17

Glayino ahuecó el musgo del fondo de su lecho y lo ablandó antes de hacerse un ovillo para dormir. Carboncilla roncaba, agotada después de jugar con Carrasquera. No tardaría mucho en trasladarse de nuevo a la guarida de los aprendices, y la tranquilidad volvería a la cueva de la curandera. «Genial», pensó. En el exterior, la barrera de espinos susurró. La última patrulla había regresado y sus pasos lentos indicaban que todo estaba en orden.

Glayino oyó un chapoteo. Hojarasca Acuática estaba empapando una bola de musgo en la pileta para dejarla junto al lecho de Carboncilla, por si su paciente se despertaba con sed durante la noche.

—Creo que mañana deberíamos ir a echarle una ojeada a la nébeda que crece junto a la vieja vivienda de los Dos Patas —maulló la curandera—. Quiero saber si ha crecido mucha.

—¿Vamos a recoger nébeda?

—Todavía no. —Hojarasca Acuática cruzó la guarida cargada con el musgo goteante hasta el lecho de Carboncilla—. Pero quiero saber si este año habrá una buena cosecha.

—Ha llovido bastante. —Glayino metió el hocico entre las zarpas y cerró los ojos—. Buenas noches.

—Que duermas bien.

El lecho de la curandera crujió cuando la gata se metió en él y empezó a asearse. Los suaves lametazos de su lengua adormecieron a Glayino.

—¿Hojarasca Acuática?

La voz de Estrella de Fuego despertó al aprendiz con un sobresalto. El líder del Clan del Trueno estaba abriéndose paso a través de la cortina de zarzas. Glayino alzó la cabeza, alerta, tratando de percibir qué latía bajo la piel del visitante.

«Inquietud.»

Hojarasca Acuática salió de su lecho de un salto.

—¿Qué pasa?

—Esto os incumbe a los dos —les anunció Estrella de Fuego.

El aprendiz se levantó también, sin molestarse en fingir que no estaba escuchando.

—¿Ocurre algo malo? —susurró la curandera con preocupación.

El líder movió las patas.

—Quiero que vosotros dos vayáis mañana al campamento del Clan del Viento.

—¿Al campamento del Clan del Viento? —repitió la gata—. ¿Quieres que hablemos con Cascarón?

—No. —Estrella de Fuego escogía las palabras con mucho cuidado—. Con Estrella de Bigotes.

—¿Por qué nosotros?

—Sólo vosotros podéis ir hasta allí. Si envío guerreros, lo verán como una amenaza.

—¿Y qué quieres que le digamos? —Hojarasca Acuática parecía desconcertada.

—Necesito que averigüéis qué está pasando en el Clan del Viento.

«¡Una misión de espionaje! —Glayino sintió una oleada de emoción—. ¡Estrella de Fuego quiere que descubramos las debilidades del Clan del Viento!»

Aun así, había algo que no cuadraba... Glayino no detectaba ninguna estratagema en la mente de su líder; sólo angustia sincera.

—Acabo de hablar con Musaraña —explicó el gato—. Parece estar convencida de que Carrasquera tiene razón, y que todo este ambiente de guerra ha surgido de habladurías y suposiciones. Necesito que descubráis si el Clan del Río ha invadido realmente el territorio del Clan del Viento.

Glayino parpadeó.

—¿Qué cambiaría eso?

—Si va a haber una batalla contra el Clan del Viento, quiero que sea por un buen motivo —contestó Estrella de Fuego.

Hojarasca Acuática deslizó la cola por el suelo.

—Pero ¿no es razón suficiente que ellos crucen nuestra frontera?

—Sí —gruñó el líder—, pero podríamos limitarnos a impedirles que la cruzaran a partir de ahora.

—Ya lo han hecho una vez y se han ido de rositas —señaló Glayino, sin hacer el menor caso del siseo de advertencia de su mentora; se suponía que los aprendices no podían hablar así al líder del clan.

—Eso podría haber sido tan sólo un error —respondió Estrella de Fuego, y Glayino notó en la piel el calor de sus ojos verdes—. Sus aprendices no serían los primeros en colarse en el territorio de otro clan.

«¡Se refiere a Carrasquera!», pensó el joven.

