Capítulo 8

 

 

 

 

 

LIZ, SOY Vee –dijo Veronica, al teléfono.

–Te he reconocido. Ya era hora de que llamaras a tu mejor amiga. ¿Cuánto tiempo llevas allí… seis, siete semanas?

–Casi nueve y, si tú te vas de safari sin dejar ninguna seña donde poder localizarte, ¿cómo se supone que podía contactar contigo?

–Con palomas mensajeras –sugirió Liz, echándose a reír–. Llegué anoche y no paro de temblar. Edimburgo parece muy gris. Los colores son…

–Liz, tengo que interrumpirte, lo siento. Ya sabes lo que me gustaba que me describieras detalladamente tus viajes alrededor del mundo, pero tengo que contarte algo. ¿Te acuerdas de Jeremy Grant, el chico que hizo de Oberon en la obra de Shakespeare donde yo hice de Titania?

–¿El chico con la cara llena de granos al que tanto despreciabas? Sí, me acuerdo de él.

Veronica tuvo que tragar saliva ante la descripción de su amiga.

–Pues está aquí en Porthampton. Es el cirujano plástico más joven del hospital y posiblemente del país.

–¿Sigue teniendo granos?

–No, ahora es bastante guapo.

–Y te has enamorado de él.

–Creo… que sí. Quiere casarse conmigo, Liz. Me lo preguntó de repente. Pero yo hice una promesa que probablemente no recuerdes.

–Claro que la recuerdo. Pensé que era una tontería entonces y lo sigo pensando. ¿Es eso lo que te impide decirle que sí?

–En parte, sí, pero también me gustaría conocerlo mejor antes de nada.

–¿Y qué te lo impide?

–Él no quiere una aventura. A mí no me importaría, pero él no quiere hacer nada hasta que nos casemos.

–¡Dios mío! ¿Es un bicho raro o un santo?

–No, no es un bicho raro ni un santo, y tengo pruebas de ello –al decirlo, recordó el abrazo que le había dado en la playa la semana anterior y no pudo evitar sonrojarse.

–Eso suena razonable. ¿Te ha visto la cicatriz?

–Sí, y quiere examinarla. Cree que quizá pueda operarme. ¿Sabes? Se siente un poco culpable…

A continuación, le contó que él también estaba en Grecia cuando el terremoto y lo que pasó después.

–… cree que el destino nos ha vuelto a unir para que él pueda enmendar su error.

–¿Y crees que eso puede haber influido en que haya pedido que os caséis?

–No, pero…

–¿Hay algo más?

–Sí, está Alec.

–¿Alec?

Veronica explicó que Alec era su jefe y el mejor amigo de Jeremy.

–Ya entiendo. ¿Crees que podría tratarse de un triángulo amoroso?

–De ninguna manera. Alec es un soltero empedernido. Pero ambos creen que necesito que me cuiden y yo no quiero herirlos. No me gustaría que hubiera problemas entre ellos… son muy amigos.

–¿Y cómo vas a resolverlo?

–Esa es la pregunta del millón de dólares. ¿Se te ocurre algo?

–Lo único que se me ocurre es que te alejes de los dos por el momento para que no te acorralen. ¿Por qué no vienes a pasar una semana conmigo?

–Si pudiera… Pero todavía no tengo vacaciones. Y en cuanto a lo de alejarme de ellos, los he invitado a cenar a los dos esta noche. Ninguno sabe que el otro va a ir… pensé que si se encontraban se aclararían las cosas.

Hubo un silencio denso al otro lado de la línea.

–Eres una mujer muy valiente –dijo por fin Liz–. Llámame para contarme qué ha pasado.

Veronica hundió la cabeza entre las manos y soltó un gemido después de colgar a su amiga.

–Valiente no, más bien soy estúpida.

 

 

Pero la cena nunca tuvo lugar.

Hubo un accidente ferroviario en las afueras de la ciudad y todos los hospitales tuvieron que cooperar en la recepción de heridos. Así que a las siete y media, cuando Veronica, Jeremy y Alec deberían haber estado bebiendo una copa de jerez y pensando en qué decirse, estaban todos en las salas de reanimación de urgencias.

