Capítulo 10

 

 

 

 

 

VERONICA, un poco mareada por la medicación, se quedó mirando las luces que brillaban sobre su cabeza mientras era conducida hacia el quirófano. Pero estaba tranquila.

La camilla donde la llevaban iba muy deprisa y la enfermera que llevaba la glucosa y el suero tenía que ir casi corriendo para mantenerse a su lado.

–¿Estás nerviosa? –le había preguntado Jeremy por la mañana.

–No.

Jeremy estaba sentado en el borde de la cama, con la cabeza inclinada hacia ella. Veronica le tocó el pelo.

–Oh, Jeremy, te quiero mucho. Me gustaría que hubiera más palabras para decir lo que siento.

–Yo también te quiero –contestó él, que se había levantado y se agachó para besarle en la frente y los párpados–. He soñado contigo esta noche.

–¿Fue un sueño sexual? –preguntó ella, cuyos ojos lo miraron devorándolo.

–Sí. Tú llevabas una falda verde y una rosa en el pelo. Salías del mar y tu preciosa melena te caía por la espalda –añadió, acariciándole el pelo con manos temblorosas.

–¿Te lo estás inventando? Parece el guión de una película.

–Con una protagonista preciosa –susurró él con voz ronca. Luego la besó en la mano y se incorporó.

–Debo irme, amor mío. Las enfermeras vendrán ahora para hablar contigo y prepararte para la operación.

–Y tú también tienes que prepararte. Buena suerte, amor mío.

Veronica continuó sonriendo un rato después de que Jeremy se hubiera ido. Se sentía relajada y feliz. Incluso sabiendo que la operación podía no tener éxito.

Estaban en la tercera semana de abril y, tres días antes, Jeremy le había asegurado que la creía preparada para la intervención. Durante las últimas semanas, le había aconsejado que tomara varias vitaminas para reforzar su organismo y su piel, así como las terminaciones nerviosas, vitales para el éxito de la operación. Según su médico de cabecera, estaba en condiciones óptimas.

–Es muy importante que tengas buena salud para asegurar el éxito en este tipo de operaciones –le había asegurado Jeremy.

Le había examinado la zona en forma de media luna y le había hecho pequeñas marcas en la piel donde iba a tratarla con rayo láser.

Ella se había sorprendido mucho cuando Jeremy le había informado de que tenía que ser anestesiada totalmente.

–Porque no va a ser un trabajo pequeño –le había explicado–, y porque está muy cerca del ojo y tenemos que asegurarnos de que no vas a parpadear ni a moverte.

Jeremy le explicó también que tendrían que afeitarle un poco de pelo.

Dos enfermeras llegaron poco después, y la afeitaron. Veronica, ni siquiera parpadeó y pensó que era porque Jeremy la había preparado bien, tanto mental, como físicamente.

«Estoy medio curada», pensó cuando la llevaban por el pasillo. «Pase lo que pase, ya no estaré obsesionada con la cicatriz. Ahora sé que podré vivir con ello, si he de hacerlo, y no me importa que la gente la vea». Cerró los ojos y sonrió… «Y todo gracias a mi querido Jeremy».

Jeremy estaba esperándola en la sala de anestesia. Parecía más alto y más fuerte al inclinarse sobre ella.

–Hola –dijo con voz suave. Sus ojos azules estaban llenos de ternura.

–Hola –murmuró ella, adormilada.

Andrew Sinclair, el anestesista de Jeremy, también estaba allí.

–Empieza a contar al revés desde cien. Solo vas a sentir un pinchazo en el brazo –le había ordenado.

 

 

Las últimas semanas de marzo habían transcurrido rápidamente y el mes había sido precioso desde el principio. Las rosas, las peonías y las lilas habían florecido antes que otros años.

Veronica se había preguntado cómo estaría el jardín de la casa de campo de Jeremy, donde no había vuelto a ir. También se preguntaba a veces cuándo volvería a ser invitada allí. Pero había llegado a la conclusión de que, tal como había sospechado unas semanas antes, él trataría de distanciarse un poco de ella al estar tan cerca la operación.

