13
—Lo de echar piedras al arroyo fue idea de Prieto —le explicó Blimosa mientras descendían por la pendiente arenosa.
Carrasquera ladeó la cabeza.
—Pero eso detendrá el curso del agua.
—Exacto. Y así la parte de arriba del arroyo se volverá más ancha y profunda y la isla estará mejor protegida.
Carrasquera se quedó impresionada.
—Aun así, ¿creéis que eso bastará para alejar a los cachorros de los Dos Patas?
—En cuanto el arroyo suba de nivel, pondremos una barricada de aulagas. —La joven se detuvo para recuperar el aliento—. Los Dos Patas no pretenden hacernos daño. Creo que sólo están jugando. —Inclinó la cabeza para lavarse las patas, manchadas de arena roja—. Son como nuestros cachorros. Si les ponemos dificultades para acercarse a la isla, se darán por vencidos y jugarán en otro sitio.
—¡Y entonces vosotros podréis regresar a vuestro campamento! —exclamó Carrasquera.
El Clan del Río no tenía la menor intención de desplazarse al territorio del Clan del Viento. Notó un cosquilleo en las zarpas, muriéndose de ganas por volver a su campamento para contárselo a Estrella de Fuego. Las fronteras del Clan del Viento estaban absolutamente a salvo, y no necesitarían arrebatarle parte de su territorio al Clan del Trueno. ¡No iba a haber ninguna batalla!
Blimosa bajó lo que quedaba de cuesta y comenzó a zigzaguear entre los juncos.
Carrasquera corrió tras ella.
—Aun así, no entiendo por qué Estrella Leopardina no les contó a los demás clanes lo que estaba sucediendo.
—¿Y parecer débiles porque nos habían echado de nuestra propia casa?
—Pero los otros clanes podrían haber ayudado...
—¡El Clan del Río puede solucionar sus propios problemas!
Carrasquera bajó la cabeza.
—Yo no pretendía decir que no pudierais, pero...
A Blimosa se le había erizado el pelo.
—Es muy duro vivir en la isla del árbol puente. No hay bastantes peces porque los barcos los asustan, y no podemos cazar en el resto de nuestro territorio hasta que nos libremos de los cachorros de los Dos Patas. El clan está pasando hambre, y los guerreros hambrientos no ganan batallas.
Carrasquera recordó el pelaje sin brillo de Vaharina y la forma en que le sobresalían los huesos a Ala de Mariposa.
—¿De verdad crees que Estrella Leopardina puede confiar en que los otros clanes no se aprovechen de la situación? —continuó Blimosa, avanzando a través de la hierba de la ciénaga—. Necesitamos todas nuestras fuerzas para rescatar el campamento de los Dos Patas.
—Yo no le contaré al Clan del Trueno que estáis pasando hambre —prometió la joven—. Sólo les diré que vais a regresar pronto a vuestro viejo campamento y que no hay ninguna razón para pensar que tendréis que abandonar vuestro territorio.
Blimosa le dedicó un guiño de agradecimiento.
—Pero primero tendrás que volver a tu campamento —le recordó—. Tu clan debe de estar preguntándose dónde te has metido.
Carrasquera sintió una punzada de culpabilidad. ¿Sus compañeros habrían notado ya su ausencia?
—Regresaré por donde he venido.
Blimosa se plantó sobre las patas traseras y se asomó por encima de la puntiaguda hierba.
—La orilla está tranquila —anunció, poniéndose de nuevo a cuatro patas.
Siguieron avanzando tierra adentro. Allí el suelo era más firme que en la ciénaga, y los arbustos y helechos crecían abundantemente a lo largo de la ribera.
—Vayamos hacia allí —propuso—. Será más fácil esconderse. —Y con un brillo travieso en los ojos, añadió—: Y la caca de nutria se encargará de que ningún gato repare en tu olor.
—¿No podías haber usado cualquier otra cosa?
—La atanasia podría haber servido —admitió Blimosa—, pero nuestras reservas son escasas.
Se abrió paso por una mata de helechos, y su amiga la siguió. Luego continuaron por la orilla, hasta que Carrasquera comenzó a captar el olor del cercado de los caballos.
