Capítulo 12

 

 

 

 

 

—¡Señorita Kingsley, qué gusto encontrarla! —exclamó Cecily, que se acercaba a toda prisa para salvar la situación. La mirada de reproche que dirigió a Gerald indicaba cuánto desaprobaba su conducta.

Desde el otro lado del salón había visto a su hermano cruzarlo y aproximarse a una joven sentada junto a una de las paredes del fondo. Imaginó que la conocía y había decidido saludarla. En las ocasiones que habían acudido a una fiesta de ese tipo, él eludía las zonas de baile para evitar el acoso de las matronas y se limitaba a los salones de juego o a refugiarse en el primer lugar solitario que encontraba.

Le sorprendió descubrir que la persona con la que estaba charlando era la misma con la que había tenido el incidente esa mañana y a la que esperaba no volver a ver, según le había comentado.

Violet, que respiraba con dificultad a causa del bochorno que sentía, saludó con una inclinación de cabeza a la recién llegada, a la que acompañaba el mismo caballero pelirrojo con el que la había visto horas antes.

—Gerald, ¿serías tan generoso de traernos una taza de ponche? El calor es tan sofocante que se reseca la garganta. ¿No le parece, señorita Kingsley?

—Cierto —dijo Violet con voz fría y serio semblante. Miraba al frente de manera obstinada para evitar fulminar con el fuego iracundo de sus ojos a aquel descarado.

—¿Le agradaría acompañar a mi hermano, milord? —sugirió Cecily mirando a Hastings. No se le había despegado en toda la noche, y necesitaba unos minutos de respiro.

—Desde luego. ¿Les traigo algún refrigerio, señorita Winslow? —preguntó Justin con una sonrisa de oreja a oreja, contento de poder complacerla.

—Con el ponche será suficiente, gracias.

—Vamos, Hastings, que las damas están sedientas —le apremió Gerald con un creciente enojo. Había captado la intención de su hermana, no así el barón, que continuaba mirándola con expresión bobalicona en el rubicundo rostro.

Cuando se quedaron solas, Cecily intentó excusar la pésima conducta de Gerald.

—De nuevo, le ruego que disculpe a mi hermano. Como habrá observado, no es muy hábil en el trato con las damas; lo que no impide que sea todo un caballero. Ha pasado la mayor parte de su vida entre hombres, primero en el colegio y luego en el ejército, y estos tres últimos ha estado centrado en hacer rentable la explotación de la finca y en sus tareas en el Parlamento. Todo ello no ha contribuido a limarle los modales, que son bastante bruscos. Mi madre y yo nos esforzamos en suavizarlos, pero me temo que estamos lejos de conseguirlo.

Violet, más calmada, quiso apaciguar la inquietud de Cecily. ¿Cómo era posible que se parecieran tan poco? Ella era una joven encantadora, en cambio su hermano resultaba de lo más fastidioso.

Tampoco en el aspecto físico se podía deducir que perteneciesen a la misma familia. La joven, que no rebasaría los veinte años, poseía hermosos rasgos y una tez pálida y delicada. En su rostro, de altos pómulos y forma de corazón, destacaban sus hermosos ojos de color miel y la pequeña y respingona nariz. La brillante cabellera dorada le caía en cascada de numerosos rizos desde la coronilla hasta la nuca y aparecía adornada con pasadores enjoyados.

Era de menor estatura que Violet, con esbeltas y armoniosas formas que aparecían resaltadas por el vestido de seda del mismo color de sus ojos. El generoso escote dejaba sus hombros al descubierto e insinuaba el nacimiento de los senos. La voluminosa falda, con varias capas de volantes, estaba bordada con pequeñas florecitas en malva. Embellecía su cuello un collar de zafiros púrpura engarzados en oro a juego con los pendientes y el brazalete, que destacaba sobre los largos guantes de seda blanca. Un primoroso abanico de varillas de marfil y pequeñas plumas coloreadas completaba su atuendo.

Violet opinaba que era una de las damas más elegantes de la reunión. La riqueza del vestuario y las joyas que portaba delataban su pertenencia a una familia adinerada. La falta de afectación y su amabilidad conseguían que cualquier persona se sintiese cómoda a su lado, como a ella le ocurría.

