Emily se despidió de los miembros de la familia con mucha emoción y también recibió demostraciones de cariño de parte de todos ellos. Se llevaba recuerdos y experiencias, algunas buenas y otras inquietantes. También llevaba consigo una gran cantidad de obsequios representativos: un brazalete de oro de parte de sus tíos, porque el oro es el banco de la mujer, le había dicho Fadila; el hiyab que le había obsequiado Ghada el primer día y dos más que habían sumado Fátima y Jemila; un caderín de monedas para que siguiera practicando los pasos de baile que le habían enseñado las mujeres de la casa; un caftán marroquí gris oscuro y dos takchitas, una color turquesa y la otra, su preferida, de color champagne la capa interior y en color borgoña la superior. Esos eran los tres vestidos típicos que había lucido durante la boda a la que había sido invitada, y que también le habían regalado sus tíos. El otro recuerdo que llevaba era un cofre con productos de maquillaje entre los que, por supuesto, había varios recipientes de kohl. Este último regalo se lo había hecho Yurem y aunque ella rehusó aceptarlo por temor a confundirlo, Fadila intervino para que lo hiciera.
–¡Qué pena que no te quedas un día más, querida! Hubiese sido una gran alegría que compartieras con nosotros Eid al-Adha, la Celebración del sacrificio –manifestó Fadila con pesar.
Los Hamza, con motivo de la celebración y tras haber realizado la ablución mayor, gusl, se habían ataviado con sus mejores ropas, limpias y perfumadas, para acudir a la mezquita a orar. Allí recitaron unos versículos del Corán que solo son mencionados en las dos fiestas anuales y en entierros. Al término de la oración, los fieles sacrificaron un cordero; en el caso de la familia Hamza, este acto lo realizó Nasser por ser el cabeza de familia. Habían dividido el cordero en tres partes: una se la quedó el dueño del animal, otra parte se destinó para repartir entre sus parientes y la tercera para donar a los necesitados.
Fadila le había explicado que Eid al-Adha es una de las festividades más importantes y especiales para los musulmanes, que recuerda que el Islam es sumisión. En esa fecha se conmemora la ocasión en la que Ibrahim –Abraham– estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo para demostrar su confianza absoluta y sometimiento a Dios. A último momento, su Señor había recompensado su fe al detener su brazo. Ibrahim, entonces, había sacrificado un cordero en lugar de su hijo.
Esta fiesta se celebra al término de la peregrinación anual a La Meca, uno de los cinco pilares del Islam junto a la Shahada –profesión de fe–, la limosna, la oración obligatoria cinco veces al día y el ayuno durante el mes de Ramadán. Los festejos familiares habían comenzado el lunes y quedaba un día más por celebrar. Se prepararon dulces y comidas variadas en cuya elaboración se emplearon todas las partes del cordero sacrificado, situación que para Emily fue por demás de desagradable.
–No puedo, tía, ya tengo un compromiso –se excusó Emily. Por el rabillo del ojo advirtió el gesto de disgusto que esbozó Yurem y prefirió dar por terminada la despedida cuanto antes–. Agradezco la hospitalidad que me brindaron durante todos estos días, tía Fadila. No lo olvidaré nunca.
–Espero que vuelvas a visitarnos alguna vez… quizás cuando ya el libro con la historia de mis padres esté terminado –sugirió ella.
–No sé cuándo, pero seguro que volveré –la tranquilizó su sobrina–. De todas maneras veré la manera de enviártelo.
–Llegó el taxi para Emily –anunció Jemila, que acababa de asomar la cabeza por la puerta de calle entreabierta.
A pesar de las protestas, Ghada tomó la maleta de Emily para ayudarla con el equipaje. En realidad, esperaba una oportunidad para decirle algo. Junto a la puerta, se acercó a su oído y le susurró:
–Sé que tu mensaje llegará a muchos.
