Capítulo 1

 

 

 

 

 

ALEC Masterson observó el rostro abatido de Trevor Black y luego se volvió hacia Veronica.

–¿Ha hablado con el señor Grant, señorita Lord?

–Hablé con su secretaria, que me prometió localizarlo.

El señor Masterson, el jefe del departamento de urgencias, dijo algo para sí y todos permanecieron en silencio durante unos instantes. Luego miró a la mesa donde una doctora y una enfermera estaban inclinadas sobre las piernas de Trevor.

–¿Entonces cuál es su opinión acerca de ese fémur, doctora Ferguson? ¿Necesitaremos volver a entablillárselo?

–Los entablillados de emergencia que hacen los enfermeros de las ambulancias deben durar hasta que el paciente vaya al traumatólogo. Por otra parte, ha sido una rotura limpia y no ha sangrado –explicó Diana Ferguson con voz suave–. La otra pierna tiene algunos hematomas y unas pocas laceraciones, pero nada profundo, así que solo hace falta limpiar las heridas cuidadosamente.

–Muy bien. Confiaremos en su diagnóstico. No lo entablillaremos de nuevo si no es necesario. Se lo dejaremos al traumatólogo, que decidirá si tendrá que escayolarlo. Pasa lo mismo en el brazo, una rotura limpia a la altura del codo. Así que nos concentraremos en los golpes de la cara y la cabeza. Podemos hacer algo en la mandíbula, pero no quiero tocar otras heridas hasta que venga el cirujano plástico y lo vea.

El especialista se estiró y contrajo los hombros para relajar la tensión.

–¿Quieres saber por qué, Diana? –añadió el doctor, mirándola de reojo.

Diana se sonrojó y movió la cabeza negativamente. Era la primera vez que el doctor la llamaba por su nombre de pila. Llevaba trabajando en el hospital todo aquel mes, y el doctor Masterson era el más educado y formal de todos los compañeros que había conocido. Todos lo llamaban señor Masterson, hasta Veronica Lord, la enfermera jefe.

Alec esbozó una sonrisa; algo que no solía hacer muy a menudo.

–Porque yo no tengo la experiencia suficiente como para curarle sin dejarle cicatrices. Si no se hace bien desde el principio, por mucho que luego se le hiciera la cirugía, sería inútil. Por eso vamos a limpiarle las heridas, a tapárselas con vendas y esperaremos al doctor Grant.

–¿Oigo que me necesita usted, maestro? –preguntó una voz llena de ironía desde la entrada.

Masterson se giró hacia la puerta y sus labios finos volvieron a sonreír.

–¡Jeremy! ¡Qué bien que hayas venido! –miró a Trevor, quien finalmente había sucumbido al efecto de los analgésicos–. Quiero que le eches un vistazo a este pobre muchacho. Se chocó contra un autobús cuando iba en su moto. El conductor del autobús sufrió un infarto, perdió el control y se fue directo hacia Trevor. Ha sido un choque frontal y en el rostro es donde…

Veronica, entonces, bajó la cabeza y continuó buscando trozos de metal o plástico en las heridas que el chico tenía en la cabeza. Pero su mente estaba lejos de allí, buceando en el pasado lejano.

¡Jeremy Grant! No podía ser… o, al menos, no el Jeremy Grant que ella había conocido. Durante aquellas seis semanas que llevaba en el Hospital Universitario de Porthampton, había oído hablar del señor Grant, que a sus treinta y dos años, era el jefe de departamento más joven del hospital. Pero por razones que no podía entender, nunca le habían dicho su nombre de pila. Fue oír el nombre y el apellido juntos lo que la había hecho recordar. Por el apellido solo, nunca lo habría relacionado con Jeremy Grant, un muchacho al que no veía desde el instituto.

Veronica retiró automáticamente el algodón usado y fue a ponerle otro limpio.

El señor Masterson le hizo un gesto para que se detuviera. La enfermera se retiró y los dos cirujanos se inclinaron sobre el paciente.

