Luego de informarse sobre los movimientos feministas islámicos y de acomodar sus pertenencias en el dormitorio, Emily se ocupó durante varios minutos de sus redes sociales: respondió comentarios que sus lectores le habían dejado, revisó los mensajes privados y después hizo un recorrido por las publicaciones de las cuentas que ella seguía. Antes de responder un correo que consideró importante y al que quería dedicarle especial atención, decidió hacer una nueva publicación en sus redes.
Seleccionó para subir una de las fotografías que había tomado en la playa en Tánger donde solo se veían sus pies descalzos en la arena y el mar acariciando la orilla. La toma del paisaje era magnífica, transmitía infinita paz, aunque también una sobrecogedora sensación de soledad. El texto que la acompañó fue breve y enigmático:
La frontera del tiempo se vuelve más delgada, intangible, y mi mente crea una fusión peligrosa entre el pasado y el presente.
Sus lectores podrían suponer que se refería a la escritura de su nueva novela, donde durante el proceso de documentación y producción, el pasado de su abuela se entremezclaba con su presente al recorrer esos magníficos paisajes que Malak también había recorrido, al pisar las mismas calles, al respirar los mismos aromas. Y podía ser, claro que sí; pero lo cierto era que en ese momento tan especial de su vida, eran su propio pasado y su presente los que de manera constante se convertían en una misma cosa.
Después de realizar la publicación, Emily abrió y leyó el correo que le había dejado una de sus lectoras, que ya le había escrito hacía unos días. Ese primer mensaje había sido muy importante para Milly, pues la joven le hacía saber que con sus palabras la había inspirado y motivado a viajar para hablar con su madre y así conectarse con sus raíces maternas. La quinceañera le había contado que no conocía a su madre pues ella la había abandonado a poco de nacer. En este nuevo correo que le había enviado la noche anterior, le contaba acerca de ese viaje.
En cuanto comenzó a leer, Milly tuvo un inquietante presentimiento: la historia de su lectora coincidía con la de la hija de Kyle, al menos con lo que él le había contado. Incluso el nombre de las dos era el mismo: Bethany.
Las coincidencias eran demasiadas como para suponer que se trataba solo de una casualidad. Resolvió que su lectora y la hija de Kyle tenían que ser la misma persona. Ante el descubrimiento, Emily sintió una fuerte presión en la boca del estómago y tuvo ganas de reír –por no llorar– a causa de las ironías del destino. ¡Justo ella había inspirado a la niña a ir en busca de su madre, la mujer con la que Kyle la había traicionado!
Emily cerró la aplicación del correo. No había podido –o querido– continuar leyendo el e-mail. Hasta donde había llegado, la chica le contaba que con su padre había viajado a Brighton para visitar la casa de sus abuelos, donde esperaban recabar noticias de su madre. También le había narrado los contratiempos por los que habían atravesado pues los ancianos no habían querido recibirlos ese viernes, aunque les aseguraron que sí lo harían al día siguiente. Emily supuso que lo que seguía en el cuerpo del e-mail era el resultado de esa entrevista; pero hasta ahí había soportado leer cuando todas las conjeturas le mostraron un resultado: era probable que Kyle volviera a ver a Pauline.
Emily sabía, según dichos de Kyle, que la relación entre él y Pauline no había prosperado; sin embargo, eso no impidió que unos celos repentinos la carcomieran y que una artillería de dudas le nublara la razón con dos voces que se peleaban dentro de su cabeza:
No tengo que preocuparme, ellos una vez intentaron vivir bajo el mismo techo pero eso no funcionó.
No olvides que ya se sintieron atraídos uno por el otro, ¿qué les impediría ahora volver a sentirse así?
Solo fue una noche y estaban alcoholizados, ¡no puede tenerse en cuenta algo así!
Tal vez solo fue una excusa...
No se aman; nunca se amaron.
Eso no les impidió tener relaciones. No olvides que tienen una hija en común. ¿Y si ahora, al volver a verse se dan cuenta de que vale la pena intentar estar juntos y formar una familia?
