20
El agua silbó en los oídos de Carrasquera al perder de vista la pálida luz de la cueva. El río la arrastró al interior del túnel, tirando de ella hacia el fondo. Sus pulmones pedían aire a gritos. La aprendiza contuvo el impulso de tragar agua y mantuvo las mandíbulas bien cerradas alrededor de la cola de Cardina.
Notó el roce de la roca en las orejas y aire en la cara cuando la corriente la empujó de nuevo hacia arriba. Inspiró a toda prisa, antes de que el río volviera a engullirla.
Un cuerpo pasó junto al suyo y se alejó. Cardina se debatía, arañándole la nariz con sus afiladas garritas. Carrasquera reprimió el instinto de patalear; confiando en Glayino, dejó que la corriente la arrastrara, sintiendo cómo la roca le golpeaba los costados cuando el agua la lanzaba contra los laterales del túnel.
El rugido se tornó más sonoro, hasta que la joven creyó que iban a estallarle los oídos.
Luego llegó la paz.
El río la dejó ir y el ruido desapareció. Carrasquera se esforzó por ver algo a través de la oscuridad. ¿Aquello era luz? Puntos relucientes centelleaban en la distancia. ¿Era el Clan Estelar, que le daba la bienvenida?
La cabeza le dio vueltas y la oscuridad comenzó a invadirle la conciencia. Luchó por subir, buscando la superficie frenéticamente, suplicando no encontrarse con una roca encima de ella. Con un último esfuerzo desesperado, se impulsó hacia arriba y arriba... Parecía que el mundo estaba hecho de agua.
De repente, salió a la superficie del lago, sorprendida por el viento frío que le azotó la cara y le colmó los ojos y los oídos. ¡Lo habían conseguido! Jadeó y resolló, tomando una bocanada tras otra de un aire helado y maravilloso. Parpadeando contra el agua que se le metía en los ojos, vio que los puntos eran estrellas que centelleaban a través de las nubes rotas por el viento. La tormenta se estaba alejando.
Cardina pataleó a su lado, luchando por mantener la cabeza fuera del agua. Carrasquera la sujetó con las patas delanteras, le soltó la cola y la agarró de nuevo por el pescuezo.
En cuanto la tuvo bien afianzada, comenzó a nadar con las patas traseras, levantando la cabeza. Se obligó a relajarse, dejando que el agua la sostuviera y moviendo las patas con un ritmo regular y firme que las mantuviera a ambas a flote. La cachorrita tosía y estornudaba, temblando contra su pecho.
Carrasquera inspeccionó la oscura superficie del lago, buscando a los demás. Sintió una gran alegría en lo más hondo al ver la dorada cabeza de Leonino a unas pocas colas de distancia. Cañeta iba aferrada a su lomo, con ojos resplandecientes en la oscuridad. Estallaron burbujas cerca del aprendiz y Ventolino emergió a su lado con Fosquilla en la boca.
¿Y Glayino? ¿Y Zarpa Brecina? Carrasquera intentó contener el pánico. ¿Lo habrían logrado también? Oyó un chapoteo a sus espaldas y se giró tan bruscamente que Cardina chilló por la sorpresa.
Su hermano y Zarpa Brecina iban agitando las patas uno al lado del otro, salpicando la superficie mientras se esforzaban por mantenerse a flote.
—¡Glayino! —llamó Carrasquera.
—¡Estamos bien! —exclamó Zarpa Brecina.
Carrasquera nadó hacia ellos impulsándose con las patas traseras y se asombró al descubrirse nadando como un miembro del Clan del Río.
—¡La orilla está por ahí!
Había visto que no se encontraba lejos y, al alcanzar a Glayino, lo empujó en esa dirección.
Zarpa Brecina se fue hacia Leonino. ¿Por qué la aprendiza del Clan del Viento no estaba intentando ayudar a su compañero de clan? Entonces Carrasquera se dio cuenta de que su hermano estaba dando manotazos en el agua y hundiendo la cabeza. Cuando el joven sacó la cabeza para respirar, Carrasquera vio que tenía los ojos desorbitados de pavor.
—¡Cañeta ha desaparecido! —aulló el aprendiz del Clan del Trueno.
Zarpa Brecina se sumergió. Carrasquera contuvo la respiración cuando vio que su hermano volvía a hundirse en el agua. ¿Acaso la corriente había arrastrado a la cachorrita al interminable y oscuro fondo del lago?
De pronto, la cabeza de Zarpa Brecina apareció en la superficie con Cañeta entre los dientes. La pequeña sacudía las patas desesperadamente. ¡Estaba viva!