Algunas veces se habían visto para tomar algo y charlar; otras, habían ido a la playa, pero excepto algún casto beso de hola y adiós, apenas se habían tocado. Era extraño, ya que nunca habían hablado de ello. Como si hubieran pensado, cada uno por su lado, que era lo más sensato.

 

 

Veronica oyó voces lejanas. Al fruncir el ceño, sintió dolor.

–Ya se despierta –oyó que decía la voz de Jeremy–. Veronica, amor mío… ya está. La operación ha terminado.

Ella quería preguntar cómo había ido, pero tenía la lengua pegada al paladar y había algo que llenaba su boca. Alguien le dijo que lo escupiera. Y entonces le quitaron ese algo de la boca. Seguidamente, algo frío y húmedo toco sus labios y penetró en su boca. Su lengua se movió. Abrió los ojos, un ojo, mejor dicho, porque el otro estaba cubierto, y enfocó el rostro que tenía sobre ella.

–Jeremy –dijo, con voz débil.

Jeremy sonrió.

–Estás en reanimación, cariño, pero en seguida te llevaremos a tu habitación para que puedas dormir. Luego subiré a verte –la rozó con los labios, pero ella ya estaba dormida.

 

 

Durmió hasta la tarde, profundamente al principio, pero luego con un sueño ligero. Eso la hizo darse cuenta de la gente que tenía a su alrededor, que la tocaban, le quitaban la máscara de oxígeno o le limpiaban la boca.

Cuando se despertó, la habitación estaba en silencio. Por entre las rendijas de las persianas, entraba una luz anaranjada.

–Al fin, te has despertado –dijo, de pronto, la voz de Jeremy.

Este se levantó de la silla en la que estaba sentado y su cuerpo enorme quedó silueteado por la luz anaranjada al caminar hacia la cama.

–Me duelen los brazos –dijo Veronica sin pensar.

–Tuvimos que quitarte un poco de piel, como ya te expliqué, amor mío. Así que he sacado un poco del interior de tu codo. Te dolerá unos días, pero en seguida cicatrizará.

Ella trató de sonreír, pero la anestesia le impedía mover el lado izquierdo de la cara.

–No te preocupes, cariño. Estás atontada por la anestesia, pero se pasará en unas horas. ¿Quieres beber agua?

Jeremy le sujetó la cabeza y ella bebió algunos sorbos.

–Cariño, eres un enfermero estupendo. ¿Qué tal ha ido la operación?

–Muy bien.

La operación había durado más de lo que había imaginado y había habido momentos difíciles, pero prefería no decirle nada todavía.

–¿Seguro que ha salido todo bien? –añadió ella, con voz temblorosa.

–La operación ha sido un completo éxito, aunque habrá que hacer algunos retoques más adelante. Pero ya te avisé que eso podía ocurrir.

–Sí, me lo dijo, señor doctor –contestó ella–. Pobre Jeremy, no puedes decirme nada más, ¿verdad? Técnicamente ha sido un éxito, pero, ¿habrá cumplido su cometido? Los dos sabemos que solo el tiempo lo dirá, así que te dejaré en paz, cariño, y me armaré de paciencia.

Jeremy la besó en el lado derecho de la boca y le tocó el lado izquierdo con un dedo.

–Eres muy valiente.

–Valiente no, simplemente estoy feliz. He aprendido tanto durante estas semanas de preparación, que, pase lo que pase con la cicatriz, creo que he superado el trauma para siempre. Y todo gracias a ti, mi querido doctor.

Jeremy se sonrojó.

–Me estoy muriendo de hambre –añadió ella, sonriéndole–. ¿Crees que habrá algo de comer en este hospital?

 

 

A Jeremy le preocupaba que la alegría de Veronica pudiera ser fruto de la operación y que luego sufriera una recaída. Pero a la mañana siguiente, cuando fue a visitarla, la encontró… no alegre, pero sí serenamente feliz, a pesar de que debían dolerle la cara y el brazo.