—Que el Clan del Viento invada nuestro territorio sólo tendría sentido si el Clan del Río le ha arrebatado el suyo —continuó el líder—. Pero ¿y si Estrella de Bigotes organiza un ataque sólo porque «teme» que el Clan del Río le quite sus tierras? En ese caso, se derramaría sangre sin ninguna razón.

—No entiendo qué crees que podemos hacer nosotros. —Hojarasca Acuática clavó las uñas en el suelo—. Si averiguamos que el Clan del Río no ha invadido a nuestros vecinos, ¿quieres que le pidamos a Estrella de Bigotes que no luche? ¿Eso no nos hará parecer débiles?

Estrella de Fuego se puso tenso.

—Debéis dejar claro que el Clan del Trueno está listo para pelear si tiene que hacerlo. Sólo que yo preferiría empezar una batalla por una necesidad real, y no por temores sin sentido.

—Aun así, quieres que convenzamos a Estrella de Bigotes de que no nos ataque a menos que no tenga otra opción —insistió la curandera—. De este modo, ¿no pareceremos unos cobardes?

Estrella de Fuego se enfureció.

—No somos unos cobardes —replicó—, pero ¿por qué hemos de pelear en batallas absurdas para demostrarlo?

El alba era brillante pero fría. Un sol pálido asomaba por el bosque en la cima de la hondonada, aunque Glayino captó olor a lluvia en el viento. Aguardó en la entrada del campamento mientras Estrella de Fuego le daba las últimas órdenes a la escolta. Zarzoso y Manto Polvoroso iban a acompañar a los curanderos hasta la frontera del Clan del Viento, donde los esperarían hasta su regreso.

Hojarasca Acuática se apretó contra Glayino. El joven seguía notando cómo las dudas oscurecían los pensamientos de su mentora.

—¿Estás listo?

—Sí.

A Glayino le temblaba la cola de emoción. Al fin y al cabo, ser curandero sí consistía en algo más que recolectar hierbas y cuidar de gatos enfermos. El futuro del clan podía depender de lo que Hojarasca Acuática y él averiguaran.

«Habrá tres, sangre de tu sangre, que tendrán el poder de las estrellas en sus manos.»

—Bueno, en marcha —maulló Zarzoso, y se internó en el túnel de espinos.

Hojarasca Acuática fue tras él. Glayino la siguió y dejó que Manto Polvoroso ocupara la retaguardia. El aprendiz percibió que el pelaje oscuro de este último estaba erizado a causa de la incertidumbre. El guerrero pensaba que Estrella de Fuego se estaba precipitando, que era demasiado pronto para dejar saber al Clan del Viento que ellos preferían evitar una batalla. Los pensamientos de Zarzoso eran más difíciles de descifrar; su mente se ensombrecía con dudas y al momento siguiente se iluminaba con esperanza.

La patrulla avanzó por el risco sin hablar y desde allí descendió hacia el páramo abierto que se extendía en el territorio del Clan del Viento. Manto Polvoroso fue el primero en expresar su inquietud cuando llegaron a la frontera.

—¿Vamos a sentarnos a esperar a que una patrulla del Clan del Viento nos pregunte si necesitamos ayuda? —maulló con ironía.

—Sí —gruñó Zarzoso.

Manto Polvoroso comenzó a pasearse, arriba y abajo, y marcó de nuevo los arbustos; su irritación era tan feroz que a Glayino se le erizó el pelaje. Qué humillante era esperar el permiso del Clan del Viento para seguir adelante.

—Tal vez Glayino y yo deberíamos continuar solos —sugirió Hojarasca Acuática—. Eso es lo que haríamos nosotros si tuviéramos que hablar con Cascarón.

El aprendiz asintió. Ellos eran curanderos. Podían aprovechar la libertad especial de la que disfrutaban para viajar.

—No —respondió Zarzoso con firmeza—. No vais a hablar con Cascarón, y no ha pasado bastante tiempo desde nuestro enfrentamiento con la patrulla del Clan del Viento como para entrar en su territorio sin que lo sepan. Mi obligación es asegurarme de que estéis a salvo. —Se sentó en la hierba—. Esperaremos.

Glayino olfateó el aire. El sol estaba caldeando la tierra y pudo captar el aroma de los brotes del brezo y de conejos jóvenes. De repente, se puso tenso. Un olor almizclado teñía el viento.