Leonino emergió también y sus ojos se iluminaron al ver a la cachorrita. Nadó hasta Zarpa Brecina para agarrar la cola de Cañeta con la boca y juntos se dirigieron así a la orilla. Carrasquera nadaba al lado de Glayino, asegurándose de vez en cuando de que Ventolino podía arreglárselas solo. El aprendiz negro avanzaba por el agua sujetando a Fosquilla con los dientes y con los ojos clavados en la orilla.
A Carrasquera le ardían los músculos de agotamiento, pero no se atrevía a dejar de moverse. Con el pelo de Cardina tapándole la boca, cada respiración suponía un gran esfuerzo; aun así, mantuvo la vista fija en la orilla y siguió adelante. Por fin notó que sus patas rozaban los guijarros y, alargando una pata, tocó el fondo. «¡Gracias, Clan Estelar!»
Caminando ya hacia la orilla, dejó a Cardina en las aguas bajas y se detuvo un instante, jadeando para tratar de recuperar el aliento. Zarpa Brecina y Leonino ya estaban tirados en la playa, resoplando penosamente mientras Cañeta, agachada entre ambos, vomitaba agua sobre las piedrecillas.
Carrasquera oyó el entrechocar de los guijarros cuando Glayino salió a la orilla tras ella.
—¿Cómo sabías que el río subterráneo nos traería hasta el lago? —le preguntó a su hermano con voz estrangulada.
—Tenía... tenía sentido —respondió Glayino, escupiendo agua.
Se fue a la playa chapoteando y Cardina lo siguió dando traspiés.
A unas pocas colas de distancia, Ventolino estaba saliendo a la orilla esforzadamente. Fosquilla colgaba de sus mandíbulas, pataleando con brío para que la dejara en el suelo.
—¡Estamos todos a salvo! —exclamó Carrasquera sin aliento, y, resbalando sobre los guijarros mojados con patas temblorosas, se acercó a Zarpa Brecina y Leonino, que seguían tumbados en la orilla—. ¿Vosotros dos estáis bien?
Leonino levantó la cabeza.
—Sólo medio ahogados.
Zarpa Brecina ronroneó. Luego tocó a Leonino con la punta de su empapada cola y se puso en pie.
—Será mejor que nos llevemos a las pequeñas de vuelta al campamento.
Carrasquera miró a su alrededor. La orilla estaba poblada de zarzales y helechos y, tras ellos, se extendía el oscuro bosque. Aquél era territorio del Clan del Trueno.
—Llevémoslas antes a ver a Hojarasca Acuática —sugirió—. Está más cerca y tenemos que asegurarnos de que se encuentran bien.
Cañeta seguía expulsando agua, y Cardina se había derrumbado al lado de su hermana y respiraba aceleradamente, aunque tenía los ojos bien abiertos.
—Carrasquera tiene razón —maulló Glayino, uniéndose al grupo—. Necesitan tratamiento para la conmoción.
Fosquilla corrió hacia ellos junto con Ventolino.
—¡Esto es lo más horrible que he hecho jamás! —exclamó la cachorrita, y se sacudió el agua del pelo.
—Pues espera a probar las medicinas de Hojarasca Acuática —la avisó Glayino.
—¿Hojarasca Acuática? —repitió Ventolino, con un brillo de recelo en los ojos.
—El campamento del Clan del Trueno está más cerca —le explicó Zarpa Brecina—. Las pequeñas necesitan recuperarse y recibir tratamiento.
Ventolino se quedó mirando a Fosquilla. Tenía sangre en las zonas en que las rocas le habían arañado la piel.
—De acuerdo —accedió.
Glayino plantó las orejas.
—Escuchad.
Alaridos amenazantes resonaron en el aire nocturno. Carrasquera se puso tensa al reconocer la voz de su padre, respondida por gruñidos de gatos del Clan del Viento.
—Vienen de la frontera del bosque —maulló Glayino.
¿Es que la desaparición de todos ellos había empeorado las cosas?
—¡Si no regresamos pronto, habrá una batalla! —exclamó Carrasquera sin aliento.
Leonino se levantó de un salto.
—Podemos enseñarles a las cachorritas. Si se enteran de que están sanas y salvas, ya no habrá por qué combatir.
—¿Nos vamos a la batalla? —A Fosquilla se le pusieron los ojos tan grandes como los de un búho.
—¡Yo puedo ayudar a luchar! —maulló Cañeta.