Según la enfermera de la noche, había dormido bien, aunque había tenido que tomar un analgésico.

Su temperatura corporal, el pulso y la respiración habían aumentado ligeramente por la mañana, pero no lo suficiente como para preocuparse. Y su presión sanguínea estaba también dentro de los límites normales.

–De hecho, no recuerdo haber atendido a ninguna otra paciente que se hubiera recuperado tan bien después de una operación –había asegurado la enfermera–. Debe ser una persona muy fuerte. En urgencias, todos hablan muy bien de ella.

Jeremy se sintió muy orgulloso al oír aquello.

–No puedo quedarme mucho tiempo, amor mío –le dijo poco después, inclinándose para besarla con suavidad–. Y como voy a estar todo el día operando, no sé cuándo podré venir a verte.

–Oh, trataré de sobrevivir –contestó ella, guiñándole su único ojo visible–. Pero un beso de buenas noches no me vendrá mal.

–Aunque tuviera que quedarme operando toda la noche, te prometo que vendré a darte las buenas noches.

 

 

A media mañana, cuando Veronica estaba tomándose un café con una pajita, oyó un golpe en la puerta. Era Alec.

El primer impulso de Veronica fue el de taparse la cara. Luego recordó que ya no se avergonzaba de su cicatriz, así que esbozó una sonrisa y le hizo un gesto para que entrara.

Pero Alec se quedó en la puerta.

–Por favor, entra –insistió ella–. Me alegro mucho de verte.

El hombre entró y cerró la puerta.

–Jeremy y la enfermera me han dado permiso para hacerte una visita, aunque entiendo que debes estar tranquila un día o dos.

–Sí. Al parecer, las cicatrices son lentas y el cuerpo no puede recuperarse si no descansa mucho.

Alec seguía de pie cerca de la puerta y Veronica le señaló una silla.

–Jeremy me ha dicho que vas a necesitar varias semanas de convalecencia.

–Sí, lo siento, Alec. Jeremy me había avisado, pero yo, en mi arrogancia, creí que exageraba y que dos días serían suficientes. Pero Janice es estupenda y no te fallará. Y las enfermeras también son muy trabajadoras. Volveré antes de que te des cuenta de que me he ido.

–Lo dudo. Ya te estoy echando de menos… todos te echamos de menos.

–Oh…

Alec se quedó unos minutos más charlando de los casos que había habido aquel día en urgencias.

Después de que él se marchara, Veronica se tumbó de nuevo. Ese hombre era un verdadero caballero, pensó, sonriendo.

 

 

Veronica se pasó los días siguientes durmiendo casi todo el día. Le quitaron el goteo a los dos días y le permitieron levantarse para ir al baño. Al hacerlo, apenas pudo sostenerse en pie y se alegró de poder contar con el brazo de la enfermera como apoyo.

–Es increíble lo cansada que estoy –le confesó a Jeremy una noche cuando el fue a despedirse–. ¿Es normal?

–Para la mayoría de la gente, la cirugía facial es la más agotadora. También porque las semanas anteriores de preparación lo son. Y en tu caso, el ver solo por un ojo añade tensión.

Jeremy estaba sentado en la cama y sus caras estaban al mismo nivel. Veronica se acercó y le tocó la mejilla, que raspaba por la barba de todo el día.

–Y también es agotador para ti, ¿verdad, cariño? Me refiero a que debe ser duro tener que esperar a ver si tu trabajo ha salido bien. Y no lo digo solo por mí, sino también por los demás pacientes. Especialmente porque sé que tienes que apoyarlos mucho en la preparación. No me extraña que seas tan paciente.

Jeremy le agarró una mano y se la besó.

–Sí –replicó él–. Uno respira cuando se puede quitar la venda… aunque en ese momento todavía no se puede estar seguro. Eso solo te puede decir que la herida está limpia y no se ha infectado. La cicatrización es más lenta y, hasta después de unos meses, a veces un año, no podemos estar seguros de que hemos conseguido lo que queríamos.

