Capítulo 9

 

 

 

 

 

Violet advirtió lo dolorida que estaba cuando comenzó a subir la pendiente, pero en esos momentos estaba más angustiada por la seguridad de Jeremy que por las consecuencias de su accidente.

En el sendero vio a dos personas: una dama con un voluminoso vestido en diferentes tonalidades de verde, que se cubría con una sombrilla en los mismos colores, y a un alto caballero de alborotada cabellera rojiza a su lado. Ambos observaban la escena con innegable curiosidad. No vio a nadie más que hubiese presenciado el bochornoso accidente. Si alguien la reconocía, se convertiría en la comidilla de las reuniones y su prima no se lo perdonaría.

«Debo presentar un aspecto deplorable, con el vestido sucio y empapado», se lamentó. Había perdido la cinta que le recogía el cabello y este, mojado y lleno de hojas, se le pegaba al rostro pese a los intentos por colocarlo en su lugar. El hecho de haberse roto el tacón de uno de los zapatos empeoraba las cosas al ocasionarle una leve cojera muy poco favorecedora.

Con todo, no era su aspecto lo que le importaba. Su mayor zozobra era encontrar a Jeremy y que este no hubiese sufrido ningún daño.

Cruzó el sendero y corrió hacia el lugar en el que había dejado al niño. Las ropas empapadas le dificultaban los movimientos. Las dos enaguas que se había puesto para evitar colocarse la crinolina, como Beth pretendía, pesaban como si fuesen de plomo y se pegaban a sus piernas igual que zarzas trepadoras.

Cuando llegó, el niño la esperaba sentado y con una sonrisa en el rostro.

—¿Has encontrado mi cometa? —le preguntó al verla acercarse.

Violet se dejó caer de rodillas y lo abrazó, sin importarle mojar su ropa. El alivio que sentía hizo que se le saltasen las lágrimas.

—No he podido atraparla, cariño. Pero no te apenes; te compraré otra más grande —le prometió.

Jeremy reparó en sus ropas mojadas y preguntó con inocencia no exenta de envidia:

—¿Te has bañado en el lago?

—No por gusto, te lo puedo asegurar. —Se puso en pie y miró el pequeño reloj que llevaba colgado al cuello. Le había entrado agua y no funcionaba—. Debemos marcharnos. Joseph nos estará esperando.

Según sus cálculos, debía de haber pasado más de una hora, por lo que confiaba en que Joseph ya estuviese de regreso o tendría que alquilar un vehículo. No podía permanecer con la ropa mojada mucho tiempo. A pesar de la buena temperatura reinante, acabaría cogiendo un resfriado.

—¿Quién es ese señor que nos mira, Violet? —inquirió Jeremy, y señaló con el dedo hacia la espalda de ella.

Violet se giró y dio un paso atrás de forma involuntaria. El hombre que la había atropellado se acercaba a grandes zancadas y con el ceño fruncido. Algo más lejos distinguió a la pareja que estaban observando en el sendero.

Gerald se plantó ante Violet con gesto tenso.

—¿Por qué ha salido corriendo? ¡Se va a dañar más el pie! —la increpó con enfado. La había visto cojear y supuso que tendría alguna lesión.

—Me encuentro perfectamente, señor; no gracias a usted —respondió ella irritada. No era cierto. Le dolía todo el cuerpo, una minucia comparada con lo magullado que estaba su orgullo.

—Entonces, ¿puede decirme por qué cojea? —Comenzaba a impacientarse. No le gustaba que jugaran con él.

—Porque me ha destrozado un zapato. —Se quitó el que tenía estropeado y se lo mostró.

Gerald relajó la tensión al convencerse de que no tenía ningún daño físico. Miró al niño y lo comprendió. No era el mejor lugar para dejarlo solo. ¿Sería su hijo? No lo creía, porque le había oído llamarla Violet y no mamá. Se trataría de su niñera.

—Deduzco que este caballerito es Jeremy. Y observo que no ha sufrido ningún percance —comentó sin apartar la mirada de Violet; del cuerpo de ella, en realidad. Si antes le había parecido atrayente, ahora que lo miraba con atención se le antojaba muy seductor. La falda se le pegaba al cuerpo y dejaba apreciar sus voluptuosas formas, de anchas caderas y largas piernas.

