Capítulo 4

 

 

 

 

 

VERONICA se quedó dormida nada más tumbarse, pero luego tuvo pesadillas en las que aparecían niños quemados. El pequeño Sammy, el niño de seis meses con infección de pecho que había acariciado mientras Diana lo había examinado, de repente se metamorfoseó en un niño con la cara totalmente quemada. Y ella estaba trabajando con Jeremy en el quirófano de cirugía, en vez de con Diana en urgencias.

Pero Jeremy no llevaba el atuendo normal ni la máscara que se ponía para operar, sino un traje de seda y unos guantes de piel.

–Voy a cortar la piel quemada –les dijo, con una voz melodiosa, a las enfermas que lo acompañaban mientras se inclinaba sobre la mesa de operaciones–. Es lo primero que hay que hacer cuando se quieren reparar las zonas dañadas.

Y Veronica, que estaba al otro lado de la mesa, donde normalmente se colocaban los ayudantes, sabía que había un error, pero no podía hablar ni moverse. «La infección», quería gritar. «¿Qué hay de la infección? Deberíamos estar operándolo en un lugar totalmente esterilizado». Podía sentir el sudor que corría entre sus senos y bajaba por su espina dorsal, hasta la hendidura entre sus nalgas. Pero seguía sin poder moverse.

–Muy bien, lo conseguiremos –dijo entonces Jeremy–. Este niño será de mayor un guapo asesino de mujeres.

Todos miraron al pequeño Sammy, que estaba completamente despierto y sonreía sin una marca en su cara.

Veronica sacó la mano de debajo de la manta y buscó sobre la mesilla, a tientas, el teléfono que sonaba insistentemente. Todavía tenía muy presente el sueño y el corazón le palpitaba a toda velocidad.

–¿Sí, quién es?

–Soy Rebecca, de recepción. Sé que no tienes que venir hasta más tarde y que has estado por la noche, pero Frank ha llamado para decir que está enfermo y aquí hay un caos tremendo. Han llegado varios casos de gente intoxicada. Parece que se trata de salmonella. Anoche llegó un barco, donde se habían dado varios casos y ahora nos está llegando toda la gente que no ha sido atendida en el barco. Ha llegado el primer grupo hace poco y…

–Voy para allá –Veronica colgó el auricular y se dio una rápida ducha mientras maldecía a Frank Smithers.

Este pedía tantos días libres desde que ella estaba allí, que apenas lo conocía.

–Frank siempre llama la atención por la cantidad de días libres que pide –le había dicho alguien.

Y aunque ella había pensado que se trataba de una exageración, pronto se había dado cuenta de que era cierto. Nadie entendía por qué no había pedido la jubilación anticipada, pero ella no quería hacer comentarios al respecto. Estaba como sustituta suya y le parecía desleal hablar mal de él.

Pero ese día en especial, se sentía irritada por su aparente falta de interés. Otro par de manos con experiencia habrían sido muy valiosas. En lugar de eso, se encontraba de nuevo cargando con toda la responsabilidad. Y su mente se puso a pensar en los problemas a los que tendría que enfrentarse.

Los pacientes que llegaran tendrían que ser colocados en una zona separada para evitar que pudieran contagiar a otros y se extendiera la infección. La higiene era la primera medida a tomar en los casos de intoxicación por comer pescado.

 

 

Justo cuando Veronica estaba saliendo de su despacho, Alec también salía del suyo.

–Te habrá avisado Rebecca, me imagino. Sé que tu turno no empezaba hasta las diez. Y después de estar aquí anoche… –se encogió de hombros–. Te lo agradecemos mucho. Digamos que esto no pasará inadvertido y cuando Frank se jubile, bueno… y ahora hablemos de lo más importante. No estamos seguros de si es salmonella o una infección por cualquier otra bacteria, así que hay que asegurarse. Los síntomas normales son: diarrea, vómitos y dolores de cabeza. Hasta ahora han entrado media docena de personas intoxicadas: dos niños y cuatro adultos. Voy a examinarlos, pero me atrevería a decir que todos están deshidratados. Así que necesitaremos suero. En este momento, están al otro lado del pasillo para que no estén en contacto con los demás pacientes.

