Quieren quitarme la pierna. Cortármela al ras de la cadera. La gangrena apareció alrededor del tobillo. Se extendió hasta el talón y ahora sube desde allí por la piel. No circula mucha sangre ahí abajo porque la aorta está tapada a la altura de la rodilla y la pantorrilla. A esa masa cancerosa la llaman tejido necrótico. Mi esposa me dijo que qué otra cosa puede hacerse. Yo dije que cualquier cosa menos eso. Dijo que la única alternativa era un implante, pero que no iba a prender. Una arteria fibrosa a modo de baipás en las áreas tapadas para llevar más sangre al pie a fin de que la gangrena se seque. Tengo setenta y cinco años. Las verdaderas arterias no son lo bastante resistentes para estirarse hasta el tubo implantado, dijo el cirujano vascular. O algo por el estilo. Y la pierna o la vida. Así como lo oyen. Por muy horrible que les suene a los dos. Perdonen la sinceridad. En fin, al menos caminaré un poco más antes de partir. No caminará más de un mes, dijo, y es probable que menos. La gangrena se extiende muy rápido. Se refiere al tejido necrótico, dije. Llámelo como más le guste, dijo. Problema interminable lo voy a llamar, aunque me gustaría llamar a esa podredumbre la peor parte del peor sueño, del que estoy despertando. Todos están de acuerdo. El especialista vascular, el internista, el urólogo que me operó para extirparme la próstata. Para eso vine aquí al principio. Estaba bien después de la operación. Aprendiendo a orinar como antes. Tres días fuera de casa. Entonces, mi esposa reparó en dos llagas causadas por la fricción de las fajas posoperatorias con que me vendaron bien fuerte los pies para que no me agarrara una embolia en la cama. Dijeron que las complicaciones que son capaces de prevenir, como las embolias, y aquellas otras que no son lo bastante listos para prevenir quitándome las medias por las noches, como las llagas, acosan a menudo a los hombres de mi edad. Y, como soy diabético y tengo las arterias mal, las llagas no sanaron. La gangrena apareció y empezó a extenderse. Pero no voy a repetir el cuento. Esos brotes negros asesinos. Y le dieron a mi esposa solo un cincuenta por ciento de probabilidades de que sobreviva a la operación y nadie garantiza que, de hacerlo, después no empeore cada vez más. Me clavo las tijeras del especialista vascular en una muñeca, después en la otra. Se me va la sangre. Mejor eso que quedarme con una pierna menos. Después, se me va la cabeza. Mejor que morir ¿como qué? Sentado a la puerta de casa. La pierna del pantalón abrochada a mis asentaderas con dos grandes alfileres de gancho para pañales. Durante el tiempo que sobreviva con la pierna amputada. Hasta que me quede sentado a la puerta ¿como qué? ¿Como qué? Ahí está mi esposa de pie, junto a la cama. Viene todos los días a las doce y hoy apareció a las diez. Mala suerte, mujer, intento decir. Ella llama, grita. Sale corriendo por el pasillo, a los gritos. Viene una enfermera. Mala suerte, quiero decir. Sale corriendo y grita llamen al médico. Tarde, digo. Y lo lamento, querida.
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Lo raro es por qué vine cuando lo hice. Tuve un presentimiento. En un sueño. Anoche no podía dormir y tomé una pastilla, como me aconsejó el médico. Por suerte. Porque me dormí y soñé que Jay se quitaba la vida con una sobredosis de pastillas. Me desperté asustada y llamé al piso donde está internado y la mujer me dijo que todo iba bien, que no había quejas de la 646. Le pregunté si podía echar un vistazo. Dijo que era tanto la enfermera de turno como la que aplicaba las inyecciones. Y que solo contaba con un ayudante, que estaba abajo buscando ropa de cama para el día siguiente y que no volvería hasta dentro de una hora, así que, aun con la mejor voluntad, no podía. Le dije que en ese caso iría yo misma a cerciorarme. Dijo que era imposible antes del horario de visitas, a partir de las once, y después añadió que, de acuerdo, iría a fijarse. Lo hizo. Duerme como un bebé, dijo. Me sentí mucho mejor. Fue solo un sueño, pensé, y volví a la cama. Pero aun así decidí venir al hospital antes del horario de visitas y conseguir un permiso especial para entrar porque tenía la sensación de que él se quitaría la vida. Cuando entré en su habitación, casi me desmayo. Por suerte, no lo hice. Sigue en coma, pero fuera de peligro, por lo cual ahora puedo escribirte con lucidez y, cuando no puedo, sin excesiva emoción. Siempre fuiste la mejor de la familia para estas cosas y ahora no hay nadie más. Por supuesto, espero que todo esté bien en tu hogar y dales mi amor a Abe y a los niños.