Kyle me quiere.
¿Te lo dijo?
No, pero quiere que retomemos lo nuestro. ¡Es nuestro amor el que para él vale la pena, no su aventura de una noche con esa mujer!
Con esa mujer tiene una hija, contigo solo tiene recuerdos infantiles y un romance adolescente, ¿qué crees que vale más?
–¡Aggg! –protestó Milly impulsándose con fuerza para ponerse de pie y para que con esa misma fuerza los negros pensamientos abandonaran su cabeza. Caminó hacia el ventanal abierto de par en par y apoyó las manos en la barandilla a media altura.
No recordaba haber experimentado celos en su vida y la sensación no le gustaba en absoluto. No le gustaba esa versión de sí misma, cuasi paranoica cuando ni siquiera mantenía un romance con Kyle, aunque reconocía que con él su sentido de pertenencia era demasiado fuerte. También se daba cuenta de que producto de su traición, le costaba volver a confiar en él.
Kyle había vuelto a su vida y con él había cargado un vendaval de emociones. Y así, desde su reencuentro, la capacidad de sentir ya no se había limitado solo a los personajes de sus novelas; ahora sentía por ella misma y por la vida real, su vida real. Emily todavía no decidía si debía darle las gracias o reprocharle por esto.
Repasó mentalmente los dos e-mails que le había enviado Bethany y dedujo que el viaje a Brighton, padre e hija lo habían hecho el viernes, el mismo día que ella viajó a Marruecos. Kyle y ella habían intercambiado mensajes el viernes y hablado por teléfono el sábado, cuando seguro ya habían tenido la entrevista en casa de los abuelos de la joven. Sin embargo, él no lo había mencionado. Se preguntó cuál podría haber sido la razón de su silencio pero no quiso imaginar la respuesta.
Cansada de hacer conjeturas que no podría comprobar, supo que, de avanzar en una relación con Kyle o con cualquier otro hombre, tendría que aprender a confiar. Esa era la base de cualquier relación sana. Su duda, sin embargo, era si podría hacerlo… si querría hacerlo.
Hasta su reencuentro con Kyle, Emily había creído que su vida era perfecta: era una mujer independiente, que no tenía que rendir cuentas a nadie para administrar sus horarios, que no dependía de nadie ni le interesaba compartir sus logros o fracasos con otra persona, que tenía una carrera exitosa y libertad… Ahora se daba cuenta de que lo que ella llamaba libertad era soledad, porque en una relación sana también se es libre si cada miembro de la pareja tiene sus espacios y son respetados por la otra persona.
Con Kyle había recuperado sus deseos de compartir, había vuelto a sentir cosquilleo en el estómago, ansiedad ante la expectativa de una nueva llamada, de un mensaje… Pero con él también habían vuelto sus miedos, y Milly podía asegurar que la acrofobia era insignificante ante el terror que le causaban las heridas que puede provocar el amor.
Tras meditarlo bastante, Emily supo que solo el tiempo le demostraría si estaba dispuesta a enfrentar esos temores. Por lo pronto, se contentaba con dejar que las cosas fluyeran. Al respecto decidió que ese día no llamaría a Kyle, prefería esperar que él lo hiciera pues pensaba tomar su accionar como un indicador: si a partir de un reencuentro, Kyle y la madre de su hija acordaban estar juntos, seguro que él tendría la decencia de esfumarse de su vida. En cambio, si Kyle volvía a llamarla, podría significar que él seguía siendo libre. Le pareció que su postura era bastante madura y un indicio de intentar volver a confiar en él y en su palabra.
Tras un largo suspiro, y en busca de volver a estar en armonía consigo misma, vació su mente de pensamientos para dedicarse a la exclusiva contemplación de la llamada a la oración, que resultaba impactante. El canto, realizado por el almuédano desde los minaretes de la mezquita, convocaba a los fieles a la oración y se hacía oír en toda la medina a través de altavoces. El Adhan se repite cinco veces al día: Fayr, al amanecer antes de la salida del sol; Dhuhr, al cenit; Asr, a media tarde antes de la puesta del sol; Maghrib, al anochecer; Isha, por la noche.
