lamentarme por no haberlos tenido.

– Hmm... ¿Tienes algún plan para esta noche?

Ella le miró intensamente. Era un hombre muy atractivo y varias veces se había pillado a sí misma deseándole.

– No, creo que no.

– Quizás podemos salir a cenar. Nada especial, sólo por acompañarnos mútuamente. Quiero decir, ¿te apetece?

Ella sonrió y sus ojos azules brillaron cuando le contestó que estaría encantada. Thomas la recogería en su piso a las siete y luego se irían a un sitio tranquilo para cenar. Normalmente, ella no saldría con un hombre que no conociese de antes, pero Thomas era una excepción, no podía imaginarse tener miedo de nada cuando estaba con él. Se sentía atraída por su experiencia.  Supuso que él tendría cincuenta y pocos años, era guapo, muy encantador, pero también inteligente y muy interesante. Tenía un aspecto aseado y varonil. Sus hombros anchos y espalda recta le hacían parecer tener dominio de sí mismo.

En sus ojos se veía una profundidad que daba a entender que no le eran desconocidas las dificultades en la vida y que era bondadoso con las personas que amaba. Ella deseaba volver a verle. Esta vez no hablaría de John. Esta tenía que ser la noche de ellos dos, quizás la única que tendrían, pero eso no era importante. Ella quería disfrutar del momento, y no quería decepcionarle.

 

 Se tomó su tiempo con tranquilidad después de la ducha. Quería elegir el conjunto ideal. No demasiado recatado y tampoco muy descarado, pero que le hiciera fijarse en ella como mujer. Estaba segura de que lo haría cuando se embutió un vestido ceñido de color morado que le llegaba a la altura de medio muslo esbelto. No tenía mucho escote pero sus pechos redondos y bien formados eran imposibles de ocultar. Sus formas quedaban visibles a través del tejido fino, y por experiencia, sabía que este vestido concreto podía fácilmente hacer que un hombre descansara la vista en ellos durante un rato más largo.

Thomas era un hombre alto, de manera que podía llevar tacones altos sin ser más alta que él. El vestido no tenía mangas, así que se puso una chaqueta corta de color negro, y una vez que se había aplicado el maquillaje y peinado su largo cabello rubio, estaba lista para una velada agradable con Thomas.

 

Acababa de aplicarse el pintalabios en sus labios generosos cuando él apretó el timbre de la puerta, y ella agarró su bolso y se fue corriendo hacia el ascensor.

– Dios mío –dijo él cuando la vio, y como si fuera lo más natural del mundo, le rodeó los hombros con el brazo y le abrió la puerta del coche.

El coche era de alquiler, pero ella estaba segura de que sus gustos serían igual de refinados en donde vivía. El Audi no era una opción al azar. Se encaminaron hacia el norte. Él quería enseñarle una posada acogedora en la costa. La visitaba cada vez que venía a su tierra, y allí los dos podrían hablar con tranquilidad y silencio mientras cenaban. Hablaron de toda clase de cosas en el camino. Él le preguntó cosas de su trabajo y le habló de su vida en Madrid.

– Y ese hombre, el piloto… ¿Qué pasa con él?

Ella no había pensado en John ni un instante durante horas, y no quería hablar de él.

– Dejémosle a un lado de momento –replicó ella con una sonrisa.

 

La cena fue estupenda, y ella no se podía acordar de cuando había sido la última vez que se lo había pasado tan bien. Quizás nunca. Thomas era maravilloso. A la mitad del plato principal, ella ya estaba enamorada como nunca lo había estado antes, y cuando llegaron los postres, le preguntó si deseaba dar un paseo por el parque afuera, ella no lo dudó un instante antes de decir que sí.

 – ¿Te lo estás pasando bien Isabella?

– Mucho –dijo ella, descansando la cabeza brevemente en su hombro mientras él le rodeaba la cintura con el brazo.

– Eres una mujer increíblemente bella.

– Gracias –dijo ella sin mirarle.

Se sentía un poco cohibida ante su manera de hablar tan directa, pero le gustaba y podía sentir el calor invadirle todo el cuerpo.

– ¿Sigues creyendo en el matrimonio, Isabella?

Ella se paró y le miró.

– ¿Por qué lo preguntas, Thomas?

Él rió encantadoramente y le colocó las manos en los hombros.

– No te preocupes… mi hija se casa el sábado, así que pienso en eso mucho… me gustaría que ella fuese feliz para siempre.

Ella le devolvió la sonrisa y le contestó que estaba segura de que el matrimonio le funcionaba mejor a unas personas que a otras.

– Isabella.

Él se detuvo otra vez, y en esta ocsasión la rodeó con los brazos y le miró profundamente a los ojos.

– Bésame, preciosa Isabella.

Sus labios se acercaron a los de ella, y ella le recibió con ganas mientras jadeaba rápidamente. Le dio un beso largo y suave antes de soltarla. Ella le deseaba pero él no llevó las cosas más lejos hasta que se encontraron ante la puerta de la vieja posada una vez más. La empujó contra el coche y la besó con la misma avidez que antes, abriéndole la puerta del coche, y ella se subió al vehículo.

