La llegada de Gerald acompañado de Hastings, ambos con una taza de ponche en las manos, hizo que las dos jóvenes cesaran sus confidencias.
—Espero que no se atragante con la bebida, señorita Kingsley, o me hará responsable de ello —insinuó Gerald con su usual mordacidad al entregarle una de las tazas. No sabía qué tenía esa mujer que le movía a sacar su lado más ácido, en especial cuando lo miraba con aquellos preciosos ojos azules que lanzaban chispas de furia.
—Descuide, señor. En esta ocasión, el infortunio me lo habría buscado yo sola.
Cecily intervino para evitar otra discusión entre ellos.
—Gerald, resulta que la señorita Kingsley es una experta en textos antiguos. ¿No te parece extraordinario? —comentó con entusiasmo.
—Una habilidad peculiar y meritoria, no lo pongo en duda. Apuesto a que su futuro marido la apreciará como es debido.
—Gracias, aunque ese es un asunto que no me quita el sueño.
—¿Cuál de ellos, encontrar marido o el hecho de que el afortunado sepa apreciar sus raras habilidades? —insistió Gerald con el mismo tonillo cínico que venía usando y del que no veía manera de desprenderse cuando estaba a su lado.
Violet levantó la barbilla con suficiencia al decir:
—Ambas, sin duda.
—Pues debería preocuparle, teniendo en cuenta que no parece poseer algunas destrezas más tradicionales y que todo marido agradece, como el baile y, sobre todo, el cuidado de los niños.
Esa puya fue demasiado para Violet.
—Presupone demasiado, señor —replicó con clara actitud beligerante.
—¿Eso cree?
—Totalmente. No dudo que sea un experto en bailes, pero me resulta difícil creer que lo sea en cuidado de niños. Yo, ha de saber, llevo muchos años realizando esa tarea con éxito; prueba de ello son mis tres hermanos menores, que se han convertido en unos jóvenes sanos y despiertos —se defendió. No estaba en su carácter alardear de sus capacidades, era demasiado modesta para ello, aunque ese hombre la exasperaba y merecía que le dieran una lección. Sentía la necesidad de demostrarle que no era la torpona que él pensaba. ¿Qué se había creído?
—Permítame felicitarla por ello. Un mérito enorme para una dama tan joven. ¿Ya comenzó a cuidar niños desde la cuna?
Cecily suspiró. ¿Por qué no podían parar de zaherirse? Le sorprendía la conducta de su hermano. Él era un hombre educado y en extremo caballeroso y con Violet se comportaba como un mozalbete malicioso y pendenciero.
—Gerald, la señorita Kingsley me ha comentado que le gustaría asistir a una sesión del Parlamento y visitar la biblioteca. Le he explicado que, como miembro de la Cámara de los Comunes, podrías conseguirnos invitaciones. ¿Es posible? —inquirió.
Gerald miró a Cecily con animosidad. ¿Cómo se le ocurría proponerle tal cosa? ¿Acaso no había advertido que esa mujer lo crispaba y deseaba evitar su compañía?
—No creo que resulte de interés. Las sesiones son muy aburridas y en la biblioteca, hasta donde yo sé, solo hay volúmenes de leyes y poco más —dijo, en un intento por disuadirlas.
—Seguro que lo encontramos interesante. Tengo entendido que algunas sesiones son muy entretenidas. En cuanto a la biblioteca, debe de haber siglos de historia encerrada entre sus paredes. ¿Qué le parece, Violet?
—Me gustaría, no cabe duda, mas en modo alguno quisiera molestar a su hermano. No creo que tenga tiempo para dedicarlo a una actividad tan poco productiva como servir de guía a unas turistas ocasionales. Estará muy ocupado. —Violet intentaba eludir el compromiso. No quería agradecerle nada a ese hombre, por mucho que le apeteciese visitar el Palacio de Westminster.
—Estará encantado de acompañarnos. Y, aunque es cierto que suele estar muy ocupado, encontrará un hueco, ¿no es así, Gerald? —le instó Cecily. Con la intensa mirada que le dirigió le avisaba de que no iba a consentir evasivas.
Él suspiró resignado. Había pocas cosas que pudiera negarle a su hermana, y ella lo sabía bien.
—Si insistes…
Cecily ignoró el gesto adusto y el leve matiz de desaprobación que se apreciaba en su voz y continuó con los planes.
—Maravilloso. Asegúrate de conseguir dos invitaciones para la próxima sesión de la Cámara de los Comunes. La señorita Kingsley no sabe el tiempo que permanecerá en la ciudad y no debemos demorarlo —indicó, y mirando a Violet con una gran sonrisa—. ¡Va a ser una experiencia memorable!