Distraída como estaba, Emily apenas escuchó el alboroto en la calle. Al reparar en ello, advirtió que se trataba de dos hombres que le gritaban a ella. Frunció el ceño, confusa, dado que no alcanzaba a entender las palabras pronunciadas en dariya, el árabe marroquí. De todas formas, comprendió que el contenido debía de ser grosero; ellos reían y hasta le hicieron un gesto obsceno. Emily vio que su primo Abdul se acercaba por la calle a grandes zancadas, creyó que para defenderla; sin embargo, su primo no tuvo reparos en dirigirle una mirada censuradora en tanto le ordenaba:
–¡Sal de la ventana, Emily! ¡Y cúbrete, mujer descarada!
Pasmada, se apartó con rapidez del ventanal y corrió a mirarse al espejo, donde comprobó que su ropa no tenía nada fuera de lo común: vestía un pantalón de jean y una blusa de mangas tres cuartos, y aunque esta no le sobrepasaba la cadera, tampoco era provocativa. Nada en su aspecto, ni siquiera que no llevara puesto el hiyab, debería haber sido motivo para que esos hombres le gritaran obscenidades o su primo la reprendiera.
Se sintió asqueada. Esos hombres se creían con el derecho suficiente como para mandar sobre ella por el simple hecho de ser hombres y ella mujer. Eso era coartar la libertad, y Emily no podía soportarlo. En respuesta, publicó en sus redes sociales una fotografía en la que se la veía con claridad en la plaza Hassan II, no cabían dudas de que la toma se había hecho en Marruecos; se la veía con sus cabellos al viento y la publicación iba acompañada por el hashtag #SéUnaMujerLibre.
Con ello, Emily mostraba su apoyo a la campaña creada semanas atrás por la feminista Betty Lachgar en respuesta de la campaña machista y retrógrada que instaba a los marroquíes: “Sé hombre y cubre a tus mujeres”.
–¡Emily, abre la puerta por favor! –escuchó que la llamaba su tía. Su voz se notaba nerviosa.
–¿Qué pasa, tía? –le preguntó en cuanto abrió la puerta para que Fadila ingresara al dormitorio.
–¿Se puede saber qué estabas haciendo? –la increpó la mujer, que se dirigió directo hacia el ventanal para cerrarlo.
–Nada malo, tía, ¿por qué lo preguntas? ¿Y por qué cierras las hojas de la ventana cuando hace tanto calor?
–Algo habrás hecho para que mi Abdul se ponga tan nervioso. Dice que estabas en la ventana, exhibiéndote como una mujer descarada.
–¿Qué? –inquirió incrédula y al borde de la indignación–. ¿Cómo se atreve mi primo a acusarme de esa manera injusta? ¡Yo no estaba haciendo nada más que tomar un poco de aire! ¿Acaso ni siquiera eso se puede hacer?
–¿Cómo estabas vestida?
–Así, como me ves, tía –masculló con enojo pues consideraba que esa pregunta estaba de más.
–¡Mmm, con razón! Esa blusa es demasiado corta, no te cubre el trasero, ¡y te mostraste sin hiyab!
Emily pretendió contar hasta diez. Hubiese necesitado contar hasta mil para refrenar su enojo y ni así lo hubiese conseguido.
–Tía, es evidente que no coincidimos en nuestros puntos de vista y que chocan nuestras costumbres y cultura. Será mejor que regrese al hotel en que me estaba hospedando –resolvió Emily con pesar.
Ante las palabras de su sobrina, Fadila pareció ablandarse y adoptó una postura más comprensiva. Caminó hacia una de las sillas que había en un rincón del dormitorio junto a una mesa redonda, y tomó asiento.