—Ya estamos cerca del territorio del Clan del Viento —susurró—. Puedo seguir sola a partir de aquí.
A Blimosa se le oscurecieron los ojos de inquietud.
—No hasta que lleguemos a la frontera.
Las vallas de madera que formaban el cercado de los caballos se alzaron ante ellas, y los helechos empezaron a desaparecer a medida que la exuberante vegetación del Clan del Río iba dando paso al páramo del Clan del Viento. Blimosa se detuvo junto a un zarzal achaparrado, al borde de una desprotegida extensión de hierba.
—Ahí está la frontera. —Señaló con la cola.
El viento bajaba veloz del páramo, alborotando el pelaje de Carrasquera. La aprendiza captó la línea olorosa del Clan del Viento a sólo unos pocos zorros de distancia.
Blimosa le puso la punta de la cola sobre el lomo.
—Prométeme que tendrás cuidado.
De pronto, se oyó un repiqueteo de piedrecillas en la orilla. Blimosa giró en redondo.
Una patrulla del Clan del Río se dirigía corriendo hacia ellas.
Carrasquera se quedó paralizada, y el miedo la sacudió como un rayo. Luego notó que Blimosa la agarraba por el pescuezo y la arrastraba hasta detrás del zarzal.
—¿Nos han visto? —le susurró a su amiga, temblando.
—No lo sé. —Blimosa le puso la cola en la boca—. ¡Silencio!
Carrasquera miró a través de las hojas. Juncal encabezaba la patrulla, con su aprendiz, Saltarín, a la zaga. Musgaño les pisaba los talones, con Palomina a su lado. El viento alisaba el pelaje moteado de la aprendiza y le pegaba los bigotes a la cara; la joven gata corría como si su vida dependiera de ello.
—¿Crees que están cazando? —le preguntó Carrasquera a Blimosa.
Su amiga miró hacia la orilla vacía.
—¿Cazando el qué?
—Bueno, entonces... ¿vienen a por nosotras?
—No lo parece —contestó Blimosa cuando la patrulla pasó junto al zarzal sin ni siquiera echarle una ojeada.
Carrasquera se dio cuenta de que los gatos del Clan del Río tenían los ojos dilatados de pavor. Se le erizó el pelo.
—Algo va mal...
—¡Mira! —bufó su amiga, pegando las orejas a la cabeza.
Un perro blanco y negro de pelaje áspero iba corriendo detrás de la patrulla del Clan del Río. Tenía una mirada salvaje y la boca abierta, mostrando unos relucientes colmillos blancos.
—¡El perro del cercado de los caballos! —chilló Blimosa—. ¡Corre!
Y salió disparada detrás de sus compañeros de clan.
Antes de que Carrasquera pudiera moverse, el perro blanco y negro la vio y patinó para dirigirse hacia ella, aullando entusiasmado. La joven soltó un grito y echó a correr tras Blimosa, arrancando trozos de tierra mientras avanzaba por la herbosa ladera. La patrulla del Clan del Río se había desviado de la orilla y estaba subiendo la colina que llevaba a la frontera del Clan del Viento.
A Juncal se le salieron los ojos de las órbitas al ver a Blimosa.
—¡No te separes de nosotros! —le ordenó, y siguió ascendiendo, sorteando un arbusto de aulaga y saltando sobre una pequeña mata de brezo.
Blimosa corrió tras él, gritándole a Carrasquera por encima del hombro:
—¡Deprisa!
Haciendo acopio de todas sus fuerzas, la aprendiza del Clan del Trueno apretó el paso sobre el suelo turboso. Siguió a la patrulla a través de una densa franja de brezo hasta la herbosa ladera.
—¡Alto!
Juncal dio la orden, y Carrasquera se detuvo bruscamente junto con los demás. Resollando y aterrorizada, miró hacia atrás.
El perro estaba junto a la valla, al pie de la ladera, mirando a su alrededor con la lengua colgando. Luego se sacudió y se coló por debajo de la valla. Carrasquera lo vio cruzar el cercado, encaminándose hacia la vivienda de los Dos Patas.
—Creo que va a su casa —susurró.
