Capítulo 12

 

 

 

 

 

ESTÁS preciosa, como si hubieras estado de vacaciones en las Azores o en algún lugar soleado.

Fue el saludo de Janice al verla el lunes por la mañana.

–Sí, en Somerset hacia buen tiempo –contestó Veronica alegremente.

Se tocó la zona de pelo afeitada, apenas visible bajo la gorra de tela. La cicatriz estaba cubierta con una venda de color carne que Jeremy le había preparado.

–Pero cuando no estés en el hospital, me gustaría que te lo quitaras para que le diera el aire –le había aconsejado.

–¿Qué tal está? –le preguntó Veronica a Janice.

Esta lo examinó detenidamente.

–Bueno, ya sabes que no me gusta engañar a nadie. Se nota que te han afeitado ahí, pero no está feo –la mujer esbozó una sonrisa–, aunque tú nunca estarías fea aunque lo intentaras.

–Gracias –Veronica le agradeció a Janice su franqueza.

Pensó en lo bien que se llevaban desde el primer día. Habían comido juntas y tomado café muchas veces, e incluso había conocido a la familia de Janice. La relación entre ellas llevaba camino de convertirse en algo especial.

–¿Crees que podemos salir a comer juntas hoy?

–Bueno, tú eres la jefa. Dímelo tú –respondió Janice, riendo.

–Bueno, si hay mucho trabajo, tomaremos unos sándwiches en uno de los jardines. ¿Te apetece? Tengo que pedirte un favor, así que yo llevaré la comida.

–En ese caso… encantada.

 

 

Dentro de la normal actividad de urgencias, aquella fue una mañana bastante tranquila, con solo algunos pacientes con heridas leves.

Las ambulancias solo atendieron un caso de gravedad: un anciano, George Garret, que fue llevado por retención de orina. Tenía la zona muy hinchada y el pobre hombre sufría mucho.

–¿Cuándo fue al servicio por última vez? –le preguntó Diana Ferguson, tocándole el abdomen.

El señor Garret frunció el ceño.

–Ayer, creo. Quizá antes de ayer. No me gusta ir, porque me duele. Así que procuro no beber nada para no llenarme más.

Veronica pensó que siempre pasaba lo mismo. La gente dejaba de tomar líquidos cuando no iba con regularidad al baño, y no se daban cuenta de que era lo peor que podían hacer. La orina se hacía más concentrada y eso dificultaba su evacuación. Ella normalmente trataba de explicárselo a los pacientes, pero el señor Garret no admitía explicaciones. No había duda de que en ese caso había un problema de próstata y habría que operar, después de solucionar momentáneamente el problema.

Veronica miró a Diana, que parecía no estar muy segura de lo que había que hacer. Finalmente, le hizo un gesto para que se acercara a ella, a los pies de la camilla.

–Sé que tenemos que ponerle una sonda –le susurró–, pero parece tan débil, que puede sufrir un shock.

–¿Por qué no le damos un analgésico y un tranquilizante suave para relajarlo? Luego le pondremos la sonda y lo vaciaremos poco a poco. Eso puede aliviarlo sin tener que producirle ningún shock. Mientras tanto, voy a llamar a recepción a ver si le pueden dar una cama. Así podremos hacerle pruebas para ver si su problema de próstata es grave.

 

 

Veronica estaba en su despacho cuando Janice se asomó y le anunció que era la una en punto.

–Estupendo, porque me estoy muriendo de hambre. Vayamos a la cafetería por la comida.

Se sentaron en uno de los jardines y desenvolvieron en silencio el pollo, el jamón y el recipiente de ensalada.

–Algunas veces, los de la cafetería se sienten inspirados y hacen cosas ricas. Esto está delicioso –exclamó Janice, con la boca llena.

Terminaron en seguida y se dispusieron a disfrutar del café.

–Estoy llena –aseguró Janice–. Gracias por la comida. ¿Cuál era el favor que querías pedirme?

Veronica trató de no sonrojarse, sin éxito. Le quería hablar a Janice de la boda, pero estaba muy nerviosa. Y eso que no debería estarlo, se dijo. Porque aparte de los rumores, Janice sabía que Jeremy tenía una relación especial con ella y seguramente no le sorprendería la noticia.

–Jeremy y yo vamos a casarnos el catorce de junio. ¿Te importaría ser mi dama de honor?

Janice la abrazó.

–Oh, Veronica, estaré encantada. Pero el catorce de junio es en seguida, y habrá que hacer montones de preparativos.

Se pasaron el resto del descanso hablando de dónde podían ir a comprar los trajes para la boda. Veronica le informó también de que la ceremonia iba a ser en la capilla del hospital y de que el convite se celebraría en la casa de campo de Jeremy.

–¿Me dejas que lo comente en el hospital? –le preguntó Janice.

–Bueno, al fin y al cabo, vamos a invitar a todo el mundo de urgencias y a todos los compañeros de Jeremy, así que será mejor que lo sepan cuanto antes.

–¿Has dicho que vais a invitar a todo el mundo en urgencias? ¿Incluido el jefe?

–El jefe en especial. Él va a ser el padrino.

–Oh, eso será estupendo. Jeremy y él siempre han sido buenos amigos.