—Si llegamos allí deprisa, no habrá ninguna batalla —contestó Carrasquera. Cañeta no tenía la menor idea de que ella había contribuido a causar aquel problema y tampoco imaginaba que, si combatían, tendría que enfrentarse a algunos de los gatos que acababan de salvarla—. ¿Creéis que podréis seguirnos?
—¡Claro que sí! —Cardina sacudió la cola.
Glayino olfateó a una cachorrita tras otra.
—Necesitan hierbas... —maulló dubitativo. Pero luego alzó la barbilla—. Aunque eso puede esperar un poco.
—Caminar las ayudará a entrar en calor —señaló Zarpa Brecina.
Carrasquera inició la marcha subiendo por la orilla y se abrió paso entre los helechos, sujetando las frondas para que los demás pudieran pasar. Zarpa Brecina empujó delicadamente a Fosquilla cuesta arriba, mientras Ventolino seguía a Cardina, apretando el hocico contra su costado para que no trastabillara. Leonino alzó a Cañeta por el pescuezo y la llevó junto a Carrasquera. La aprendiza del Clan del Trueno soltó las hojas de los helechos en cuanto su hermano cruzó con la cachorrita. La pequeña se quedó mirando hacia las ramas de lo alto con los ojos desorbitados, como si jamás hubiera caminado debajo de los árboles.
—¿Qué está haciendo Glayino? —preguntó Leonino mirando a su hermano, que se había quedado en la orilla.
Carrasquera entornó los ojos. Glayino estaba agachado junto a un palo.
—Tú vete con los demás —le dijo a Leonino—. Nosotros enseguida os alcanzaremos. —Y, dicho eso, corrió hacia la playa—. ¿Te encuentras bien? —le preguntó a Glayino.
El aprendiz no pareció oírla. Estaba mirando fijamente aquel palo, con los ojos cerrados como cuando dormía. Carrasquera se le acercó más, sintiendo como si estuviera invadiendo su intimidad.
—Todos estamos sanos y salvos, tal como prometiste... —murmuró Glayino, con el hocico pegado a la lisa y pálida madera—. Gracias.
—¡Tenemos que irnos! —lo apremió su hermana.
Glayino no se movió.
—Ve con cuidado, Hojas Caídas —susurró—. Espero que algún día encuentres el camino de salida.
—¡Vamos, Glayino! —insistió Carrasquera.
Tenían que darse prisa. Los alaridos procedentes de la frontera eran cada vez más feroces.
El aprendiz de curandero levantó la cabeza.
—Ya voy.
Dejó atrás el palo y fue junto a su hermana.
—¿Qué estabas haciendo?
—Nada importante —contestó él, volviendo hacia ella sus ojos ciegos.
Carrasquera lo conocía lo bastante como para saber que sí era importante. A veces le gustaría comprender mejor a su hermano. Leonino era más sencillo. Su amistad con Zarpa Brecina había quebrantado el código guerrero, pero no había ningún misterio en que a él le gustara aquella hermosa gata del Clan del Viento. Glayino, sin embargo, parecía estar guiado por manos invisibles, como si recorriera un mundo secreto del que ella jamás podría formar parte.
Alcanzaron a los demás. A Carrasquera le dolía el pecho y tenía las zarpas magulladas tras el recorrido por los túneles. Qué blando le resultó el suelo forestal después de tanta roca áspera. Ventolino iba muy deprisa y las cachorritas tenían que correr para seguirle el ritmo. Cardina tropezó con una raíz, pero Leonino la recogió de inmediato y ella no se quejó, colgando desmadejada de su boca y con los ojos vidriosos de agotamiento.
Cañeta resollaba penosamente.
—Puedo llevarte, si quieres —se ofreció Carrasquera, pero la pequeña negó con la cabeza, demasiado ahogada para hablar.
De repente, Fosquilla soltó un grito. Se le había enganchado una espina en el pelo. Glayino la liberó apartando la zarza con los dientes. A Carrasquera se le contrajo el estómago. Era cruel obligar a las gatitas a desplazarse tan rápido por el bosque, pero tenían que impedir la batalla.
—Ya casi hemos llegado —maulló.
El suelo descendió y Ventolino echó a correr. Cañeta y Fosquilla lo siguieron resbalando.
Un aullido furioso resonó por el bosque.
—¡Ya os he dicho que no tenemos a vuestras cachorritas!
Era la voz de Estrella de Fuego.
—Entonces, ¿dónde están? —replicó Estrella de Bigotes—. El Clan del Río jura que ellos tampoco las tienen. Pero deben de estar en algún sitio, y estamos dispuestos a cualquier cosa para encontrarlas.