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Y uno detrás del otro. Ayer alguien que se tira desde un décimo piso. Un paciente. No mío, pero ¿por qué habrá saltado? Me enteré de que tenía un cáncer incurable. ¿Quién se lo dijo? La pregunta es por qué se lo dijeron. Pero lo hicieron. Bueno, olvidemos el error. Se arrojó al vacío. Se puso una bata para no enfriarse. Muy metódico el hombre. Dos notas con instrucciones cuidadosamente ordenadas. No hagan esto, hagan aquello. Es una estupidez decírselo al paciente, por más que ya no pueda hacerse nada por él y él no tenga adónde ir. Subió del tercero al décimo piso caminando, así que al menos le quedaban fuerzas para eso. Pero puede que le haya tomado dos horas, lo que incluso dejaría al hospital peor parado. Un visitante dijo que lo vio rebotar mientras ponía una ficha en el parquímetro. Se elevó casi un metro en el aire y después se quedó, por supuesto, quieto. Y ahora otro. Aunque quizá yo haría lo mismo. ¿Quedarse sin una pierna a la altura de la cadera? Sin grandes probabilidades de recuperarse de la cirugía, con diabetes, arteriosclerosis, setenta y cinco años y para colmo con párkinson. Hice cuanto pude con las muñecas. La enfermera estuvo muy bien. El hombre sonreía todo el tiempo. Quizá fuese un síntoma de su desorden neurológico. Por fin, repetía sin parar. ¿Por fin qué?, dije al cabo, aunque tal vez la repetición fuera producto del párkinson. Su esposa se puso tan histérica que tuvimos que sostenerla por la fuerza para administrarle un sedante. No nos correspondía hacerlo, dado que ella no es una paciente y naturalmente no ha firmado ninguna autorización, pero se lo tomó muy bien. Qué día. Qué día. Dios nos libre de la ironía de que otro paciente intente matarse. Ironía no es lo que quiero decir. Tampoco coincidencia. Me refiero a la conjunción de hechos azarosos y a que Dios nos libre de que ocurran de a tres.
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Era un hombre muy calmo. Bueno, sigue siéndolo. Ni una vez usó el timbre. Ni siquiera cuando correspondía. Así que se hacía encima. Al principio me enojaba con él. Le preguntaba por qué no llamaba para pedir la chata. Decía que sabía que estábamos ocupadas. Se creía capaz de aguantarse hasta que fuéramos por nuestra cuenta. Así de atento era. Es terrible. Cuando una trabaja aquí, se endurece frente a esta gente. Porque es gente común y corriente, pese a todo el dinero que tienen. A la que hay que lavar y cuidar, pero no tener presentes. Si no, los consideras animales de la peor calaña. Que ensucian su propio nido. Los he visto hacerlo y jugar con eso en los zoológicos. Gorilas. Animales que se paran así, con inteligencia. Pero él era diferente. Un hombre muy bueno. De nuevo hablo de él como si hubiese muerto. Quizá sea el caso. Quizá el oscuro espíritu de la muerte trate de darme noticias. Que provienen de él o del hospital en general. Lo llevaron a terapia intensiva. Donde oí decir que no tenía esperanzas. Fue aquí mismo. Pinchazo tras pinchazo. Bien hondo, para colmo. Nada de amenazas. De denme esto o haré aquello. Por cierto que no. Odio las escenas como la que se produjo con su mujer. Llegué justo después de que ella lo descubriera. Cumplo con lo que haga falta. Limpiar las dentaduras postizas más mugrientas o el cuerpo de los peores vejestorios. Lidiar con las heridas o los olores más desagradables. Lo que sea. Todo. Que vomiten los intestinos. Eso es cambio chico para nosotras. Basureras de basura humana. Pero no soporto el espectáculo de alguien llorando por sus allegados o por los muertos. Me atraganto yo también. Lo peor es el final. No somos todas duras e insensibles. Fuman cigarrillos en sus habitaciones. No deberían permitir que los parientes entren en los hospitales. No, digo tonterías. En realidad, pueden resultar de gran ayuda. Poner mucho de su parte para hacer lo que nosotras no podemos. ¿Y si hiciera una lista de los pacientes que mejor me han caído…? Su nombre figuraría entre los diez primeros. Cuarto. A lo mejor tercero. Los tres primeros me recordaron en sus testamentos. Pero él estaba de muy buen ánimo hasta que se enteró. Y en parte fue culpa nuestra. Tendríamos que haber sido más cuidadosas con las vendas. Hasta los broches se le clavaron en la piel. Pero, si los doctores no tuvieron cuidado, ¿por qué se esperaría que nosotras lo tuviéramos? Pero nunca nos culpó. Qué más dan los testamentos. Primero. Ahí, en la cima, segundo o primero. Dijo que así es el destino. No es que haya un plan, sino accidentes. Me lo dijo en la cara. Y no solo para dejarme contenta. Llamaré a terapia intensiva para ver cómo anda. Iba a decir que me muero si me dicen que murió.