 

 

Por la tarde, Veronica decidió que tenía que llamar a sus padres para informarlos acerca de la boda. Como no sabía cómo se lo iban a tomar, le pidió a Jeremy que la agarrara de la mano mientras hablaba con ellos.

–Somos muy distintos –le dijo a su prometido–. Seguro que lo único que les interesa es saber el dinero que tienes y tu posición social.

–Bueno, cada uno tiene sus prioridades, y tus padres tienen derecho a preguntarte sobre esos aspectos, si es lo que más los preocupa. Venga, amor mío, llámalos.

–¿No te parece algo precipitado? –le preguntó su padre después de que ella le informara de todo–. ¿Y a qué se dedica él?

–Es cirujano plástico y, como tiene solo treinta y dos años, es el cirujano más joven de todo el país.

–Oh, eso está bien –dijo su padre, satisfecho.

–Y ahora, pásame con mamá. Luego te dejaré que hables con Jeremy, que sé que lo estás deseando.

Su madre estaba sorprendentemente excitada.

–Oh, cielo, cuánto me alegro. Ese Jeremy parece un buen partido, pero qué lastima, no sé si podremos ir a la boda, porque en esas fechas lo más probable es que estemos en un crucero con unos socios de tu padre.

–Muy bien, mamá, y ahora, pasa a papá con Jeremy.

Jeremy colgó una hora después.

–Necesito un trago –dijo–. Parece que le he gustado a tu padre y me ha asegurado que van a venir a la boda. Dice que se unirán al crucero más tarde en Marsella.

Veronica le dio un enorme abrazo.

 

 

Durante los días siguientes, apenas se vieron, debido a que ambos estuvieron trabajando aún más de lo habitual. Como no faltaba mucho para que se fueran de luna de miel, Veronica quería hacer horas extra para compensar a la gente del equipo. Y en cuanto a Jeremy, quería reducir lo más posible la lista de espera de su consulta.

Una mañana, quedaron en la colina donde se habían encontrado tiempo atrás. Él volvió a ir con Bella, su yegua, a la que dejó paciendo mientras ellos se tumbaban en la yerba, donde se acariciaron y besaron.

–Contrólate –dijo Jeremy en un momento, casi sin aliento–. No soy de piedra, y no pienso romper mi promesa cuando solo faltan unos cuantos días para la boda. Por cierto, todavía no me has dicho dónde vamos a ir de luna de miel. Si es que se le puede llamar luna de miel a un viaje de solo cinco días.

–Lo importante es la calidad, no la cantidad –aseguró ella–. Y he pensado que podíamos hacer un crucero por Norfolk Broad. ¿Te sientes capaz de llevar un barco?

–Claro que sí –respondió él–, pero en esas fechas puede llover.

–No importa –dijo ella, sonriendo–, se me ocurren muchas cosas que podemos hacer en un barco mientras está lloviendo.

 

 

Jeremy le telefoneó una noche, cuando solo quedaban dos días para la boda.

–Acabo de terminar una operación –dijo con voz cansada–. ¿Por qué no vamos al Old Thatched Barn a tomar algo? Mañana por la noche voy a salir con Alec y no podré esperar hasta pasado mañana para verte.

Cuando ya se encontraban sentados en el restaurante, ambos estaban tan cansados, que no sabían ni qué pedir.

–Queremos algo sencillo y nada de alcohol –le dijo Jeremy al camarero.

La cena fue muy agradable. A medianoche, estaban ya en el coche, de vuelta a casa. Hacía una noche estupenda y Jeremy aparcó el coche en un mirador. Allí, se abrazaron mientras contemplaban la ciudad de Porthampton. A los lejos se podía ver el hospital, todo iluminado.

En el horizonte, por encima del mar, había una luna casi llena. Veronica apoyó su mejilla contra la de él.

–Vaya, parece que no has tenido tiempo ni de afeitarte.

Él se echó a reír y la besó en la boca. Luego la agarró por la barbilla con delicadeza.

–Eres muy hermosa.

–Y tú también, Oberon –dijo ella.

–Muchas gracias.

Él le tocó la cicatriz.

–Esto tiene mejor aspecto cada día.

–Lo sé –dijo ella–. Y no sabes cómo te lo agradezco.

–¿Eres feliz, Veronica?

–Mucho.

–Entonces yo también lo soy –aseguró él, sonriéndole–. Y ahora, vámonos, pasado mañana… –consultó su reloj y vio que eran ya las doce y cinco–… no, mañana es la boda, así que será mejor que nos vayamos a dormir cuanto antes.

 

 

La ceremonia y el convite transcurrieron casi sin que Veronica se diera cuenta. Cuando todo acabó, Alec insistió en llevarles en su coche hasta Norfolk y, después de dejarlos en el barco, se despidió de ellos.

El barco estaba muy bien equipado y era sorprendentemente espacioso. Al ver la enorme cama, Veronica miró a Jeremy con los ojos abiertos de par en par.

–Un pequeño extra –dijo él, sonriendo.

Alec les había regalado un enorme cesto de comida que le habían preparado en su restaurante favorito. Había de todo, incluyendo champán helado.

–Creo que lo mejor será que cenemos y luego tendremos que probar la cama, ¿no te parece?

–Me parece una gran idea.