–Ven, querida, siéntate aquí –le pidió señalando la silla frente a sí. Milly accedió sin protestar–. No te vayas, Emily. Hablaré con Abdul y le explicaré que solo pecaste por desconocimiento.
Milly apretó las muelas en tanto en su interior gritaba: ¿¡Pecar!? ¿¡Pecar!? ¿En serio? Respiró hondo y volvió a contar hasta diez.
–No lo sé, tía, las cosas no están saliendo según mis planes. Por momentos pienso que fue un error hacer este viaje.
–No, hija mía. Lo que te pasa es que te cuesta acostumbrarte o entender una cultura diferente. Deja que te mostremos otra parte de Marruecos, pero procura mirarla con nuestros ojos, no con los tuyos que están acostumbrados a otra cosa.
–Me pides que no juzgue, pero me resulta difícil cuando las injusticias se revelan ante mí.
–¿Nos crees oprimidas?
–Sí, esa es la verdad –respondió sin dudar.
–Pero no es así, Emily. Todo lo que está escrito en el Libro Sagrado es para nuestro bien, y allí dice que si vamos cubiertas seremos respetadas. Además, también es parte de la atracción.
–¿Cómo es eso?
–Te daré un ejemplo que los musulmanes solemos utilizar bastante: ¿Has visto cuando vas a comprar un bocadillo? Imagina que te encuentras con dos opciones: la primera está envuelta y la segunda sin envoltorio, por lo que es probable que esté toda manoseada, ¿cuál prefieres?
Emily sintió que se le desencajaba la mandíbula.
–¿Lo dices en serio, tía, ese es tu ejemplo? ¡Por favor, me resulta indignante! ¡Las mujeres no somos comida, no somos un bocadillo!
–Para ilustrar, la comparación sirve lo mismo. Una mujer cubierta será la representación de la modestia y de la decencia, mientras que una que no lo esté… en fin, ya sabes.
–Lo único que sé, es que no dejan de sorprenderme y no para bien, por cierto.
–De acuerdo, deja que te explique algo más: cuando una mujer está cubierta, no se la juzga por el cuerpo, sino por su corazón e intelecto. ¿Acaso en tu cultura occidental no se niegan a diario puestos de trabajo a mujeres cualificadas pero que no encajan en los estándares ideales de belleza?
–Sí, pero…
–Pero nada, Emily, eso es discriminación y opresión también, sin embargo no te veo haciendo un escándalo. La mujer es tomada como objeto sexual en todos los rincones del planeta, ¿crees que alguien podrá cambiar eso alguna vez? Lo dudo, cariño. Mientras tanto, las musulmanas podemos protegernos tras nuestras ropas, ¿tú cómo te proteges? –Fadila palmeó la pierna de su sobrina, luego se puso de pie–. Te espero en la sala en media hora para compartir el almuerzo. Por favor, ven con ropas adecuadas para la ocasión.
Milly accedió a un nuevo intento de conectar con su familia y, para demostrar su buena predisposición, se cambió la blusa por una de mangas largas y que la cubría hasta debajo de la cadera. En la cabeza se puso el hiyab tal como su prima política le había enseñado, primero el bonnet y después el pañuelo. Poco después de dejar el dormitorio, fue interceptada por Ghada.
–No los desafíes, Emily –le advirtió en susurros–. Debes pelear tus batallas con inteligencia, de lo contrario, te vencerán antes de que siquiera hayas podido comenzar tu lucha. ¿Entiendes?
–Sí, por supuesto.
–Bien, entonces vamos, que la familia te espera para darte la bienvenida.
Dicho esto, juntas ingresaron a la sala. Emily se sorprendió al notar que allí, en efecto, se encontraba toda la familia. Fue presentada a su tío Nasser y a sus primos Tarik, Yurem, Khalid y Jamid. Terminadas las presentaciones, Ghada y ella ocuparon los lugares que les habían asignado: las mujeres alrededor de un extremo de la mesa y los hombres, en el opuesto.