—¡Chis! —Blimosa le lanzó una mirada de advertencia, pero ya era demasiado tarde.
—¿Qué estás haciendo tú aquí? —La sorprendida pregunta de Palomina sobresaltó a Carrasquera.
Juncal se quedó mirándola con el pelo erizado.
—Tú eres del Clan del Trueno, ¿verdad? —Y luego miró acusadoramente a Blimosa.
Palomina arrugó la nariz.
—¿Y por qué hueles tan mal?
Musgaño se le acercó mucho, dejando su hocico atigrado a sólo un bigote del de la joven.
—¿Has venido a espiarnos?
Carrasquera retrocedió.
—No, no. Sólo quería ver si podía ayudar.
—¿Ayudar? —Juncal la observó con incredulidad.
—¡Es cierto! —Blimosa se interpuso entre sus compañeros de clan y su amiga, con la cola temblando—. Ha venido sola. Después de la Asamblea, estaba preocupada por mí, y sólo ha venido a ver si...
—¡Cagarrutas de ratón! —exclamó Juncal, interrumpiendo a la joven. El guerrero negro estaba mirando ladera arriba, con los ojos dilatados.
Una patrulla del Clan del Viento se dirigía hacia ellos.
Carrasquera saboreó el aire. El olor almizclado del Clan del Viento le bañó la lengua. El perro los había perseguido justo hasta el otro lado de la frontera.
—¿Echamos a correr? —susurró Palomina, con la cola rígida de miedo.
—No servirá de nada —suspiró Musgaño—. Hemos llegado demasiado lejos.
—Será mejor que nos quedemos donde estamos —maulló Juncal.
Saltarín se colocó al lado de Palomina.
Cuando la patrulla del Clan del Viento estuvo cerca, la lugarteniente, Perlada, hizo una seña con la cola. Corvino Plumoso, Zarpa Brecina, Cola Blanca, Oreja Partida y Ventolino se desplegaron en abanico. Carrasquera notó que Blimosa se pegaba a ella cuando los gatos del Clan del Viento rodearon a la patrulla con ojos llameantes.
—¿Qué estáis haciendo en las tierras del Clan del Viento? —quiso saber Perlada.
Juncal le sostuvo la mirada, moviendo los omoplatos con nerviosismo.
—Ese estúpido perro del cercado de los caballos nos estaba persiguiendo.
Corvino Plumoso dio un paso adelante.
—¿Dónde está ahora?
Musgaño señaló hacia la vivienda de los Dos Patas.
—Se ha ido a su casa.
—¿Y se supone que tenemos que creernos eso? —Oreja Partida olfateó el aire, agitando los bigotes—. ¡Yo sólo huelo a excrementos!
Carrasquera deseó que se la tragara la tierra. El Clan del Viento ya estaba bastante enfadado, sólo le faltaba darse cuenta de que había una gata del Clan del Trueno entre los intrusos. ¿Y si acababan pensando que el Clan del Río y el Clan del Trueno habían formado una alianza? Seguro que entonces sí habría una batalla, y todo sería culpa suya.
Trató de controlar su creciente pánico. Ventolino estaba mirándola fijamente. La joven bajó la vista, suplicando que el aprendiz no la reconociera. En ese momento agradeció de verdad la caca de nutria con la que su amiga había camuflado su pelo negro y enterrado su olor.
—¿A ti qué te ha pasado? —Los ojos de Ventolino centellearon con desdén—. ¿Es que en el Clan del Río no enseñan a los cachorros a lavarse?
A Carrasquera le subió la rabia por la garganta. Quería soltarle un bufido a aquel arrogante con cara de zorro, pero por lo menos el aprendiz no parecía saber quién era ella.
—¡Fuera de nuestra tierra! —bufó Perlada—. ¡Puede que hayáis perdido vuestro territorio, pero no vais a quedaros con el nuestro!
Sulfurándose, Musgaño mostró los dientes.
—¡No hemos perdido nuestro territorio!
—Entonces, ¿por qué estáis aquí? —preguntó Oreja Partida.
—¿Acaso buscáis presas? —gruñó Corvino Plumoso.