En una conversación que habían mantenido días atrás, Ghada le había enumerado los movimientos sociales y feministas marroquíes –algunos de los cuales Emily había descubierto a través de internet aunque desconocía otros– y los proyectos que llevaban adelante en busca de conseguir mayores libertades e igualdad de género. A la escritora le hubiese gustado entrevistarse con alguna de sus líderes pero no había encontrado un pretexto para salir de la casa y no había querido exponer a su prima política. No obstante, planeaba contactarlos a través de las redes sociales para profundizar sus conocimientos en la materia y así aportar su granito de arena a la causa.
Milly asintió y se abrazaron antes de salir a la calle.
–Deje eso, tía Ghada –interrumpió Yurem–. Cargaré yo la maleta de Emily hasta el taxi –dejó en claro que no aceptaría una negativa al tomar el equipaje de manos de la mujer y dirigirse hacia el vehículo.
Ghada asintió y volvió a unirse al grupo.
Emily suspiró resignada, se llevó la mano al corazón en un último saludo que dirigió a la familia, entonces salió a la calle. Allí saludó al conductor del taxi con cortesía, él había descendido del auto para cerrar la cajuela y ya volvía a ocupar su lugar.
Cuando Emily fue a tomar la manija de una de las puertas traseras, Yurem aprovechó para, en lo que parecía una coincidencia, retenerle la mano durante unos instantes. Esa era la primera vez que él la tocaba, además se estaba arriesgando al cometer la osadía de hacerlo en público. Se inclinó hacia ella y le aseguró:
–Volveremos a vernos. Está escrito.
Yurem le soltó la mano, que Emily se apresuró a retirar, entonces él le abrió la puerta. Ninguno pronunció palabras. Desde dentro del vehículo, Emily lo vio llevarse una mano al corazón y quedarse allí hasta que el taxi arrancó.
Una hora y media jamás le había parecido una eternidad como era el caso de ese día. Para colmo, Emily nunca se había llevado bien con la ansiedad, por lo que el estómago se le había transformado en una piedra. Practicó varios ejercicios de respiración y procuró que la mente se le vaciara de pensamientos, técnica que de ninguna manera le dio resultado en esta ocasión.
Siguió inhalando y exhalando y se concentró en las montañas del Rif, en su belleza agreste, sus cumbres afiladas y caídas abruptas. En el mágico contraste de zonas rocosas con laderas suaves de color verde brillante, como si la vegetación hubiese desafiado al viento y a la roca imponiéndose con exuberancia en algunas zonas, con cierta timidez en otras; abriéndose a la vida a pesar de las condiciones adversas. Observó a sus habitantes, que de tanto en tanto vislumbraba a la vera del camino, castigados igual que las montañas, con la piel curtida por tantas batallas pero fortalecidos, viviendo mimetizados con ese contraste de bosques verdes y de tierra yerma, rojiza y desnuda.
Emily había elegido viajar en taxi colectivo en lugar de hacerlo en autobús para que el viaje fuera más corto. También había preferido pagar por los seis lugares completos del taxi para no tener que compartirlo con otros pasajeros; no había tenido ganas de conversar con nadie en ese día especial. En ese día en el que su espíritu estaba inquieto, en el que el estómago se le hacía un nudo y su alma elegía llenarse de ilusiones a pesar de los miedos que, como fantasmas, de tanto en tanto todavía podían visitarla, prefería abandonarse a la introspección, a imaginar el reencuentro, a soñar despierta.
Poco antes de ingresar a la ciudad, ya desde la ruta sinuosa, Emily pudo atisbar el magnífico cuadro que conformaban las casas pintadas de azul y blanco, y se quedó sin palabras. ¿Cómo describir algo que te deja sin aliento, que te asombra por lo inigualable, que te abstrae? Chefchaouen era una preciosa joya resguardada por las montañas del Rif y enclavada en sus laderas. Una joya de destellos blancos y azules que deslumbra, que exalta los sentidos, que invita a perderse entre sus empedradas callecitas laberínticas, en sus subidas y bajadas. Una ciudad única que invita a descubrirla desde sus mismas entrañas empinadas o desde una terraza para sobrevolar con la vista el cuadro completo; tal el caso de ella en ese instante.
