SUE, UNA enfermera del equipo de Jeremy, le quitó cuidadosamente la venda más superficial de las que le habían puesto al ser operada y la tiró a la papelera.
Jeremy se inclinó sobre ella con una expresión ilegible. Parecía increíble que le hubiera pedido que se casaran solo diez minutos antes.
Veronica dio un suspiro tembloroso. ¿Se lo habría pedido de verdad o habrían sido solo imaginaciones suyas? No, claro que había sido verdad. Pero aun así, Jeremy parecía haberse convertido en un distante doctor. En una mano llevaba unos fórceps para quitarle el vendaje que estaba cubriendo la herida y en la otra, unas pinzas con una venda.
–Quiero que te quedes quieta y no abras los ojos cuando levante el esparadrapo –le explicó–. Y trata de no arrugar el entrecejo tampoco.
Veronica sabía que Jeremy estaba nervioso, él mismo se lo había explicado. Pero ella se sentía sorprendentemente tranquila. Era, sin embargo, una tranquilidad diferente a la de la mañana. Una tranquilidad que la había envuelto agradablemente al aceptar casarse con Jeremy.
La habitación estaba en silencio y todos esperaban ansiosamente a que él descubriera la herida. Ella notó que la tela húmeda se separaba de la piel y se concentró en mantener el párpado inmóvil. El vendaje se separó por completo y Jeremy secó la zona con la otra venda seca.
Se oyeron suspiros de alivio y la voz de Jeremy.
–Tiene buen aspecto. Muy bueno –esbozó una sonrisa y la expresión de su cara se relajó visiblemente–. Ahora, amor mío, abre muy despacio los ojos. Notarás que te tira un poco la piel, pero Sue te pondrá una crema.
Efectivamente, le costó abrir el ojo izquierdo, pero Sue le puso una crema con vitamina E y eso la ayudó bastante, aunque tanto el ojo, como la zona de alrededor le seguían doliendo.
–¡Oh, cómo alivia la crema! –exclamó, abriendo ambos ojos de par en par–. ¿Puedo ver la herida?
Jeremy se quedó serio.
–¿Pasa algo? Has dicho que tiene buen aspecto.
–Sí, clínicamente hablando sí, pero está muy rojo e hinchado y tu ojo tiene un derrame.
Veronica soltó una carcajada.
–¡Oh, Jeremy, por el amor de Dios! Soy enfermera y sé el aspecto que tiene una herida después de una operación.
–Claro, de acuerdo –contestó Jeremy, admitiendo para sí que se estaba comportando de manera demasiado protectora–. Sue, trae tu espejito mágico y deja que la señorita se vea.
Veronica tuvo que admitir que se impresionó un poco. Toda la zona estaba hinchada y amoratada tal como Jeremy le había avisado y, como le habían afeitado un trozo de cabeza, no era una imagen muy agradable.
Luego miró con más atención y vio que la cicatriz no estaba. Su corazón comenzó a palpitar a toda velocidad. Jeremy le había injertado en su lugar un trozo de piel de su propio codo. Sí… podía ver los bordes de la piel añadida y los puntos eran increíblemente finos.
–Parece un buen trabajo de costura –dijo, sonriendo.
–Sí, no está mal, ¿verdad? –contestó él, sonrojándose orgullosamente ante su comentario–. Algunas veces no hace falta coser, pero en esta zona tan movible es mejor hacerlo.
Sus ojos se encontraron y Veronica se dio cuenta de que él estaba deseando besarla.
Trevor también se dio cuenta y carraspeó incómodo.
–Enhorabuena, Veronica, el primer obstáculo está salvado y ha merecido la pena –dijo.
–No, yo soy la que tengo que daros las gracias a los tres. Sé el esfuerzo que habéis hecho.
–Pero todavía falta mucho por hacer –intervino Jeremy–, así que volvamos a tapar la herida.
–¿Dónde te vas a ir a recuperarte? –le preguntó Jeremy a Veronica aquella misma noche, cuando fue a darle las buenas noches.
–¿A recuperarme?
–Sí, ya te dije que tendrán que pasar unas cuantas semanas antes de ponerte a trabajar.
–Iré a mi apartamento, claro. A la residencia. El director del hospital me dijo que mientras siguiera pagando el alquiler, podía quedarme allí.
Jeremy alzó los ojos hacia el techo.
–¿Es que esta mujer no escucha? Te estoy hablando de que debes recuperarte, cariño, y eso conlleva los mimos y cuidados de alguien.
Se inclinó hacia ella desde la silla donde estaba sentado y le agarró las manos.
–Deberías irte fuera. ¿Qué me dices de tu amiga, de Liz? Apenas la recuerdo. ¿No podrías quedarte en su casa?