¡Jeremy Grant! Su mente viajó al pasado. Recordó la obra de teatro que representaron juntos: El Sueño de una Noche de Verano. En la que ella, con trece años, hizo el papel de Titania y él, un chico larguirucho, con diecisiete años y lleno de espinillas, representó a Oberon… Veronica cerró los ojos unos segundos y los abrió para mirar las dos cabezas que se inclinaban sobre Trevor.

Ambas eran morenas, pero la de Jeremy más oscura y con el cabello más espeso. Tenía el pelo un poco largo, por lo que rozaba el cuello de su camisa blanca. Su traje era clásico y de color gris, como el de Alec Masterson, pero de un gris distinto al de este. Seguramente porque Jeremy debía ser diez o quince años más joven que el jefe del departamento de urgencias.

Aun así, le seguía costando trabajo creer que era el Jeremy Grant que había conocido en el instituto. No sabía por qué, pero ese hombre no se parecía en nada al muchacho de entonces, a pesar de que su edad era la adecuada y también su estatura. Pero, ¿cómo un chico como el Jeremy que ella había conocido podía ser admirado por Alec Masterson?

La madre de Jeremy en aquel entonces vivía sola. No sabía si era viuda o simplemente soltera. ¿Cómo se las había arreglado para que su hijo estudiara Medicina? Desde luego, en el instituto había sido votado como el alumno más brillante del último año por sus compañeros y también por los profesores, así que debía ser inteligente.

A los trece años, cuando el físico era tan importante para ella, había pensado que era algo muy extraño. No entendía cómo, a pesar de su acné y de tener un carácter solitario, podía haber llegado a ser tan popular. Por lo menos, entre los chicos.

Las chicas, sin embargo, decían siempre que era una pena que tuviera tantas espinillas.

En ese momento, Jeremy extendió una mano, sin mirar, y ella se sobresaltó.

–El fórceps, por favor –entonces había mirado hacia arriba–. ¿Enfermera? –añadió.

Veronica agarró el fórceps de la bandeja y se lo dio. Jeremy se inclinó sobre Trevor de nuevo y levantó un trozo de piel y músculo, que era lo que le quedaba a Trevor de mejilla. Al ver lo que había debajo, él y Alec volvieron a murmurar.

Jeremy habló con una voz baja y distintiva, el tipo de voz que exige atención. Era una voz que Veronica recordaba, a pesar de todos los años que habían pasado.

–Los nervios y los vasos sanguíneos apenas han sido dañados… aunque haya que unirlos. Lo único que hay que hacer por ahora es ponerle una venda para sujetar la piel y evitar que se arrugue y sangre hasta que le opere. El lóbulo de la oreja puede ser cosido ya. Si se hace con cuidado, no hará falta cirugía. La nariz y la mandíbula necesitan de una buena operación, pero, por supuesto, habrá que esperar un poco antes de operar. Quiero que le traigan a mí sección, Alec. Hay que ponerse cuanto antes y hará falta una enfermera que lo atienda las veinticuatro horas del día. Me imagino que tendrá una habitación lista al final de la tarde, ¿no es así?

–También querrán verlo en traumatología.

–Quizá no haga falta. Si todas las fracturas son sencillas, será fácil ocuparse de ellas –Jeremy se levantó–. Ahora, puede vendarlo, enfermera –le dijo a Veronica–. Con cuidado, por favor, y póngale todas las que haga falta cuando el señor Masterson termine. Algunos de estos cortes más pequeños también necesitarán injertos.

–Sí, señor Grant –contestó Veronica sin levantar la cabeza.

Con manos seguras, la mujer limpió la mejilla del hombre, la secó y colocó una venda sobre ella. Después, la aseguró a la piel con un esparadrapo especial que no le dañaría la piel al ser despegado.

Los dos cirujanos continuaron conversando en voz baja mientras ella trabajaba.

–Insisto en que lo mejor será enviarle a la unidad de traumatología, Jeremy –sugirió Alec–. De ese modo, tú y el traumatólogo podréis tener acceso a él. Además, allí podrán hacerle las radiografías que hagan falta. Parece que no se ha hecho daño en la cabeza, pero hay que asegurarse –miró al hombre–. No te preocupes, que mañana mismo lo tendrás todo entero para ti y podrás empezar a trabajar.

Jeremy esbozó una sonrisa y luego levantó una ceja.