Fátima, esposa de Tarik, y Jemila, la segunda esposa de Abdul, fueron las encargadas de servir la comida en fuentes comunes que distribuyeron a lo largo de la mesa. Los manjares ofrecidos consistían en una entrada de ensalada marroquí de tomates y pimientos, y cuscús t’faya con pollo como plato principal; todo acompañado con agua y té de menta.
Partiendo desde la cabecera de la mesa, y de derecha a izquierda, fueron pasando un coqueto lavamanos de acero inoxidable compuesto por tres piezas. Cuando llegó el turno de Emily, con la tetera echó un poco de agua tibia sobre sus manos, esta cayó a un bol agujereado que la filtró al segundo recipiente contenedor. El utensilio terminó en Nasser, por ser el anfitrión, quien después de higienizar sus manos bendijo la mesa.
–Bismillah –pronunció, invocando el nombre de Dios para dar las gracias por los alimentos que iban a disfrutar. Después, Nasser volvió a dar la bienvenida a su sobrina y le concedió el honor, por ser la invitada, de tomar el primer bocado.
Emily, un poco nerviosa porque sabía que todos la estaban observando, procuró recordar las enseñanzas de su abuela Malak para obrar con corrección. Ella le había dicho: El profeta Muhammad, que la misericordia y las bendiciones de Dios sean con él, dijo que debe decirse “Bismillah”, comer con la mano derecha –pues la izquierda es impura y se destina a la limpieza de suciedad e impurezas del cuerpo– y comer de lo que se tiene directamente frente a sí, es decir, no tomar alimentos del otro extremo del plato. Entonces, Emily tomó con su mano derecha un pequeño bocadillo de verdura –la moderación en el comer también había sido una de las enseñanzas– y se lo llevó a la boca.
Fadila miró a su sobrina con aprobación. Tras obtener la indicación de Nasser, el resto de comensales también empezó a comer.
El almuerzo se desarrolló con tranquilidad. Tal como si hubiese tenido lugar un tácito acuerdo, ninguno de los presentes mencionó el incidente de la ventana. En ese ambiente cordial y distendido, Milly pudo observar que las mujeres se sentían a gusto, incluso Ghada; le dio la impresión de que no parecían oprimidas u obligadas. Los esposos y los jóvenes solteros las trataban con respeto y prestaban atención a lo que ellas les decían. Y todos, sin excepción, mostraban gran respeto por Fadila y Nasser, los miembros de mayor edad en la familia.
Emily también se enteró de que sus primos Khalid y Jamid, hijos de Abdul y Jemila, estudiaban en la facultad de derecho de la Universidad pública Abdelmalek Essaadi, clasificada como la mejor universidad marroquí y del norte de África. Por otro lado, Yurem, el hijo mayor de Fátima y Tarik, se desempeñaba como contable en la industria conservera de pescado de la que su abuelo Nasser era el mayor accionista. Abdul y Tarik también habían trabajado allí durante bastante tiempo como administrativos.
Respecto a sus primas, supo que Layla tenía pensado estudiar enfermería, la misma profesión de Ghada, aunque sus padres y abuelos ansiaban casarla al año siguiente. Milly esperaba que a la joven le tocara un esposo flexible que le permitiera continuar con sus estudios. En tanto, las cinco hijas de Abdul y Jemila: Zahira, Yasmina, Hayat, Naima e Ikram, habían estado de acuerdo con casarse jóvenes y dedicarse a la crianza de sus hijos; ninguna de ellas había sentido la inquietud de seguir estudios superiores.