– Ha sido una velada maravillosa, Isabella… te gustaría que te llevase a casa o…

– ¿O qué?

Él no la miró. Era difícil para él. Ella era mucho más joven que él y no quería insultarla.

– Bueno, podríamos tomar una copa en mi hotel o algo.

Ella le brindó una sonrisa seductora cuando él se detuvo ante un semáforo en rojo y él miró hacia abajo.

– Eso suena muy bien, Thomas… Es lo que me gustaría hacer.

– Quiero decir, no es que tenga la costumbre de ligar a jovencitas en la calle… pero tú eres especial, Isabella.

Ella le acarició la mejilla y descansó la cabeza en su hombro. Él olía muy bien. Tenía buen gusto. Era fuerte pero también tan vulnerable. Se sentía atraída por él de una manera que nunca había experimentado antes.

 

Cuando entraron en la habitación de su hotel, estaba segura de que se dejaría seducir si él lo deseaba. Él se quitó la chaqueta y los zapatos en cuanto cerraron la puerta, y mientras él estaba de pie de espaldas a ella, sirviendo las copas, le animó a ponerse cómoda. Ella se sentó en su cama, descansando la espalda contra el cabecero cuando él se giró.

– Eres maravillosa, bella.

Él le pasó una de las copas y se tumbó de costado, mirándola mientras ella bebía sorbitos cautelosos de su bebida.

– ¿Qué te parece… te quieres quedar?

Ella dejó su bebida en la mesilla de noche y tomó la de él y la colocó al lado de la suya, antes de inclinarse encima de él y susurrarle que sí. Sus labios se encontraron y ella lentamente le desabrochó la camisa mientras los dos se besaban ansiosamente. Ella se había olvidado por completo de John y la fantasía de esa mañana ni siquiera existió. No había nada en su mente aparte de estar con este hombre a su lado. Le sintió abrir su vestido por la espalda y su mano  segura contra su piel.

Se desvistieron los dos ansiosamente y él besó su cuerpo desnudo por todas partes mientras susurraba lo maravillosa que era ella. A estas alturas, tenía un bulto de tamaño considerable en sus calzoncillos y gimió quedamente cuando ella le puso la mano encima y le presionó suavemente.

– Eres fantástico, Thomas… hazme el amor –gimió roncamente mientras le bajaba los calzoncillos dejando a la vista su pene.

Era grande y duro, y ella lo rodeó con la mano mientras le abría los labios con la lengua. Él la acarició como nunca le habían acariciado en su vida. Le sostuvo el cuello y la acercó hacia sí. Sus manos empezaron a explorar, se deseaban el uno y la otra, y tenían problemas con la espera. El deseo les intoxicaba y jadearon mientras exploraron sus cuerpos por todas partes. Ella se inclinó por encima de él y tomó su pene entre los labios. Sabía muy bien y dejó que sus dedos acariciaran sus testículos y nalgas mientras él se deslizaba por su garganta.

– Ohhh, Isabella... eso me da tanto placer –susurró él roncamente mientras le agarraba del pelo largo.

Sintió su mano ávida en sus nalgas. Las separó y dejó que sus dedos se deslizaran dentro de ella. Estaba mojada y él lubricó su ano con sus jugos y empujó un dedo hacia dentro. Ella gimió sonoramente cuando él movió el dedo, y  tenía que concentrarse para evitar chuparle demasiado fuerte. Estaba obviamente excitada. Se retorcía de una manera que él nunca había visto en una mujer. Era tan bella, tan maravillosamente apasionada y deseosa. Él la folló por el culo con los dedos ávidamente mientras ella le chupaba hasta que él sentía que estaba a punto de correrse.

–  Siéntate en él.

Ella se puso a horcajadas encima de él y ansiosamente le dejó deslizarse dentro mientras le miraba a los ojos y le ponía las manos en los pechos. Daba un inmenso placer. No se cansaban el uno del otro. Ella le cabalgó duro mientras él sentía la potente pulsación en su pene.

– Córrete para mí, nena.

 Sabía que él estaría haciendo un esfuerzo para retener su orgasmo pero quería que ella se corriera a la vez que él.

– Thomas... Oh, oh... sí, eso me da tanto placer...

 Le cabalgó intensamente y sintió cada centímetro de su pene maravilloso moviéndose con avidez en su coño.

– No te corras todavía, Thomas… espérame –susurró ella, casi rogándole.

Él acarició sus pechos, la acercó a su pecho y chupó sus pezones y la besó con avidez y pasión.

– Isabella... ohhh, eso da tanto gusto… córrete para mí… córrete conmigo…

Ella echó la cabeza hacia atrás y su cabello largo le golpeó en la espalda, ella jadeó y gimió en voz alta mientras él la embistió más profundamente. Estaba tan pendiente de su propio orgasmo que apenas notó las primeras gotas de él dentro de ella. La agarró por las caderas mientras la devoraba con la mirada; era la mujer más maravillosa y él quería verla llegar al clímax… para ver lo que era capaz de hacerle. Él llegó al clímax con un rugido, mientras ella se terminó de correr encima de él. Se fusionaron, se unificaron en cuerpo y alma y él se sintió casi conmovido de que ella le hubiera recibido tan voluntariosamente.

