3
Glayino hizo una mueca de dolor cuando se le clavaron unas piedrecillas en las zarpas. Por lo menos no le dolían de frío. El sendero rocoso que llevaba a la Laguna Lunar estaba cada vez menos helado a medida que avanzaba la estación de la hoja nueva.
Delante de él, Hojarasca Acuática iba charlando con Ala de Mariposa. Sus maullidos eran apenas audibles por encima del estrépito del agua, porque el arroyo que fluía junto al sendero estaba crecido por el deshielo de la nieve de las lejanas montañas. La corriente arrastraba el olor del hielo y las rocas; más abajo, el nivel del lago subiría con el aporte extra de agua.
Cirro y Cascarón iban en cabeza, y Blimosa y Azorín cerraban la comitiva. De vez en cuando, Glayino reducía el paso por si los dos aprendices querían alcanzarlo, pero la aprendiza del Clan del Río se apresuraba a bajar el ritmo y Azorín no tardaba en ajustarse a su marcha, de modo que siempre iban un poco por detrás de él.
Era un desafío silencioso, aunque a Glayino le gustaba caminar solo. Así podía captar retazos de la conversación de los curanderos: quién había superado la tos verde, quién se había torcido una pata, cuál era la mejor hierba para tratar la sarna que, en esos momentos, se había extendido por la guarida de los aprendices del Clan de la Sombra... Mientras escuchaba, el joven dejó que su mente vagara, buscando las emociones que se escondían tras las palabras.
—He probado la consuelda para los picores —maulló Cirro, resignado.
«Culpa a los aprendices por no haber mantenido limpio su pelaje.»
—No esperaba que Flor Matinal superara la tos verde, pero ha vivido para ver otra estación de la hoja nueva.
«Pero tu inquietud me dice que crees que será la última.»
—¿Musaraña se ha repuesto del todo? —le preguntó Ala de Mariposa a Hojarasca Acuática.
Glayino rebuscó en la mente de Ala de Mariposa, pero sólo encontró la negrura que parecía ocultar siempre sus emociones. Entonces decidió centrar su atención en Blimosa. Si Carrasquera estaba en lo cierto y el Clan del Río tenía problemas, la aprendiza podría revelárselos. La mente de la joven gata solía estar tan abierta como el páramo, de modo que se concentró en ella, husmeando en sus emociones como si fueran olores. No cabía la menor duda: la inquietud la envolvía. Glayino intentó ahondar más en sus pensamientos, pero de pronto era como si Blimosa se hubiera rodeado de zarzas. Las espinas hicieron retroceder al joven, que, frustrado, dejó de insistir.
«Descubriré más cosas cuando esté dormida.»
El sendero había llegado hasta las escarpadas rocas que rodeaban la Laguna, y las conversaciones cesaron mientras los gatos trepaban por ellas. Sus palabras se transformaron en resuellos al ir saltando de un peñasco a otro. Glayino ascendía ahora delante de Hojarasca Acuática y, al superar un repecho complicado, notó en la piel el calor de la mirada vigilante de su mentora. Por suerte, la gata no dijo nada. Él ya había estado allí muchas veces y podía trepar sin ayuda.
Al izarse por el borde, lo sorprendió el fresco aroma de la Laguna Lunar. Hielo, roca y cielo.
—¡Mirad qué grande está! —exclamó Blimosa casi sin aliento, al llegar junto a Glayino.
—Es por el deshielo —maulló Hojarasca Acuática.
—Es lo bastante extensa como para albergar todas las estrellas del firmamento —añadió Azorín.
«Esta noche hay sitio para todos», susurró una brisa cantarina al oído de Glayino. Las voces habían acudido a darle la bienvenida. Se planteó si también harían lo mismo con los demás.
—¿Habéis oído eso? —preguntó como si nada.
La mirada de Hojarasca Acuática lo abrasó.
—¿Si hemos oído el qué?
—Habrá sido el viento —intervino Cirro.
—Aquí arriba suena diferente por el eco de las rocas —añadió Cascarón.
El tono práctico de los demás respondió a la pregunta de Glayino: los otros gatos únicamente oían el viento. Las voces sólo le hablaban a él.