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Así que el viejo fue y lo hizo. Diría que fue casi un acto de coraje. Y no me mires de esa manera. ¿Sabes lo difícil que es cortarse las venas? No es que no me alegre de que no lo sepas, aunque una vez intenté matarme. Y de peor manera que cortándome las venas, creo, aunque no pongas esa cara de miedo. No lo intentaría de nuevo. Aunque no sé por qué digo con tanta seguridad que no, aunque claro que no tengo planes de hacerlo ahora. Me arrojé bajo un subterráneo. Que estaba en movimiento. Más que en movimiento, iba casi a la velocidad máxima, por eso mismo lo elegí, aunque no sé por qué. Lo que quiero decir es que no sé por qué lo intenté. Tenía dieciocho años. Un joven muy taciturno, muy depresivo. Me parecía que nada andaba bien o solo podía andar mal, aunque, ¿cómo podía estar tan seguro a esa edad? Además, tenía un caso incipiente de acné tardío y el primer centímetro de calvicie prematura, pero me sentía muy decidido. Caí entre los rieles. ¿No me crees? La idea era salirle al paso al tren cuando apareciera por el túnel al principio del andén, pero debo de haber saltado demasiado pronto. Nunca lo sabré con seguridad, aunque obviamente nadie me empujó. Todo lo que conseguí con mi intento fue tener que dar muchas explicaciones sobre mi ropa rota y esta cicatriz que me hice en la mejilla con el vidrio molido que había entre los rieles. Y la imagen perdurable de estar debajo de un tren que pasa a noventa por hora. Estrrrruendo. Poteeeencia. Pero él tendría que haber esperado hasta la tarde si quería salirse con la suya. ¿Crees que lo hizo a las diez porque sabía que vendría mi madre? Ella dice que no y por ahora él no puede aclararlo, pero puede que la haya oído acercarse por el pasillo. Ella es pequeña y siempre lleva tacos y camina haciéndolos cliquear. ¿Crees que hablo de esta manera para darme coraje ante el hecho inevitable de ver a mis dos…? Mamá y papá, no identifiquen a su hijo. Pero la pregunta debería ser: ¿estoy hablando así para armarme de valor ante lo que casi seguro tendré que enfrentar? Pero mejor me voy porque el avión parte en una hora. Te extrañaré muchísimo, amor. La llave está en el lugar de siempre. La cama está especialmente arreglada para desplomarse con cualquier peso de más de cincuenta kilos. Ah, y no les des demasiados camarones bebés a los hipocampos, ni a los estorninos, las tortugas, los lagartos y los perros. Las abejas pueden cuidarse solas.
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No, no es algo endémico. Son dos casos aislados con veinte horas de diferencia, en el mismo hospital, pero en distintos pabellones; nada más. Uno por terminal e inoperable y el otro porque el paciente piensa que no puede vivir sin una pierna que hay que cortarle. Lo que no tiene precedentes para nosotros es que se hayan dado en días consecutivos. Lo que no es poco común es que ocurran en hospitales. Administrar este conglomerado es ya bastante difícil sin que se difundan rumores espantosos que perturben a pacientes y doctores. Yo aconsejaría olvidar el asunto porque la única noticia que puede escribirse al respecto es un comentario aburrido y soso sobre el administrador de un hospital que se empeña en sofocar un escándalo de enormes proporciones y quizá una columna un poco más movidita sobre un reportero que ha sido desacreditado o puesto de patitas en la calle por haber insistido en escribir el primer comentario.
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Morris se acoda en el mostrador y pregunta ¿fulano es paciente suyo? Le digo que estaba en mi piso. Dice que casi hubiera podido decirse estaba, pero aún debe decirse está. Digo que lo sé y que no fue más que un pequeño desliz verbal de mi parte. Dice que, más que un pequeño desliz, fue un error garrafal que habría podido valerle un gran revés al centro médico y una paliza económica. Digo creo que sé a qué se refiere y lo lamento. Él dice ya creo que sabes a qué me refiero y que haré mucho más que lamentarlo. Digo ¿qué más quiere que haga? Dice todo lo que le pido es que se asegure de que nada parecido vuelva a ocurrir. Digo ¿no estará usted diciendo que cree que yo no hice todo lo posible para que no ocurriera? Dice sí, estoy seguro de que hizo todo lo posible para que no ocurriera, pero quizá lo que digo es que no hizo bastante. Digo fue bastante, señor Morris, créame. Tengo diecisiete habitaciones y solamente estábamos el ayudante Patson y yo porque dos enfermeras habían pasado parte de enfermas y el otro ayudante renunció ese día y todas las habitaciones necesitaban atención de algún tipo. Si no está satisfecho con mi desempeño, dígamelo. Dice acabo de decirlo. Entonces, ¿me está despidiendo?, digo. Nada por el estilo porque por un lado estamos cortos de enfermeras y por el otro ni siquiera sé si aún tengo autoridad para hacerlo, dice. ¿Y entonces qué es?, digo. Una admonición, nada más, dice. ¿Una qué? Un aviso para que tenga más cuidado la próxima vez, dice. Tuve mucho cuidado la primera, digo. Pues tenga más cuidado aún la próxima, dice. Como ya le dije, tuve mucho cuidado, pero el paciente precisa enfermeras privadas las veinticuatro horas, digo. Eso es decisión de su familia, dice. Pues coménteselo a su familia, digo. Sabe que incluso el doctor solo puede sugerírselo a la familia, y buenas noches, dice. Y que tenga buenas noches usted, digo. ¿Fue eso una admonición?, dice. ¿Una ad…, pero qué quiere decir con una…?, digo. Por el modo en que dijo buenas noches, dice. Es lo que usted llamaría un aviso, digo. Cuando sea más que un aviso, dígamelo en persona y en privado, dice. Si hay una próxima vez, lo haré, digo, mientras me llamen los pacientes y los oiga berrear en los dos pasillos y tenga que llenar una docena de jeringas y escribir recetas de pastillas y acostar a dos pacientes y controlar no sé cuántas suturas y la ropa de cama para el turno siguiente aún no haya aparecido y Patson, Patson, Patson me pida que por favor lo escuche un segundo porque está enfermo y se siente un poco mareado y, ¿sería posible que alguien lo reemplace esta noche o que al menos yo le dé un descanso de dos horas después de comer?