–De acuerdo. Llamaré a una enfermera para que los cuide hasta que los metan en habitaciones. Y vamos a hacerles algunas pruebas para saber qué tipo de virus es. Y como dices, habrá que tenerlos aislados. ¿Dónde vamos a llevarlos?

–He convencido a los de la planta de arriba para que vuelvan a abrir las habitaciones que cerraron la semana pasada –explicó Alec, haciendo un gesto con el pulgar–. También les he pedido que nos envíen personal, cueste lo que cueste. Y si esto no acaba pronto, me imagino que no tardará en aparecer la prensa.

–Eso sería genial –dijo ella con ironía.

Alec puso una mano en el brazo de ella.

–Y ahora, Veronica, a trabajar.

¡La había llamado Veronica! Ese hombre frío y distante, de quien sospechaba que no era tan frío ni tan distante como aparentaba, la había llamado por su nombre de pila. Veronica se quedó un momento inmóvil mientras él continuó caminando. Luego tuvo que apresurarse para alcanzarlo.

 

 

No dejaron de llegar pacientes en todo el día. Fueron admitidos nueve pasajeros más de la tripulación, a los que enviaron rápidamente a una habitación que ya tenía camas de más. Veronica envió a un enfermero para que ayudara a Janice y telefoneó a personal para que enviaran a una asistente social para que hiciera la limpieza.

Al otro lado de la línea, trataron de ponerle las excusas de siempre.

–Está bien, si quiere que todo el mundo se entere de que hay una habitación llena de enfermos contagiosos que no se limpia y desinfecta… –dijo ella entonces.

Un cuarto de hora después, llegó una mujer de mediana edad.

–Me llamo Pat. ¿Por dónde tengo que empezar? –la mujer parecía preocupada por la infección.

Veronica le dirigió una sonrisa de bienvenida.

–Llega en el momento justo. ¿Le han dicho que va a estar al lado de pacientes que posiblemente tengan una enfermedad contagiosa y que, por tanto, tendrá que ponerse un traje especial? Además de tomar las medidas normales de higiene, claro está.

–No me lo han dicho directamente, pero todos saben que está pasando algo y que por eso han tenido que abrir de nuevo esta sala. En cualquier caso, eso no me preocupa, enfermera. He tenido seis hijos y lo sé todo sobre camas sucias, enfermos e higiene.

–Gracias a Dios –respondió Veronica, conduciendo a la mujer hacia la habitación en cuestión.

Con una excepción, las últimas personas ingresadas fueron niños y personas mayores. También les llegó una mujer embarazada de dieciocho semanas, acompañada de un marido histérico.

La mujer fue examinada y admitida en maternidad para que también pudiera ser examinado el bebé.

–¡Estos jóvenes! –exclamó Janice, haciéndole un gesto de complicidad a Veronica.

–Está usted en lo cierto, enfermera –dijo una de las mujeres mayores, recién admitida–. Están en su luna de miel y, antes de que la chica se encontrara mal, estaban felices. ¿Le pasará algo al niño? No tendrá un aborto la pobre chica, ¿verdad?

La anciana miró a Veronica y luego a Janice. Finalmente y antes de que pudieran contestarle, se tapó la boca e hizo ademán de vomitar.

 

 

Cuando Veronica volvió a su despacho, le sorprendió ver que Jeremy la estaba esperando. Estaba examinando el horario y estaba muy guapo con un traje oscuro y elegante.

El hombre se dio la vuelta y fue hacia ella.

–¡Veronica! Espero que no te importe. La recepcionista me dijo que te podía esperar aquí –explicó.

Veronica pensó que un cirujano no necesitaba que le dieran permiso para usar su despacho, pero era un gesto educado y lo agradeció.

Veronica notó que parecía animado e incluso tenía color en las mejillas, ligeramente morenas. Como estaba de espaldas a la ventana, no podía ver si sus ojos oscuros reflejaban también ese ánimo.

–Parece que tú y Alec sentís una inclinación especial por comprobar mi horario –le señaló una silla, pero él se quedó en una esquina de la mesa mientras ella se sentaba.