Y allí, en ese paisaje de ensueño enclavado a los pies de los montes Jebel Tisouka y Jebel Megou, y bordeado por el río Oued Laou, Kyle la estaría esperando… Emily se quitó el hiyab, que guardó en la mochila pues ya estando lejos de su familia no lo usaría, se peinó el cabello con las manos y se retocó el brillo labial. Con el corazón no podía hacer nada para aplacarlo.
Tras recorrer varias curvas y contra curvas por la ruta de montaña y después atravesar la parte moderna de la ciudad, el taxi se detuvo a la par de su respiración. Miraba por la ventanilla, pero la ansiedad le impedía ver más que un mar de rostros. Inhaló en profundidad, pagó la tarifa correspondiente: 180 dírhams, es decir, 30 dírhams por cada plaza del taxi colectivo; recogió su equipaje y así caminó hacia la plaza Uta el-Hammam, corazón de la medina y donde se concentra gran parte de la vida social del pueblo.
Un considerable número de personas aprovechaba la sombra de frondosos cedros, moreras, alcornoques y encinas para disfrutar una comida en las cafeterías y restaurantes de alrededor de la plaza y ver la gente pasar, uno de los pasatiempos preferidos de los locales.
Emily se encontraba en uno de los extremo de la plaza. Desde allí divisó los altos muros rojizos de la Kasbah, una imponente fortaleza amurallada con torre de homenaje y un gran patio ajardinado. La edificación, construida en el siglo xv, había sido restaurada doscientos años después y era parte importante de la investigación que llevaba para su novela.
–Señorita –la llamó un hombre que la interceptó en el camino–. Debe visitar el Museo Etnográfico en el antiguo palacio de la Kasbah. Yo puedo ser su guía –le ofreció. En las ciudades marroquíes abundaban los guías o falsos guías turísticos.
–Ahora no, gracias –se excusó.
–¡Pero no puede perdérselo, señorita! Y la llevaré bajo la torre de homenaje; allí están las antiguas celdas de la prisión donde en el año 1926 estuvo encarcelado el gran Abd el Krim –insistió el hombre.
–Ahora no –repitió ella con mayor énfasis. Conocía esa parte de la historia dado que Abd el Krim había sido el líder bajo cuyas órdenes había luchado su bisabuelo Said Yassir en la guerra del Rif. De hecho, la elección de pasar unos días en Chefchaouen no había sido al azar. Emily consideraba que esa ciudad, que había estado fuertemente ligada a la guerra del Rif, sería el mejor entorno para escribir los capítulos de su novela en los que debía mencionar el conflicto bélico y la devastadora repercusión que había tenido en la familia de Malak. Planeaba visitar la Kasbah y recorrer Chefchaouen de punta a punta, donde se respiraba la esencia del Rif en cada rincón, en cada rostro; pero no en ese momento en el que estaba a pasos de reencontrarse con Kyle y en el que no podía concentrarse en nada más que no fuera ese instante. La ansiedad y la ilusión llenaban su alma en este momento–. Si me disculpa… –dijo, y avanzó con paso decidido para que el guía no pudiera volver a detenerla.
Emily siguió caminando por la plaza adoquinada. Gracias al particular minarete de forma octogonal que se alzaba tras una conífera de gran altura, pudo detectar la Gran Mezquita edificada junto a la Kasbah. Entonces supo que debajo de esa conífera se encontraba el punto de encuentro que habían acordado con Kyle: la Fuente de Uta el-Hammam, en el corazón mismo de la plaza. Se dirigió hacia allí con gran expectación, poniendo las ilusiones y el alma en cada paso. Porque si bien ese camino que estaba dispuesta a recorrer puede que no la llevara a nada, confiaba en que también pudiera ser el comienzo de todo.