A Violet, que no se había recuperado del susto que le había provocado el verse muy cerca de perecer arrollada por un caballo, a lo que se sumaba el posterior desasosiego por la seguridad de Jeremy, le molestó la mirada socarrona que creyó advertir en los ojos de Gerald. «No me extraña, debo estar ridícula», se dijo, y ese pensamiento la sublevó. Sin poder evitarlo, descargó en él todo el mal humor que bullía en su interior. ¿Se estaba regodeando de ella cuando había sido el causante del desastre?

—Dé gracias de que se encuentra bien, caballero; en caso contrario, habría recaído sobre usted toda la responsabilidad.

—¿Sobre mí? Disculpe, señora, ha sido usted la que ha cruzado el sendero sin la menor precaución. ¡Se me ha echado encima! —se defendió Gerald acalorado.

—No se atreva a hacerme responsable de lo sucedido cuando usted conducía de forma temeraria por una zona donde los niños suelen jugar. ¿Y si hubiese sido Jeremy el accidentado? ¡Podría haberlo matado! —le acusó indignada. Luchaba por despejarse el rostro del húmedo cabello al tiempo que procuraba cubrir con los brazos el corpiño de su vestido para ocultar la rigidez de los pezones, que se marcaban con claridad a causa de la húmeda ropa.

—Si se hubiese cruzado el niño habría sido culpa suya por no prestarle la suficiente atención. La zona de juegos infantiles no incluye los sederos donde hay un constante tránsito de vehículos y jinetes, ¿es que nadie se lo ha dicho? —la reprendió. Se sentía ofendido por aquella injustificada acusación—. Si no sabe cuidar de un niño, no se haga cargo de él —acabó sentenciando.

Gerald estaba enfadado consigo mismo por no haber prestado la suficiente atención a lo que estaba haciendo y que pudo acabar en tragedia; también con ella. Después de la preocupación por la salud de la mujer que había arrollado de forma involuntaria no le agradaba escuchar sus recriminaciones, y más cuando no eran merecidas.

—¿Me está acusando de irresponsabilidad cuando es usted el imprudente? ¡Deberían prohibirle la entrada a este lugar! —saltó Violet con el rostro congestionado por la furia.

—¡Y a usted el hacerse cargo de niños que no sabe cuidar! —respondió él en el mismo tono.

—Es un grosero, señor; por llamarle de algún modo. —Violet lo miraba con fiereza.

Cecily, que se había acercado al ver que la trifulca iba en aumento, intervino antes de que esta acabase por llamar la atención de los paseantes.

—Señorita, le ruego que disculpe a mi hermano. No ha querido decir lo que usted ha entendido —pidió a Violet en tono conciliador. Acto seguido, se giró hacia Gerald y le dirigió una mirada en la que los reproches herían como puñales—. Creo que la señorita merece una disculpa por tu parte, ¿no te parece?

—¡Si ha sido ella…! —comenzó a decir él. La protesta murió en sus labios ante la inquisitiva mirada de Cecily. Su hermana poseía una gran madurez y serenidad a pesar de su juventud.

—Y le vendría bien algo de abrigo. La ropa mojada puede hacerle enfermar —añadió ella.

Gerald comprendió que se había extralimitado. No era propio de él actuar de esa forma, y menos con una mujer, pero aquella en concreto le exasperaba y no comprendía la razón. Debía de ser la irritación que le causaba la falta de sueño y el convencimiento de que ella tenía parte de razón en sus acusaciones lo que le dejaba un amargo regusto de culpa.

No se perdonaba su imprudencia, que podía haber derivado en un grave accidente. El miedo que sintió al pensar que la había herido no le abandonaba, y esa certeza aumentaba su comezón. Que la hubiese descargado con la afectada no tenía lógica, ni era el momento de ponerse a buscarla.

Se quitó la levita y se acercó a Violet, que temblaba agarrando de la mano a un asombrado Jeremy.

—Le pido disculpas, señorita. No viene al caso encontrar culpables a este suceso. Le ruego que acepte cubrirse.

—No se moleste. Tengo con qué hacerlo —rechazó Violet. Alzó la barbilla con gesto orgulloso y le dirigió una mirada asesina.

Se agachó para recoger del suelo las prendas que había dejado allí con anterioridad. Se encasquetó la capota como pudo y se colocó sobre los hombros el chal, que no alivió el frío que sentía; aunque no iba a dejar que él lo advirtiera.

—Disculpe nuestra falta de cortesía. Me llamo Cecily Winslow —se presentó al percatarse de que no lo habían hecho.

—Violet Kingsley. Él es Jeremy.

—Un placer, señorita… caballero… Gerald Winslow a su servicio —dijo él con una leve inclinación.