—¡No! —respondió Juncal, sacudiendo la cola.
Carrasquera se puso tensa. Todos los gatos tenían el pelo erizado y estaban listos para saltar. Ella desenvainó las uñas. Aquél no era su clan, pero pelearía si tenía que hacerlo.
Saltarín se adelantó, agitando furioso su corta cola atigrada.
—¡Nosotros no comeríamos conejo ni aunque estuviéramos muriéndonos de hambre!
—¡Fuera de nuestra tierra ya mismo! —repitió Perlada con un bufido.
Oreja Partida y Cola Blanca se apartaron para dejar pasar a los gatos del Clan del Río.
Lentamente, Juncal y Musgaño comenzaron a retroceder. Sin poder ocultar su inquietud, Saltarín y Palomina dieron media vuelta y pasaron ante los gatos del Clan del Viento. Carrasquera corrió tras ellos, con los ojos clavados en el suelo.
—¡A partir de ahora, habrá patrullas extra a lo largo de la frontera! —les informó Perlada.
—¡Y estarán preparadas para combatir! —añadió Oreja Partida con un gruñido.
Los gatos del Clan del Río se encaminaron despacio hacia la frontera, negándose a apresurarse tras los amenazantes bufidos de la patrulla vecina. Carrasquera cruzó la línea olorosa con un estremecimiento de alivio. «Pero ¡éste no es mi territorio», se recordó.
—Tengo que volver a casa —susurró.
Juncal se volvió hacia ella.
—¡No, de eso, nada! ¡Tienes que explicar qué estabas haciendo aquí!
—¡Ya lo he explicado! —replicó ella—. Estaba preocupada por Blimosa.
—De ninguna manera vamos a permitir que pises ahora el territorio del Clan del Viento —maulló Musgaño—. Tendrás que venir a la isla con nosotros.
Carrasquera notó el peso de la desesperación como una piedra en el estómago. Miró al otro lado del lago. Estaba cayendo la noche y el bosque del Clan del Trueno parecía una sombra en las lejanas montañas. Clavó la vista en la orilla, esperando ver la figura familiar de alguno de sus compañeros de clan —Glayino siempre andaba rebuscando alrededor del agua—, pero estaba demasiado lejos y demasiado oscuro para ver nada con claridad.
—De acuerdo —suspiró.
—Pero ¡antes tendrás que librarte de esos excrementos apestosos! —le ordenó Juncal.
El guerrero la acompañó hasta el lago y se quedó en la orilla mientras ella se lavaba en las heladas aguas. Blimosa fue a ayudarla, frotándole el pelo con las patas hasta que estuvo limpia.
Temblando de frío, Carrasquera recorrió la lodosa orilla detrás de la patrulla del Clan del Río. Su amiga se puso a su lado.
—Lamento haberte metido en problemas —susurró Carrasquera.
—No pasará nada —respondió Blimosa, pegándose a ella.
Y, de ese modo, las dos amigas, goteando todavía, compartieron su calor.
Carrasquera notó un cosquilleo en la piel al sentir sobre ella las curiosas miradas de los gatos del Clan del Río mientras seguía a Juncal por el claro de la isla. Poco a poco, conforme la patrulla se acercaba al Gran Roble, el campamento fue quedando en silencio.
La joven trató de contener el temblor de sus patas cuando vio a Estrella Leopardina salir de entre las gigantescas raíces que se enroscaban al pie del árbol.
—No tengas miedo —le susurró Blimosa al oído—. Estrella Leopardina siempre es justa.
Carrasquera levantó la cabeza para mostrarse lo más digna posible ante la líder del Clan del Río.
Los ojos de Estrella Leopardina centellearon a la luz del atardecer.
—Juncal dice que has estado espiando en el territorio del Clan del Río —señaló la hermosa atigrada.
—Sólo intentaba ayudar —explicó Carrasquera—. Al Clan del Trueno le preocupa que el Clan del Viento nos ataque si vosotros os veis obligados a ocupar su territorio. Todos están preparándose para la guerra. Yo sólo quería impedirlo.
Estrella Leopardina parpadeó.