–Muchas gracias, Alec. Me imagino que también debería darte las gracias por haberme dejado que lo examinara. Me has hecho un favor, de verdad. Es un muchacho guapo y trataremos de que siga siendo así.

Después de eso, se despidió y se marchó.

 

 

Todos tuvieron que trabajar a buen ritmo para hacer frente a la gran cantidad de pacientes que entraron ese día. Varios de los pasajeros habían resultado heridos, y algunos de gravedad, pero ninguno tan seriamente como Trevor o el conductor del autobús.

De hecho, este último murió poco después mientras intentaban reanimarlo. El equipo implicado se quedó destrozado. Siempre ocurría, por mucha experiencia que tuvieran. Siempre había una sensación de tristeza y de remordimiento, al caberles la duda de que podían haber hecho más por el paciente.

La sala de espera permaneció toda la mañana abarrotada, así que hubo que dejar a un lado los pensamientos privados. Veronica estaba acostumbrada a hacerlo, a pesar de que aquella mañana hubiera hecho una excepción.

A media tarde, la entrada de ambulancias comenzó a disminuir. Entonces, decidió tomarse un descanso, ya que su turno no acabaría hasta las nueve de la noche.

Fue a buscar a Janice Porter, su jefa, que estaba atendiendo a una niña que se había caído de un columpio y se había torcido la muñeca.

Veronica se inclinó sobre la cama y luego miró a Janice.

–¿Puedes sustituirme una hora, Janice? Voy a salir. Me apetece comer fuera para tomar un poco de aire fresco.

–Sí, junto a un aroma a gasolina, a humo de la incineradora y a…

–Oye, no me estropees el plan. Tiene que haber un lugar donde el aire no esté demasiado contaminado.

Pero lo que ella necesitaba en realidad era meditar y asumir que el elegante especialista que había conocido aquella mañana, era el mismo Jeremy Grant del instituto.

Pero no podía ser, se dijo a sí misma cuando fue a recoger del despacho los sándwiches y la chaqueta. Lo poco que había visto de su rostro estaba bien afeitado y libre de espinillas, incluso parecía que tenía una piel suave. Seguramente, el acné severo que padecía de joven, tenía que haberle dejado cicatrices. A menos que estuviera exagerando y el antiguo compañero no hubiera tenido tan mal la piel como recordaba.

Veronica salió por una puerta lateral al pequeño jardín que se había hecho en memoria de Doris Shepherd. No sabía quién era la tal Doris, pero le agradecía la presencia de aquellos árboles y de los bancos de madera.

No era el lugar perfecto para pensar, ya que estaba cerrado por todas partes, pero era lo más cercano que podía encontrar para estar a solas. En aquellas semanas que llevaba en Porthampton, no había conocido a nadie.

El sol de marzo era sorprendentemente fuerte, pero había llovido y los bancos estaban mojados. Así que después de secar uno lo mejor que pudo, puso su chaqueta sobre la madera para sentarse encima. Después, empezó a comer, pero no había dado ni dos bocados cuando notó el efecto relajante del sol y cerró los ojos.

No supo cuánto tiempo estuvo así, ajena al mundo. De repente, sintió algo a su lado y abrió los ojos. Entonces se volvió y se enfrentó a un par de ojos de color azul oscuro.

–Siento haberte despertado, orgullosa Titania. Parecías muy tranquila en los brazos de Morfeo.

¡Titania! Solo el Jeremy Grant del instituto podía llamarla así. Y aquellos ojos azul oscuro solo podían pertenecerle a él.

Veronica continuó mirándolo con los ojos y la boca abiertos de par en par. ¿Cómo podía ser aquel Jeremy? ¿Dónde estaban las cicatrices de las espinillas? Era imposible que las ocultara o disimulara con maquillaje, aunque, en su posición, podía conseguir fácilmente los mejores productos.

Instintivamente, se llevó la mano a su propia cicatriz… la cicatriz que había estropeado su rostro, antes perfecto.

Jeremy le agarró la mano antes de que llegara a su destino.

–Dime, Veronica, cariño, ¿cómo ocurrió? ¿Y cuándo?

Su voz fue suave, pero firme, y no demostraba extrañeza ni sorpresa por coincidir con una persona a la que llevaba sin ver… ¿cuánto tiempo?