– Oooh, Thomas... oooh, eso ha estado tan bien… –gimió ella mientras se tumbó encima de él con su pene todavía dentro.

Él la besó suavemente y todavía se sentía tan afectado por la situación que no podía decir nada. Le acarició la espalda y las nalgas mientras se recomponía lo suficiente como para poder mirarla a los ojos y susurrarle que había sido algo excelente.

 

Ella se despertó por la noche al oír la voz de Thomas hablando por teléfono. Estaba en el baño pero la puerta estaba abierta y ella podía oír la conversación en castellano.

– Yo también te quiero.

El castellano era uno de los requisitos de su trabajo, así que entendió el significado y la frase le hizo helarse. Ya que su hija vivía en Dinamarca y era danesa, no era probable que fuese con ella con quien hablaba, pero le había  dicho que estaba soltero y ella no tenía la impresión de que hubiera una mujer en su vida. Sintió la decepción inundándole mientras se daba cuenta de la realidad. Thomas tenía a alguien en su casa, alguien a quién amaba, y que esperaba que le llamara a casa. Bueno, de otra manera no sería necesario hablar por teléfono en medio de la noche, y metido en el cuarto de baño. Tuvo dificultad para seguir escuchando. Seguramente él estaba de espaldas a la puerta.

A juzgar por su tono de voz, era una conversación íntima, y ella cuidadosamente retiró las sábanas y recogió su ropa, se vistió rápidamente. Cogió sus zapatos en la mano y salió rápidamente por la puerta. La cerró con cuidado. No quería que él intentara detenerla con mentiras. Llamó a un taxi fuera del hotel y no fue hasta que cerró la puerta de su piso que permitió que las lágrimas cayeran por sus mejillas. Había sido una velada tan maravillosa y una noche tan fantástica hasta que se dio cuenta que no era mejor que John.

Quizás Thomas también estaba casado. No llevaba anillo en el dedo, pero claro, se lo podía haber quitado. Por otro lado, su esposa seguramente habría estado con él en Dinamarca para la boda de su hija, así que quizás era sólo una amiga, pero para ella, eso era igual de malo. Eres demasiado ingénua, Isabella… no puedes criticar a otros por eso, pensó ella para sus adentros y se desnudó para darse un buen baño de agua caliente. El olor del increíble cuerpo de Thomas todavía le impregnaba la piel y ella quería quitarse hasta el último vestigio de su persona lo antes posible.

Le dolía que él no hubiera sido sincero con ella. Ella se había enamorado de él y se había dejado seducir por él, pero ahora… ahora era sólo algo que quería borrar de su memoria, algo que deseó que nunca hubiera sucedido.

Thomas se quedó conmovido cuando regresó al dormitorio y vio la cama vacía. Encendió las luces y vio que su ropa y su bolso también habían desaparecido, se sentó lentamente en el borde de la cama y entonces se dio cuenta de que ella habría oído su conversación. ¡Es una azafata, joder! ¡Claro que entiende el castellano, idiota! Se dijo a sí mismo.

Tenía que llamar a Adora. Estaba embarazada y él quería asegurarse de que estaba bien. Habían estado juntos durante unos seis meses, pero ella era demasiado joven para él. Él lo había intentado pero se sentía como un cerdo cuando dormía con ella. Ella sólo tenía 20 años, había trabajado para él y él había sido incapaz de no tocarla una noche cuando llegó a su casa enorme y solitaria. Le había prometido que se aseguraría de que ella y el bebé estarían bien cuidados, pero hasta ahí iba a llegar. Le daría dinero para vivir pero no se iba a casar con ella.

Ella se había mudado de la casa cuando él le hizo ver claramente que nunca iban a ser una pareja oficialmente. Siempre sería algo que tenía lugar en la oscuridad, cuando estaban a solas en la casa y él necesitaba una mujer. Tenía que haberle hablado de ella a Isabella acerca, pero le dio demasiado miedo. La azafata rubia era importante para él, y cuando vio y escuchó como había reaccionado ella ante los avances de su compañero de trabajo, aunque estaba casado, no se atrevió. Le había dicho a Adora que la quería. Seguramente Isabella había escuchado eso. Era cierto, quería a Adora, pero era más bien como se quiere a una buena amiga, o algo así. La protegía y le daba pena.

 

Se tumbó en la cama, seguía desnudo y el olor de Isabella todavía impregnaba las sábanas. Era una pena que la cosa acabara así, había sido el mejor sexo que recordaba, había sido tan fantástica y él había albergado esperanzas de volver a verla. Sabía dónde vivía, así que suponía que podría encontrar su número de teléfono. Tenía que hablar con ella y explicarle todo, aunque la idea de hacer eso le daba miedo. Isabella era distinta. Cierto que se había ido con un hombre casi desconocido a su habitación de hotel, pero era firme y no se conformaba con cualquier cosa.