La charla era amena y la comida, deliciosa. Y aunque Emily se limitaba a comer los vegetales, sin tocar la carne de pollo, de la que daban cuenta los demás miembros de la familia, los manjares resultaban una verdadera fiesta para sus sentidos. La vista se regodeaba en una explosión de rojos y verdes intensos y brillantes salpicados por toques de blanco y amarillo dados por los huevos duros picados. El olfato anticipaba sabores: ácidos, picantes, frescos, dulzones… y el gusto completaba la experiencia. Emily mordió un crujiente trozo de pimiento con limón confitado de la ensalada marroquí, y la fusión de sabores explotó en su boca: primero reconoció en la punta de la lengua la dulzura del glaseado, después, lo salado y algo picante de las verduras condimentadas con cilantro fresco, comino, aceite de oliva… Un toque ácido le hizo rasgar los ojos y cerrarlos por completo ante el verdadero deleite que constituía degustar esa combinación increíble de sabores y texturas sabiamente aderezadas con especias, porque una ensalada marroquí era mucho más que una simple ensalada, se convertía en una experiencia única.
Los sabores exquisitos y los aromas que traían reminiscencias de su infancia y adolescencia, porque eran los mismos olores que solían inundar la cocina de Malak, fueron apaciguando las penas de su espíritu. Ayudó también que en la mesa hubiera risas y palabras alegres, tanto que Abdul ya no le pareció tan antipático. Lo había observado en detalle y lo había visto todo el tiempo pendiente de sus esposas e hijos y hasta había cruzado un par de palabras con ella misma sin que en sus ojos primara el reproche o la censura. Tarik le cayó bien desde un principio; el hijo menor de sus tíos Fadila y Nasser era simpático y todo un caballero. A decir verdad, no podía hablar mal de ninguno de ellos.
Tras interceptar varias veces la mirada de Yurem, Emily se percató de que él la observaba con cierta apreciación. El hijo mayor de su primo Tarik, sin dudas, era el hombre más guapo de la familia, aunque su mirada guardaba tanta tristeza que hacía doler el corazón. La tonalidad azul de sus vidriosos ojos le recordó las profundas aguas del océano Atlántico poco antes de que este bañe las costas africanas del oeste.
Emily centró su atención en Fadila, que hacía planes para llevarla a pasear al día siguiente y así procuró no mirar hacia él; sin embargo, cada vez que volteaba hacia su sitio, Yurem se las ingeniaba para que sus ojos se cruzaran.
–Quisiera llevar a mi sobrina a las fuentes de Buselmal –manifestó Fadila–. Es una ocasión perfecta para que Emily conozca las montañas, donde el paisaje es grandioso y es excelente el mirador de la ciudad.
–Las rutas de acceso no están en buenas condiciones, abuela –acotó Yurem–, y no me fio de los taxistas que conducen como locos.
–No había pensado en ello –reconoció Fadila. Frunció el ceño en gesto especulativo–. ¿Y si tú nos llevaras, Yurem? Si hay alguien prudente para conducirse en todos los aspectos de la vida, ese eres tú.
–Lo haría con gusto, abuela, pero mañana debo trabajar.
–Podemos esperar que regreses –sugirió.
–En ese caso sí, abuela, si no les parece mal hacer la excursión después del almuerzo, entonces podría comprometerme a llevarlas.
–¡Claro que sí, el horario será perfecto! –exclamó Fadila. Y así quedó pautado el paseo para el día siguiente.
Ghada fue hasta la cocina en busca del postre: una deliciosa selección de frutas frescas perfumadas con azahar que estaban dispuestas sobre una bandeja color plata de manera decorativa formando una especie de mandala. Cubos de sandía y de melón; rodajas de plátano y de naranja, estas últimas espolvoreadas con canela; cerezas de un rojo intenso, dátiles e higos abiertos por la mitad y algunas almendras fileteadas salpicadas por encima. Los comensales degustaron los dulces mientras hacían planes para el día siguiente, que al ser laborable, mantendría ocupados a gran parte de los miembros de la familia.
Al terminar la comida, volvió a pasarse de uno en otro el lavamanos con agua limpia.
–Alhamdulillah –recitó Nasser, que significaba “alabado sea Dios”, en agradecimiento por los alimentos ingeridos.