–No puedo hablar por Alec, pero yo quería ver cuándo estabas libre. Aunque me imagino que tus horas, como las mías, son flexibles.

–Es cierto. ¿Y por qué te interesa saber cuándo estoy libre? –preguntó, aunque se arrepintió en seguida de haberlo hecho.

–¿Te apetece que vayamos a cenar otro día para arreglar un poco… el desastre de ayer?

–No fue tan desastroso. La comida fue perfecta, aunque sentí que terminara de aquel modo. ¿Cómo está la niña quemada?

–Sigue allí. La gente de la unidad de quemados es maravillosa y me ayudaron mucho. Ahora hay que esperar un poco para volver a intervenir. La niña es muy valiente, creo, aunque sea pequeña, así que tengo esperanzas de dejarla sin marcas.

Veronica se llevó la mano a la cicatriz, como siempre hacía cuando se acordaba de ella. Jeremy ya había anticipado que lo haría.

–Me alegro mucho –aseguró Veronica, que estuvo a punto de hablarle de su sueño.

Él le dio un golpecito en la mano y ella, de repente, sintió que su habitual autocontrol la abandonaba. Su respiración se volvió agitada y tuvo que hacer un esfuerzo por tranquilizarse. Entonces comenzó a disimular, agarrando algunos papeles de la mesa y un bolígrafo.

Jeremy se acercó a ella y le agarró la barbilla con dos dedos, obligándola a alzar la vista hacia él.

–Eres una mujer encantadora, Veronica –murmuró.

Jeremy se acercó más y los labios de ella, como si tuvieran voluntad propia, se abrieron y esperaron su beso. Pero la boca de él no llegó jamás a tocarla. En lugar de ello, los labios de Jeremy rozaron su cicatriz, desde la ceja hasta la mejilla.

–Quizá podría hacer algo con esto, si tú me dejas.

Veronica se quedó muy quieta y sintió que se ponía pálida. «¿Cómo es posible que haya pensado que le gusto? Es cirujano plástico y lo único que le interesa es mi cicatriz, igual que a Alec».

–No te prometo nada, pero me encantaría intentarlo, si tú me dejas.

–Eres muy amable, Jeremy, pero no necesito tu ayuda –dijo cuando fue capaz de hablar–. Si alguien como tú o Alec hubierais estado en el accidente, cuando ocurrió, sí podríais haberme ayudado, pero no estabais. Solo estaba el doctor griego del pueblo, que fue quien me dio los puntos. Me ha costado diez años de mi vida aceptar esta cicatriz, pero ya lo he hecho.

Entonces agarró el teléfono.

–Tengo que hacer una llamada y luego empezaré mi ronda –añadió.

–¿De manera que no fue un accidente de tráfico?

–¡No! Fue a causa de un terremoto en una pequeña isla griega. ¿Por qué pensabas que había sido un accidente de tráfico?

–Porque es lo más probable cuando se trata de un accidente. ¿Y dices que ocurrió hace diez años?

–Sí, en el mes de junio. Y ahora debo irme.

«¡Junio de hace diez años», pensó Jeremy, acordándose de que él también había estado de vacaciones en Grecia por aquellas fechas. Y curiosamente, también había habido un terremoto, pero no podía ser el mismo. Había montones de islas griegas y de pequeños terremotos. También se acordaba de que una chica, que debido a las heridas resultaba irreconocible, había resultado herida. Él había querido ayudarla, pero el presuntuoso médico local no se lo había permitido.

Jeremy se quedó de piedra, seguro ya de que sí debía tratarse del mismo terremoto. Se daban demasiadas casualidades como para que no lo fuera.

De pronto, sintió ganas de gritar. Si el médico local le hubiera permitido ayudarlo, ella en esos momentos no tendría ninguna cicatriz.

–Iremos a cenar juntos cuando termines tu guardia a las diez –le propuso a continuación con un tono de voz extrañamente brusco–. Nos encontraremos en el aparcamiento a las diez y cuarto.