Ya le había explicado todo aquello, pero parecía que a Jeremy lo tranquilizaba el repetírselo.

–¿Cuándo me quitarán las vendas?

–Mañana por la mañana.

Veronica no durmió bien aquella noche, pensando en los pros y los contras de su situación. Todavía le dolía, pero le habían asegurado que era normal. Los moretones que tenía empezaban a ponerse de color verde y sus labios habían vuelto a la normalidad. Pero lo que más la preocupaba era Jeremy. Ella creía estar preparada para aceptar un resultado inesperado, pero sabía que Jeremy se quedaría destrozado.

Ya le había dicho que siempre era un momento difícil el de levantar la venda y, aunque él tratara de ser objetivo, Veronica sabía que para él sería mucho más delicado en su caso. Porque Jeremy deseaba desesperadamente enmendar el error cometido en Grecia muchos años atrás.

 

 

Janice se acercó a verla a la mañana siguiente.

–Me han dicho que hoy te quitan las vendas.

–¿Cómo demonios lo sabes? Jeremy me lo dijo anoche.

–Bueno, no lo sé. Ayer estuvieron hablando Alec y Jeremy y alguien los oiría. Así que he venido para desearte buena suerte. Y por favor, cúrate pronto y vuelve a urgencias. Te echo de menos y el jefe mucho más. Nos vamos a llevar todos un disgusto si no te recuperas pronto.

En un gesto de cariño, no muy habitual en ella, le lanzó un beso con la mano antes de desaparecer rápidamente.

Veronica se sintió emocionada por el cariño de Janice. Se habían hecho muy amigas durante aquellas últimas semanas, cuando Veronica la había requerido varias veces para discutir algunos temas referentes a la operación.

Jeremy había tenido razón al decirle que iba a necesitar apoyo de algún amigo o familiar. Y por otra parte, los comentarios de Janice le habían sido muy útiles.

Veronica no pudo tomar nada sólido por la mañana y apenas probó el café. Jeremy le había asegurado que, si nada se lo impedía, iría aquella mañana con el jefe de departamento y la enfermera de cirugía a quitarle la venda.

A las diez y veinte llamaron a la puerta.

–¿Puedo entrar? –preguntó la voz de Jeremy–. Vengo solo.

A Veronica le dio un vuelco el corazón. El hecho de que viniera solo seguramente quería decir que no iba a poder estar cuando le quitaran la venda y había ido a avisarla.

–Entra.

El cirujano entró y fue directamente a la cama. Le agarró la mano y se la besó.

–Veronica, cariño, ¿te casarás conmigo?

–Jeremy, amor mío, ya hemos hablado de esto. No vayas tan deprisa, esperemos a que…

–¡No! –exclamó casi con rabia–. No, y de eso se trata. Quiero que seas mi esposa, quiero cuidarte y amarte, pase lo que pase –le tocó suavemente la zona vendada–. No hay ningún motivo para que salga mal, pero no quiero que me digas que no solo porque pienses que estás horrible o alguna tontería parecida.

–Ya no lo haría, de verdad. Ya no soy aquella mocosa malcriada de trece años ni la mujer de hace unas semanas. Desde que empecé el tratamiento, he cambiado mucho. Me he encontrado a mí misma y, gracias a ti, cariño, creo que mis complejos han desaparecido.

Entonces hizo lo que él tantas veces había hecho con ella: le agarró el rostro entre las manos y le rozó la frente con su labios como para borrar la preocupación de ella. Luego lo besó en la nariz.

–Tienes una nariz preciosa –le aseguró–. Y unos ojos en los que uno puede sumergirse y una boca… –le dio un beso prolongado–. Tienes una boca muy bonita.

–Pero, ¿te casarás conmigo? –repitió él en un susurro, arrodillándose al lado de la cama.

–Sí. Seré inmensamente feliz casándome contigo, amor mío.