EL TIEMPO que Jeremy estuvo fuera se le hizo interminable a Veronica. El hospital le parecía vacío, a pesar de toda la gente que había, entre personal médico y enfermos. Pero a cada momento, creía que iba a ver aparecer a Jeremy. Y por más que trataba de olvidarse de él, no podía hacerlo. No podía dejar de pensar en que le gustaría haber hablado más tiempo con él la última noche que estuvieron juntos.
Por otra parte, no había hablado con Alec de nada personal desde la cena del otro día.
La tercera mañana después de que se marchara Jeremy estaba siendo muy ajetreada. En esos momentos, estaban tratando de salvar la vida a dos trabajadores de los astilleros. Los hombres habían estado reparando un barco, cuando se habían roto las cadenas de la plataforma a la que estaban subidos, de manera que habían caído al suelo desde una altura de quince metros. Ambos tenían puestos sus cascos, pero a uno de ellos se le había salido en la caída y estaba muy mal herido. Además, se había roto las dos piernas y había sufrido daños internos.
El otro hombre, aparte de haber sufrido también daños internos, se había roto la pelvis y, probablemente, también su espina dorsal se había visto afectada.
Estuvieron con ellos más de una hora antes de recuperarlos lo suficiente como para que los trasladaran a la unidad de traumatología.
Cuando acabaron, Alec se acercó a ella mientras se quitaba los guantes.
–¿Puedo hablar con usted un momento en mi despacho, enfermera?
–Por supuesto –contestó ella, siguiendo a Alec a lo largo del pasillo.
–Anoche, cuando llegué a mi casa, tenía un mensaje de Jeremy en el contestador. Al parecer, viene esta noche. Y también me dijo que había estado tratando de contactar contigo, pero sin éxito.
Veronica se puso contenta solo de oír el nombre de Jeremy y más al saber que le había hablado a Alec de ella.
–Es que no tengo contestador y he llegado tarde a casa las dos últimas noches.
–¿Has salido con amigos?
–Sí, me encontré el otro día con una pareja de compañeros de universidad.
–El mundo es un pañuelo –comentó Alec–. Por otra parte, quería comentarte que le he contado a Rick Mannering tu idea acerca de contratar a antiguas enfermeras.
Veronica había intentado concentrarse en lo que Alec estaba diciéndole, pero no podía dejar de pensar en que pronto volvería a ver a Jeremy. Así que miró a su jefe, sin entender de quién ni de qué le estaba hablando.
Él pareció leerle el pensamiento.
–Richard Mannering es el tesorero de la junta directiva –le explicó con un toque de humor en la voz–. Si queremos que prospere tu brillante idea, de toda la junta directiva es a él a quien tenemos que convencer. Y resulta que ayer cené con él.
–Eso es maravilloso –replicó Veronica, dedicándole una de sus encantadoras sonrisas–. No sabía que te pondrías manos a la obra tan rápidamente.
–Mi lema es no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. Y sea como sea, te diré que se tomó interés.
En ese momento, sonó el teléfono de Alec y Veronica lo dejó a solas. Volvió a su despacho y se concentró en el trabajo burocrático que tenía por hacer. Quería dejarlo terminado antes de marcharse ese día a casa, pero tenía que enfrentarse una y otra vez al recuerdo de Jeremy.
Él regresaba esa misma noche. El cuerpo de Veronica reaccionó inmediatamente ante la idea de volver a verlo: el corazón comenzó a palpitarle a toda velocidad, el pulso se le hizo más rápido y un escalofrío le recorrió la espalda.
Se sentó frente a su mesa, cerró los ojos y se abrazó a sí misma. Luego se imaginó que era abrazada por Jeremy como la había abrazado el último día.
Entonces recordó lo que él le había dicho acerca de que el futuro de ambos estaba en manos de ella.
–Tengo toda la paciencia del mundo –le había dicho.
¿Paciencia? Ella sí que sabía lo que era tener paciencia. Lo había aprendido después del accidente y durante los años siguientes, cuando había tenido que aceptar que no podía hacerse nada para mejorar la cicatriz que rodeaba su ojo.
Dejó la mente en blanco, abrió los ojos y se dispuso a continuar con su trabajo.
El teléfono de su casa estaba sonando cuando Veronica abrió la puerta.
–¿Te ha dado Alec el mensaje? –le preguntó Jeremy, al otro lado de la línea.