—No hace falta que se disculpe, señorita Winslow. He crecido entre hombres y he tenido que lidiar con sus toscos comportamientos; y eso que me esforcé en enseñarles a mis hermanos las elementales reglas sociales.

—¿Cuántos hermanos tiene usted? —se interesó Cecily. A ella le habría gustado tener más. Quería mucho a Gerald y se sabía correspondida por él, mas la diferencia de edad —se llevaban doce años— y el hecho de haber pasado la mayor parte del tiempo distanciados había obstaculizado la fraternal relación. Hasta un par de meses antes, cuando su madre y ella llegaron a Londres para preparar la temporada social, su hermano era casi un desconocido. Con el trato de estos últimos meses había comenzado a conocerlo mejor y a apreciar sus grandes virtudes.

—Tres hermanos menores que yo. Todos han iniciado ya su camino, y he de reconocer que les echo mucho de menos pese al gran trabajo que nos supuso sacarlos adelante.

A petición de Cecily, Violet relató a grandes rasgos parte de su vida y del ambiente universitario en el que había vivido.

—Siento la reciente pérdida de su padre y la temprana de su madre. A esa edad es muy necesaria su guía y apoyo. Yo perdí al mío hace tres años. —El dolor por los penosos recuerdos se mostró en su rostro. Se rehízo y continuó—: Y excepto los que pasé en un internado de señoritas en Reading, he estado viviendo en Three Oaks, la hacienda que tenemos cerca de Farningham, en el condado de Kent. Las visitas a Londres eran escasas. A mi padre le gustaba la vida en el campo. Supervisaba la propiedad y hasta colaboraba en las faenas que en ella se realizaban. Era feliz allí, hasta que enfermó y murió en pocas semanas. A mi hermano, mi medio hermano en realidad, ya que nuestro padre volvió a casarse con mi madre varios años después de enviudar, le agradan esas actividades, pero creo que le gustan más las batallas políticas y reparte su tiempo entre ambas.

Ante aquella revelación, Violet entendió a qué se debían las grandes diferencias entre los hermanos.

—¿A su madre le gusta la vida en el campo? —se interesó.

—Me temo que no le agrada en absoluto. Hasta que se casó estuvo residiendo en Dublín, donde nació, y le costó adaptarse a una vida tranquila y más sencilla. Ahora que mi padre ya no vive, y ha pasado el periodo de luto obligatorio, nos hemos trasladado a Londres. Añora las comodidades de una ciudad, si bien la razón principal de que hayamos venido es para que pueda asistir a la temporada social. Está deseosa de encontrarme un marido y, cuando lo consiga, imagino que regresará a su querida Irlanda —confesó con descontento.

Cecily sabía que su madre no se sentía a gusto en Inglaterra y deseaba regresar a su ciudad natal. Como buena irlandesa, añoraba su país y despreciaba todo lo inglés. No se explicaba cómo se había casado con su padre, al que no llegó a amar; al menos, ella nunca vio ninguna muestra de cariño entre ambos. Debió de ser uno de esos matrimonios concertados y basados en intereses económicos que tanto desaprobaba y al que su madre la estaba empujando.

—Ambos entornos tienen sus ventajas e inconvenientes. La vida en el campo o en una pequeña localidad es muy saludable, en cambio, Londres resulta más interesante, con tantas actividades culturales y recreativas —reconoció Violet.

Londres le parecía una ciudad fascinante y esperaba residir allí o regresar con frecuencia en caso de que los planes no salieran como esperaba. Si conseguía el trabajo que había venido a buscar, alquilaría una pequeña vivienda para ella y para Agnes y se instalarían en la ciudad. A la anciana le costaría adaptarse a un entorno tan diferente al que estaba familiarizada, aunque estaría dispuesta a seguirla allí donde ella fuese.

—Pese a ello, me ha dado la impresión de que no se está divirtiendo en esta reunión —conjeturó Cecily.

—No exactamente. El ambiente es agradable y la música está bien interpretada; sin embargo, tanto bullicio ha acabado por abrumarme. No estoy habituada a este tipo de festejos. También influye el que no pueda bailar por la molestia en el pie. —A Violet le sabía mal mentirle, pero había insistido ante su hermano en que tenía el tobillo lesionado y no iba a contradecirse ahora.

—¿No suele asistir a fiestas en Cambridge?