Para Jeremy era algo extraordinario, ya que normalmente se le requería como especialista y no para que cooperara en primeros auxilios.

Pero, como siempre en aquellos casos, hubo muchas personas que se ofrecieron como voluntarios, entre ellos doctores, enfermeras y auxiliares que se acercaron nada más oír la noticia.

Donde más ayuda se necesitaba era en urgencias. Alec, con su capacidad organizativa y ayudado por Veronica, hizo rápidamente el reparto de tareas.

A unos cuantos se les ordenó que determinaran los diferentes grados de gravedad de cada enfermo. Pero era una difícil tarea, incluso siguiendo las reglas de Alec, porque había muchas víctimas.

Los primeros heridos comenzaron a llegar a las cinco y media. Alec había pedido a Veronica que trabajara con Jeremy, que había sido uno de los pocos cirujanos que había sido requerido en reanimación.

También trabajó con ellos Monica Maybridge, una mujer gordita que estaba a punto de jubilarse y que era, según Alec, la cirujano más hábil que había conocido nunca.

Monica, ayudada por Diana Ferguson y un equipo de enfermeras, se ocupó de los niños. Sabía cómo tratarlos.

Alec trabajó con dos ayudantes. Uno veterano y otro muy joven, que había conocido meses antes en urgencias y que le había sorprendido por su eficacia.

En el equipo de Veronica y Jeremy, estaba incluido Teddy Smith, uno de los veteranos del hospital. Teddy iba y venía para informar de lo que iba pasando en recepción.

Jeremy estaba quitando en esos momentos trozos de cristal y hierro a una mujer de edad mediana, dormida por los analgésicos y sedantes.

–No me atrevo a hacer más, porque podría desencadenarse una hemorragia. El resto tendrá que ser retirado en el quirófano –le dijo a Veronica mientras apartaba el pelo de la mujer de su cara, llena de barro y hollín.

No sabían su nombre y Veronica pensó que era una de las cosas más horribles de aquellos accidentes: nadie tenía nombre.

Jeremy se fijó en la alianza de la mujer.

–¿Señora… ? ¿Puede oírme?

No hubo respuesta.

–Está en un hospital de Porthampton. Iba en el tren que ha chocado y la han enviado aquí.

Las reglas del hospital obligaban a explicar lo que sucedía incluso cuando el paciente pareciera inconsciente. Todos decían que era una buena regla y normalmente obtenían respuestas. Pero en ese caso, la paciente no respondió y, cuando terminaron de limpiarle la herida, fue enviada a traumatología.

Parecía que los pacientes no se acababan nunca y muchos llegaron con heridas similares. A Alec le extrañó que le llevaran a una mujer con heridas en la zona abdominal. Tess y Steve, los médicos que la habían llevado, pensaban que quizá había tratado de salir por la ventana y había caído sobre el cristal roto. La mayoría de los heridos tenían varios huesos rotos, sobre todo piernas y brazos. También había algunos con heridas faciales y narices o mandíbulas rotas, resultado de haber sido lanzados hacia adelante y haber chocado violentamente contra alguna superficie.

–Me imagino que vas a tener mucho trabajo en las próximas semanas con todos estos pacientes –sugirió Veronica en un momento dado.

Jeremy colocó cuidadosamente una venda sobre la nariz de una joven asmática. Le sangraba profusamente y Veronica le puso un tipo de venda adhesiva que se quitaba con facilidad.

La chica había sido sedada con una inyección, pero seguía estando muy nerviosa y eso dificultaba su capacidad para respirar cada vez más. Así que mientras esperaban a que la llevaran a traumatología, Veronica le dio una máscara de oxígeno para ayudarla a respirar.

–Tienes razón –respondió Jeremy a la pregunta de Veronica–, voy a tener mucho trabajo. Ya lo tenía antes de esto, así que… –miró a Veronica a los ojos–. Pero nunca demasiado como para no poder examinarte a ti. Recuérdalo.

Veronica contuvo el aliento. ¿Cómo era posible que Jeremy pudiera pensar en eso con toda aquella gente herida a su alrededor? «Porque te quiere. Él te quiere de verdad», le susurró una voz interior.