—Vienen gatos del Clan del Viento —anunció.

Reconoció el olor de Lebrato y Oreja Partida, aunque había dos guerreros más con ellos. Su olor le resultaba familiar, pero aún no reconocía a los gatos.

—Es Nube Negra.

Glayino captó la tensión de Hojarasca Acuática al identificar a la gata del Clan del Viento. Sabía que había alguna conexión entre su mentora y Nube Negra, que era la pareja de Corvino Plumoso. Había notado más de una vez cómo el aire se enrarecía entre ellas, pero no tenía ni idea de cuál era el motivo. Mientras hurgaba en la mente de la curandera, sintió un hormigueo de sorpresa. ¿Eso eran celos?

—Con ella van Oreja Partida, Lebrato y Cárabo —murmuró Manto Polvoroso—. No está mal, aunque habría preferido que Oreja Partida se hubiese quedado en la cama. —Y erizó el pelo a la defensiva.

—Relájate —le ordenó Zarzoso—. No debemos mandarles ninguna señal de agresión.

—Porque vamos a suplicarles que nos hagan un favor... —masculló Manto Polvoroso.

—¡Silencio! —bufó el lugarteniente. Luego levantó la voz—: ¡Oreja Partida!

Glayino sintió el impacto de una oleada de hostilidad cuando los gatos del Clan del Viento vieron a la patrulla del Clan del Trueno. El aire pareció crepitar a su alrededor, y se puso tenso; de repente estaba asustado.

—¿Qué queréis? —preguntó Oreja Partida con tono acusador.

La patrulla del Clan del Viento se acercó entre el brezo. Zarzoso se cuadró para recibirla.

—Hojarasca Acuática y Glayino desean hablar con Estrella de Bigotes —maulló el lugarteniente con voz tranquila, ni amenazadora ni complaciente.

Oreja Partida se sorprendió.

—¿Para qué?

—Desean hablar con Estrella de Bigotes —repitió Zarzoso.

Glayino notó el recelo que esas palabras despertaban en los gatos del Clan del Viento. Se imaginó que estarían mirándose entre sí, preguntándose qué responder. ¿Se atreverían a despachar a unos curanderos?

—¿Sólo Hojarasca Acuática y Glayino? —gruñó Cárabo poco después.

—Nosotros dos los esperaremos aquí —los tranquilizó Zarzoso.

Se produjo un silencio que quedó suspendido sobre ellos como un halcón al acecho antes de caer en picado.

—En ese caso, Cárabo y Lebrato esperarán con vosotros —maulló Oreja Partida lentamente.

«¡Nos van a permitir cruzar la frontera!» Glayino clavó las garras en la tierra, impaciente por ponerse en marcha.

—¿Puedo confiar en que los llevaréis sanos y salvos hasta el campamento y luego de vuelta? —preguntó Zarzoso.

Oreja Partida soltó un resoplido.

—¡Por supuesto que sí!

—Hojarasca Acuática —maulló el lugarteniente del Clan del Trueno—, si no habéis vuelto cuando el sol llegue a lo más alto, iremos a por una patrulla y regresaremos para buscaros —añadió, a modo de advertencia para los gatos del Clan del Viento.

—Volverán —gruñó Oreja Partida.

Glayino oyó cómo el pelaje de su mentora rozaba el brezo al cruzar la frontera. Fue despacio tras ella y se pegó a su cuerpo. Era emocionante estar yendo al campamento del Clan del Viento, pero de repente se sintió vulnerable. Un frío helado lo rodeó cuando las nubes ocultaron el sol.

—Mantén la cabeza bien alta —le susurró Hojarasca Acuática.

No se despegó de su aprendiz durante todo el camino hasta el campamento, guiándolo por el terreno desconocido. Glayino sólo tropezó una vez, cuando la curandera no lo avisó a tiempo de una rama rastrera de aulaga.

No tardó en captar el olor a zarzas y el más intenso del Clan del Viento. Notó un espacio bajo sus pies, como si el suelo se hundiera. Habían llegado al campamento.

—No os separéis —les advirtió Oreja Partida.