—A muy pocas. La vida académica no es propensa a las diversiones de este tipo —admitió con pesar. No le vendría mal un poco de animación a la vetusta institución universitaria, sin llegar al excesivo ajetreo de la sociedad londinense.

—Entiendo. Yo no he tenido la oportunidad de asistir a muchos con anterioridad. Como le he comentado, debido a la enfermedad de mi padre y su posterior fallecimiento he estado recluida en la finca durante los últimos tres años. —El matiz de su voz tenía más de resignación que de pesar.

—¿Ha estado tres años de luto? —se asombró Violet. Sabía que era lo que dictaba el protocolo en esos casos, pero no imaginaba que alguien pudiese seguirlo de forma tan estricta. En todo caso, solo era factible entre las clases pudientes. Una mujer que tuviese que trabajar para mantener a su familia no podía enclaustrarse durante tanto tiempo, como era su caso.

—Así es. Mi madre es muy escrupulosa con las normas sociales y las cumple a rajatabla en todos los casos. Sentí mucho la muerte de mi padre, aunque no creo que tanto tiempo sin hacer vida social haya servido para honrar su recuerdo; ni es lo que él hubiese querido para su hija. Ya ha pasado y ahora puedo llevar una vida normal, asistir a bailes, vestir prendas de colores y lucir alhajas y adornos como cualquier joven. Esta es mi primera temporada y deseo disfrutarla al máximo.

—No me cabe duda de que tendrá mucho éxito —opinó con sinceridad. La señorita Winslow era una joven encantadora, aparte de muy bella, y debía de tener una larga cola de admiradores, entre ellos el alto caballero de cabello bermejo que la había acompañado en dos ocasiones y que la miraba con rendida admiración.

—Mi madre espera que consiga una adecuada propuesta de matrimonio, como todas las jóvenes solteras que estamos aquí, imagino —dijo con expresión contrariada—. ¿Esa es su intención, señorita Kingsley?

—No lo es, por mucho que mi prima insista en encontrarme marido. No deseo dedicarme en exclusiva a cuidar de los hijos y el hogar, aun siendo ese un importante cometido. Quiero ejercer una profesión y me temo que el matrimonio es incompatible con ello —admitió. Detestaría la vida ociosa que toda dama estaba destinada a llevar. No soportaría tantas fiestas, bailes y reuniones mañana, tarde y noche. Quería ser algo más que una figura decorativa en un hogar perfecto, que era para lo que se educaba a las mujeres que allí se encontraban. Ella había tenido la suerte de que su padre la educara para valerse por sí misma, y eso era lo que tenía intención de hacer.

A Cecily le desconcertaron sus palabras. Era la primera vez que escuchaba decir a una mujer que prefería trabajar a estar casada y mantenida por el marido.

—Me sorprende, señorita Kingsley. ¿No tiene a nadie que cuide de usted?

—No, y en caso de tenerlo, opinaría igual. Soy una estudiosa de los textos clásicos y estoy buscando un trabajo en el que pueda desarrollar esos conocimientos. Ese es el empeño que me ha traído a la ciudad, aparte de visitar a un familiar.

—¡Qué interesante! Cuénteme, por favor —le pidió Cecily con los ojos brillantes.

Violet era reservada por naturaleza, pero la señorita Winslow le transmitía confianza y se explayó hablándole sobre su pasión por la Paleografía, del trabajo que había realizado junto a su padre, de las expectativas que tenía de conseguir un empleo y trasladarse a la ciudad, de su sueño de fundar una academia para impartir las enseñanzas que ella había recibido…

Cecily advirtió cómo se trasfiguraba el rostro de Violet al referirse a los proyectos que tenía. La pasión que había en sus palabras era contagiosa, y se vio reflejada en ella. Desde la muerte de su padre, su deseo de aventuras se había incrementado. Siempre sintió ansias de viajar, de conocer otros países, sus gentes y culturas. Cuando estaba en el internado, sus compañeras solo pensaban en prepararse para conseguir un buen marido y desarrollar lo mejor posible su función como señoras del hogar. A ella le interesaban más los estudios de Historia y Geografía y las lecturas sobre países exóticos.

—Eso es maravilloso, señorita Kingsley. Deseo que consiga hacer realidad sus sueños —le deseó con sinceridad.