Eso lo sabía. La deseaba, era fenomenal y los dos habían disfrutado juntos. No sólo en el hotel, sino también durante la cena y el paseo en el parque. Incluso en la cafetería por la tarde cuando recién se conocieron, él sabía que ella era especial. Decidió esperar al domingo. Seguramente no iba a sacar nada en claro con ella llamándola ahora, probablemente ella le colgaría el teléfono al saber que era él, y seguramente no le dejaría pasar si iba a su casa.

Quería estar seguro de que habría un gran ramo de flores con una tarjeta esperándola cuando se despertara y luego la llamaría por la tarde. Pensó en ella y se imaginó el sexo que habían tenido una y otra vez mientras daba vueltas en la cama, incapaz de dormir.

 

Isabella se despertó con el timbre del telefonillo a las 9:30 de la mañana. Seguramente era publicidad en el correo, así que pulsó el botón para abrir la puerta de la calle. Se sorprendió cuando el timbre de la puerta de su casa sonó unos minutos más tarde y se quedó con la boca abierta al ver el gigantesco ramo de rosas rojas con el chico de la floristería casi escondido tras las flores.

– ¿Son para mí?

– Eso es lo que parece. ¡Buenos días! –dijo bajando las escaleras de carrerilla antes de que ella tuviera la posibilidad de decir nada más.

Seguro que eran de Thomas, pensó ella, retirando la tarjeta del envoltorio de celofán.

 

Siento mucho haberte hecho daño. Esa no fue nunca mi intención y las cosas no son como podrías pensar. Estoy seguro de que escuchaste mi conversación con Adora anoche y, si alguna vez tengo una oportunidad, te contaré todos los detalles. Ella y yo no estamos juntos, Isabella, tú me diste la mejor noche que he tenido nunca con una mujer y espero que se repita. Por favor, perdóname y déjame al menos explicarme. Sé que suena a locura, pero creo que te amo. Te llamaré esta tarde y espero que podamos hablar.

 

Thomas

 

Había lágrimas en sus ojos. Adora. Así que, había una mujer en su vida, o por lo menos había una a la que él le decía que la quería. Alguien que él sentía que tenía que llamar en medio de la noche. ¿Qué explicación podía haber? Esta Adora significaba algo para él. Ella no lo entendía y no estaba muy segura de querer oír lo que él le tenía qué decir. Las rosas eran preciosas. Las colocó en agua y puso el jarrón en medio de la mesa del comedor. Pasara lo que pasase, ella siempre se emocionaba cuando un hombre le compraba rosas. Se rindió y dejó de intentar dormir. La idea de que la llamaría le hacía sentirse inquieta.

Aún no estaba segura de si iba a contestar a la llamada. No quería que le hicieran daño, eso era innecesario. Ni siquiera sabía de su existencia hacía 24 horas. Estaba segura de que podría superarlo si es lo que tenía que pasar. En menos de 24 horas ella estaría cruzando el Atlántico otra vez, quizás con John en la cabina del piloto. Tenía una semana agitada por delante, que la llevaría a varios aeropuertos americanos y pronto se olvidaría de Thomas si tenía que hacerlo.

 

A eso de la 1 cuando sonó el teléfono ella ya se había decidido. Se quedó mirándolo esperando a que dejara de sonar. En el silencio subsiguiente casi se echó atrás, pero eso no tenía sentido. No podía lamentarse ni lo permitiría. Él vivía en Madrid de todas formas, y ella pasaba la mayor parte del tiempo en el aire sobrevolando el Atlántico. Su relación estaba condenada antes de que  siquiera hubiese empezado. Quince minutos más tarde, el teléfono sonó otra vez y de nuevo, no contestó. No podía ser de otra manera. Había pasado un día muy agradable y una noche bellísima con él y eso era todo, y lo podría guardar en su corazón como un dulce recuerdo o lo podría intentar olvidar.

Pasó el resto del día en su piso. Tenía que poner la lavadora y hacer la pequeña maleta que la acompañaba por todo el mundo. El primer vuelo sería a Miami, así que tendrían que pasar la noche allí y pronto tendría otras cosas en las que pensar. Linda y Jeanette irían también en el vuelo y las tres normalmente salían a cenar juntas antes de quedarse dormidas en el hotel para estar adecuadamente descansadas para el vuelo de regreso.

 

Thomas estaba desolado. Había albergado esperanzas de hablar con ella, pero ahora podía ver cómo era la situación desde el punto de vista de ella. Adora le llamó a media tarde. Estaba triste, y como había hecho numerosas veces antes, le dijo que tenía miedo de dar a luz. Él le dijo que todo iría bien y por enésima vez se culpó por dejar que pasara esto.

– Te quiero, Thomas… te quiero…  –había estado llorando.