La obra de teatro la habían hecho quince años atrás. Ella era entonces una adolescente de trece años, orgullosa de sí y de su físico; mientras que él era un adolescente algo más maduro, alto y larguirucho del que solo le había llamado la atención la voz. Él tenía una madurez que le había apartado de los demás chicos y le podía haber dado acceso a las chicas, de no haber sido por su piel llena de granos.

Veronica, malcriada por su belleza y su inteligencia, le había despreciado con la vehemencia de sus trece años. En ese momento, recordó los desaires que le había hecho y no pudo evitar sonrojarse, algo que raramente le ocurría.

–Estás recordando, ¿verdad? ¿La Bella y la Bestia?

Ella se sonrojó aún más y tardó unos segundos en contestar.

–No digas eso. Yo era una chica horrible y mimada. No sé cómo pudiste aguantarme en los ensayos.

–¿No lo sabes? Bueno, tampoco para ti era agradable, ¿verdad?

Ella recordó cómo tenía que prepararse mentalmente para dejarle que se acercara y no pudo evitar una sensación de rabia. Incluso en ese momento, le costó reprimir un escalofrío… A continuación, movió la cabeza negativamente.

–No, no podía soportar tus granos, pero no debería haber sido tan cruel y desagradable contigo.

–No te juzgues tan severamente, cariño, tenías solo trece años y no me sorprende que te repugnaran mis granos. En cuanto a mí, te soportaba porque eras la belleza del instituto. Casi todos mis amigos estaban enamorados de ti, aunque tú estabas solo en segundo año y eras mucho más pequeña que todos nosotros. Y a mí me ocurrió lo mismo… quiero decir, que también me enamoré de ti. Pero tú no querías saber nada de mí.

El hombre curvó los labios en una sonrisa irónica.

–A pesar de que me eligieron como el alumno más brillante del último curso. Hacer la obra de teatro contigo me pareció una buena forma de acercarme a ti… físicamente.

Veronica pensó que tenía una boca bonita, cosa de la que no se había dado cuenta hasta entonces. Luego reparó en que seguía sujetándola por la muñeca.

Ella volvió entonces la cabeza hacia las ventanas que rodeaban el patio y se fijó en que había dos personas que estaban observándolos.

–¿No te importaba que te vean todos en una postura comprometida con una humilde enfermera?

–¿Humilde? Querida Veronica, en ti no hay nada de humildad. Caminas como una reina y te comportas como tal. Apuesto a que cualquier hombre que nos vea lo que sentirá será envidia, porque me está mirando la mujer más bella del hospital.

Para sorpresa de él, los ojos grises de Veronica se llenaron de lágrimas. Y en vez de intentar soltarse, se llevó la mano de él a su cara para que tocara la débil marca en forma de media luna, que comenzaba sobre la ceja, rodeaba su ojo y bajaba hasta la mejilla.

–¿Con esta marca horrorosa? No hace falta que disimules, Jeremy, ahora que se han invertido los papeles. Por lo que he oído, no es tu estilo. ¿No sabes que dicen que te comportas de un modo arrogante con las mujeres?

Una carcajada profunda la interrumpió.

–Sí sé que se comenta eso en algunos círculos, pero acabarás descubriendo que esa descripción parte de las empleadas que…

–¿Que tienen la temeridad de intentar salir contigo? Ya, y seguro que tú les pones las cosas claras desde el principio.

–También a los hombres se les acosa, ¿sabes? No solo os ocurre a vosotras. Pero créeme, Veronica, cuando digo que eres la mujer más guapa del hospital, lo digo en serio. Lo eres, con cicatriz y todo.

Veronica lo miró fijamente y pareció convencerse de que estaba siendo sincero.

–Gracias. Y para ser justa, debería decir que tu fama como cirujano brillante que trata estupendamente a los pacientes, equilibra las críticas. Has debido de dar esperanza a muchísima gente. Sigue así, Jeremy. Y ahora tengo que marcharme.

Jeremy no intentó detenerla, pero la observó alejarse con pasos femeninos y la espalda recta.