 

 

Más tarde, Janice le pidió a Veronica que la avisara cuando hubiera un hueco en la sala de reanimación. El equipo de cardiología, dirigido por Bob Standish, había estado toda la tarde trabajando sin parar y seguían recibiendo enfermos con fallos cardiacos.

–Ha sido una carnicería, pero el equipo ha trabajado bien –dijo Janice con tristeza y aspecto agotado–. Hace unas horas se nos acabó todo: el plasma, las vacunas antitetánicas, el suero…, así que nos dijeron que fuéramos a buscar más a otros hospitales. Pero ya estoy aquí. ¿Qué quieres que haga?

–Vete a casa –le contestó Veronica con firmeza–. Nos iremos todos a las doce. Los jefes de departamento tienen convocada una reunión y los demás nos marcharemos dentro de una hora más o menos. Va a venir un equipo nuevo para apoyar al turno de noche, que ya están aquí. Incluso Alec ha aceptado marcharse. Nunca le he visto tan cansado y triste. Estamos todos cansados, pero a él se le nota más.

–Por la edad, me imagino, pero apuesto a que ha dicho que quiere que mañana vengamos todos frescos y descansados.

–Pareces telépata –dijo Veronica.

–Conozco al jefe –replicó Janice, que hizo una señal de despedida y salió de la sala.

 

 

Tan pronto como llegó la jefe de enfermeras de la noche, Veronica agarró su abrigo y su bolso y salió por una de las entradas laterales para esquivar a los reporteros. Quería salir antes de que Jeremy o Alec se acercaran a hablar con ella. No podía enfrentarse a ellos en esos momentos.

Habían estado todos tan ocupados aquella noche, que no se había acordado de la cena ni una sola vez, pero en ese momento, le vino a la cabeza la cita. ¿Qué demonios pensaba que iba a conseguir reuniéndolos para cenar con ellos?

–Lo siento –murmuró a nadie en particular cuando abría su coche–. Mañana vendré con la cabeza más clara y les diré lo que pensaba hacer. Quizá así me dejen los dos tranquila.

Aunque sabía que lo más probable era que ninguno de los dos cejara en su empeño. Jeremy, porque estaba enamorado de ella y Alec, porque la consideraba su protegida.

 

 

Veronica había puesto el despertador a las seis y media, como siempre, pero se despertó antes de que sonara. Le habían dado permiso para que llegaran a mediodía, pero no había aceptado.

Cuando llegó al aparcamiento, se fijo en que las luces del quirófano seguían encendidas. No le resultó raro ver a Jeremy en la entrada, esperándola. Parecía fresco y limpio, vestido con un traje oscuro y una camisa impecable. Nadie habría adivinado que había estado el día anterior trabajando hasta altas horas de la noche.

–Buenos días –la saludó alegremente Jeremy, inclinándose para besarla en la mejilla y sin importarle las miradas de las personas que llegaban–. Te quiero.

Jeremy le agarró la bolsa donde llevaba el uniforme limpio.

–¿Cuánto te llevará organizar el día?

–Un rato. Ayer, cuando nos fuimos, quedaba mucho por hacer. Tenemos que apuntar todos los medicamentos que se usaron… hasta la última jeringuilla.

–Me da igual, te sigo queriendo –dijo sin prestar atención a lo que ella le estaba diciendo–. ¿Habrás terminado a las diez?

–Tengo que haber terminado para entonces. Tenemos que estar preparados para entonces, como siempre, para hacer la ronda.

Llegaron a la puerta del despacho de Veronica. Jeremy le puso la bolsa en el suelo.

–Encontrémonos entonces a las diez en mi despacho para tomar un café. Allí podremos disfrutar de un poco de paz.

Ella abrió la boca para protestar, pero él le puso un dedo sobre los labios.

–A las diez en punto.

Veronica entonces comenzó a repasar mentalmente todo lo que tenía que hacer. El papeleo que el accidente del día anterior había generado lo haría más tarde. Antes de nada, quería dar personalmente las gracias a todas las personas que habían cooperado la tarde anterior.

La última persona de su lista era Rebecca, que había conseguido mantener un cierto orden y que se había quedado hasta las doce, anotando información sobre los pacientes y asegurándose de que no faltaba café ni otras bebidas para los parientes y los médicos que no paraban de ir de un lado a otro.