Glayino volvió a pensar en la profecía que había oído en el sueño de Estrella de Fuego. «Habrá tres, sangre de tu sangre, que tendrán el poder de las estrellas en sus manos.» Notó un cosquilleo de emoción. Aquello debía de ser parte de su poder, la posibilidad de oír cosas que los otros gatos no podían oír.
Blimosa desplazó el peso de su cuerpo de una pata a otra.
—¿Dónde vamos a tumbarnos? El agua ha cubierto nuestros sitios habituales.
Glayino oyó cómo la cola de Ala de Mariposa se movía en el aire.
—En ese lado, las rocas son planas.
Cuando iniciaron el descenso hacia la Laguna, Glayino se situó detrás de Hojarasca Acuática. El viento le alborotó el pelo y las voces le susurraron al oído de nuevo: «Bienvenido, Glayino.» Bajo sus patas, la piedra estaba erosionada y formaba una senda por el paso de incontables pisadas.
De pronto, el agua le lamió las zarpas. ¡Y sólo habían descendido la mitad de la cuesta! Con un estremecimiento de sorpresa, siguió a Hojarasca Acuática bordeando la Laguna y se acomodó a su lado. Oyó cómo la respiración de su mentora agitaba el agua y cómo, acto seguido, se tornaba más profunda al quedarse dormida.
Los demás gatos se tumbaron, y pronto en la hondonada sólo se oyó el sonido de sus respiraciones y de la brisa sobre el agua. Blimosa fue la última en echarse. Glayino esperó hasta que se sumió en el sueño y luego, concentrándose en su mente, se inclinó hacia delante y tocó la Laguna Lunar con el hocico.
De inmediato, se vio arrastrado por una corriente de aguas turbulentas.
Se debatió y agitó las patas, con el corazón a punto de estallarle de pavor mientras boqueaba para tomar aire. Levantó la mirada y vio un cielo tormentoso sobre él; a su alrededor, las aguas revueltas se extendían hasta horizontes interminables. Entonces vio la cabeza de Blimosa por encima de las olas. La aprendiza estaba nadando, con los ojos llenos de determinación y un puñado de hierbas entre los dientes, mientras sacudía las patas con brío. Glayino luchó con todas sus fuerzas para mantener la cabeza por encima de la superficie. El agua se le metía en la boca y los ojos, y tiraba de sus patas traseras, empujándolo hacia abajo. Apenas podía respirar y luchó contra la corriente con uñas y dientes, intentando regresar a la seguridad de la conciencia.
Cuando abrió los ojos de nuevo, estaba tumbado sobre una hierba húmeda y rodeado de helechos. Había árboles inclinándose sobre él y tapando el sol. Glayino se levantó a duras penas y miró a su alrededor. ¿Era aquél el sueño de Blimosa o el suyo propio?
—¡Debes darte prisa!
Un maullido quedo sonó al otro lado de los helechos. Glayino se plantó con cautela sobre sus patas traseras y se asomó por encima de las frondas. Un gato marrón y anquilosado por la edad estaba empujando a Blimosa hacia delante.
—¡Debes marcharte! —insistió.
—¿Y qué pasa con mis hierbas? —Blimosa clavó las garras en la hierba—. Sabes que no puedo dejarlas, Arcilloso.
—Toma todas las que puedas y busca el resto cuando llegues allí.
—¿Dónde? —La voz de Blimosa sonó cercana al pánico.
—No hay tiempo para preguntas —maulló Arcilloso—. Si os quedáis, el clan será destruido.
—Pero ¡no hay a donde ir!
Glayino volvió a ponerse a cuatro patas. Estaba claro que algo malo pasaba en el Clan del Río. Algo muy malo...
—¡Otra vez espiando!
Glayino se volvió en redondo. Ya había oído antes esa voz, que no había perdido ni un ápice de su aspereza burlona.
—No entiendo cómo puedes acusarme a mí de espiar —protestó el aprendiz—, ¡cuando tú no dejas de aparecer en todos mis sueños!
—Pero es que resulta que no son tus sueños, ¿recuerdas? —Fauces Amarillas lo miró fijamente. Sus ojos ámbar estaban turbios, y su espeso pelaje, tan desaliñado como siempre.
Glayino sintió una oleada de rabia.
—¡Estoy soñando, así que es mi sueño!
—Muy ingenioso —maulló Fauces Amarillas con voz cascada—, pero poco honesto. Pretendías colarte en el sueño de Blimosa desde el mismo momento en que has cerrado los ojos.