–Ha empezado a trabajar en la gira promocional de una película, así que no creo que pueda darme muchos mimos. Además, si te soy sincera, no me siento con ánimos de ir hasta Edimburgo, que es donde vive.
–¿Y qué me dices de Somerset? Está a dos horas de aquí.
–¿Por qué a Somerset?
–Porque mi madre tiene allí una casa en el campo y sabe hacer pasteles. Además, le he hablado mucho de ti y tiene muchas ganas de verte… aunque se acordaba de ti de la época del instituto. Le encantará mimarte y cuidarte. Creo que las dos disfrutaréis de estar juntas, las dos sois muy independientes.
Veronica lo miró como si estuviera loco.
–¿Estás de verdad sugiriendo que me vaya con tu madre? ¿Con mi futura suegra?
–Eso es.
–Oh, Jeremy, eres un hombre inteligente, pero de esto no tienes ni idea. Las madres con un solo hijo, especialmente si es varón, son unas suegras horrorosas.
–Mi madre es diferente. Como muestra, te diré que cuando le dije que se viniera a vivir a mi casa, su respuesta fue que si no era ella quien me molestaba, sería yo quien la molestara a ella. Es una mujer muy guapa para sus cincuenta años y tiene mucho sentido del humor. ¿Por qué no le das una oportunidad?
–O sea, que solo tenía dieciocho años cuando te tuvo, ¿no?
–Sí, y el tipo que la dejó embarazada y prometió casarse con ella la abandonó.
–¿Por eso no quieres tener relaciones antes de casarte?
–¡No! De hecho, me he acostado con algunas mujeres, pero un día decidí que si me enamoraba y era correspondido, aplazaría las relaciones sexuales hasta que nos casáramos.
–¿Y si la mujer que te ama no opina lo mismo que tú? –le preguntó Veronica, dándole un beso.
Jeremy se quedó muy quieto unos segundos.
–Preferiría que llegáramos a un acuerdo. Después de todo, nuestra relación no ha sido muy normal y en estos momentos…
–Tenemos una relación de doctor y paciente. Lo sé, y si te soy sincera, no creo que ahora mismo fuera muy buena en la cama.
Jeremy no dijo nada, simplemente la abrazó y enterró el rostro en su pelo.
–Eres preciosa y me encantaría hacerte el amor –murmuró él. Luego, tras unos segundos, se retiró de ella y la miró a los ojos.
–Entonces, hablando de tu recuperación… ¿te pensarás lo de irte a casa de mi madre? Te repito que es una mujer excepcional, y estoy seguro de que os llevaréis muy bien.
Veronica cerró los ojos.
De acuerdo, no le pasaría nada por ir unos días. Se daba cuenta además de que así complacería a Jeremy y complacerle era muy importante para ella.
Así que abrió los ojos y esbozó una sonrisa.
–Estoy dispuesta a darle una oportunidad. Pero solo unos días.
Veronica permaneció tres semanas en casa de Rose Grant y disfrutó de cada minuto que pasó con ella. Rose era como Jeremy le había dicho: una mujer alta, guapa y moderna. Con el mismo pelo y ojos negros de su hijo, alegre y competente, y tenía un gran sentido del humor. Tenía con Veronica una relación más de hermana que de suegra y nuera.
Durante los primeros días, Rose obedeció a su hijo y obligó a Veronica a que descansara bastante. Pero al final de la primera semana, Veronica no necesitaba tanto descanso y convenció a Rose para que la dejara ayudarla en la cocina, con el té y las pastas que hacía para los clientes del café que tenía. A la mitad de la segunda semana, la convenció para que la dejara trabajar de camarera con un pañuelo de gasa y un turbante para ocultar la parte de pelo que todavía no le había crecido.
No le importaba enseñar la zona operada, como tampoco le importaba que Rose le cambiara todos los días la venda que Jeremy le había dejado para tal fin.
Daban un paseo casi todas las noches por la frondosa arboleda que rodeaba la casa. Muchas veces terminaban en la cafetería donde Rose tenía sus amigos. Y hablaban, ¡cómo hablaban!, con la intimidad y la calma que Veronica solo había alcanzado con su amiga Liz.
–No me puedo creer la suerte que he tenido –dijo una noche Veronica, cuando volvían a casa desde la cafetería–. Me encanta que seas mi futura suegra. Me daba mucho miedo conocerte, ¿sabes?
–A mí me pasaba lo mismo –replicó Rose, soltando una carcajada–. A pesar de que Jeremy me había asegurado que eras maravillosa, era difícil creer que habías cambiado tanto con los años. Tenía mucho miedo de que hicieras sufrir de nuevo Jeremy. Sé que estaba muy enamorado de ti cuando ibais al instituto, aunque él tratara de disimularlo. Y conozco a mi hijo, tiene una gran capacidad para amar.