Él se compadecía por ella, y le dijo que él también la quería, pero quizás no como ella hubiera querido. Adora era una chica guapa de origen portugués. Su cabello color negro carbón casi le llegaba hasta su estrecha cintura. Sus ojos casi negros brillaban de amor cuando le miraban. Cuando habían hecho el amor, se habían vuelto lustrosos de deseo, pero él no sentía lo mismo que ella, se dio cuenta ahora. Había estado genial, eso no se podía negar, pero no era nada en comparación con Isabella. A pesar de la gran diferencia de edad, habían estado mucho más a la par.

Él se había sentido atraído por Isabella como persona, y con Adora había sido una necesidad, y ella había estado flirteando con él durante mucho tiempo hasta que al final se rindió una noche cuando llegó a casa borracho y la encontró desnuda en su cama. Se había sentido como si estuviese haciendo algo prohibido. Ella sólo tenía 18 años la primera vez, y él lo lamentó en el mismo instante en que la llenó de semen. Habían seguido, a menudo ella se reunía con él en el dormitorio y con frecuencia se despertaba sintiéndola en la boca o a horcajadas encima de él. No recuperó el sentido común hasta el día en que ella le habló del bebé.

Él sabía a ciencia cierta que el niño era suyo: ella no había estado con nadie más durante el tiempo que se había quedado en su casa, eso lo sabía. Mucha gente le habría llamado cobarde, pero no podía casarse con ella. Podía mantenerla a ella y al bebé pero eso es todo lo que podía ofrecerle. Ella se mudó a un piso grande y muy exclusivo en un complejo residencial que su empresa había construido y él le hacía una transferencia de una suma importante de dinero cada mes. Así serían las cosas hasta que el niño hubiera recibido una educación. Hizo los arreglos con su abogado y le prometió que la visitaría al hospital cuando hubiera dado a luz.

 No estaría presente durante el nacimiento y ella sería la única que tuviese su custodia. No tenía energías para esto, era demasiado viejo para tener un niño pequeño y no quería que Adora formase parte de su vida en el futuro. En menos de una semana iba a acompañar a su hija al altar en la iglesia y quizás para entonces volvería a ser padre. Emily tenía 28 años, y era su única hija. Su madre tuvo cáncer de matriz un par de años después de que ella naciera y no habían tenido más hijos. El matrimonio había sido feliz pero se habían distanciado y él empezó a pasar cada vez más tiempo alejado de Dinamarca.

Había conocido a muchas mujeres, pero nunca se había asentado realmente con ninguna de ellas. Con Isabella eso sí que era una posibilidad, estaba seguro. Puede que tuviera 52 años, pero hacían pareja de tantas formas... y ella era madura e inteligente. Pero nada de eso importaba ahora, ella no quería ser parte de su vida y él no podía obligarla.

 

Pasaría mucho tiempo antes de que Thomas volviese a Dinamarca. Adora había dado a luz a su hija y él había pasado mucho tiempo en Indonesia abriendo una sucursal de su empresa. Después de un tiempo, las cosas se habían calmado. Él había visitado a Adora y su hija en el hospital después del nacimiento, pero desde entonces, sólo las había visto una vez y no tenía intención de nada más. El trato funcionaba, él transfería dinero y ella cuidaba de sí misma y de la niña.

Al principio se sentía terrible por eso. Se sentía un cobarde, pero no podía ser un padre de fin de semana o un tío de visita o nada que tuviese relación con ver a Adora. Ella seguía intentando seducirle y él sabía que ella no avanzaría con su vida si seguían viéndose. Él tenía que ir a Dinamarca para ver su primer nieto un año después de la boda. No había visto a Isabella desde entonces y no había intentado contactar con ella. Pero cuando bajó del avión de SpanAir y se dirigía a la zona de recogida de maletas, la vio. Su corazón latió deprisa.

Ella venía andando con alguien que él supuso que era compañera de trabajo y los dos pilotos de su vuelo. Ninguno de los dos hombres hablaba en danés, así que no pensó que John fuese uno de ellos. Quería llamarla por su nombre pero era incapaz de emitir un sonido por más que lo intentó. Corrió tras ella, y cuando llegó a la salida se acordó de su equipaje.

– Maldita sea.

Se lo había dicho a sí mismo, pero ella le escuchó. Se dio la vuelta lentamente y podía ver que se sentía abrumada por las emociones.

– Thomas.

–   Isabella... se me olvidó mi equipaje. Te vi y…

– Vaya, pues será mejor que volvamos a buscarlo ¿no te parece?

–  ¡Sí!

Ella se despidió de sus compañeros de trabajo y volvió con él a la terminal. Tenía mejor aspecto del que ella recordaba. Era alto y erguido, su cabello levemente revuelto estaba quemado por el sol, y estaba más bronceado que la última vez.

– He estado pensando mucho en ti –dijo ella mientras caminaban hacia la cinta de las maletas.

– ¿Has estado pensando en mí?

– Sí…

Él no dijo nada. Se acercó a la cinta y recogió su maleta.

– Gracias por las rosas. Eran preciosas. Las he secado.

– ¿Por qué? –rió suavemente y el corazón de ella latió un poco más aprisa.

– Para recordarte… y recordarnos a nosotros, fue maravilloso.

