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Jueves, 23 de agosto de 2018

La llamada a la oración del alba, Fayr, fue filtrándose en el inconsciente de Emily hasta hacerla despertar de su sueño. En un principio permaneció inmóvil y con los párpados cerrados disfrutando del canto, que en el silencio de la mañana se magnificaba. Reconoció que nunca le había prestado verdadera atención ni se había detenido a disfrutarlo como en ese instante.

Los versos cantados en lengua árabe por la increíble voz del almuédano desde el alminar de la mezquita se extendían por toda la medina. Las paredes azules y blancas, tan juntas debido a lo estrecho de las calles, conducían el sonido por cada rincón del laberíntico trazado de la ciudad antigua y hacían el efecto de una caja de resonancia. El canto estremecía a quien se detuviera realmente a escucharlo.

Emily alzó los párpados. El dormitorio se mantenía en penumbras, aunque se notaba que iba clareando con el transcurso de los minutos. Al término del Adhan, le llegaron los primeros signos del despertar de la ciudad.

Sobre su cintura, Milly sintió el peso del brazo de Kyle y a lo largo de su espalda, la tibieza del pecho masculino. Cerró los ojos y sonrió saboreando los dulces recuerdos de la noche anterior y disfrutando de la deliciosa sensación de despertar entre sus brazos. Volteó hacia él y se acurrucó contra su pecho. Kyle, aunque dormido, ajustó su abrazo y Emily se volvió a dormir.

Kyle despertó horas después con el invitador aroma del pan recién hecho. Parecía alzarse desde todos los rincones de la ciudad, aunque él supuso que sobre todo provendría del horno comunitario que el día anterior, al llegar a Chefchaouen, había visto cerca del hotel. Al pasar había advertido que varias personas acudían con sus panes y masas para cocinarlas y que se desprendía el mismo aroma delicioso que ahora volvía a respirar.

Al abrir los ojos vio a Emily sentada en uno de los sillones de pana a rayas rojas y negras. Ella no se había dado cuenta de que él estaba despierto, lo que le permitió contemplarla en detalle...

Emily escribía en un cuaderno de cubierta dura. Estaba seguro de que trabajaba en la novela de Malak. Se la notaba concentrada y en un rapto de inspiración, pues su escritura era fluida y apenas alzaba el lápiz del papel o se detenía por unos breves segundos para pensar o quizás para armar alguna frase. Kyle descubrió que cuando lo hacía, de manera automática como si se tratara de un tic, ella enderezaba el torso al tiempo que con las dos manos se recogía el cabello, que terminaba descargando hacia adelante sobre su hombro izquierdo, después apoyaba los codos sobre la mesa y se mordisqueaba la uña del pulgar de la mano derecha con la cual sostenía el lápiz negro, que en ningún momento soltaba. Tras cuatro o cinco segundos, Emily volvía a su cuaderno, su cabello volvía a caer sobre su espalda, y escribía otro tramo de historia. Le fascinaba observarla.

Kyle ignoraba el tiempo que ella llevaba allí, aunque por la ropa, supo que no planeaba regresar a la cama. Se había puesto un vestido largo de color lavanda y un abrigo corto de hilo un tono más oscuro que el vestido. En los pies calzaba las mismas sandalias del día anterior.

Procurando no distraerla, estiró la mano hacia la mesa de noche, donde había dejado su teléfono, lo desbloqueó y le tomó una fotografía que de inmediato le envió.

Emily desvió la vista hacia su teléfono, que estaba sobre la mesa redonda donde ella trabajaba, cuando oyó el sonido de la notificación de un nuevo mensaje recibido. Dejó sus elementos de escritura sobre la mesa, tomó el móvil y lo desbloqueó. Frunció el ceño al comprobar que el mensaje pertenecía a Kyle. Alzó la vista hacia la cama pero él se hacía el dormido; lo supo porque no podía mantenerse serio. Sonriendo con amplitud, abrió el mensaje y se encontró con una foto suya, seguro tomada hacía unos pocos minutos. El texto logró emocionarla…

Kyle:

Amo a la mujer en la que te has convertido, tan segura de ti misma y de lo que deseas. Amo tus gestos de concentración cuando haces lo que te apasiona. Amo tu risa, tus ojos, tu mirada… Amo tu alma. Te amo completa y absolutamente desde que tengo uso de razón, aunque ahora te amo más que antes, y sé que este amor inmenso que siento por ti es para siempre.