Veronica arqueó las cejas y se quedó mirándolo fijamente. ¿Por qué le habría hablado de un modo tan brusco? Además, se había quedado pálido y sus ojos reflejaban dolor.

–¿Estás bien, Jeremy?

–Sí. ¿Te parece entonces bien lo de la cena? Por favor, di que sí.

Ella sacudió la cabeza. No podía quedar con él después de haber quedado como una tonta, al pensar que iba a besarla.

–No, gracias. Seguro que acabo muy cansada.

–Te llevaré a un sitio que abre toda la noche y donde podremos tomar fish and chips y un té bien fuerte. Suele estar lleno de médicos. Por favor, Veronica, tengo que hablar contigo.

–De acuerdo –dijo finalmente ella, ante la voz suplicante de él–, pero será una cena rápida y luego nos iremos a casa.

–Me parece muy bien –dijo él, yendo hacia la puerta. Pero se volvió antes de salir–. Los deseos del Señor son inescrutables. A veces, él nos da una segunda oportunidad para arreglar los problemas del pasado.

Y dicho aquello, salió, dejándola confusa, ya que no había entendido lo que él había querido decirle.

Jeremy avanzó por el pasillo con la mirada clavada en el suelo mientras su cabeza estaba en otro sitio. De pronto, chocó con Alec.

Ambos se excusaron.

–¿Me estabas buscando? –le preguntó Alec.

–No, vengo de tener una pequeña charla con Veronica.

–Bien, ¿has conseguido que te deje ayudarla con su cicatriz?

–Todavía no lo sé, pero esta noche voy a cenar con ella. Aunque como tenemos que hablar de tantas cosas, no sé si podré sacar de nuevo el tema.

–¿Te pasa algo, Jeremy? Pareces hecho polvo.

Sí, así era como se sentía. «Hecho polvo». Pero no quería contarle en esos momentos a Alec lo del terremoto.

–No, no es nada. Solo que tengo muchas cosas en la cabeza. Tengo que preparar una operación para esta tarde.

–¡Que los dioses estén contigo! –le dijo Alec. Aquella era la manera en la que se deseaban suerte el uno al otro cuando tenían un caso complicado por delante.

–Gracias –dijo Jeremy, dirigiéndose a los ascensores.

Ya en el abarrotado ascensor, trató de olvidarse de todo lo que no fuera la operación que iba a efectuar a continuación. Porque, aunque lo había mencionado solo para cambiar de tema, lo cierto era que tenía una difícil operación por delante.

Así que cuando llegó al quirófano, había conseguido ya concentrarse para poner toda su atención en la joven de veinticuatro años a la que tenía que operar. Fue al despacho que había junto al quirófano y allí examinó la radiografía de la mandíbula de Marie Stone, que estaba tan desencajada que la mujer no había podido masticar normalmente durante meses.

Tomó varias notas e hizo varios esbozos, tal como era su costumbre. Sería una operación que le llevaría entre seis y siete horas. Luego consultó su reloj y vio que ya eran casi las doce, así que faltaba algo más de media hora para empezar.

Seguramente ya le habrían administrado la anestesia a Marie y estaría algo soñolienta, pero aun así, quería verla antes de la operación.

Marie se alegró de verlo y le apretó la mano.

–Gracias –murmuró.

Jeremy asintió y luego salió para ir a prepararse para la operación.

 

 

Aquella tarde, hubo bastante trabajo en urgencias. Aparte de los habituales accidentes, les llegó un hombre que había sufrido un infarto. Gracias al esfuerzo de todo el equipo médico, consiguieron salvarlo. También les llegó un joven que había intentado suicidarse, cortándose las venas. Veronica estuvo con él, tratando de animarlo, hasta que llegó el psicólogo.

Después les llegó una niña, cuya madre les dijo que se había tragado unos cuantos somníferos. Pero ninguna de las pruebas que la practicaron revelaron nada anormal. Así que Dick Shepherd pensó que sería mejor no hacerle ningún lavado de estómago. En su lugar, la ingresarían y la tendrían toda la noche en observación.