—¡Poned una pata en este lado de la frontera y os despellejaremos!
Carrasquera trató de ver a sus compañeros de clan. A través de los árboles distinguió a Zarzoso encarándose a Perlada, que se encontraba en el lado del barranco del Clan del Viento. Estrella de Fuego estaba junto a su lugarteniente. Espinardo, Candeal, Zancudo y Bayino se erguían detrás de ellos con el pelo erizado y les plantaban cara a los gatos del Clan del Viento mostrando los colmillos con gruñidos amenazadores. Corvino Plumoso arañaba el suelo al lado de Estrella de Bigotes y Perlada, también con las garras desenvainadas, mientras Cárabo y Oreja Partida daban vueltas detrás de ellos.
Con el corazón desbocado, Carrasquera sobrepasó a las gatitas y corrió tras Ventolino. Las zarzas se sacudían tras la estela del aprendiz y golpearon a la joven en el hocico. Carrasquera salió de entre la maleza justo a tiempo de ver cómo Ventolino salvaba el barranco de un salto.
—¡Deteneos! ¡Hemos encontrado a nuestras cachorritas! —aulló.
—¡No hay razón para pelear! —añadió Carrasquera, mirando angustiada por encima del hombro, deseando que los demás aparecieran tras ella.
—¿Dónde están? —quiso saber Estrella de Bigotes.
—Ya vienen —aseguró Carrasquera.
Los guerreros se quedaron mirando atónitos cómo la vegetación se estremecía, hasta que vieron aparecer a Zarpa Brecina, que empujaba con el hocico a Cañeta y Fosquilla. Las pequeñas se detuvieron tambaleándose y guiñando los ojos bajo la luz de la luna. Leonino salió de entre las zarzas, seguido de Glayino, que depositó delicadamente a Cardina junto a sus hermanas.
—Por el Clan Estelar, ¿dónde las habéis encontrado? —preguntó Estrella de Bigotes, con los ojos desorbitados.
A Leonino se le erizó el pelo del lomo. Miró a Zarpa Brecina de reojo y dio un paso al frente.
—Habían descubierto la manera de entrar... —empezó, pero Carrasquera lo interrumpió.
—Estaban en la orilla del lago —maulló—. Se habían construido un campamento para resguardarse de la lluvia.
¿De que serviría ahora desvelar el secreto de su hermano? Los túneles que se extendían entre ambos clanes estaban bloqueados y ya nadie podría cruzarlos. Cualquier ventaja táctica había desaparecido, así que hablar de eso sólo metería en problemas a Leonino. Carrasquera miró a los demás, suplicando en silencio que le siguieran la corriente.
Zarpa Brecina asintió.
—Estaban justo al otro lado de la frontera del Clan del Trueno, abajo, en la playa. —Clavó los ojos en Ventolino—. Leonino, Carrasquera y Glayino nos han visto buscándolas y nos han llamado al captar su rastro.
—¡¿Qué rastro?! —exclamó Estrella de Bigotes—. Nosotros no hemos encontrado ni el más mínimo olor.
Ventolino parpadeó.
—La lluvia lo habrá eliminado —maulló.
Cautelosamente, Cañeta, Cardina y Fosquilla se acercaron a la frontera, arrastrando la cola con las orejas gachas, y se pararon al final del barranco.
—¿Por qué habéis abandonado el campamento sin permiso? —les gruñó Estrella de Bigotes desde el otro lado.
Cañeta levantó la cabeza.
—Estábamos explorando.
—¿Explorando? —repitió el líder del Clan del Viento—. Mientras os buscábamos, hemos estado a punto de combatir contra el Clan del Río y el Clan del Trueno.
—Lo sentimos —maulló Fosquilla, cabizbaja.
—No lo hemos pensado —añadió Cardina.
—Nos parecía divertido construir nuestro propio campamento en la orilla del lago —maulló Cañeta, lanzando una mirada pícara a Carrasquera. No tenía ni idea de lo importante que era que la existencia de los túneles permaneciese en secreto.
Leonino se acercó a la línea fronteriza.
—¿Dices que habéis estado a punto de combatir contra el Clan del Río? —le preguntó a Estrella de Bigotes.
A Carrasquera la recorrió un escalofrío de esperanza.
—Entonces, ¿todavía no ha habido ninguna batalla?
—Le hemos dado al Clan del Río hasta el alba para que nos devuelva a nuestras pequeñas. —El líder soltó un suspiro exasperado—. Pero parece que ahora tendremos que disculparnos por acusarlos falsamente.