–Sí.
–Te llamo desde Londres. Tardaré en llegar una hora y media más o menos. ¿Me puedo invitar a cenar? Me conformo con unas judías de lata.
–Bueno, creo que te podré hacer algo mejor que eso –contestó ella, soltando una carcajada.
La idea de prepararle algo de cena, la llenó de excitación por razones que no entendía.
–Te advierto que tengo mucha hambre –dijo él.
Después de colgar, Veronica fue a su nevera y sacó un poco de verdura congelada, que puso en el horno. Seguidamente, comprobó la hora y decidió que le daría tiempo a hacer un pastel de manzana. ¿Y de aperitivo? Se le ocurrió que pondría una ensalada de aguacate.
Como aquella cena no era muy complicada de hacer, le dio tiempo a ducharse y lavarse el pelo. Luego eligió la ropa con cuidado, aunque era consciente de que no debería preocuparse por esos detalles cuando solo iban a cenar en su casa. Pero lo cierto era que le apetecía arreglarse para él.
Se decidió por unos vaqueros ceñidos y un polo amarillo, junto con un collar de ámbar y unos pendientes a juego. El toque final sería un discreto perfume de especias. Su cabello, que peinó hasta que le quedó brillante, le bajaba por un lado del rostro y ocultaba su cicatriz. El otro lado se lo recogió con un prendedor antiguo.
Cuando estaba comprobando el horno, sonó el timbre de la puerta. Al abrir, apareció Jeremy con un gran ramo de flores.
–Te veo muy hogareña –comentó él, al ver los guantes que Veronica no se había quitado.
Ella no fue capaz de contestar nada y simplemente le condujo al salón. Todo en él la sorprendía: las flores, la chaqueta de tweed, los pantalones de pana y los mocasines de cuero. Y sobre todo, su actitud y el que pareciera tan cómodo con aquella vestimenta.
–Te veo muy campestre –comentó ella.
Jeremy dejó las flores sobre la mesa.
–La conferencia fue en una casa de campo en las afueras de York y habría sido una pena no vestirse para la ocasión.
–Pero ni la chaqueta ni los zapatos son nuevos…
–¿Estás jugando a Sherlock Holmes, Veronica? Si no son nuevos, es porque yo vivo en el campo.
Veronica agarró el ramo de flores y escondió el rostro detrás de él, pensando en que su faceta… rural le era desconocida.
–Voy a buscar un recipiente para poner las flores y en seguida serviré la cena –dicho lo cual, desapareció en la cocina–. El baño está por allí –le explicó, asomándose de nuevo.
Jeremy esbozó una sonrisa. Una sonrisa escolar.
–¿Me tengo que lavar las manos antes de cenar? Te pareces a mi madre. Algunas veces me trata como si tuviera doce años.
–Sí, mi madre también lo hace.
Veronica eligió un jarrón de barro para las flores, que eran en su mayoría lilas y campanillas, pero también había algún iris amarillo.
–Las recogí del jardín de casa. Son para disculparme por mi comportamiento impulsivo de la otra noche. ¿Me perdonas?
–¿Qué tengo que perdonarte, Jeremy?
–Bueno, creo que la otra noche… te asusté un poco y no era mi intención –sus ojos eran dulces y amables–. Pero no soy de piedra. Estabas guapísima… además de cansada y pálida. Entonces sentí que necesitabas que te consolara. Había sido un día muy duro.
Eso precisamente había sido lo que ella había querido que él hiciera. Y cuando él la había apretado contra su pecho, se había sentido a salvo. Entonces, ¿por qué le suplicó que la soltara? Además, había sido un día duro para los dos y ella también debería haberlo consolado.
Pero no iba a volver a cometer el mismo error dos veces, así que se acercó a él y le rodeó el cuello con sus brazos. Luego bajó la cabeza hasta que sus labios se encontraron.
–Bésame, Jeremy, por favor –susurró–. Y hazme el amor.
Jeremy la besó. Al principio suavemente. Besos breves y ligeros como mariposas sobre su boca y su rostro, bajando por el cuello. Luego, más apasionadamente, volvieron a su boca y la obligaron a abrir los labios. Sus lenguas se enredaron y Jeremy metió las manos bajo su jersey. Después las metió también por debajo del sujetador y tocó sus pezones hasta que se pusieron duros.