Glayino se mantuvo junto a Hojarasca Acuática cuando el guerrero del Clan del Viento los guió al interior de una extensión de zarzas, a través de un túnel que dibujaba una curva y que desembocaba en una hondonada. Oía a su espalda la respiración de Nube Negra, que cerraba la comitiva. El viento le acarició los bigotes: habían salido del túnel. Por un momento, el joven se sintió abrumado por el revoltijo de olores que le llenaron la nariz y la boca: a guerreros, aprendices, cachorros, reinas, hierbas, un conejo...

Debían de estar en el centro del campamento. Un viento fresco le alborotó el pelaje mientras notaba las miradas vigilantes que le clavaban.

—Es ese gato ciego del Clan del Trueno...

—¿Qué están haciendo aquí?

—¿Voy a buscar a Cascarón?

Los miembros del Clan del Viento estaban saliendo de sus guaridas. Glayino percibió en el aire curiosidad, hostilidad e incluso miedo.

Oreja Partida estaba hablando con un joven gato en susurros. Glayino aguzó el oído, pero, antes de que pudiera distinguir las palabras, el joven salió corriendo del campamento.

—Estrella de Bigotes está cazando —anunció Oreja Partida—. Tendréis que esperar. —Luego levantó la voz para dirigirse a sus curiosos compañeros de clan—: ¡Han venido a ver a Estrella de Bigotes!

—¿Estrella de Bigotes?

En el claro brotaron la alarma y la sospecha. Glayino levantó las orejas. Aquél no era un clan decidido a expandir su territorio; estaban asustados y confundidos. Se le encogió el estómago. Los gatos asustados eran impredecibles.

—¿Crees que deberíamos hablar con Cascarón, en vez de con Estrella de Bigotes, y marcharnos? —le preguntó a Hojarasca Acuática en voz baja.

Pero ella no pareció oírlo. Su atención revoloteaba por el campamento, como si buscara algo o a alguien. De pronto, un intenso sentimiento refulgió en la mente de la gata, y Glayino casi se estremeció. ¿Era emoción? ¿Dolor? ¿Rabia? No podía distinguirlo.

—Tienes buen aspecto, Corvino Plumoso. —La tranquila voz de Hojarasca Acuática enmascaraba la tormenta que rugía en su mente.

Glayino notó celos a su espalda. A Nube Negra se le había erizado el pelo.

—¿Qué estás haciendo aquí, Hojarasca Acuática? —preguntó Corvino Plumoso en tono seco y calmado.

«¿Qué es lo que siente?» Glayino examinó la mente del guerrero oscuro, pero la envolvía la cautela.

—Estrella de Fuego nos ha enviado a hablar con Estrella de Bigotes —le explicó la curandera.

—Estrella de Bigotes no está aquí.

—Lo sabemos. —Hojarasca Acuática se sentó.

Glayino notó cómo le caía en el hocico la primera gota de lluvia.

Las zarzas susurraron y, al cabo de unos instantes, sonaron unas pisadas en el claro. Era Estrella de Bigotes. Glayino reconoció también el olor de Cola Blanca y Turón.

—¿Qué significa esto? —quiso saber el líder del Clan del Viento.

—Nos envía Estrella de Fuego —contestó Hojarasca Acuática.

—¿Por qué? —Estrella de Bigotes se puso a caminar a su alrededor, receloso—. ¿Tenéis problemas?

—No.

—Entonces, ¿por qué habéis venido aquí? —Estrella de Bigotes se detuvo tan cerca de ellos que Glayino captó el olor a conejo de su aliento—. ¿Es que Estrella de Fuego todavía piensa que entre nuestros clanes hay una relación especial? ¡Porque no es así!

—Estrella de Fuego lo sabe perfectamente.

Glayino se quedó impresionado por lo sosegada que sonaba su mentora, aunque la notaba temblar a su lado.

—Estrella de Fuego no quiere que se derrame sangre por nuestra frontera compartida —continuó la gata.

— Entonces, ¿por qué atacó a nuestros aprendices? —El líder del Clan del Viento sacudió la cola en el aire.

—Vuestros guerreros fueron los primeros en sacar las garras —respondió Hojarasca Acuática—. Nosotros sólo defendimos la frontera que ellos habían traspasado.

—¡Se trataba de nuestra presa! —bufó Oreja Partida.

En el claro resonaron aullidos de aprobación.

—Dejó de serlo en cuanto cruzó la frontera —siseó Glayino.