Como los marroquíes no tenían por costumbre hacer sobremesa, el anciano invitó a los hombres a ponerse de pie y seguirlo fuera de la sala. Las mujeres, en tanto, iniciaron sus quehaceres. Emily, por su parte, se excusó alegando cansancio y se dirigió hacia su habitación.
Al llegar a la planta alta, donde estaba ubicado el dormitorio, Yurem la sorprendió al salir de detrás de una columna e interceptar sus pasos. Emily se sobresaltó.
–Lo siento, no era mi intención asustarte –aseveró él.
–¿Qué… qué haces aquí, Yurem?
Él esbozó una sonrisa.
–Vivo aquí.
–¡Claro! Sin embargo no era eso a lo que me refería, sino a qué haces aquí y por qué razón estabas detrás de la columna agazapado como un tigre. Creí que los hombres no accedían a esta parte de la casa.
–Normalmente no, pero necesito hablar contigo –confesó el hombre.
–Oh, bueno… No estoy segura de si sea o no correcto que nos vean juntos –suspiró de manera cansina–. Ya por hoy he hecho enfadar bastante a mi primo Abdul y a mi tía Fadila por desconocimiento y no quisiera volver a despertar su ira.
–Solo hablaremos.
–Cuando los hice enojar, solo tomaba aire en la ventana; no me imagino cómo irán a reaccionar si me ven hablando con un hombre aunque sea de la familia. ¿Te das cuenta de por qué lo digo? –explicó y caminó hacia su dormitorio.
–De acuerdo, Emily, tienes razón, se enfadarían si nos vieran en este momento. Pero por favor, quédate un poco más que quiero hablar contigo –le pidió.
Ante la súplica, ella se detuvo.
–Está bien, Yurem, te escucho –accedió. Estaba de espaldas a la puerta de su dormitorio, que mantuvo cerrada para permanecer en el claustro que daba al jardín interno de la casa.
–He visto lo que publicaste en las redes sociales.
Emily parpadeó incrédula dado que lo que menos esperaba era que Yurem le dijera algo así. Frunció el ceño cuando inquirió:
–¿Perdón?
–La foto en la plaza Hassan II con el hashtag Sé una mujer libre. Eso puede traerte problemas –le advirtió.
–¿Cómo sabes de la foto?
–Tengo redes sociales, Emily, y te sigo –declaró con tono que remarcaba la obviedad de los hechos–. ¿Acaso creías que aquí no tenemos acceso a esas tecnologías? ¡No somos tan primitivos, mujer!
–¿Me sigues? ¿Desde cuándo?
–Desde hace un par de meses –se alzó de hombros y concluyó–: Tienes miles de personas que te siguen, ¿qué importancia tiene que yo también lo haga?
–No… no sé… ¡Me parece tan rara esta situación, si ni siquiera nos conocíamos!
–Tu popularidad te precede. Desde que mi abuela Fadila supo que vendrías a Marruecos, tu nombre fue tema común de conversación en esta casa. Sentí curiosidad y te busqué en las redes. ¿Hay algo malo en eso?
–No, por supuesto que no. Lamento haber reaccionado de esta manera tan… –no encontraba la palabra adecuada– paranoica –dijo por fin.
–No es para tanto –descartó él el asunto y avanzó hacia ella–. Pero bueno, volviendo a lo nuestro…
Emily parpadeó.
–¿Lo nuestro?
–La conversación que manteníamos –aclaró él con una sonrisa divertida que no alcanzaba a borrar el dejo de tristeza en sus ojos. Avanzó otro poco hacia ella. Producto de la cercanía, Milly tuvo que levantar la cabeza. Yurem debía de medir alrededor de un metro noventa de estatura–. Te decía que esa publicación es demasiado provocativa. Deberías eliminarla.
–No veo por qué –protestó ella con un respingo airado. Yurem avanzó otro paso. Ya no había donde ir. Emily no podía retroceder pues sus talones ya tocaban la madera de la puerta.
–Porque puede ser interpretado de muchas maneras.