Kyle se alarmó al ver que Emily no alzaba el rostro ni le decía nada tras haber leído su mensaje; porque sabía que ella lo había hecho. Salió de la cama y, vestido solo con su ropa interior negra, se aproximó a ella. Ni siquiera entonces Emily alzó el rostro, detalle que lo preocupó aún más. Se sentó en el sillón que había quedado libre frente a ella y la tomó por debajo de la barbilla para buscarle la mirada. Al hacerlo se encontró con sus ojos enormes que tras un velo de lágrimas lo miraban llenos de amor.

–Temo preguntar si tu silencio es bueno o malo –le confesó, confiado por el sentimiento que había advertido en los ojos de su chica policromática pero confundido a causa de las lágrimas y de la ausencia de palabras.

Ella sonrió, lo que él tomó como una buena señal, sin embargo, las lágrimas no dejaron de rodar por sus mejillas. Le encerró el rostro entre sus manos y, con extrema ternura, le secó las lágrimas con los pulgares.

–Nunca me había sentido tan amada… –manifestó con un hilo de voz–. Sé que ha transcurrido poco tiempo desde que volvimos a encontrarnos y que algunos podrían creer que es apresurado hablar de amor. Pero eso es lo que siento por ti y lo que tú me transmites, Kyle, no solo con tus declaraciones, también con tus besos y caricias, con tus acciones, con tu actitud, en la que me dejas ver cuánto valoras la persona que soy. Veo admiración en tus ojos… –negó con la cabeza–. Jamás, ningún hombre fue capaz de amarme así.

–Emily, no entiendo a esos hombres, porque es tan fácil amarte y sentirse orgulloso de ti… ¿Será que no se los permitiste?

Milly sonrió como si hubiese tenido una revelación y asintió con la cabeza. Era cierto, con otros hombres ella siempre había mantenido las distancias. No lo dijo pues Kyle ya lo había deducido, en cambio, mirándolo a los ojos prefirió sincerarse y exponer el motivo de su actitud esquiva y cerrada del pasado.

–Será que ninguno de ellos eras tú.

Con el corazón complacido, Kyle inhaló una honda bocanada de aire. Extendió la mano en un gesto de invitación y esperó hasta que ella la tomara. Cuando lo hizo, tironeó con suavidad para instarla a ponerse de pie y acercarse a él. Milly avanzó ese único paso que los separaba y se situó entre las piernas masculinas. Él le rodeó la cintura y hundió el rostro en su vientre. Emily enredó los dedos en los cabellos de Kyle y entrecerró los párpados cuando él le quitó el sweater, que depositó sobre la mesa, y después le bajó los tirantes y el escote del vestido hasta desnudarle el torso. Le acarició los senos, deleitándose con la tibieza y la suavidad de su fina piel. Cuando los reverenció con la boca, sus manos emprendieron una excitante exploración por debajo de la falda que a ella le hizo perder el equilibrio.

Para no caer, Emily se sostuvo de los amplios hombros de Kyle y le buscó la boca con pasión, como si estuviese muerta de sed y él fuese su oasis en medio del desierto. Sin cortar el ardiente beso, mientras él le levantaba el vestido, ella se sentó a horcajadas sobre las fuertes piernas de él. Lo besó en la boca y en el cuello, y lo acarició sin reparos: los hombros, los brazos, el torso… Los músculos de Kyle se percibían tonificados y fuertes, lo que la excitaba aún más. Emily había descubierto la noche anterior cuánto le encantaba sentir ese tacto en las palmas de sus manos, en todo su cuerpo en realidad, ya que la enloquecía sentirlos piel con piel.