Su coleta rojiza y bien recogida, brilló al sol. Si se dejara el pelo suelto, pensó el hombre, se balancearía como una cortina alrededor de su cara y le ocultaría la cicatriz. De hecho, quizá lo hiciera cuando no iba a trabajar.

No había ningún motivo para que la siguiera en ese momento, pero se aseguraría de coincidir con ella a menudo. No porque tuviera un interés personal en ella; su interés era meramente profesional. Por supuesto que lo era. Lo único que quería era utilizar su capacidad para ayudar a aquella mujer, todavía guapa, que en el pasado se había portado tan mal con él. Quería ayudarla a recuperar su belleza sin marcas o acercarse lo más posible a ello.

Ese era su trabajo: arreglar rostros dañados y ayudar así a las personas.

No tenía ningún interés personal en ella y le agradecía a Alec el haberle hablado de Veronica unos días antes mientras estaban cenando en la cafetería reservada a los jefes de departamento.

–Ha venido una jefe de enfermeras nueva. Es una mujer muy guapa y una enfermera excelente, pero tiene una cicatriz en la cara. Parece que es antigua, por su aspecto, y aunque la disimula bien mediante el maquillaje, creo que está algo acomplejada. ¿Intentarás convencerla de que te deje echarle un vistazo la próxima vez que pases por urgencias? Sé que te gusta arreglar ese tipo de cicatrices.

Jeremy se había quedado mirando al amigo y colega, sentado frente a él al otro lado de la mesa. Su rostro había mostrado la misma expresión impasible de siempre, pero había notado algo en su voz que sugería un interés especial en que viera a aquella mujer. ¿Por qué ese interés? ¿Estaría su amigo volviendo a interesarse por el sexo femenino después de tantos años de estar solo? No era probable, pero Jeremy estaba seguro de que Alec quería que viera pronto a aquella mujer.

–La veré en mi consulta mañana. Por ti, Alec, empezaré antes de lo habitual.

Alec se había quedado muy quieto, mirando su plato y, después de varios minutos, había alzado la vista.

–La enfermera no sabe que te he hablado de ella y nunca ha mencionado nada de su cicatriz. La señorita Lord es muy reservada, o eso es lo que me ha parecido hasta ahora. Se lleva bien con todos, pero no ha intimado con nadie en especial. Me gustaría que esto pareciera casual. No quiero que piense que estoy interesado en ella.

Jeremy sintió que se le erizaba el vello en la nuca.

–Lord… es un apellido poco común. Solo he conocido a una persona que se apellidara así y fue hace años en el instituto. Una chica llamada Veronica. Pero no me la imagino de enfermera. Era una mocosa malcriada, que siempre era el centro de atención de todo el mundo. Los chicos revoloteaban a su alrededor como moscas.

–Pues entonces ha cambiado –aseguró Alec con brusquedad–. Porque creo que podemos desechar la idea de que haya dos mujeres en el mundo que se llamen Veronica Lord. Apuesto a que hablamos de la misma persona –el hombre comenzó a hacer dibujos en el mantel con el cuchillo–. Es buena, Jeremy, la mejor enfermera que he tenido nunca. Es estupenda con los pacientes y con los empleados más jóvenes, pero creo que está acomplejada por esa cicatriz… creo que eso es lo que no le permite…

El hombre pinchó el mantel.

–Digamos que por su bien, me gustaría ver si es posible recuperar su belleza original o llegar tan cerca como se pueda. Y para ti, imagino, será todo un reto.

El busca de Alec sonó en ese momento y tuvo que marcharse, dejando a Jeremy a solas, sin poder dejar de pensar que la niña que en un tiempo había sido tan tonta y desagradable, se había convertido en una buena enfermera.

Eso había sido tres días antes, tres días durante los que había esperado encontrarse con Veronica constantemente. Cuando aquel día, Alec lo había llamado para que examinara a un paciente, seguía sin saber cómo iba a enfrentarse a ella.

Le había costado muchos años olvidarse de sus comentarios hirientes sobre sus granos. Su única defensa había sido no permitir que ella notara lo mucho que lo herían y usar su natural autoridad para intentar estar por encima de todo lo que ella le decía o hacía.