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Un día alguien se arroja al vacío desde la terraza y al día siguiente, ayer, o anteayer, él se corta las venas. Nunca pisaré un hospital. Ni una sola vez, si puedo evitarlo, aunque sea para visitar a mi mejor amigo o usar el baño. Porque, ¿de qué sirve meterse en un hospital? Él entra por una cosa y se agarra otra que acaba en una incluso más complicada que se pone tan horrible que tiene que matarse y ahora sabe Dios en qué acabará el asunto. Al menos, es lo que decía el artículo. El señor Jay, de arriba. Un hombre agradable, ¿no? Antes se sentaba al frente del edificio todo el día si hacía buen tiempo y su mujer se armaba de fuerza para llevarlo hasta abajo. En la silla de ruedas, primero hasta nuestro piso, haciendo ruido con la silla en las escaleras y, una vez que tenía todo ordenado afuera, con sus diarios, gafas, pañuelos y libros, lo guiaba con sus pasitos dos pisos más abajo. Y siempre un asentimiento amable y un saludo de parte de él y, más allá del calor que hiciera, siempre con saco. Y nunca una palabra hiriente, ni siquiera un poco, de parte de ninguno de los dos. Sino siempre una sonrisa. Llena de vida y amplia al saludar moviendo las manitos y los dedos, y ahora esto. De la nada. Vaya uno a saber por qué. Me quedé de una pieza. Siempre me quedo de una pieza cuando leo o veo por televisión algo sobre gente que conozco. La última vez fue aquel que, ¿cómo se llamaba aquel muchacho al que mataron, quiero decir, al que encarcelaron, por ir a más de cien por hora en una zona de treinta? En un momento, conduciendo felizmente por esta calle lo vimos en su auto robado y, cuando nos queremos acordar, lo vemos en todos los canales en los noticieros de la tarde y de la noche. Vaya si odiaba a aquel arrogante. Desde siempre. Ya desde niño. Siempre con esa mueca sobradora, como si quisiera pincharte las pupilas. Se aprovechaba de los demás, pero ahora lo han puesto en su lugar. Dos años le han dado en un lugar para que nos sintamos más seguros y él se vuelva un miembro mejor de la raza humana. Pero, aparte de esos dos, no creo que haya habido siquiera un artículo o un informe de los del noticiero sobre alguien conocido, excepto sobre nosotros mismos cuando aparecieron nuestros nombres en la lista de la lotería aquella vez que acertamos el premio del millón con otros miles y al final ganamos quinientos. Ojalá pasara de nuevo. Qué día en el trabajo. Y mi resfrío se me ha bajado al pecho y han vuelto esos dolores en las piernas, así que quizá lo que me haga falta antes de la cena sean aspirinas y dos vasos del jugo de naranja que preparas. ¿Y qué te parece si este fin de semana, si sigue vivo, vamos a visitarlo y le llevamos un regalo? Digamos unas albóndigas o unos pastelitos, porque, por mucho que odie esos lugares, es lo que corresponde por haber sido nuestro vecino tantos años.