—Si tú sabías que iba a hacerlo, ¿por qué me has dejado? —quiso saber.
Fauces Amarillas miró hacia otro lado.
—Porque no puedes impedírmelo, ¿verdad? —Glayino se sintió encantado, como un pájaro al escapar de unas garras amenazantes—. ¡Tengo en mis manos el poder de las estrellas!
Fauces Amarillas se volvió de nuevo hacia él, con cara de pocos amigos.
—¿De verdad te crees eso?
—¿Es que vas a decirme que no es cierto?
—Dime sólo una cosa: ¿qué tienes el poder de hacer exactamente?
El aprendiz se quedó mirándola, sin decir nada.
—No tienes ni idea, ¿eh? —se mofó ella.
Glayino agitó los bigotes.
—¿Y tú?
La vieja gata parpadeó lentamente, pero no respondió.
—¡Tengo este poder por una razón! —insistió el joven.
—¡Entonces averigua cuál es la razón antes de utilizarlo!
Fauces Amarillas dio media vuelta. Cuando ya desaparecía entre los helechos, Glayino se despertó.
La oscuridad cayó sobre él como una losa. Volvía a ser ciego.
A su lado, Hojarasca Acuática estaba desperezándose.
—¿Has soñado? —le preguntó bostezando.
—Sí. —Glayino se puso en pie y le susurró al oído—: Con el Clan del Río.
—Ya me lo contarás cuando nos separemos del resto. —La curandera se levantó también—. ¡Ala de Mariposa!, ¿va todo bien?
«¿Dónde? ¿En los sueños donde caza ardillas y persigue mariposas?» Ya hacía tiempo que Glayino estaba convencido de que la conexión de Ala de Mariposa con el Clan Estelar tenía algún fallo. Sabía que era un secreto que Hojarasca Acuática compartía con su amiga, pero que jamás desvelaría.
En ese momento oyó el susurro de las patas de Blimosa cuando la aprendiza se levantó.
—¡Ala de Mariposa! —llamó la joven, y Glayino notó que estaba haciendo un esfuerzo para disimular el temblor de su voz—. ¡Tenemos que irnos a casa enseguida!
—¿Qué has visto en tu sueño?
Hojarasca Acuática sentía un hormigueo de ansiedad; Glayino lo notaba como la electricidad en el aire.
Se habían separado de los demás en la frontera del Clan del Viento, y estaban ascendiendo la ladera que llevaba al bosque. La brisa era fría y arrastraba el aroma fresco de las hojas nuevas. Glayino supuso que faltaba poco para el amanecer.
—El Clan del Río tiene problemas —anunció—. He visto a Blimosa nadando en un lago enorme, más grande que éste. Ha dicho que el Clan del Río tenía que encontrar un nuevo hogar, y estaba hablando con un viejo gato que se llamaba Arcilloso...
—¡Era el curandero del Clan del Río antes de Ala de Mariposa! —exclamó Hojarasca Acuática con voz estrangulada—. ¿Qué estaba haciendo en tu sueño? ¿Qué estaban haciendo él y Blimosa en...? —De pronto, se quedó callada, y Glayino notó cómo se encendía de furia—. Te has metido en el sueño de Blimosa, ¿verdad?
—Carrasquera me pidió que descubriese si el Clan del Río tenía problemas...
—¿Te dijo que te colaras en los sueños de su amiga?
—Por supuesto que no. Carrasquera no comprende esas cosas. Ella sólo quería saber qué iba mal, así que he intentado descubrirlo.
—Como un favor a tu hermana —repuso Hojarasca Acuática con dureza.
Por debajo de su enfado, Glayino percibió miedo, y eso lo desconcertó. ¿Qué había en toda aquella historia que pudiera asustar a su mentora de ese modo?
—El Clan Estelar me permite hacerlo —maulló el aprendiz—. ¿Por qué ha de ser malo? Lo más importante es que ahora sabemos que el Clan del Río tiene problemas.
—No deberías poder averiguar esa clase de cosas con tanta facilidad... —murmuró la curandera, casi para sí misma.
—Sólo porque tú no puedas hacerlo no significa que esté mal —replicó el joven con impaciencia.
—¡No tiene nada que ver con eso! —le espetó Hojarasca Acuática—. Me preocupa que sea como la última vez.