Hojarasca Acuática le tocó la boca con la cola. Cambió de postura y sus almohadillas se hundieron en la tierra resbaladiza. Estaba empezando a llover con fuerza.

—¡No hemos venido aquí a discutir! —exclamó la gata.

—Entonces, ¿a qué habéis venido? —gruñó Estrella de Bigotes.

—A hablar.

Oreja Partida raspaba el suelo.

—¿Es que Estrella de Fuego es demasiado cobarde para venir personalmente?

—Estrella de Fuego no quería provocaros enviando una patrulla de guerreros —replicó Hojarasca Acuática—. Quiere calmar la situación, no echar más leña al fuego.

Corvino Plumoso estaba dando vueltas a su alrededor.

—¡Entonces no debería haber enviado a nadie!

Glayino notó una oleada de calor en la piel; era la furia que emanaba de Hojarasca Acuática.

—¡No todos los gatos eluden sus responsabilidades! —bufó la curandera.

—¿Me estás diciendo que eso es lo que yo haría? —le espetó Corvino Plumoso inclinándose hacia ella, de modo que sus bigotes rozaron a Glayino.

—¡Quítate de en medio! —bufó Estrella de Bigotes, y apartó al guerrero oscuro de un empujón—. ¿De qué queréis hablar? —le preguntó a Hojarasca Acuática.

—Estrella de Fuego quiere saber si el Clan del Río ha invadido vuestro territorio. —La gata estaba perdiendo la paciencia—. Se pregunta si ése es el motivo por el que habéis estado cazando tan cerca de nuestra frontera. ¿Os estáis viendo obligados a entrar en el territorio del Clan del Trueno o simplemente queréis arrebatarnos nuestras tierras porque sois lo bastante necios como para creer que podéis hacerlo?

Glayino se asombró ante la ferocidad de su mentora. Notó que Estrella de Bigotes se quedaba de piedra; Hojarasca Acuática también había sorprendido al líder del Clan del Viento. Sonaron murmullos de enfado entre los gatos que allí se congregaban. Cuando el intenso viento empujó la lluvia con más fuerza al campamento, el aire pareció crepitar como los relámpagos de la estación de la hoja verde. Glayino aguardó la respuesta del líder del Clan del Viento sin poder ocultar su nerviosismo.

—El Clan del Río no ha invadido nuestras tierras —empezó a decir Estrella de Bigotes lentamente—. Pero eso no significa que no vaya a hacerlo. ¿Acaso Estrella de Fuego pretende que esperemos hasta que lo hagan? ¿Cree que deberíamos quedarnos sentados como si fuéramos campañoles gordos, aguardando a que nos ataquen?

—Pero vosotros no sois campañoles —repuso Hojarasca Acuática—. ¿Por qué no defendéis la frontera con el Clan del Río en vez de amenazar la nuestra?

—Defenderemos las fronteras que tengamos que defender —replicó Estrella de Bigotes—. Y tomaremos el territorio que necesitemos.

—Ni siquiera sabéis si el Clan del Río va a invadiros —insistió la curandera—. ¿Por qué nos amenazáis a nosotros?

Oreja Partida gruñó.

—¡Pareces un mirlo, repitiendo la misma canción una y otra vez!

—Cascarón podría hablar con Ala de Mariposa en la próxima reunión en la Laguna Lunar —propuso Hojarasca Acuática, con voz repentinamente persuasiva— y averiguar cuáles son exactamente las intenciones del Clan del Río. Puede que no tengáis nada que temer.

—¡Nosotros no tememos nada! —bufó Corvino Plumoso.

—Entonces, ¿por qué no atendéis a razones? —contestó la gata—. Sois guerreros honorables. ¿Por qué os dejáis llevar por sospechas en vez de intentar averiguar la verdad?

—¡¿Estáis oyendo lo que dice?! —exclamó Turón con desprecio—. Intenta ganar tiempo para su clan con palabras astutas.

—El Clan del Viento lucha con garras, no con palabras —señaló Oreja Partida.

—¡Es como intentar ofrecerles gusanos a los topos! —bufó Glayino, sulfurado—. Están demasiado ciegos para ver más allá de sus propias narices.

—¿Que nosotros estamos demasiado ciegos? —se mofó Turón.