Gerald no era de la misma opinión, que se la guardó para sí. No quería quedar como un grosero negándose a lo que le había pedido su hermana. Y si la intención de Cecily era fomentar una amistad entre ellos, o algo más, ya podía olvidarlo. La señorita Kingsley era lo opuesto a una esposa aceptable que tenía en mente.
—Cecily, cuando desees marcharte, te ruego que me lo hagas saber. Mientras, y si me disculpan, iré a saludar a unos conocidos —se excusó. Mejor alejarse de ella el mayor tiempo posible.
—Me gustaría permanecer un poco más para hacer compañía a Violet; si a ella no le importa —sugirió Cecily.
—Estaré encantada, señorita Winslow.
—Cecily, por favor; en eso habíamos quedado.
—Cierto, Cecily. —Le dedicó una sonrisa en la que quería expresar su agradecimiento. Había conectado desde el primer momento con aquella joven sensata y cordial y el sentimiento parecía recíproco.
—Milord, no le detendré si desea acompañar a mi hermano a dar una vuelta. Es probable que le apetezca jugar unas manos de cartas —aventuró Cecily con la esperanza de librarse por un rato de Hastings. El barón era agradable y muy servicial, aunque no resultaba un acompañante ameno. Solo sabía hablar de caza y ese era un tema que a ella no le interesaba en absoluto.
—No suelo jugar, señorita Winslow, y menos cuando tengo la posibilidad de disfrutar de su compañía —manifestó Justin, con un brillo admirativo en los ojos.
«Este chico es más lerdo de lo que imaginaba», rumió Gerald para sí. Insistía en permanecer a su lado cuando era evidente que Cecily pretendía librarse de él durante un rato.
—Acompáñeme, Hastings; las damas prefieren quedarse a solas para continuar con su charla. Deben de haber encontrado un tema interesante para debatir —le apremió.
Gerald casi se llevó a rastras al barón, que se mostraba reacio a separarse de Cecily.
Cuando ambos se marcharon, las jóvenes continuaron charlando.
A Cecily le agradaba Violet. Su inteligencia y su falta de presunción eran cualidades que valoraba en comparación con la mayoría de las jóvenes, que solo pensaban en ofrecer su mejor perfil para atraer al mayor número de pretendientes.
No tenía amigas en la ciudad y eso la desalentaba. Le habían presentado algunas jovencitas en los días que llevaba allí y no llegó a simpatizar con ellas. Le parecían insulsas y faltas de aspiraciones, aparte de conseguir el mejor partido. Ese debería de ser su propósito y la causa de que hubiese regresado a Londres, aunque no tenía prisa por cumplirlo.
Sabía que acabaría casándose como su madre esperaba; por ello prefería dejar pasar unos años en los que pudiera disfrutar de cierta libertad. Además, estaba decepcionada. Desde niña albergó la ilusión de que se casaría con el hombre del que se enamorara y por el que fuera correspondida. Años atrás creyó que ese sueño se cumpliría y se equivocó.
—¿Conoce los Reales Jardines Botánicos de Kew? —preguntó Cecily.
—No he tenido ese placer. Solo he visitado un par de lugares interesantes en el tiempo que llevo en Londres.
Le habría gustado recorrer la ciudad, sus museos, bibliotecas, galerías de arte… por si no tenía otra oportunidad, pero pasaba la mayor parte de las mañanas cuidando a Jeremy y el niño prefería jugar en los parques.
—Es un hermoso lugar que merece la pena contemplar, según me han comentado. No he tenido la oportunidad de visitarlos y me gustaría. Si lo desea, y el pie no le molesta demasiado para caminar, podríamos ir mañana —propuso Cecily.
Las mejillas de Violet se colorearon. La mentira no debía prolongarse.
—Me encantaría acompañarla. Me encuentro mucho mejor de la molestia. El no haber forzado el pie con el baile ha debido ayudar.
—¡Cuánto me alegro! Será una excursión muy divertida. Podemos almorzar allí y regresar a primera hora de la tarde. Los jardines son muy extensos y nos llevará varias horas recorrerlos. Tengo especial interés en ver la Casa de la Palmera. Dicen que es un lugar magnífico y el invernadero más grande del país. —Cecily se entusiasmó con la idea. Aparte del placer que le proporcionaba la compañía de Violet, era la excusa perfecta para librarse del barón, cuya presencia ya comenzaba a hacérsele muy pesada.