—¿Cuando soñé con unos perros que atacaban al Clan del Viento?
—¡Cuando Cascarón soñó con unos perros que atacaban al Clan del Viento! —La gata estaba haciendo un esfuerzo por no levantar la voz—. El Clan Estelar compartió esa información con él para que pudiera proteger a su clan. Y tú quisiste aprovecharte de su vulnerabilidad.
—Bueno, pues esta vez sólo estoy haciéndole un favor a Carrasquera.
—No le cuentes a nadie más lo que estás haciendo —le pidió la curandera.
—¿Por qué no? —Glayino flexionó las garras—. ¿Por qué debo mantener en secreto el don que me ha dado el Clan Estelar?
¿Y por qué a Hojarasca Acuática le gustaban tanto los secretos? Secretos sobre su don, sobre Ala de Mariposa y el Clan Estelar... Empezaba a sospechar que había muchos más secretos enterrados en el corazón de su mentora, secretos que guardaba tan celosamente que ni siquiera él había logrado entreverlos.
—A veces el conocimiento puede ser peligroso —le advirtió la curandera.
Glayino notó en el estómago un zarpazo de frustración. Él vivía su vida en la oscuridad; anhelaba la luz y la claridad, no las sombras. Se vio obligado a aplacar su rabia. Hojarasca Acuática había vivido demasiado tiempo con sus secretos. Él no podía conseguir que cambiara de opinión en una sola noche, pero ¿por qué tenía ella que arrastrarlo a su complicado mundo?
—Pero a Estrella de Fuego sí que le contaremos lo del Clan del Río, ¿verdad? —quiso saber.
—Podríamos contárselo... —Hojarasca Acuática hizo una pausa—. Pero, por favor, no digas nada de cómo lo has descubierto.
Glayino no respondió. Era igual que con el sueño del Clan del Viento. En aquel momento no le había importado si los demás sabían lo que podía hacer o no. Ahora tampoco le importaba, pero no le gustaba que su mentora tomara esa decisión por él. Se adelantó, familiarizado ya con el terreno que pisaba. Estaban casi en el campamento. Echó a correr y oyó a sus espaldas los pasos de Hojarasca Acuática sobre las hojas caídas. La gata iba pisándole los talones cuando él irrumpió en el campamento.
—¿Hojarasca Acuática? —La voz de Estrella de Fuego sonó desde la Cornisa Alta—. ¿Ocurre algo?
—¡Necesito hablar contigo! —exclamó ella, y pasó ante su aprendiz, de camino hacia las rocas caídas.
«¡Necesitamos hablar contigo!», la corrigió el joven mentalmente, mientras la seguía hasta la guarida del líder.
—Entrad.
Estrella de Fuego los condujo al interior de su cueva. Glayino captó el olor de Tormenta de Arena y oyó los firmes lametazos de su lengua.
—Buenos días, Hojarasca Acuática —saludó la guerrera, dejando de asearse. Su voz se dulcificó al dirigirse al aprendiz—: Y buenos días para ti también, Glayino.
El aprendiz sintió una punzada de resentimiento en el estómago. «Cree que todavía soy un cachorro.»
—He tenido un sueño... —empezó.
—... sobre el Clan del Río —se apresuró a terminar Hojarasca Acuática—. Glayino ha soñado que están en dificultades. Al parecer, tienen un problema con su campamento.
Estrella de Fuego barrió el suelo con la cola.
—¿Había algún mensaje sobre el Clan del Trueno?
—El Clan del Trueno no estaba implicado —maulló la curandera con cuidado.
—¿Y había alguna señal clara sobre cuál era ese problema? —preguntó Estrella de Fuego.
—No exactamente —admitió Glayino.
—En ese caso, no veo qué podemos hacer —concluyó el líder.
—¿No deberíamos intentar ayudarlos? —preguntó, sorprendida, Hojarasca Acuática.
—Si necesitan ayuda, la pedirán. —Estrella de Fuego movió las zarpas—. No es asunto nuestro.
—¿Por qué no? —se sulfuró Glayino, frustrado.
—No me he olvidado de la última vez que viniste a contarme un sueño —gruñó el líder—. ¡No es parte del código guerrero atacar a los clanes cuando parecen débiles!
A Glayino le ardieron las orejas.