—Ésa es una ambición muy grande para una aprendiza tan pequeña.
Ofendida, Carrasquera ahuecó su pelaje.
¿Los bigotes de la líder temblaban de risa?
—Supongo que Blimosa te habrá enseñado lo suficiente para mitigar tus inquietudes —maulló la gata.
—Sólo el viejo campamento... —Se interrumpió demasiado tarde. Ya había delatado a su amiga.
La mirada de Estrella Leopardina se desvió hacia la aprendiza de curandera.
—¿La has llevado hasta allí?
Blimosa bajó la cabeza.
—Sólo quería tranquilizarla.
La líder suspiró.
—Bueno, Carrasquera —maulló—, será mejor que te quedes aquí, en la isla.
A la joven le dio un vuelco el corazón.
—Pero mi clan estará preocupado por mí.
—Deberías haber pensado en eso antes de venir hasta aquí. —Estrella Leopardina miró a su alrededor. Los gatos del Clan del Río se habían reunido debajo del roble, agitando las orejas con interés—. No podemos prescindir de guerreros para que te escolten hasta tu casa y, aunque pudiéramos, no quiero enemistarme con el Clan del Viento o el Clan de la Sombra por atravesar su territorio.
—Pero el código guerrero dice que puedo desplazarme sin peligro a un máximo de dos zorros de distancia del lago —señaló Carrasquera.
—Si hubiese una Asamblea, estaríamos de acuerdo —replicó la líder—. Pero, tal como están las cosas ahora, nuestros vecinos querrían una buena razón para explicar el olor del Clan del Trueno o el Clan del Río en sus tierras. —Entornó los ojos—. El simple fisgoneo no es un motivo lo bastante bueno.
—Pero...
Carrasquera buscó con desesperación otro argumento. Tenía que llegar a casa antes de que sus compañeros de clan pensaran que le había sucedido algo espantoso.
Estrella Leopardina le dio la espalda.
—Puedes quedarte con Blimosa y Ala de Mariposa hasta que sea seguro regresar con los tuyos.
—Vamos. —Blimosa le dio un empujoncito—. En la guarida de la curandera podremos secarnos y entrar en calor.
Con las patas pesándole como piedras, Carrasquera siguió a su amiga hasta el borde de la isla y el arrecife, y allí entraron en la cueva del saliente rocoso.
Ala de Mariposa estaba esperándolas al lado de un montón de hierbas.
—Creo haberos sugerido que no os dejarais ver —las saludó.
Blimosa bajó la cabeza.
—Lo siento.
Ala de Mariposa empujó un puñado de hierbas hacia las jóvenes.
—Comeos esto —les ordenó—. Os ayudará a entrar en calor.
A Carrasquera le rugió el estómago. Habría preferido un jugoso ratón recién cazado.
—Es todo lo que puedo ofreceros, al menos por el momento —le dijo Ala de Mariposa.
Carrasquera se inclinó y se puso a mascar una de las hojas. Estaba pegajosa y le calentó la lengua mientras la mordía.
—¿Qué es esto? —le susurró a Blimosa.
—Ortigas secas, untadas con miel —contestó su amiga.
—No está mal.
Cuando terminaron de comer, Blimosa la llevó hasta un lecho musgoso al fondo de la cueva. Allí se asearon a conciencia hasta estar bien secas, y luego se apretujaron sobre el blando lecho. Carrasquera agradeció la calidez de su amiga. La gruta tenía muchas corrientes de aire, y la lluvia había empezado a sisear entre las rocas y a caer sobre el lago. Bostezó, sintiéndose de pronto agotada hasta la médula.
—Tú ya sabes que Estrella Leopardina sólo me retiene aquí porque sé demasiado, ¿verdad? —murmuró.
—Sí. —Blimosa posó la cola sobre las patas de su amiga—. Pero ¿crees que Estrella de Fuego habría actuado de un modo distinto?
Carrasquera suspiró.
—No, supongo que no.
Cerró los ojos. ¿Cuánto tiempo tendría que permanecer allí? Iba a tener un grave problema con sus compañeros de clan cuando descubrieran que estaba retenida en el Clan del Río... como sospechosa de ser una espía.