—Si lo permite, señorita Kingsley, mi hermano les llevará a su casa. Debería cambiarse lo antes posible —sugirió Cecily, y dirigió al aludido una mirada que era una clara invitación para que repitiera el ofrecimiento—. ¿Gerald? —lo llamó, al no advertir ninguna réplica por su parte.

Él reaccionó al escuchar su nombre. Estaba ensimismado en descubrir las facciones de la chica entre la suciedad y la maraña de pelo que se le pegaba al rostro y cubría buena parte de él. Si tuviese unos bellos rasgos que acompañaran a aquel sensual cuerpo sería una beldad. Los ojos parecían bonitos, de un azul intenso, según vislumbró entre el oscuro cabello.

—Será todo un placer acompañarles donde nos indique —ofreció a su vez.

—No se ofenda, señorita Winslow. Su hermano ha demostrado que no es un conductor hábil. No expondré la vida del niño a ese potencial riesgo —rehusó Violet con decisión, y miró a Gerald de forma desafiante.

No se explicaba la causa de la animadversión que sentía hacia aquel caballero cuando ella había tenido la mayor parte de culpa en el incidente. ¿Qué le impulsaba a desahogar su frustración con él? ¿Tal vez porque se negaba a reconocer que la perturbaba?

Se estaba comportando como una jovencita boba ante el primer hombre atractivo que veía en su vida y, peor aún, al negarse a admitir que parte de su disgusto se debía al hecho de presentar un aspecto tan lamentable. Pero ¿qué le importaba lo que él pensase? ¡Menudo arrogante!

Gerald fue a replicar y, ante el gesto fruncido de su hermana, optó por callar. No iba a enredarse en otra discusión con aquella mujer empecinada en echarle toda la culpa.

—En ese caso, permítanos que busquemos un coche de alquiler —insistió Cecily.

—No es necesario. Nuestro cochero debe de estar esperándonos. —Se inclinó para recoger la cesta de comida, lo que hizo que el vestido marcara con nitidez su redondo trasero.

Gerald sintió una punzada en el bajo vientre y apartó de inmediato los ojos de aquella vista tan excitante.

Violet cogió de la mano a Jeremy y comenzó a caminar con rapidez hacia la salida del parque. Esperaba que Joseph estuviese allí porque se moriría de vergüenza si debía esperarle de esa guisa.

—La acompañaremos hasta el vehículo, si no le molesta. Es lo menos que podemos hacer —terció Cecily con resolución, y comenzó a caminar a su lado.

Violet no quiso desairarla más. La joven dama de hermoso rostro y vestida con elegancia parecía muy agradable. En ningún momento había detectado un gesto de burla o desprecio por su parte. Su amable sonrisa y la mirada empática que le dirigía le causaron una grata impresión, todo lo contrario del insolente de su hermano.

—¿Me permite?

Gerald intentó coger la cesta que portaba; tras un leve forcejeo, desistió y la dejó en manos de su dueña.

Jeremy se soltó de la mano de Violet y se acercó a él, que se había quedado rezagado.

—He perdido mi cometa y Violet ha ido a buscarla, pero no la ha encontrado. Era muy bonita. Parecía un dragón de fuego —le explicó el niño con un mohín pesaroso. Pronto se animó y añadió—: Dice que me va a comprar otra más grande y con más colores.

—Yo conozco un lugar donde hacen las mejores cometas de Londres. Si tu niñera no tiene inconveniente, la acompañaré —se ofreció.

Jeremy lo miró con desconcierto.

—Violet no es mi niñera, es la prima de mamá —aclaró.

Gerald aprovechó que Violet hablaba con su hermana para sonsacarle información al niño.

—¿Y vive con vosotros?

—No. Vive en Cambridge. Ha venido a buscar marido y no se irá hasta que lo encuentre —dijo con naturalidad. Se lo había oído decir a Nellie una tarde que entró a hurtadillas en la cocina para coger unas galletas de jengibre que la cocinera acababa de sacar del horno.

Gerald rio por lo bajo ante el desparpajo del niño. En su inocencia, no tenía reparos en repetir lo que habría escuchado a los mayores. ¿Así que la señorita Kingsley estaba buscando marido? Bueno era saberlo para evitar cruzarse otra vez en su camino. No obstante, si persistía en esa actitud tan desabrida, no le auguraba mucho éxito por muy apetecible que resultase. ¿Quién iba a querer casarse con una mujer tan fastidiosa como ella?