Kyle le acarició el trasero, las caderas… después siguió con la cintura y la base de la espalda antes de volver a descender con esa caricia febril que a ella lograba erizarle la piel a su paso. Cuando creyó que ya no aguantaría contener su deseo, Emily extendió el brazo para alcanzar la mochila de Kyle; sabía que él guardaba allí los preservativos. Él le sonrió con complicidad al adivinar su intención y extrajo uno del bolsillo delantero de la mochila. Cuando iba a abrirlo, Milly se lo quitó de las manos para abrirlo ella y retirar su contenido. Con caricias lánguidas y sensuales le bajó la ropa interior y le colocó el condón.

Kyle se mordió el labio inferior mientras se recreaba en la imagen erótica y en lo sensual que resultaban las manos de Emily sobre su parte más sensible. Inhaló una bocanada de aire y, tomándola por las caderas, la sentó sobre la mesa para poder internarse en ella. Volvieron a besarse y a recorrerse cada centímetro de piel con las manos mientras las sensaciones más poderosas se concentraban allí donde sus cuerpos eran uno. La pasión los elevó alto, muy alto, y pronto los consumió en su fuego con la misma incontenible intensidad con la que en el desierto arrasan las tormentas de viento.

***

El desayuno, una exquisita variedad de frutas, crepes, jugos, tés y dulces, fue servido en un sector de la terraza donde a esas horas había varios comensales. Todos eran huéspedes del hotel aunque Emily y Kyle no los habían visto hasta ese momento. Comieron y bebieron todo lo que les habían servido pues a los dos se les había abierto el apetito. Además, debían reponer energías para el paseo que esperaban dar por la ciudad.

Salieron del hotel poco después y emprendieron el recorrido por las laberínticas y estrechas callecitas de la parte antigua de la ciudad, fundada en el siglo xv. En su trazado, al tratarse de una medina enclavada en laderas de montaña, las calles habían sido diseñadas con escaleras y rampas. Las puertas de las viviendas apenas se distinguían empotradas en los gruesos muros al estar también pintadas de azul, color que predominaba en todas sus variantes.

–¡Parece que estuviésemos inmersos en una nube o en un copo de azúcar tintado! –bromeó Kyle, y se preguntó en voz alta–: ¿Por qué será que decidieron pintar todo de azul, no?

–Hay dos suposiciones aunque nadie puede asegurar cuál es la acertada. Algunos dicen que fueron los judíos quienes empezaron a pintar las fachadas de color azul en señal de libertad y para quitar el verde, color característico del Islam –comentó Emily.

Descendieron por una escalera en la que había macetas de colores variados que rompían un poco con la monocromía: rojos, naranjas, fucsias y amarillos destacaban con plantas de hojas y otras de flores. Se habían metido en esa calle ignorando que aquellas cuyo suelo estaba pintado igual que los muros, no tenían salida. Tras aprender la lección –un lugareño se los había explicado muerto de la risa–, regresaban sobre sus pasos.

–¿Y cuál es la otra teoría? –se interesó él en tanto tomaba una fotografía en la que el cielo, a pesar de estar despejado, parecía gris al estar ellos rodeados de tanto azul.

–Bueno, la otra teoría no tiene que ver con la estética o con la profesión de fe, más bien con una cuestión de practicidad dado que se dice que se utiliza este color con el fin de ahuyentar las moscas y los mosquitos.

–Mmm, me parece acertado si tenemos en cuenta que hasta ahora no nos han molestado esos insectos.

A esas horas de la mañana, al inicio del paseo, había poco movimiento en las calles, hecho que ellos aprovecharon para tomarse fotografías puesto que allí abundaban los rincones con encanto: los callejones y pasajes con arcos, las escalinatas, las fachadas de las casas con tejados a dos aguas y jardines interiores. A eso se sumaban el silencio y el infinito azul que los rodeaba, que transmitían una increíble sensación de paz y tranquilidad. La falta de multitud les permitía darse la mano cada tanto. No tocarse era casi inevitable. La complicidad los unía y la necesidad de estar juntos los atravesaba.

–Hasta ahora, Chefchaouen es la ciudad que más me gusta de Marruecos –señaló Emily–. Y no es solo por lo bonita que resulta a la vista, sino por la apacibilidad que aquí se respira.

–Es cierto… Claro que no he visto mucho de Tánger, pero coincido en que aquí el paisaje es exótico y al no ser algo común de ver, llama la atención. Me gusta –coincidió Kyle.