Veronica dio un suspiro suave y dejó que sus manos exploraran el cuerpo de él. Se deslizaron bajo la chaqueta y el chaleco. Lo hicieron torpemente, pero apartaron la camisa y tocaron su vientre plano y musculoso. Luego tiraron del suave vello que lo dividía.
Jeremy dio un gemido entonces y apretó suavemente los pezones de ella. Pero enseguida le colocó el sujetador en su sitio y apartó las manos.
–Con el estómago vacío, puedo darte un beso, pero hacerte el amor… definitivamente no.
–En ese caso, tendremos que dar de comer a la bestia –ella señaló la botella de vino blanco que había metida en hielo–. Sírvelo, ¿quieres? Yo iré por el aperitivo.
Hicieron un gran esfuerzo por hablar educadamente mientras cenaban. A Jeremy le encantó la comida y el postre le pareció perfecto.
Veronica no era capaz de distinguir un plato de otro, ya que recordaba una y otra vez las palabras de Jeremy. Este le había dicho que no podía hacerle el amor con el estómago vacío. ¿Quería eso decir que después de comer, se irían a la cama juntos? No… no podía ser tan calculador. Y por alguna razón, intuía que él no tenía intención de seducirla aquella noche. Así que, si estaba en lo cierto, era mejor terminar cuanto antes la velada para no hacer el ridículo.
Esa era una decisión bastante sensata, pero, ¿cómo conseguirlo? No podía echarlo en cuanto terminaran de cenar.
En ese momento, él se inclinó y chocó su copa con la de ella.
–Te he echado de menos, Veronica. Desesperadamente.
Ella se quedó confusa al escuchar aquello y se levantó para ir por el café.
Luego conversaron mientras lo tomaban.
–Los alrededores de York son muy bonitos –le contó él–. ¿Conoces la zona?
–No, no conozco esa parte.
–Te llevaré algún día –aseguró él, casi ausente–. Te gustará.
Veronica se sonrojó y notó un cosquilleo en el estómago. No sabía cómo debía responder a sus palabras. Pero, al levantar la vista, vio que Jeremy estaba de pie y, al parecer, acababa de decirle algo.
–Lo siento, ¿qué has dicho?
–¿Terminamos el café allí? –preguntó, señalando hacia la chimenea.
–Sí, claro.
Veronica se levantó y llevó su silla al lado de la chimenea, pensando en que no entendía lo que le estaba pasando. Todo su mundo estaba cambiando de repente. Entonces miró hacia la chimenea y el olor del café la devolvió a la realidad.
–Estabas muy lejos. Te he llenado la taza –se la puso en la mesilla baja que ella tenía al lado–. Y parecías… preocupada.
Jeremy, como si fuera él el anfitrión, le ofreció leche y azúcar.
–Sí, preocupada… y confundida y…
–Y no muy feliz. ¿Qué ha pasado de repente, cariño?
Jeremy se sentó frente a ella y se sirvió azúcar y leche en su taza. En sus ojos había preocupación y duda.
Se había quitado la chaqueta, de manera que la camisa de algodón, junto con la corbata y el chaleco, le daban un aspecto todavía más rural.
–¿Por qué no me dices lo que te pasa, Veronica?
Pero los pensamientos de Veronica estaban fragmentados. Si pudiera unirlos… Dio un sorbo a su café y levantó la cabeza para mirar a Jeremy a los ojos.
–No sé por dónde empezar. Además, ¿por qué estamos hablando de mí, cuando deberíamos estar hablando de ti?
–Dime la primera cosa que te venga a la cabeza… ya sabes que a veces funciona. ¿En qué o en quién estás pensando ahora mismo?
–En Alec –contestó sin pensar.
–¿Qué quieres saber de él? –preguntó él con gesto impasible.
–No sé qué está pasando. Por un lado, está lo que me dijiste acerca de que se había fijado en mi cicatriz y, además, el otro día me invitó a cenar.
–Bueno, creo que es hora de que te cuente la verdad. Él me pidió que echara un vistazo a tu cicatriz y le dijera si podía hacer algo por ti. Pero no quería que supieras que había sido él quien me había animado a hacerlo. Aunque eso fue antes de descubrir que nos conocíamos de antes. Eso pareció complicarlo todo.
–¿Por qué? –preguntó Veronica.