– Pensé que era lo que habías sentido, pero… bueno, al final no te  interesó, hermosa.

Estaban saliendo de la terminal cuando ella se paró y le miró iracunda.

– No me interesó… déjame decirte algo, Thomas. Me desperté después del mejor rato de amor de toda mi vida, escuchándote decirle a otra mujer que la amabas. ¿Puedes entender por qué me fui?

Él rió. Ella era aún más atractiva cuando estaba enfadada, y sencillamente tenía que besarla. Dejó su maleta y la agarró por los brazos con fuerza antes de empujar sus labios contra los de ella. Titubeó un poco antes de dejarle abrir sus labios con la lengua. Era tan bonito como ella lo recordó.

– Thomas... Yo, lo siento… lo siento…

Él le acarició la cara con los dedos antes de rodearla por los hombros con el brazo y seguir caminando en dirección a un coche de alquiler en el parking del aeropuerto.

–  ¿Siempre controlas tanto la situación, Thomas?

Ella hizo un gesto hacia el coche y le pidió dejarla en su piso de camino a su casa.

– Claro que sí, luego puedes disculparte en una cena mañana por la noche. ¿Qué te parece las siete? Podemos ir al mismo sitio que la última vez.

Ella pensó en aquella conversación que había escuchado y seguía queriendo saber qué había estado pasando.

– ¿Tienes una relación con ella?

Él no necesitaba preguntarle a quién se refería, y aunque estaba conteniendo el aliento del miedo ante la reacción de ella, parecía infinitamente calmado y sereno cuando contestó.

– No, Isabella, no lo estoy y tampoco lo estaba entonces. Pero tuvimos una hija. Tiene casi un año.

El corazón de ella latía alocadamente. No sabía qué esperaba oír de él, pero ciertamente no era esto. Ella no sabía qué decir. Se sintió herida y enfadada y pensó en pedirle parar el coche y seguir a casa a pie.

– Estás enfadada, ¿verdad?

– Por supuesto. Quizás pienses que no debería estarlo, pero creí que tú eras diferente, Thomas.

–  Tú sabes lo poco que se necesita para hacer un niño, ¿verdad?

Ella se sintió provocada porque él estaba sonriendo, pero no alcanzaba a ver qué tenía tanta gracia, y sinceramente, pensó que él era demasiado viejo para ese tipo de cosas.

– Llévame a casa, Thomas… no quiero hacer esto. Esperaba más de ti, pero olvidémonos de todo.

 

Él siguió conduciendo en silencio y no volvió a hablar hasta que aparcó delante de su edificio.

– No puedo hacer esto, linda…. Lo he intentado, pero no puedo olvidarte. ¿Por qué no me dejas explicarme?

–  ¿Qué hay que explicar? Eres un padre, enhorabuena, estás atado a otra mujer por el niño que habéis tenido juntos y no quiero ser parte de eso, ¿vale?

Ella abrió la puerta del coche y se bajó antes de que él pudiera contestar. Su maleta estaba en el maletero, así que tenía que esperar a que él lo abriera. Fuera el cielo estaba encapotado, llovía y ella se sentía con ganas de llorar.

Él le hacía tener emociones mezcladas y no podía fingir consigo misma que no le importaba nada.

–  ¿Me dejas subirte la maleta?

–  Hay un ascensor.

Él soltó una risa triste antes de mirarla.

– ¿Esto es el final, Isabella? ¿Esto es como quieres que sean las cosas o sólo estás dolida y enfadada?

Ella hizo un esfuerzo por mantener las lágrimas a raya y cuando él la acercó a su cuerpo y le rodeó con sus brazos fuertes, como para protegerla, ella se rindió y dejó de intentar ser fuerte.

– Cariño, no es para nada lo que piensas. Venga.

Caminaron hasta la puerta de la calle del edificio y ella abrió la cerradura mientras la lluvia caía torrencialmente sobre ellos. Él se metió en el ascensor con ella, y para entonces sabía que ella se había rendido. Las lágrimas caían por sus mejillas mientras abría la puerta de su piso. Lo había intentado ocultar pero eso habría sido más fácil fuera en la lluvia.

– Por favor, no llores, corazón… si me dejas, serás la única mujer en mi vida, hasta cuando tú quieras.

Él la besó mientras le ayudaba a quitarse la chaqueta y enseguida se quedó sólo con su camisa blanca de botones y la falda corta de su uniforme. Él soltó su cabello y admiró los rizos que caían sobre sus hombros. Era una mujer impresionantemente bella. Haría todo lo que pudiese para asegurarse de que no desapareciese de su vida esta vez. Podía sentir que ella le deseaba. Ella tenía que borrar los muchos meses que habían transcurrido, y al igual que eso, la sorprendente noticia que le había dado.

– Hazme el amor –le susurró mientras le abría la camisa con una avidez casi sorprendente.