–Mi abuelo Ricardo, que durante su estancia en Marruecos visitó varias ciudades, solía decir que Chefchaouen le recordaba algunos pueblos del sur de España.

–Qué interesante –acotó él. Se hizo a un lado para dar paso a un hombre de piel curtida por el sol que vestía una chilaba blanca con rayas negras y cargaba un hatillo de leña a su espalda.

Shukran –agradeció el lugareño y continuó su camino. Lo vieron detenerse al final de la calle en uno de los hornos comunitarios.

–No puedo asegurar las palabras de mi abuelo pues jamás visité España, pero confío en su criterio. Él decía que Chefchaouen le había resultado familiar y así, mientras estuvo aquí, no se había sentido tan lejos de casa.

En tanto pasaba la hora, aumentaba el flujo de gente que circulaba por las calles. Vieron algunas mujeres y hombres con bolsas para la compra y se cruzaron con niños que correteaban arriba y abajo por las escaleras con la despreocupación de conocer los caminos de memoria.

En Chefchaouen abundaban los gatos tanto como en Londres lo hacían las golondrinas. Estos remoloneaban en los portales y no se quejaban si algún visitante les regalaba una caricia, tal como Emily hacía en ese momento. Kyle aprovechó para retratar ese instante en el que acuclillada bajo un dintel, deleitaba con sus mimos a un gato atigrado bastante excedido de peso; el ronroneo del afortunado se dejaba oír aún a cierta cantidad de pasos.

–Me pondré celoso –bromeó él. Ella sonrió y le lanzó un beso. Después se puso de pie y, reprimiendo las ganas de tomarse de la mano, continuaron el camino uno junto a otro.

El aroma preponderante en la medina seguía siendo el del pan al hornearse, aunque al pasar frente al Horno El Khil, donde funcionaba una tienda de dulces, también notaron el olor de la canela, del azahar, de la piel de naranja y de otras especias que seguro sabrían deliciosas.

–¡Por favor, esto no puede oler tan bien! –exclamó Emily.

–Huelen bien y se ven deliciosos –secundó Kyle frente a la vitrina de cristal donde se exhibían los dulces de manera tentadora.

–Pasen, amigos, no se queden sin probar nuestros dulces típicos marroquíes y pasteles árabes. Son los mejores de toda la medina –les aseguró el vendedor.

–¿Quieres uno? –le preguntó Kyle a Emily. Ella se lamentó.

–Como querer, sí, pero con todo lo que he comido en el desayuno, ahora mismo no tengo lugar en el estómago para más… ¿Y tú? –le devolvió la pregunta. Él le respondió con un gesto de negativa.

–Estoy igual que tú. Por comer, me comería uno de cada uno, pero temo explotar –bromeó, después se dirigió al comerciante para asegurarle–: Regresaremos más tarde.

–No se arrepentirán –les dijo él.

Caminaron en dirección al río Oued el Kebir y para ello tuvieron que salir de la medina por la puerta Bab el Onsar. Una vez que llegaron al río, pudieron contemplar el manantial Ras el Maa de aguas cristalinas aunque frías. A pesar de la temperatura de las aguas, se sorprendieron al ver que había gente bañándose allí.

En la zona de lavandería, varias mujeres rifeñas con sus trajes típicos con sombreros de paja adornados con lanas coloridas y otro grupo en el que algunas vestían chador y otras hiyab, seguían usando las antiguas instalaciones, que seguro habían visto mejores tiempos, para lavar la ropa. Si bien las estructuras lucían deterioradas, el paisaje natural era magnífico y resultaba un oasis muy pintoresco conformado por el verde exuberante de la vegetación de la ribera, la cascada y el río cristalino fluyendo entre las rocas.

Emily y Kyle caminaron un buen rato por la orilla del río. Alejados de la mayor concentración de gente, pudieron permitirse algunas licencias como tomarse de la mano con la excusa de sortear alguna piedra difícil o aprovechar el paisaje para darse un beso a escondidas.

–¿Llamaste a Bethany para avisarle que llegaste bien? –quiso saber Emily. Sentada en una roca redondeada, jugueteaba con los pies en el agua.