Pero habían sido aquellos comentarios y hechos, pensó con ironía, así como la tristeza de aquellos años de adolescencia, lo que le habían impulsado a hacerse cirujano plástico y tomar la decisión de ayudar a las personas que tenían defectos físicos en el rostro.

Esbozó una sonrisa amarga. De alguna manera, tenía que agradecer a Veronica Lord el ser el brillante cirujano en que se había convertido.

Jeremy se levantó del banco y fue, con la cabeza baja, hacia la entrada. Se cruzó con dos enfermeras, que se echaron hacia un lado, disculpándose. Él entonces alzó la cabeza, las miró sin verlas por un momento, y se dirigió a su despacho.

Las enfermeras se miraron significativamente la una a la otra.

–¿Es verdad que es impermeable al encanto femenino?

–¿O quizá se trate simplemente de un remilgado? –sugirió la otra–. Aunque la verdad es que no me importaría darle una oportunidad. Me gustaría conocerlo mejor.

–Bueno, pues te deseo buena suerte, porque parece que nadie sabe nada de su vida privada. Sin embargo, su equipo piensa que es el mejor cirujano plástico del mundo.

El teléfono estaba sonando cuando Jeremy entró en su despacho, todavía pensativo. Antes de contestar, tuvo la sospecha de que era Alec quien llamaba.

–Me alegro de que hayas hablado ya con ella. Te he visto en el patio con la maravillosa señorita Lord. ¿Se parecía a la Veronica adolescente?

–No, y debo decirte que se ha convertido en una mujer mucho más valiente y mejor de lo que yo imaginaba. Por otra parte, si alguna vez consigo convencerla para que se opere, imagino que podría ayudarla mucho.

–Conozco tu poder de persuasión en lo que a tu trabajo se refiere, así que inténtalo, que seguro que lo consigues.

Luego se oyó un ruido y se cortó la comunicación.

Jeremy volvió a pensar, por un breve instante, si Alec tendría algún interés personal en Veronica, pero inmediatamente desechó la idea. Alec era un soltero empedernido. Era un tipo sencillo que, bajo su aspecto de hombre duro, ocultaba un corazón de oro.

Jeremy miró su reloj… ya casi era la hora en la que tenía que empezar a visitar a los pacientes. Alec quería que utilizara sus dotes de persuasión para convencer a Veronica Lord de que se dejara examinar por él. ¿Conseguiría hacerlo? ¿Debería hacerlo? En ese momento, recordó sus palabras: «se han invertido los papeles».

Todos los pacientes a los que había operado habían estado muy acomplejados debido a sus heridas y temían que los demás los trataran con compasión. Los defectos en la cara, fueran o no de nacimiento, afectaban mucho a la autoestima. Así que él era muy cuidadoso cada vez que trataba con uno de ellos.

En el caso de Veronica, sería aún peor porque la había conocido en todo su esplendor, mientras que él era la burla de todos. Como había dicho… la Bella y la Bestia, una bestia a la que, como decía el cuento, le faltaba seguridad en sí misma, aunque lo hubiera disimulado. Ella, la bella, se había convertido en esos momentos en una mujer frágil. En cuanto a él, ya no necesitaba reforzar su autoestima, intentado seducir a cada mujer atractiva con la que se cruzara.

Eso era lo que había hecho muchos años antes, cuando había conseguido olvidarse de los insultos que habían plagado su adolescencia y se había convertido en un solicitado soltero. Su cuerpo delgado se había ensanchado y afirmado, ya que su tiempo libre lo había dedicado a jugar al squash y de vez en cuando al golf con Alec.

¿Pero cómo iban a ayudarle aquellas cosas a acercarse lo suficiente a Veronica como para que le permitiera examinarla? Tendría que tener mucha paciencia, pero eso no era ningún problema, porque él había aprendido a desarrollarla en su trabajo.

Se sintió invadido por una repentina seguridad. No sabía cómo, pero conseguiría que Veronica aceptara su ayuda sin sentirse compadecida.

A continuación, agarró su estetoscopio, se lo metió en el bolsillo y salió del despacho.

Su secretaria estaba tecleando algo al ordenador y él le dirigió una sonrisa.

–Hola, Maude. Voy a hacer la ronda.