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El hombre de la habitación de al lado se está muriendo de tanto fumar. A mi izquierda hay una mujer que no sabe que mañana a las ocho van a extirparle la mitad de las tripas. Al otro lado del pasillo hay un chico que lleva un año en coma y, cada dos horas, exactas, grita mami, mamá, mamá. A uno de los lados de él hay un hombre que intentó suicidarse y al que, según oí decir a su mujer en el pasillo, aún tienen que amputarle la pierna. En la habitación que sigue a la suya hay una mujer a la que ningún especialista sabe qué le pasa, salvo que pierde peso a un ritmo increíble. Incapaz de comer. Después, incapaz de hablar. Pasó de ser corpulenta a pesar treinta y cinco kilos y creen que no durará más de una semana. No se permite ninguna visita, dice en su puerta. Me siento tan ridículo en este piso… Con solo un par de pólipos benignos para que me extirpen y un poco de miedo, aunque puede que me agarre algo peor por estar cerca de tanta gente triste y tantas malas noticias. ¿Sería posible cambiar a un piso menos enfermizo?
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Hola, papá. Me alegro de que te sientas mejor. Oye, no intentes hablar. Aunque puedas. Dicen que puedes oír. ¿Me oyes? Házmelo saber sonriendo a lo que digo. No es que vaya a decir nada gracioso, pero me encanta verte sonreír. Mi padre preferido. Se te ve muy bien. Quise llegar antes, pero el clima en nuestro país ha estado tan mal que los aviones no podían despegar. Cuando al fin fue posible y los chicos y yo llegamos aquí, el aeropuerto estaba en huelga y tuvimos que aterrizar a cuatrocientos cincuenta kilómetros y venir en autobús durante la noche porque nevaba. Entonces, me enteré de lo que te ocurrió. Pero ahorrémonos los comentarios. Mi marido, Lanny, te manda saludos y dice que ojalá hubiera podido venir, y los niños te envían su amor. Están aquí abajo, y tras tanto viajar en tren, avión, autobús, taxi y subterráneo, cuando les falta solo un viaje en ascensor, les resulta frustrante que no los dejen subir, e injusto. Al más pequeño lo quería meter de contrabando en mi abrigo porque nunca te ha visto, pero si lo descubrían podía suceder que no me dejaran volver a verte. Eres el único abuelo que tienen y solo te conocen por lo que les cuento y por fotos viejas. No sé si... pero ¿estoy hablando mucho o muy rápido? Relájate. Pero asiente si quieres que vaya más lento o que me calle. Decía que no sé si sabes que los padres de Lanny murieron en un accidente de auto cuando él era niño. Él también iba dentro, pero salió despedido y cayó contra unos arbustos mullidos y de alguna manera sobrevivió. Aunque se rompió el cuello y todavía hoy le dan dolores de cabeza cuando lo estira mucho. Cuando estira el cuello. No lo intentes de nuevo. Listo. Ya lo he dicho. Me he descargado. Pero por favor no me obligues. Quiero decir: por favor no lo hagas. Hazme y hazte a ti mismo una promesa en silencio de que no volverás a intentarlo. Necesito saberlo antes de irme. Además, será un estigma para los niños en el futuro. Lo peor de todo es que sin duda matará a mamá. Y tú y Jay Junior nunca se llevaron muy bien, pero deberías ver cómo se siente ahora. Hasta pospuso su regreso al trabajo y a su casa junto a sus hijos y a la nueva chica con la que va a casarse, así que, si necesitas una razón, sal de aquí pronto para ir a otra boda. Y, cuando mamá está aquí, en casa recibimos llamados de gente de todas partes que pregunta por ti. Parientes, amigos, y no te preocupes por la pierna. Pase lo que pase, siempre conservarás tu buen corazón y la cabeza y la vida. Piensa en las cosas que puedan interesarte de ahora en más. Música. Si yo estuviera en tu lugar, leería más y dibujaría. Dibujaría a los doctores y a las enfermeras y cómo me hacen sentir y lo que veo en la habitación y a los ayudantes y también mi pierna. Y también mi cara en el espejo, con la expresión con la que me veo en este estado. Y en segundo plano pondría las pastillas y comida y agujas y cortinas e incluso este orinal azul. De hecho, haría un estudio de eso. Un retrato entero dedicado a eso y a cualquier otra cosa que estuviera en ese momento sobre la mesa. Lo dibujaría todo. Aprovecharía mi ambición, tú siempre has sido muy ambicioso, y créeme que cualquiera puede dibujar. Sonríes. ¿Te causa gracia lo que digo o estás de acuerdo? De cualquier modo, me parece bien. Y sal de aquí. Tu cuerpo aún tiene fuerzas. El internista ya quisiera tener una salud como la tuya a tu edad de no ser por los otros problemas y dice que deberán atropellarte y matarte a golpes para que te vayas. Que te vayas de esta vida, quiso decir. Y no le causes más dolor a mamá. Haz lo que los médicos te indiquen. Así va a estar todo bien. Estarás bien. No nos iremos de casa de mamá hasta asegurarnos de que te has repuesto por completo. Ahora saldré a fumar, así que descansa. Y no pellizques, nada más duerme, nada más descansa.