—¿Disculparnos? —Oreja Partida sacudió la cola—. ¡No te olvides de que ellos traspasaron nuestra frontera!
—Los estaba persiguiendo un perro —le recordó Estrella de Bigotes.
—Eso es lo que dijeron la última vez —gruñó Corvino Plumoso.
—Yo mismo capté el olor del perro —espetó el líder—. Tenemos que confiar en lo que nos dicen nuestros ojos y nuestros oídos.
Corvino Plumoso se sulfuró.
—Pero aún podrían invadirnos...
Estrella de Bigotes entornó los ojos al mirarlo.
—O quizá regresen a su viejo campamento, como han prometido. Lo averiguaremos en la próxima Asamblea. Hasta entonces, patrullaremos nuestras fronteras como siempre. Y, si vemos a ese perro, le enseñaremos a no alejarse demasiado del cercado.
Carrasquera sintió que se le aflojaban las patas de alivio. La amenaza de la batalla había pasado. Las cachorritas del Clan del Viento estaban a salvo. Se dio cuenta de que Estrella de Fuego estaba mirándola.
—Parece que tenías razón, Carrasquera —maulló el líder del Clan del Trueno.
Ella bajó la cabeza.
—No se trataba de tener razón.
Zarzoso le pasó la cola por el lomo.
—Se te ve agotada. Deberíamos llevaros a todos a casa.
—Sí —coincidió Estrella de Bigotes. Cruzó la frontera de un salto y pasó a las gatitas, una tras otra, al otro lado—. Lamento mucho que nuestras pequeñas hayan causado tantos problemas.
—Nosotros también tenemos cachorros —contestó Estrella de Fuego, con un tono cálido—. Ya sabemos cómo es eso.
Oreja Partida soltó un resoplido, agarró a Cardina por el pescuezo, dio media vuelta bruscamente y se alejó entre los árboles. Cárabo levantó a Fosquilla, mientras Corvino Plumoso se ocupaba de Cañeta.
—¡Gracias por traernos de vuelta! —chilló Cañeta mientras se la llevaban.
Zarzoso lanzó una mirada a Glayino, que se había quedado junto a las zarzas.
—¿Estás bien?
—Estoy bien —lo tranquilizó el joven, y comenzó a lavarse la cola.
Carrasquera parpadeó. ¿Acaso no le importaba que hubieran impedido una batalla? Era como si su misión hubiese terminado en el momento en que habían dejado atrás el lago.
—Será mejor que yo también me vaya. —Ventolino hizo una leve inclinación con la cabeza, mirando a Leonino y Carrasquera—. ¿Vienes? —le preguntó a Zarpa Brecina, que seguía en el lado de la frontera del Clan del Trueno.
—Enseguida —respondió ella.
Ventolino soltó un bufido y corrió tras sus compañeros de clan.
Zarpa Brecina se acercó a Leonino y entrelazó brevemente la cola con la de él.
—Gracias por ayudarnos.
Estrella de Fuego entornó los ojos y Carrasquera se puso tensa. Miró a su hermano, esperando su respuesta con un hormigueo en las zarpas. Se había evitado una batalla, pero ¿había otra todavía en el horizonte?
—Habríamos hecho lo mismo por cualquiera —maulló Leonino con indiferencia.
Los ojos de Zarpa Brecina destellaron de dolor.
—Vas a ser un gran guerrero, Leonino.
El joven aprendiz se quedó mirando cómo la gata del Clan del Viento saltaba el barranco y desaparecía en las sombras. Luego se volvió hacia Estrella de Fuego con rostro inexpresivo.
—¿Nos vamos a casa?
Estrella de Fuego asintió y guió a sus compañeros de clan hacia el campamento.
Carrasquera clavó las garras en la blanda tierra mojada. Leonino había aprendido la lección. El código guerrero era más importante que cualquier amistad. Era lo que guiaba sus pasos en todo, e impedía más batallas de las que iniciaba. Glayino podía permitirse poner a prueba los límites del código —él tenía su propia y misteriosa relación con el Clan Estelar—, pero ella y Leonino eran guerreros. Sin el código, no eran nada.
«Ya no soy aprendiza de curandera. No puedo ser amiga de Blimosa, no como antes. Obedecer el código guerrero es lo único que importa; así, los clanes estarán a salvo.»
Con los músculos doloridos y las patas cansadas, siguió a sus compañeros de clan por el bosque. Aquella noche podría dormir profundamente.