Eran casi las diez cuando le dio las gracias a la recepcionista.

–No me des las gracias. No habría hecho nada en la sala de reanimación. No me gusta la sangre –sintió un escalofrío–, y el jefe estuvo maravilloso. Siempre lo he admirado como doctor, pero ayer también como hombre. La forma en que nos trataba a todos… y cuando venía por aquí, de vez en cuando, hablaba con los niños que esperaban ser atendidos y a algunos les hacía reír. Cuando se marchó, me hizo la señal del pulgar para arriba… fue sorprendente. Seré su esclava para siempre.

Veronica esbozó una sonrisa y se despidió de ella.

Pero cuando se marchó de recepción, se apoyó en la pared del pasillo y cerró los ojos. «Pero no hemos salvado a todos», pensó con tristeza.

A las diez en punto, llamó al despacho de Jeremy y entró sin esperar respuesta. Él la saludó cariñosamente como si no se hubieran visto hacía mucho tiempo y así se lo dijo.

–Pero es verdad que hace mucho que no nos vemos. Horas. Dímelo sinceramente, amor mío, ¿a ti no se te ha hecho interminable?

–Por favor, dame primero un café –suplicó, tratando de no perder la calma.

Debía recordar claramente las cosas que tenía que decirle.

Jeremy la llevó hacia un cómodo sillón que estaba frente a su mesa.

–El café está en camino, pero es necesario que hablemos, Veronica. Veo además por tu gesto que estás tensa y parece que tienes algo que decir, así que suéltalo cuanto antes.

–Lo que tengo que decirte es que el otro día traté de invitaros a cenar a Alec y a ti. Y no sé si estuvo bien por mi parte.

–Ah, es eso –Jeremy hizo un gesto con la mano, quitándole importancia. Luego sirvió dos tazas de café–. Ya me imaginé que era eso lo que querías hacer y me imagino que Alec también lo sospechó. ¿Por qué piensas que no hiciste bien? Supongo que creíste que así podríamos solucionar entre todos las cosas.

–¡Oh! O sea, que he estado nerviosa por nada.

–Ahora me toca a mí hablar –dijo él, después de beber un trago de café.

–¡No! Tengo algo más que decir. Quiero que examines mi cicatriz y que me operes si crees que puede mejorar.

El rostro de Jeremy pasó por varias fases: incredulidad, sorpresa y alegría. Dejó la taza sobre la mesa de un golpe y se levantó para obligarla a que se levantara y abrazarla.

Veronica intentó apartarlo al principio, pero lo último que quería era que él la soltara. Se sentía muy segura entre sus brazos.

–¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?

–Tú, al decirme que podía vivir de otro modo y también lo que dijiste sobre las segundas oportunidades. Ayer, al ver a las víctimas del accidente, pensé que había demasiadas personas que no podrán tener una segunda oportunidad. Después de eso, decidí que era una injusticia no tratar de mejorar algo si puede hacerse, simplemente porque…

–Por nuestro cambio de papel. Todavía no has aceptado el hecho de que el joven al que despreciaste en el pasado se ha convertido en un hombre respetable.

Veronica se alegró doblemente de que él la estuviera agarrando, porque estaba segura de que habría caído a sus pies. Y también era una suerte poder esconder el rostro en el pecho de Jeremy. Se notaba las mejillas rojas… Jeremy debía despreciarla.

–Oh, Jeremy, lo siento. Lo siento mucho. Lo último que quiero es herirte…

–¡Calla! –su voz fue dulce.

La besó suavemente en la boca y después en la frente. Luego la sentó de nuevo y colocó las manos a ambos lados del sillón.

–No me has herido, amor mío. Tus sentimientos no son muy diferentes de los míos cuando de repente descubrí a quien quería Alec que viera. Al principio, sentí unas ganas tremendas de vengarme de la chica rica que se había reído en el pasado de mis granos.

–Nunca demostraste que sintieras eso. Fuiste amable y comprensivo desde el momento en que nos vimos en el jardín y te sentaste a mi lado en el banco. Fue como un cuento casi… Yo solo podía pensar en lo mal que te había tratado y me sentía muy avergonzada. Y, ya lo ves, incluso así, solo podía pensar en mí misma cuando debería haberte felicitado por haberte librado completamente de tu acné.