*
No se puede creer, Jay. Cuando se enteraron en la oficina, por poco no se echaron a llorar. Primero la prostatectomía. No fue tan terrible. Teniendo en cuenta que supuestamente le agarra al cincuenta por ciento de los hombres, ninguno de nosotros debería creerse exento. Pero lo otro. Hospitales. Cuando me ingresaron. No en este, sino en el hospital de veteranos del centro, Dios mío, qué desastre. Lo mismo, pero distinto. Buen hospital, no digo que no. Nuestros impuestos han servido para algo y a los soldados se los trata bien, pero una cosa siempre lleva a la otra. Ingresé para que me quitaran unos forúnculos del trasero y, ¿qué sucede a continuación? Una semana se convierte en tres. Resulta que me da neumonía. ¿Vas a decirme que los forúnculos traen neumonía? Después, una reacción adversa a los antibióticos para la neumonía. Después, tropiezo con el andador de mi compañero de cuarto –un ex comandante– y él se rompe la muñeca y yo un brazo. Sáquenme de aquí, grito, esto es peor que la lucha cuerpo a cuerpo. Por supuesto, me arreglan mal el brazo y los forúnculos vuelven a aparecer. Empiezo a pensar que se acerca la doble neumonía y no quiero ni imaginar lo que viene después. ¿Crees que no me di de alta yo mismo para que me quitaran los forúnculos en otra parte? Así como lo oyes: me vestí, empaqué mis cosas, bajé por la escalera, pasé por delante de los guardias y de la recepción y fui al consultorio de un médico particular, donde en un día hizo todo en un segundo. También me recompuso el brazo y me mandó a casa en una ambulancia con una almohadilla inflable de regalo y con suficientes medicamentos para toda una vida. Pero, ¿cómo te tratan, Jay? Tu esposa dice que procuran reparar los errores que cometieron antes brindándote la mejor comida y el mejor servicio posibles. Más allá de cuánto merezcas, nunca he visto enfermeras más bonitas. Parece que son todas orientales, que me da la impresión de que son las más dulces y competentes. Todos en el trabajo ven con optimismo que tus problemas finalmente se estén solucionando. También van a comprarte una planta. Están haciendo una colecta, como si no te hubieras jubilado hace cien años. Incluso la mitad de los nuevos, que nunca han oído hablar de ti. Y una caja de chocolates, aunque se supone que no debo decírtelo. Les dije pero es diabético y con que les dé un mordisquito puede que tengamos que decirle adiós a nuestro querido y viejo amigo Jaysie, pero Betty, que es quien se ocupa de estas cosas, dijo y con eso qué, los chocolates quedan para las visitas. Pero de repente se te ve cansado, como si te estuvieras quedando dormido. Duerme, probablemente tu cuerpo lo necesita más que nada. El sillón es muy cómodo, así que me quedaré aquí sentado leyendo el diario y quizá hasta duerma una siesta yo también.
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Buenas tardes. Se ha programado su operación para mañana por la mañana. Llevará entre dos y tres horas y por supuesto usted estará bajo anestesia total todo el tiempo. Tras la operación, pasará unas horas en la sala de observación y después regresará aquí. Se le brindarán los mejores cuidados posoperatorios disponibles y, una vez en casa, los mejores fisioterapeutas y enfermeras a domicilio con que cuenta el hospital. Tengo entendido además que su esposa lo cuida muy bien. Hubiera preferido que usted mismo nos firmara un permiso, pero, como no hay que perder un solo día en relación con su pierna, me doy por satisfecho con la autorización de su esposa. Quiero que sepa que nunca lo operaría si el internista no me hubiese dicho que se encuentra mil veces mejor que cuando lo ingresaron por retención urinaria y se le extirpó la próstata. En cuanto a las complicaciones que usted se causó, han sanado más rápido de lo que se esperaba y se ha recuperado lo suficiente. Seamos francos. Usted oyó cuando su mujer preguntó qué pasaría si el injerto es rechazado. Dije que hablaríamos sobre cómo cruzar ese puente llegado el caso. Pues bien, ahí estamos ahora y tenemos que cruzarlo. Aquella vez les dije a los dos que nos llevaban una carrera de ventaja con dos outs en la novena entrada por lo de su pierna y que lo que quería hacer, pero por desgracia no se pudo, era conseguir un cuadrangular con un hombre en la base. Ahora se nos presenta un juego muy distinto, mucho más sencillo de ganar y con riesgos y dificultades insignificantes. No se me ocurre qué más decirle, salvo que esta noche lo afeitarán, lo despertarán mañana a las siete, no le darán comida ni fluidos hasta ponerle el suero. Si no hay más preguntas, lo veré por la mañana, cuando lo suban, a las ocho.
*
Vamos. Respire hondo. Respire hondo. Inspire bien hondo. Dije hondo. Más hondo. Más. Más. Así se hace. Ya está bien. El paciente está bien. Nada más que un susto.