—¡Esperad! —ordenó Estrella de Bigotes—. Tal vez Hojarasca Acuática tenga razón. Quizá deberíamos darle al Clan del Río la oportunidad de explicar qué está ocurriendo antes de hacer nada.

—La oportunidad de invadirnos, querrás decir —gruñó Oreja Partida.

—Ya visteis lo desesperado que parecía el Clan del Río en la Asamblea —intervino Corvino Plumoso—. Y cada patrulla que vemos parece más hambrienta que la anterior. ¡No podemos fiarnos de ellos!

—Pero todavía no nos han invadido —recalcó Estrella de Bigotes.

—Han traspasado la frontera —le recordó Oreja Partida.

—Sólo en una ocasión.

Glayino percibió que la mente del líder iba más despacio; estaba pensando.

—No podemos permitir que nos empujen a un derramamiento de sangre innecesario... —murmuró Estrella de Bigotes.

De pronto, un aullido de pánico atravesó el aire al otro lado del muro del campamento. Las zarzas goteantes temblaron y una reina del Clan del Viento entró en el claro derrapando.

—¡Mis hijas han desaparecido! —gritó.

—¿Cañeta?

—¿Cardina?

Maullidos de alarma recorrieron el campamento.

—¡Cañeta, Cardina y Fosquilla! —resolló la reina—. ¡Las tres! ¡Han desaparecido!

—¿Cuándo las viste por última vez? —quiso saber Estrella de Bigotes.

La reina estaba haciendo un gran esfuerzo por respirar.

—Las he dejado en la maternidad para ir a dar un paseo. Al regresar, no estaban, así que he ido a buscarlas. Ya habían salido antes, aunque nunca se habían alejado demasiado. Pero esta vez no hay ni rastro de ellas. Su olor se dirige hacia la frontera del Clan del Río, y entonces desaparece sin más. ¡Se las ha llevado un halcón, estoy segura!

—¡Cálmate, Genista! —Estrella de Bigotes tenía el pelaje erizado, pero habló con firmeza—. No puedes estar segura de lo que dices. Ningún halcón se ha llevado nunca más de un cachorro a la vez. Debemos organizar una patrulla de búsqueda.

De pronto, resonaron unas fuertes pisadas en el túnel de entrada.

—¡Estrella de Bigotes! —Perlada, la lugarteniente del clan, irrumpió en el claro, seguida de Ventolino y Zarpa Brecina—. Acabamos de ver a una patrulla del Clan del Río regresando a su territorio.

—¡Han estado en nuestras tierras! —bufó Ventolino.

—Y hay sangre de conejo donde ellos han estado —añadió Zarpa Brecina.

El pánico se adueñó de Genista.

—¿Estáis seguros de que era sangre de conejo? —preguntó.

—¿Qué? —contestó Zarpa Brecina, confundida.

—¡Mis cachorritas han desaparecido! —aulló la reina.

—¿Y crees que la patrulla del Clan del Río se las ha llevado?

Zarpa Brecina sonó horrorizada. Sus pensamientos comenzaron a dar vueltas, como hojas atrapadas en un remolino de viento. Glayino trató de descifrarlos, pero iban demasiado deprisa. Sólo supo que en medio de ellos revoloteaba algo oscuro, una sensación de negrura que le heló la sangre. La aprendiza ocultaba algo.

—Tenéis que marcharos —le dijo Estrella de Bigotes a Hojarasca Acuática.

—No iréis a atacar al Clan del Río, ¿verdad? —repuso ella con voz estrangulada.

—¡Haremos lo que sea necesario para recuperar a nuestras pequeñas! —bufó el líder.

—Pero ¡no sabéis si se las ha llevado el Clan del Río! —protestó Glayino—. Hace un momento, pensabais que era un halcón.

—Eso ha sido antes de saber que el Clan del Río ha traspasado la frontera.

—¿Y si han tenido una buena razón para hacerlo?

Perlada gruñó.

—¡Apresar a nuestras cachorritas!

—Pero ¿por qué harían...?

Estrella de Bigotes interrumpió a Hojarasca Acuática con un gruñido.

—¡Marchaos a casa! —exclamó. Glayino se encogió cuando el líder se inclinó sobre ellos—. Podéis contarle a Estrella de Fuego que ya es demasiado tarde. Sólo habéis perdido el tiempo al intentar proteger al Clan del Río. ¡Atacaremos de inmediato!