Ya cuando estaba anocheciendo, les llegó una anciana que se había caído en su jardín y se había roto el fémur. Un vecino había llamado a una ambulancia y les había explicado que no sabía cuánto tiempo había estado la mujer tirada en el jardín. Al parecer, la mujer había sufrido una hipotermia.

Veronica y una enfermera en prácticas desvistieron con mucho cuidado a la anciana, que se llamaba Muriel Cook.

–Llamadme Mirry –les dijo, algo mareada.

La enfermera empezó a rellenar la hoja de ingreso.

–¿Cuántos años tienes, Mirry?

Veronica se fijó en que la joven enfermera había hecho caso a la anciana y había empezado a tutearla con naturalidad.

Por otra parte, parecía que no había habido nuevos casos de intoxicación por alimentación. El laboratorio había confirmado que se trataba de salmonella y uno de los dirigentes del hospital había comunicado a la prensa que la infección estaba controlada.

 

 

Ya por la noche, el hospital fue recobrando la normalidad y Veronica tuvo un rato libre para rellenar el papeleo en su despacho. Entonces recordó la extraña conversación que había tenido con Jeremy. ¿Qué habría querido decir él con lo de que Dios a veces les daba una segunda oportunidad?

De pronto, se dio cuenta de que estaba deseando cenar con ese hombre.

 

 

Veronica terminó la guardia a las diez y veinte. Cuando llegó al aparcamiento, Jeremy ya la estaba esperando. Tenía aspecto de estar exhausto.

–Parece que has tenido un mal día –comentó ella–. Si lo prefieres, podemos dejar la cena para otra ocasión. Hoy será mejor que vayas a casa a descansar.

Pero él sacudió la cabeza.

–No, el médico me ha recomendado para esta noche fish and chips, junto con unas cuantas tazas de té.

Veronica pensó que lo que le pasaba era que, a pesar de que estaba muy cansado, la adrenalina seguía corriendo a toda velocidad por su cuerpo. De manera que todavía no podía irse a la cama.

El café al que la llevó estaba casi lleno, a pesar de lo tarde que era. Había unos cuantos camioneros y el resto era personal médico. Quedaba una mesa libre junto a la ventana y fueron a sentarse allí.

Poco después, una mujer de mediana edad se acercó a tomarles nota.

–¿Otra vez ha terminado tarde, señor Grant? –le preguntó a Jeremy, sonriéndole.

–Pues sí, Jean –contestó él, devolviéndole la sonrisa–. No sé si conoces a la enfermera Lord.

–Sí que la conozco, pero no de aquí. Hace tres semanas me quemé el brazo con la tetera y fue ella quien me hizo la cura. Gracias a usted, ya se me ha curado la quemadura –añadió, dirigiéndose a Veronica.

–No gracias a mí. Más bien, gracias al hielo que la pusimos.

–Bueno, en cualquier caso, se lo agradezco mucho. Y ahora, ¿qué van a tomar?

Jeremy pidió fish and chips, tal como le había prometido a Veronica, junto con una tetera.

Poco después, Jean trajo la tetera y un azucarero.

–Sé que prefiere usted esto a los sobrecillos –le dijo a Jeremy, guiñándole un ojo. Luego les sirvió dos tazas y se marchó.

Veronica se fijó en que Jeremy se echaba varias cucharadas de azúcar en el té.

–¿Te tratan así de bien en todos los sitios en los que comes? –le preguntó.

Él bebió un trago de té con cuidado de no quemarse y dio un suspiro de placer.

–Este es el mejor reconstituyente que conozco –comentó, dando otro trago–. Aunque alguna vez tampoco le hago ascos a un buen whisky. En cuanto al trato que me da Jean, se debe a que tuve que operar a su nieta y la verdad es que hice un buen trabajo.

En ese momento, llegaron los humeantes platos de fish and chips, junto con una bandeja con pan y mantequilla.

–¡Qué aproveche! –dijo Jeremy, levantando la taza de té hacia ella–. Ya verás cómo te sienta estupendamente. Lo que necesitamos en este momento es una comida cargada de hidratos de carbono. Y cuando acabemos, podremos charlar un rato o, si lo prefieres, te llevaré a casa para que duermas como un bebé.