Jeremy se estiró.

–Eso no es del todo cierto –dijo él, señalándose la hendidura de la barbilla–, ni el mejor cirujano plástico habría podido hacer nada con esto, ya que el daño era demasiado profundo. Pero tuve la suerte de disimularlo y ha quedado como un hoyuelo que fascina a las mujeres –explicó, guiñándole un ojo.

Veronica miró el hoyuelo y lo tocó con cuidado.

–Creo que a mí también me fascina.

 

 

¿Qué habría pasado si su secretaria no hubiera llegado para recordarle a Jeremy que tenía un paciente?, pensó mucho después Veronica. Jeremy le había dado las gracias a Maude, con su habitual cortesía, y le había pedido que informara al jefe de servicio de que bajaría en seguida.

–Y por favor, tráigame la agenda, Maude.

Los ojos de Maude se posaron brevemente en Veronica y luego volvieron a Jeremy.

–No tiene nada libre durante las próximas semanas.

Jeremy asintió.

–No importa, deme la agenda –insistió.

Ella y Jeremy no se tocaron después de eso, pero entre ellos corría como una corriente de ternura, tan frágil, que no se atrevían ni a hablar. Solo se miraban con deseo el uno al otro, totalmente ajenos a Maude, que al darse cuenta, dejó la agenda en la mesa y se marchó sin decir nada.

Jeremy estuvo unos minutos repasándola, y finalmente, la cerró.

–Empezaremos esta noche, después de cenar en mi casa –afirmó–. ¡Oh, amor mío, estoy tan contento! ¿Estás segura? Ya sabes que podría no salir bien.

–Ya me lo has dicho, pero tengo una absoluta confianza en ti, Jeremy. Si alguien puede hacerlo, ese eres tú y, si no funciona, no estaré peor de lo que he estado durante estos años. Nunca me he sentido tan segura de algo en toda mi vida.

Los ojos de Veronica estaban brillantes y tenía las mejillas ligeramente encendidas. Algunos mechones de pelo rojizo se le habían soltado y Jeremy los colocó en su sitio.

–Lo llevarás suelto esta noche y te pondrás pendientes largos, ¿a que sí? No para cubrirte la cicatriz, sino porque tienes un pelo precioso, que hace que me suba la presión sanguínea. Es como una cortina brillante y me hace retroceder al Sueño de una noche de verano.

–Si eso es lo que quieres, lo llevaré así.

–Sí. Mi madre era una adicta a las películas de los cuarenta y había una actriz, Veronica Lake… otra Veronica, ya ves, que llevaba así el pelo.

–¿Te gustaba?

–Amor mío, a mí me gustaban todas las mujeres, hasta las actrices, aunque no tenía acceso a ellas. Pero sí, ella era especial. Aunque mi tipo ideal fue una chica que vi por primera vez a los doce años y que tenía el pelo rojizo. Se llamaba Veronica y pensé que quería casarme con una chica así.

–Y es el tipo de chica que has conseguido.

–¿Incluso si la operación no sale bien?

–Sí, estoy casi segura.

–¿Casi?

–Cuando sufrí el accidente, me prometí que no me casaría ni tendría ninguna relación estable. No quería que nadie me viera por las mañanas, antes de disimular la cicatriz. Sé que estoy preparada para romper esa promesa por ti, pero no será fácil. Necesitaré tiempo. Romper una promesa es siempre difícil. ¿Lo entiendes?

–Perfectamente. Cuando mi acné comenzó a responder al tratamiento, yo estaba aterrorizado siempre que salía con una chica. Estaba fuera de mí y creo que hice daño a algunas, porque no me daba cuenta de que ellas me tomaban en serio. Prometí entonces que las relaciones que tuviera, aunque fueran breves, serían todas con chicas que no trabajaran conmigo. Hasta que apareciera la mujer adecuada. Así que entiendo tu promesa y tendré toda la paciencia que pueda.

–Sé que eres muy paciente. Y eso es todo lo que necesitaba saber.