—¡Yo jamás dije nada de atacar! Podríamos ayudarlos. —Si el Clan del Trueno los ayudaba ahora, el Clan del Río estaría en deuda con ellos.
—Tal vez podríamos hacerles una visita amistosa —sugirió Hojarasca Acuática.
—No —respondió Estrella de Fuego con firmeza—. Ya tenemos un clan del que ocuparnos: el nuestro. ¡No sé por qué el Clan Estelar no puede enviarte sueños sobre nosotros, en vez de anunciarte los problemas de los demás clanes!
Hojarasca Acuática dio un paso adelante.
—Pero podrías enviar una patrulla, aunque sólo fuera para echar un vistazo. Si se mantuviera pegada a la orilla, no quebrantaría el...
—¡El Clan del Río vive al otro lado del lago! —la interrumpió el líder—. Creo que Estrella de Bigotes ya ha aguantado bastantes intromisiones por nuestra parte. Y Estrella Negra siempre está buscando excusas para ajustar cuentas con el Clan del Trueno, ¡sólo el Clan Estelar sabe por qué! Estoy cansado de hacer lo que me parece mejor y descubrir que con ello sólo consigo que el Clan del Trueno sea el objetivo de todos los rencores y celos de los otros clanes.
Cuando su mentora salió de la cueva arrastrando las patas, Glayino percibió la frustración que emanaba de ella. El aprendiz la siguió hasta el claro.
—¿No vas a discutir la cuestión con Estrella de Fuego?
—Lo he intentado —suspiró Hojarasca Acuática.
—Pero ¡tiene que escucharte! Tú eres la curandera.
—Y él es el líder. —La gata empezó a alejarse—. Quiero examinar a Dalia —maulló—. Tú vete a dormir.
Glayino sacudió la cola. Ojalá su sueño hubiera sido más claro. En ese caso, Estrella de Fuego no habría tenido más remedio que actuar. La cálida luz del sol le moteó el pelo mientras se encaminaba a la guarida de la curandera. Estaba agotado tras el largo trayecto de ida y vuelta a la Laguna Lunar y necesitaba descansar antes de pensar en hacer cualquier cosa.
—¡Glayino, espera! —exclamó la voz de Carrasquera desde la guarida de los aprendices. Un instante después, su hermana frenaba en seco junto a él—. ¿Ha ido Blimosa a la Laguna Lunar? ¿Has hablado con ella?
—No. —Glayino quería dormir, no charlar.
—¿No ha ido? —maulló Carrasquera, asustada.
—Sí que ha ido, pero no he hablado con ella.
—¿No has averiguado nada? A lo mejor Ala de Mariposa le ha contado algo a Hojarasca Acuática.
—El Clan del Río tiene problemas, no cabe duda —dijo Glayino.
—¿Qué les pasa? ¿Cómo puedes estar tan seguro? —Carrasquera daba vueltas a su alrededor.
—He visto a Blimosa en un sueño. Estaba preocupada por tener que buscar un nuevo hogar.
—¡Un nuevo hogar! —La aprendiza se quedó de piedra—. ¡Eso es espantoso! ¿Qué va a hacer Estrella de Fuego?
—Nada —replicó Glayino—. No quiere interferir.
—Pero ¡debe hacerlo! —exclamó Carrasquera, casi sin aliento—. Si el Clan del Río tiene problemas...
—Estrella de Fuego dice que no es asunto nuestro. —Glayino notó un hormigueo de irritación al recordar la forma en que el líder lo había despachado. Una vez más.
—Entonces, ¿tenemos que quedarnos de brazos cruzados?
—Mira, estoy cansado. —Siguió caminando hacia la guarida de la curandera—. Si quieres, ve a discutir con Estrella de Fuego. Es él quien toma las decisiones.
Dejó atrás a Carrasquera, notando su mirada y la indignación que sentía mientras se preguntaba si encararse a Estrella de Fuego o no.
No era propio de su hermana ser tan indecisa. ¿Se sentiría más segura si él le contara que conocía a los tres gatos que tenían en sus manos el poder de las estrellas? «No, todavía no», se dijo. Algo hacía que se contuviera. Sentía cierto placer en guardarse esa información para él solo, y también cierto temor de que contar su destino en voz alta pudiera cambiarlo todo.
En ese preciso instante, lo único que quería era dormir y permitir que sus doloridas patas descansaran.