–Lo hice ayer antes de que fuéramos a cenar –respondió Kyle, complacido con la actitud de Emily de interesarse por su hija–. Quería saber si ya me había encontrado contigo…

Milly lo miró de reojo con las mejillas encendidas. En efecto, para cuando Kyle habló con su hija, ellos ya se habían encontrado y habían pasado la tarde juntos en la habitación del hotel. Kyle adivinó su pudor.

–Solo le dije que sí, sin darle explicaciones, por supuesto –la tranquilizó.

–Ella… ¿no se molestó por tu viaje… por mí?

Kyle caminó hacia Emily sorteando una roca donde el río formaba un pequeño salto de agua.

–En un principio, cuando supo que viajaría para encontrarme con una mujer, sintió cierta inseguridad.

–Por supuesto. No debemos olvidar que es una niña que sufrió el abandono de su madre teniendo apenas unos meses de vida, y ese es un estigma difícil de superar –comprendió Emily.

–Claro. Pero debe saber que yo jamás, bajo ninguna circunstancia, le haría lo mismo –afirmó él.

–Seguro lo sabe, Kyle, quédate tranquilo. Verás que tarde o temprano reconocerá que su temor carece de fundamentos.

–Bueno, en realidad ya lo ha hecho.

–¡Has visto! Entonces no tienes de qué preocuparte.

–Ahora está obsesionada con que le mande una fotografía de los dos –dijo de manera apresurada para soltar las palabras de una buena vez y desviando la vista. El pedido lo avergonzaba porque no sabía cómo podía tomarlo Emily. Ella carcajeó, no porque la quinceañera les pidiera una fotografía, sino por lo incómodo que a él parecía ponerlo el tema.

–¡Qué presión! –exclamó para molestarlo un rato.

–¡Ni que lo digas!

–Ven, tomémonos una foto para ella –le sugirió por fin. Al oírla, Kyle le dedicó una mirada de profundo agradecimiento.

–¿Seguro? ¿No te molesta tener que hacerlo?

–Se siente extraño, sí, y me pone un poco nerviosa tener que exponerme a su juicio. Pero lo haré por ti, porque te amo, y porque si queremos que lo nuestro continúe después de este viaje, es mejor que vayamos familiarizándonos los tres con esta relación… A menos que hayas cambiado de opinión y tu deseo sea cortar conmigo en cuanto salgas de Marruecos –tanteó.

Kyle se puso serio. De pie frente a ella se inclinó hacia adelante y apoyó las manos sobre la roca a ambos lados de la cadera femenina. Mirándola a los ojos con inusitada intensidad, y desde una distancia ínfima, remarcó sus palabras cuando afirmó:

–Eso nunca.

Después le devoró la boca con un beso apasionado que no dejó lugar para las dudas.

–¿Quedó en claro cuáles son mis deseos? –le preguntó tras cortar el beso. Ella lo miró con picardía.

–Si así es la explicación, Kyle Cameron, me gustaría que tuvieras la amabilidad de repetirla.

Kyle carcajeó. Antes de responder miró alrededor y notó la llegada de más personas. Con una ceja en alto, se mordió el labio inferior.

–Con gusto repetiría la explicación y te lo demostraría en mayor detalle, pero me temo que aquí no podrá ser –se lamentó, haciendo una seña disimulada hacia la gente que se aproximaba.

–Es una lástima –dijo ella para seguirle el juego. Se alzó de hombros y se humedeció los labios en un gesto sensual antes de añadir–: Parece que solo podremos tomarnos esa fotografía.

Se tomaron la foto en cuestión, pero el deseo que sentían en el cuerpo al acercarse era tan palpable en la mirada de ambos, que no pudieron enviarla.

–Tendremos que volver a tomarla después –manifestó Kyle–. Por lo pronto, esta quedará para nuestra colección privada.

Tras el comentario, Emily y Kyle intercambiaron una intensa mirada que estaba llena de promesas: la de amarse con libertad en cuanto regresaran al hotel y traspasaran la puerta de la habitación; solo entonces podrían desatar la poderosa pasión que venían conteniendo en las calles de Chefchaouen.