–¡Pues que cada quien lo interprete como le venga en ganas! Yo sé bien qué es lo que quise decir, y con eso es suficente –increpó desafiante.
Yurem apoyó una mano en la puerta y se inclinó sobre Emily, tan cerca que ella pudo oler su aliento mentolado y apreciar las finas líneas de expresión que las tres décadas vividas y la tristeza habían marcado en el extremo de sus ojos. Tan cerca como para intimidarla y provocar que sus entrañas se retorcieran de miedo.
–Se puede interpretar como que eres una mujer libre para ser cortejada. O que eres una mujer libre de moral dudosa.
Emily alzó la mano derecha para darle una bofetada. Él, sin inmutarse, le atrapó la muñeca, que parecía desaparecer encerrada en su palma.
–Soy una mujer libre para decidir lo que se me antoje –masculló con la respiración agitada–, y para hacerme respetar. ¡Y exijo que me respetes, Yurem!
–¿Te das cuenta de lo que puede provocar tu publicación?
–Mi publicación no tiene nada que ver con tu reacción de cavernícola –espetó ella enojada y, para qué se iba a mentir, muerta de miedo también. No por ello se mantuvo en silencio, entonces manifestó con tono exigente–: Soy una mujer libre para elegir. Y elijo y exijo que me sueltes.
Yurem le soltó el brazo aunque permaneció acorralándola contra la puerta pero sin tocarla. Le miró la boca y después los ojos.
–Jamás te haría algo que tú no quieras, pero debes entender esto, Emily: Tú eres valiente y fuerte para hacer frente a hombres sin escrúpulos; sin embargo, no todas las mujeres tienen esa fuerza interior. Si tú las alientas o las apoyas para que se animen a desafiar y a provocar, es probable que alguna de ellas no salga bien parada. Lo mío no fue más que un teatro para advertirte de lo peligroso de tu accionar; pero ni todas son como tú, ni todos como yo.
–Entonces… ¿no ibas a abusar de mí? –le preguntó todavía sin animarse a bajar la guardia.
–No, claro que no –le aseguró Yurem, aunque sin alejarse ni un ápice. Volvió a mirarle la boca y se humedeció el labio inferior–. No haría nada sin tu consentimiento… aunque me encantes y me vuelvas loco.
Emily abrió los ojos con amplitud.
–Somos primos, Yurem, ¿cómo puedes decirme algo así?
–Eres prima de mi padre, no mía –terció tras alzarse de hombros–. Y aunque lo fueras, no tendría importancia.
–¡Somos familia! El Corán lo prohíbe –señaló para disuadirlo de sus intenciones.
Yurem sonrió.
–Te equivocas. El Corán prohíbe el matrimonio entre ciertos miembros de la familia, pero no entre primos –le reveló. Bajó la cabeza y le susurró cerca del oído–. Puedo pedir tu mano, Emily, y no estaría quebrantando ningún mandato.
Ella negó con la cabeza.
–No lo harás –le respondió con determinación.
–Lo haré si me das tu consentimiento. Soy viudo y busco esposa, y ahora mismo, la única novia que quisiera eres tú.
–No, Yurem.
–No me rechaces todavía. A tu viaje le quedan todavía muchas lunas y siempre puedes terminar enamorándote de mí –susurró cerca de sus labios. Tras un suspiro, alzó la cabeza y la besó en la frente–. Eres una mujer libre también para elegirme –afirmó Yurem, después se alejó y desapareció tras las columnas del claustro con el mismo sigilo con el que había aparecido.
Emily ingresó a su dormitorio temblando y sin estar segura de si había soñado la situación que acababa de vivir. Cerró la puerta con llave para mantener la privacidad, después fue en busca de su móvil, que había dejado sobre la mesa de noche cargando la batería. Se dejó caer en la cama, y se acurrucó abrazando el teléfono.
–Te necesito, Kyle –susurró en un sollozo ahogado. Tuvo ganas de llamarlo, pero se reprimió dado que se había prometido esperar a que él lo hiciera primero.