–Yo también la tengo… ahora. La niña rica y mimada desapareció hace mucho tiempo. Te aseguro que quiero mucho a Jeremy, Rose. Nunca le haré daño, te lo prometo.
Jeremy recogió a Veronica al final de la tercera semana. Estaban ya a finales de mayo.
–Si no vuelvo ahora al trabajo –le dijo Veronica a Jeremy al teléfono–, me quedaré aquí para siempre. Es el paraíso y tu madre es fantástica.
Así que lo estaba esperando el sábado por la mañana cuando él apareció en la carretera.
–Tienes un aspecto estupendo –aseguró él, tomándola en sus brazos en cuanto salió del coche–. Ese moreno te sienta muy bien. ¿Cómo demonios te has puesto así?
–Sirviendo mesas. Es mucho mejor que estar tumbada al sol, ya que así te da por todas partes.
–Espero que te hayas puesto protector solar… ¿Y cómo es que has estado sirviendo mesas? Se suponía que tenías que descansar. Ya hablaré yo con mi madre…
–No te atrevas. Ya sabes que los cambios son tan beneficiosos como un buen descanso. Te aseguro que me siento estupendamente y todo gracias a Rose. Es una mujer muy divertida y me encanta estar con ella.
–Ya te lo dije.
Veronica le dio un beso en los labios, que llevaba la pasión contenida de aquellas tres semanas.
–Te he echado de menos. Quiero hacer el amor contigo, así que si sigues pensando lo mismo sobre no tener relaciones hasta que nos casemos, fijemos la boda cuanto antes. Y que sea pronto, por favor.
Jeremy la miró. Sus ojos de color azul reflejaban tanto amor y tanto deseo, que parecían casi negros. Se quedaron un rato abrazados. Luego volvieron a besarse hasta que tuvieron que apartarse para respirar.
–Estoy preparado para acostarme contigo en cualquier momento, amor mío, pero sería mucho más mágico si nos casáramos antes.
La vibración masculina de su voz la hizo temblar.
Jeremy le retiró un mechón de pelo de la frente y le dio un beso antes de continuar hablando.
–¿Te acuerdas cuando me dijiste lo mucho que te costaba romper la promesa que habías hecho respecto a la cicatriz? Pues eso mismo siento yo. Aunque sea ingenuo, parece que es un símbolo de que mi matrimonio será para siempre, no algo que se pueda romper fácilmente.
Jeremy se frotó la nariz con la de ella y luego le habló al oído.
–Pero no voy a poder esperar mucho más. Necesito hacerte el amor salvajemente.
En ese momento, llegó un coche al aparcamiento. Entonces Jeremy la soltó y le pasó el brazo por la cintura para llevarla hacia la casa.
Rose los vio desde la ventana y abrió para saludar a su hijo.
–¡Qué alegría verte! Tengo que salir un momento al café, pero no tardo nada. Os he preparado café.
–Gracias, mamá. Estás muy guapa –añadió.
–Gracias, hijo, debe ser la compañía de estas semanas –dijo, mirando a Veronica–. Y ahora tengo trabajo, pero en seguida vuelvo.
La pareja entró en la cocina y se sirvieron dos tazas de café. Después salieron fuera y se sentaron en un banco que había bajo un viejo manzano.
Jeremy no podía dejar de sonreír.
–Creo que no hay ninguna duda sobre lo que mi madre opinará de nuestra boda. Ya te dije que os llevaríais muy bien –dio un sorbo a su café y se puso serio–. Y ahora, sobre la boda, ¿se te ocurre dónde y cuándo puede ser?
Veronica puso una expresión soñadora.
–¿Dónde? Si pudiera ser en la capilla del hospital… Yo suelo ir de vez en cuando a buscar un poco de paz allí. ¿Sabes si alguna vez se han celebrado bodas en ella?
–Sí, aunque pocas. En cuanto volvamos, hablaremos con el capellán para que nos diga cuándo puede celebrarse la ceremonia y para que nos explique lo que tenemos que hacer.
–De acuerdo, lo he entendido. Queréis casaros cuanto antes –contestó Rowland Butler, mirando a su agenda–. No hay muchas bodas, pero tengo algunos bautizos la semana que viene. ¿Te gustaría casarte en junio, Veronica?
Faltaban solo unos días para junio, así que Veronica miró a Jeremy a los ojos. Él parecía estar pensando lo mismo que ella.
–¿Qué día de junio?
–¿Qué os parece el día catorce? Si es que podéis organizarlo todo para entonces… Muchas novias necesitan meses para prepararse.
–Pero esta novia no –le aseguró Veronica con firmeza.
La expresión de Jeremy la hizo soltar una carcajada.
–¿No hay que sacar un permiso especial para casarse, que suele tardar unas tres semanas en conseguirse? –le preguntó Jeremy a Rowland.
–Eso déjalo de mi cuenta –replicó el capellán–. Yo lo solucionaré.