 

Él no lo había planeado de esta manera, pero la excitación de ella era demasiado para él. No pudo evitar excitarse y casi le arrancó la falda ceñida por encima de sus nalgas pequeñas antes de bajarle las bragas lo suficiente como para doblarla por encima de la mesa del comedor y penetrarla profundamente sin mayor preámbulo. Le agarró las caderas con fuerza mientras disfrutaba de la excitación de ella y cuando se intentó incorporar, él la empujó con fuerza encima de la mesa mientras ella se retorcía entre sus manos. La soltó y le dio un cachete fuerte en su trasero perfecto. La calidez y la rojez se prodigó mientras él la tomó de forma dura, casi brutal.

Ella gimió sonoramente cuando sus cachetes fuertes golpeaban sobre su piel dolorida, y cuando salió de ella, le rogó más. La volteó y la empujó encima de la mesa, esta vez de espaldas a la mesa. Todavía llevaba puestos los tacones altos cuando él le colocó las piernas por encima de sus hombros y lentamente deslizó su pene en ella, mientras le miraba la cara.

– Hermosa... quiero hacerte el amor toda la noche… ¿entiendes lo mucho que significas para mí?

– Sí, Thomas… lo entiendo… Tómame… Tómame, Thomas…

Él le abrió la blusa y le bajó el sujetador para dejar sus pechos hermosos al descubierto.

Él la miró, a ella le gustaba, sus ojos brillaban de deseo, y ella tendió una mano hacia él.

– Bésame…

Se inclinó por encima de ella, su lengua encontró la de ella y sus manos apretaron sus nalgas doloridas mientras él la arrimaba contra su cuerpo.

– Eres tan maravillosa, hermosa… ¿Te gusta esto?

– Mmm, si… me da tanto gusto, lo haces muy bien…

Ella gimió quedamente y él sabía que estaba a punto de llegar al clímax. La sentía muy apretada entorno a su pene y se alzó y la agarró de los tobillos para abrirla de piernas aún más. Ella estaba completamente expuesta a él, y él disfrutó de verla mientras él les hacía llegar a los dos jadeando a un clímax. Ella se alzó apoyándose en los codos y su cabello largo ondeó cuando le llegó la primera oleada del orgasmo. Jadeó y gimió mientras los músculos en su coño ordeñaban su pene con dureza. Él se vertió en ella mientras ella tenía otro orgasmo sonoramente. Se agarró a sus brazos y le clavó las uñas mientras se alzaba hacia él.

Ella estaba totalmente extenuada cuando él se inclinó sobre ella y la besó suavemente. Se habían necesitado tanto y los dos sabían que pronto se excitarían otra vez, y esta vez no iba a terminar como aquella vez. Esta vez, ella quería despertarse a su lado, y sabía que él sentía lo mismo.

– He estado pensando tanto en ti –susurró él, ocultando la cara en sus rizos dorados mientras se deslizaba lentamente afuera de ella.

– Yo también he estado pensando en ti, Thomas…

Los pensamientos de ella volvieron al problema, pero no quería estropear el momento, así que no dijo nada.

 

Más tarde, después de que se ducharan, ella le preguntó si quería pasar la noche con ella.

–  Por supuesto, hermosa… si me dejas.

Ella se puso un camisón corto de seda. Estaba cansada, pero sabía que eso no duraría mucho una vez que se hubieran metido en la cama. Su mera presencia era suficiente como para excitarla.

–  Tienes que quedarte –dijo ella rodeándole el cuello con los brazos.

Él era maravilloso, era guapo y estaba en forma a pesar de su edad, sabía cómo tomar a una mujer y a ella no le gustaba la idea de que lo tenía que haber aprendido en otra parte. La alzó y ella podía sentir su pene bajo los calzoncillos, que era la única ropa que se había puesto después de su ducha.

– Tienes que estar cansada, preciosidad… ¿Quieres irte a la cama?

– Mmm... eso suena tentador –dijo ella besándole en el trayecto hasta el dormitorio.

La depositó encima de la cama y su mirada era de admiración. Su cuerpo joven y magnífico era tan tentador que sintió cómo crecía su pene contra su vientre al tumbarse de costado, con las manos empezó a explorar mientras ella se estiraba de placer, y cuando le puso la mano en el dorso de su cuello y la besó ávidamente, ella ya sentía un hormigueo  entre las piernas. Él jugueteó con sus pechos que se habían salido de su pequeño camisón. Ella no llevaba bragas y podía sentirse húmeda mientras él le besaba el cuello y apretaba su cuerpo contra el de ella.

Su mano buscó su polla que estaba grande y dura, y él gimió en voz alta cuando ella le bajó los calzoncillos y le rodeó con la mano.

– Quiero chuparte –susurró ella y le hizo ponerse boca arriba antes de

sentarse entre sus muslos y quitarle los calzoncillos.

Él la miró. Disfrutaba viéndola, su excitación era tan sincera, y cuando separó sus bellos labios y sacó la lengua para acariciar la punta de su pene, su excitación alcanzó cotas más altas. Ella alzó la vista para mirarle mientras dejaba que su lengua le mimase, y cuando al fin le permitió deslizarse entre sus labios, él agarró su cabello largo y la tiró hacia él. Ella le chupó ansiosamente, mientras con los dedos le acariciaba los testículos. Él podía detectar por sus movimientos lo caliente que estaba ella, que se retorcía entre sus piernas y jadeaba.