*
Es la anestesia. Por la noche no estará tan atontado. Lo que habrá que controlar a diario es cómo la diabetes afecta la cicatrización del muslo. Hemos interrumpido las pastillas para el párkinson hasta tanto se haya recuperado. Lo antes que puedo especular como fecha de alta es dentro de un mes o algo así, probablemente más. Si hay algo que no me gusta es mandar a mis pacientes a su casa con vendas o fajas o cuando aún tienen que usar medicamentos, cánulas o pastillas.
*
¿Te parece que ahora tiene mal aspecto? Deberías haberlo visto cuando lo entraron en la camilla. Yo era la única persona en la habitación. Tu madre fumaba en el hall. Dotty estaba en la cafetería comprando café y té para todos. Cuando llegó, tenía la cara más verde que tu camisa. Estábamos seguros de que iba a ponerse azul. El hombre que lo trajo no sabía qué hacer. Llamé a la enfermera. Vino el camillero y le dio unas palmadas en la cara y llamó a los doctores y pidió un tanque de oxígeno. Ahora está de un color casi normal, pero durante unos minutos creímos que tu padre se nos había ido.
*
¿Querido? Jay, mi amor. Qué mañana hemos pasado. Me alegro de que hayas dormido todo el tiempo. Ayer a la noche no pude pegar un ojo. Ahora estoy tan agotada que casi me duermo de pie. Pero no me iré. Al menos, no hasta que venga la enfermera de la noche. Llamó para decir que llegaría con una hora de retraso. Un problema con el auto atascado en el garaje. Pero ¿no es estupendo todo? Estarás de vuelta en casa a fin de mes, puede que antes. Es muy probable que antes. El doctor dice que ha sido un éxito rotundo. Pero duerme. Cierra los ojos si puedes. Mañana intentarán darte comida de verdad.
*
Están muy entusiasmados, Jay. Que pasaste la prueba con las mejores notas, le digo a la gente que pregunta. Hoy di parte de enfermo. Aunque procuren averiguar la verdad y quieran descontarme el día, aquí es donde estuve. Veo que han desaparecido todos los dulces. Tus invitados deben de ser unos buitres. Y no veo la planta y tu mujer dice que no le entregaron ninguna. Como Betty dijo que dijeron que la enviaron hace un día, quizá deba llamarla para ver qué ha pasado.
*
Ahora que vas camino a recuperarte, me iré. Seguro que la persona a la que le dejé a cargo mis peces y mis animales los atiborró hasta matarlos. Y mi jefe empieza a preguntar qué me ocurre. Y los niños gritan papi, papi, y mi ex mujer Sondra me escribe: ah, pero qué padre excelente eres. La próxima vez que venga, será agradable verte sentado. Así que adiós y mis mejores deseos y llamaré a mamá con frecuencia para saber cómo estás.
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Mi querido del número diez. Quería venir cuando estuviera segura de que ya se sentía bien. Ahora que lo sé, me he acercado hasta aquí. Todos en el edificio extrañan verlo en la entrada los días de sol. Usted era un muy buen guardián contra la gente que no tendría que venir a meterse con lo que no es suyo, lo supiera usted o no, y mi esposo le manda saludos. No quise decir guardián como cuando se habla de un perro, sino en el sentido de un guardia humano que nos protege. Puede que ver a alguien allí sea todo lo que hace falta para que un ladrón pegue la vuelta. A mi marido los hospitales le gustan menos que a mí, pero le pareció que era nuestro deber. Al principio no me decidía, pero por suerte lo he hecho y, si quiere usted algo, o que apague la luz, me dice que se lo diga a su esposa y lo haré.
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Lo asistí en el quinto piso, cuando le hicieron la prostatectomía. Siempre trato de mantenerme informada sobre mis pacientes anteriores si siguen aquí, mis chicos y chicas. Es increíble lo que puede lograr un piso más, mucha luz extra que hace que la habitación sea más luminosa. Y lo que dice la plantilla está bien y las enfermeras me dicen que se está portando muy bien. Hoy estoy un poco ocupada, pero, si hay algo que se le ocurra que puedo hacer por usted, no tiene más que llamar. Pregunte por la señora Lake, del quinto piso, quinto piso, y buenas noches.
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No me conoce. Estoy al otro lado del pasillo. Solamente me extirparon unos pólipos. Aprovechando que estoy aquí, me hacen unos cuantos estudios. Quería entrar cuando no hubiera nadie para desearle mucha suerte. Y también para decirle que lo han tratado muy mal y tiene todo el derecho a demandarlos. No es que vaya a ganar un centavo demandando hospitales. Aunque usted obtendrá la satisfacción de saber que lo van a pensar dos veces antes de ser tan descuidados con la pierna de otro.