–Porque me di cuenta, cuando estuvimos sentados en el jardín, de que todavía me seguías gustando como en el instituto. Solo que ahora hay una diferencia. Yo ya no tengo acné y eso nos ha puesto al mismo nivel. Creo que Alec lo ha adivinado y no sabe si eso va a entorpecer el que te opere.
–No, ahora no estamos al mismo nivel –replicó ella–. Nuestros roles se han dado la vuelta. Yo soy ahora la desfigurada y tú, el guapo y poderoso príncipe encantado.
¿Se sentía tan desfigurada? ¿El hecho de que él siguiera claramente enamorado de ella no había servido para que recuperara su autoestima? Después de haber trabajado durante años con personas desfiguradas, había aprendido que las cicatrices físicas eran mucho más fáciles de borrar que las psicológicas, pero…
–No digas eso, no es cierto. Por otra parte, cuando Alec me habló de ti, sospeché que quizá estuviera enamorado de ti. Eso me haría mantenerme al margen, pero pronto me convenció de que estaba en un error.
Veronica soltó una carcajada.
–Es evidente. Lo pasé muy bien con Alec y estoy deseando salir a cenar con él de nuevo, pero como amante… no me atrae. No lo digo por nada en especial. Simplemente, me refiero a que Alec es un soltero empedernido.
–Tienes razón. Pero al descubrirte, quedé indefenso contra tu belleza y tu nueva personalidad. Me tendría que haber retirado entonces, pero no lo hice. Así que me tienes a tu merced, Veronica.
Esbozó una sonrisa y consultó el reloj.
–Se está haciendo tarde –dijo, poniéndose en pie–, será mejor que me vaya.
–Pero no puedes irte ahora, no es tan tarde –protestó Veronica, poniéndose también en pie–. Y no hemos resuelto nada.
Jeremy le tomó el rostro entre las manos y le apartó el cabello que ocultaba la cicatriz. La besó y después besó su frente, su nariz y sus mejillas. Finalmente, volvió a besarla en la boca.
–Alec tenía razón. Hasta que no solucionemos esto… no estarás lista para una relación estable. Y yo, mi querida y amada Veronica, quiero casarme contigo.
–¿Casarte?
–Sí, llámame anticuado si quieres, pero es algo que tengo muy claro. Si dos personas se aman, y date cuenta de que estoy hablando de amor, no de simple atracción física, a menos que haya una razón legal para no hacerlo, ¿por qué no se casan?
Veronica luchó por no perder el control. Debía haber oído mal… ¿Casarse? Sin embargo, sabía que no había oído mal. Pero, ¿cómo podía estar hablando Jeremy de matrimonio y amor si acababan de reencontrarse después de tantos años? Y parecía tan seguro, tan decidido… Se sentía atraído por él y sabía que no era una atracción superficial, pero no estaba preparada para comprometerse en una relación.
–No estoy preparada para esto, Jeremy. Necesito tiempo. Así que, por favor, no me presiones.
Jeremy bajó las manos y las colocó sobre sus hombros. Luego la atrajo hacía sí y la apretó contra su pecho.
–No te presionaré, amor mío. Tómate todo el tiempo que necesites. Solo recuerda que estaré siempre a tu lado –bajó las manos por su espalda y le agarró las nalgas–. Te amo, Veronica, y te amaré siempre. Y ahora, debo irme.
Entonces se marchó del apartamento tan repentinamente como había hecho unos días antes. Ella volvió a escuchar sus pasos en el portal y después se acercó a la ventana para verlo alejarse.
Pero en esa ocasión, él miró hacia arriba y, al ver su silueta en la ventana, levantó la mano en señal de despedida.
Veronica se fue a la cama confusa y abatida. No le gustaba cómo se había mostrado aquella noche con él. Lo había animado a que fuera a cenar con ella y se había esforzado por que se sintiera bien en su casa, pero algo no había funcionado.
Jeremy lo había intuido y había comenzado a hablar de matrimonio, que era lo último que ella deseaba en ese momento. ¿No era la mujer la que normalmente necesitaba y buscaba ese tipo de compromisos? Era otra señal de que los papeles estaban invertidos entre ellos, pensó.
Se tumbó en la cama y se tapó. Seguidamente, se tocó los labios.
–Buenas noches, Jeremy. Duerme bien, amor mío.