– Venga.

La tiró hacia él, la besó y la empujó fuerte encima de la cama mientras usaba sus piernas para abrir las de ella. Dejó que un dedo se deslizara de arriba a abajo por su coño mojado, antes de tumbarse con su cabeza entre las piernas de ella, dejando que su lengua se deslizara de forma seductora desde sus muslos hacia arriba hasta su coño. Ella soltó el aliento fuertemente cuando él dejó que su lengua se deslizara dentro de ella, y podía sentirle separar sus labios menores con los dedos y chupar su clítoris entre los dientes. Se retorció violentamente y él tuvo que mantenerla en su sitio para evitar que se escapara de sus manos. Su sabor era fantástico. La lamió ávidamente y dejó que sus dedos se deslizaran dentro de ella mientras mordisqueaba su clítoris con los labios.

Ella le agarró por la cabeza y le apretó contra su cuerpo mientras gemía sonoramente. Su cuerpo se tensó en un arco y él podía sentir el orgasmo que hacía que su cuerpo entero tiritase una y otra vez. Él gimió al verla y esperó a que ella se calmase completamente antes de tumbarse encima de ella y penetrarla lentamente.

– Estoy enamorado de ti – le susurró él.

Ella le había rodeado con los brazos y sus sentimientos por él no habían mermado. Era maravilloso y sólo esperaba que al final no la acabase lastimando.

– Espero que sí, Thomas…

Él se movió en un vaivén lento y enseguida ella estaba excitada de nuevo. Tenía tanta experiencia, ella no se cansaba de él; alzó su cuerpo contra el suyo, haciendo que se deslizara aún más dentro de ella.

– Te gusta eso… eso da mucho placer, Isabella…

Ella le besó  ansiosamente mientras rodeaba con sus piernas las de él y le susurraba que deseaba que durase para siempre. Él se salió de dentro y le dijo que se tumbara de costado para penetrarla desde detrás. Le acarició las nalgas antes de separarlas y dejar que su pene se deslizara arriba y abajo por su coño. Ella estaba tan mojada que él podía oír cada movimiento. Él agarró su pene y lo empujó contra su coño, que le recibió deseosamente y rápidamente le dejó entrar.

–  Duro, Thomas… fóllame duro.

Él la agarró por las caderas y la folló tan duro que ella gimió sonoramente.

–  Nena, me da tanto gusto…

Tenía miedo de correrse demasiado pronto si seguían a esa velocidad así que se ralentizó y alzó la pierna de ella para poder ver su pene entrar y salir. Le apretó los pechos con fuerza y le besó el cuello y los hombros. La tiró hacia él mientras rodaba hasta quedar boca arriba, ella se alzó a medio camino y empezó a cabalgarle mientras él le frotaba el clítoris. Su cabello largo le daba en la cara y el pecho mientras ella se retorcía de placer y él la empujó hacia delante para poder ver su trasero esbelto mientras le cabalgaba. Empujó un dedo contra su ano.

Estaba mojado de los fluidos que salían de ella. A él le apetecía mucho pero quería estar seguro de que a ella también le gustase. Empujó el dedo hacia dentro y ella reaccionó con un gemido fuerte que le hizo saber que le gustaba lo que le estaba haciendo. Estaba tan excitada que casi tuvo un orgasmo varias veces, y cuando ella le dejó salirse de su coño y se puso a horcajadas encima para guiarle hacia su trasero, él sabía con certeza que eso es lo que ella quería. Lentamente se deslizó encima de él, y esta vez se sentía tan apretado que no pudo resistir. Agarró sus caderas estrechas y las movió arriba y abajo con ganas mientras ella gemía con una mezcla de dolor y placer.

Su polla latía con fuerza y sintió cómo ella se frotaba el clítoris para llegar al clímax. Él ya no podía aguantar más, estaba muy cerca de correrse y cuando sintió su coño contraerse mientras gemía y se retorcía, tuvo que usar cada gramo de su auto control para postergar el correrse con ella. La empujó hacia un lado cuando supo que había terminado y se sentó al lado de su cara mientras agarraba el pena y ella sacaba la lengua para dejarle correrse en su cara. Se vació en latidos largos y duros y ella tragó ávidamente el semen que le golpeaba en la lengua.

El placer que sentía era infinito, y no podía recordar sentirse de esta manera por ninguna otra mujer en el pasado. Cuando se acostaron después juntos en la cama, él sabía que tenía que decirle algo.

– ¿Es esta la vez, hermosa..?

– Sí… creo que sí…

Ella se acurrucó más cerca de él y él la rodeó con los brazos como si tuviera miedo de que volviese a desaparecer. Le dijo lo que ella tenía que saber y aunque se congeló unas cuantas veces, seguía con él cuando acabó.

– Yo también te quiero –susurró ella antes de que se quedasen dormidos los dos.