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Te parecerá una soberana tontería. Que te escriba una carta como esta casi exactamente una semana después de haberte escrito una carta parecida sobre casi lo mismo. Lo que cambia esta vez es que, en vez de usar bolígrafo, la escribo a máquina. Una máquina portátil que me regalé hace unos diez años y que casi nunca toqué, lo que explica que se atasque tanto, aunque probablemente también haga falta limpiarla. De alguna manera el polvillo debe de haberse metido en el estuche. Te escribo a máquina por fuerza mayor. No puedo leer y escribir a mano es demasiado lento y juegos como el solitario y bordar y hablar con extraños aquí simplemente no ayudan. Supongo que estaré haciendo mucho ruido. No ruido de quejas, sino ruido de máquina de escribir. Sentada aquí, en la sala de visitas en el piso de Jay, supongo que ha de ser mi imaginación cuando pienso que me oyen en las habitaciones de los pacientes y en los pasillos y en el puesto de enfermeras, aunque las enfermeras me han asegurado que no me oyen. Y las puertas de esta habitación están cerradas y las paredes insonorizadas, y se supone que la máquina es silenciosa. No le he preguntado a ningún otro paciente, aunque sé que Jay no me oye porque, cuando eché un vistazo por última vez, estaba profundamente dormido, con bastantes drogas como para quedarse así un rato largo. Las únicas visitas de aquí a las que les pregunté dijeron adelante, escriba todo lo que quiera. Como sabes por tu experiencia con Abe en los hospitales, la gente es aquí mucho más tolerante y amable. Tengo la máquina sobre el regazo. No pesa más de tres kilos. Así como está apoyada, puedo tipear sin molestias y con facilidad. Mis hijos, pensando que lo peor había quedado atrás en relación con su padre, volvieron cada uno a su hogar. Jay ha vuelto a hacerlo. Esa es la historia. Intentó suicidarse otra vez. Ahora se está recuperando. Lo intercepté, como la vez anterior. En este caso, tirado en el suelo y no en la cama, con los tubos enroscados en sus brazos y piernas, y en la mano la aguja de uno de ellos, con la que logró pincharse. Había tenido un extraño presentimiento, como la vez anterior. Llamé a su piso. La enfermera dijo que no podía ir a fijarse porque era la única de turno, pero que, cuando se había fijado una hora antes, durante su recorrido, todo estaba en orden. Le imploré que se fijara de nuevo. Me dijo de acuerdo, tal vez lo hiciera. Todo sigue en orden, me informó después, duerme de lo más tranquilo. Pero, igual que la vez anterior, no me alcanzó con que hubiese vuelto a fijarse, no ciertamente después de lo que pasó la vez anterior, y me tomé un taxi. Eran cerca de las cuatro de la mañana. La mujer de la recepción del hospital me preguntó qué quería. Dije que solo quería esperar en la sala de espera del primer piso hasta la hora de visitas, que es a las diez. Me dijo haga como quiera, siempre y cuando no suba antes de hora. Esperé unos cinco minutos. Ella no podía ver nada de lo que ocurría a sus espaldas salvo a través de un pequeño espejo. Entonces, cuando no me veía, subí los cinco pisos. Una enfermera me siguió por el pasillo del piso de Jay diciéndome que qué creía que estaba haciendo al ir a su habitación. Ahí lo encontramos. Entonces, ella supo a qué había venido yo. Salvado una vez más. Él me miró enojado. Si hubiera sido capaz de hablar, estoy segura de que me habría insultado y se habría burlado de mí. No por mucho tiempo, sin embargo, porque enseguida le dieron calmantes para que se durmiera. La enfermera y yo lo alzamos a la cama. A ella le fue fácil cambiar los tubos y la aguja y para la herida de la mano solo hizo falta una curita. Llamaron a los médicos, pero no había necesidad. Todo lo que hicieron fue atarle las muñecas a la barandilla de la cama y asignar a un camillero para que hiciera guardia en su habitación. Jay se negó a tomar cualquier calmante por vía oral, así que tuvieron que inyectárselos. Lo que había hecho fue bajar la barandilla de la cama y echarse al suelo. Entiendo cómo se siente. Pero los médicos le dijeron ¿qué pasaría con su esposa si lo intentara de nuevo o si hubiera tenido éxito una de las dos veces anteriores? Creo que ahora lo entendió. Nos prometió no intentarlo nunca más. Pero ¿quién sabe? ¿Cuál es el valor de una promesa, hoy por hoy? Cuando le den el alta, me dijeron, tendré que internarlo de por vida. En un hogar para ancianos o un buen asilo, si existe. El gobierno cubrirá todos los gastos o casi todos, me dijeron. Los doctores, las enfermeras, mis amigos y sus pocos viejos amigos y hasta sus propios hijos me instan a hacerlo. Dijeron mamá, no puedes tú sola con alguien así. Es mucha responsabilidad y se te estropeará la salud. Hay que vigilarlo en todo momento. Y ahora tienes la autoridad para decidir, me dicen todos, sus dos intentos previos te la han dado. Pero nunca podría ser tan cruel.
[Título original: “Cut”. Del libro 14 Stories, 1980].