Capítulo XXIX

A la mañana siguiente, Guille volvió a Buenos Aires muy temprano y mucho antes de que ellos se levantaran. Felicitas, risueña y muy solícita, les preparó el desayuno, que fue servido por Clara, la empleada que la ayudaba en las tareas domésticas.

Tomó de un sorbo un café con ellos y se disculpó:

—Jean Claude, un placer conocerte. Abril, debo ir hasta Mar del Plata, vuelvo a la tarde. Si necesitás algo, llamame al celular. —Y mientras iban hacia la puerta, en un susurro, agregó—: Si intenta secuestrarte, no me llames.

Una vez que la camioneta de Felicitas desapareció entre los eucaliptus y cipreses, Jean Claude tomó la mano de Abril y volvió a decirle:

Bonjour. —Se la besó y acotó—: Al fin, solos.

Mientras desayunaban tomados de la mano y con Burton a sus pies, Jean Claude comía mucho dulce de leche. Ambos se quedaron en silencio mirando el paisaje que circundaba la casa de Felicitas. Abril, sin quitar sus ojos del ventanal, sin aviso, preguntó:

—Jean, ¿qué es eso de Villa La Angostura? No te creo que vayas por turismo.

—Claro que no —contestó él sin tapujos—. El problema es que me fui de Francia, pero no creo querer volver... y menos ahora que mi madre ya no está —sentenció él. Abril ya no vio al corsario en su mirada. Vio a un hombre solo y devastado—. Ya no tengo familia —concluyó.

—¿Cómo es eso? —insistió Abril.

—Es largo... ¿Quieres escuchar?

—Por supuesto. Tengo toda la mañana, el que anoche estaba apurado por partir eras vos.

—Abril, te gusta pelearme, me di cuenta apenas te miré por el espejo retrovisor del auto, el primer día que llegaste —comentó él con resignación.

I’ m sorry, Jean —respondió burlona.

Él la acarició con la mirada y, luego, esa misma mirada se perdió en su relato.

—Daphne enloqueció cuando renuncié a mi parte de la herencia y no quise saber nada más con ella. Amenazó con arruinarme. Y sé que puede hacerlo. Esos días yo estaba realmente mal. —La miró con ternura y, como si se tratara del recuerdo más lindo en esa época oscura, le hizo saber—: Fue cuando me llamaste... Te decía... yo me sentía perdido, en todo sentido. Sin embargo, siempre hay una luz. —Sonrió con la mirada—. Estaba tomando un café, pensando en todo lo que había perdido, y no me refiero a lo material, cuando, de improviso, sentí una mano sobre mi hombro y una voz con acento italiano que me llamaba por mi nombre. Giré para verlo y enseguida reconocí a mi amigo de toda la vida, Dávide Dunster, un italiano que tiene viñedos en La Toscana. ¿Sabes? Está casado con una argentina.

Abril alzó las cejas en señal de sorpresa, pero ese dato era lo que menos le interesaba en ese momento. Ante la total falta de comentarios de su parte, Jean Claude continuó con su relato.

—Le conté que mi madre acababa de morir, que la mujer con la que me había casado como parte de un plan para recuperar mi herencia terminó siendo el verdadero amor de mi vida, y que al saber lo ruin de mis intenciones, huyó para siempre. —La miró y aclaró—: No quiero incomodarte, obviemos esa parte.

—Y él, ¿cómo lo tomó? —preguntó Abril.

—Dávide me conoce de toda la vida. Y también conoció a mi tío, así que me entendió. Solo me dijo que era un plan que no era digno de mí. Sí de Daphne. Pero no de mí. Y me aseguró que, aunque mi madre no hubiera muerto, yo no lo habría concretado. Que el dinero no era lo que me movilizaba, solo la venganza y el dolor de ver mi familia destruida.

—Evidentemente, tu amigo no se equivocó —opinó Abril.

Jean Claude sonrió a modo de agradecimiento por el comentario halagüeño de Abril, y le contó lo que siguió posteriormente:

—Desde ya que le dejé claro que estaba harto y que no sabía qué sería de mi vida. Él, con su mirada risueña, solo me dijo: «¡Eccola, tengo la solución per te! ¡Te vienes conmigo y mi mujer a Villa La Angostura!»

—¿Con él y su mujer? —«¿¡Los tres?! ¿Esa era la solución?». Ya la cifra era preocupante.

Jean Claude meneó la cabeza y aclaró:

—Primero, me impactó que mencionara justo el lugar que tú siempre me mencionabas. Para colmo, me confesó que él y su mujer tienen un recuerdo imborrable: allí hicieron el amor por primera vez al reencontrarse después de más de veinte años. Ellos se habían conocido en la adolescencia. ¡La historia de su mujer es increíble! Por algo que le sucedió, ¡la llamaban «la prima flor»! Otro día te cuento.

Abril ya se había perdido en el relato.

Jean Claude prosiguió después de ordenar sus recuerdos.

—Te decía, primero, me impactó por lo que ya te dije, después creí que estaba bromeando, pero lo miré bien y me convencí de que hablaba en serio. Entonces, la única opción válida era que me proponía que los acompañara en un viaje de turismo, lo cual no me entusiasmaba demasiado ni solucionaba ninguno de mis problemas.

—¿Y? —preguntó ella ansiosa.

—Pero esa no era la propuesta.

Abril ya estaba al borde del colapso. Acelerada como era, ya estaba por desmayarse.

—Y entonces, ¿a qué se refería? —preguntó, perdiendo la compostura.

—No lo vas a creer —empezó a decir él.

—¡Sí! ¡Te voy a creer! ¡Por favor, contame de una vez!

Bien, bien. Calme, calme —le sugirió, y, antes de que ella se enojara en serio, se apresuró a contar el resto de la propuesta, resumiéndola y dejando los detalles para más adelante—. Te dije que él tiene viñedos en La Toscana, ¿no? Très bien. Compró un pequeño viñedo cerca de Villa La angostura. Dada la baja altitud y el clima frío de la zona, me explicó que es ideal para los vinos como el Torrontés, Sauvignon blanc et noir, Cabernet, y él creó un blend especial —aclaró en francés—: assamblaje, al que le pondrá el nombre de su bodega: Fabiolla.

—Dejame adivinar —interrumpió Abril—, a que la mujer se llama Fabiolla, ¿no?, o sea, la prima flor. Podría haberle puesto ese nombre —conjeturó Abril.

Exactement. —Rio él.

—Divino todo, pero ¿y vos? No entiendo tu role.

Él la miró y respondió feliz:

—¡Me propuso que fuera su socio! ¡Invertir en Argentina! ¡¿Qué increíble, no?!

—Suicida —balbuceó Abril.

Jean Claude la escuchó y, también en un susurro secreto, le aclaró:

—Descuida, tiene los clientes en Europa. —Luego, retomó su espíritu festivo y exclamó—: ¡Estoy feliz! Podré empezar de nuevo, con mis propios ahorros, ¡y libre!

Esa última parte no le sonó del todo auspiciosa Abril, que escuchaba en completo mutismo.

Él la miró y, como si hubiera leído su mente, aclaró:

—Libre del pasado, libre de mis malos recuerdos, sin el contaminante que resultaba Daphne en mi vida.

—Entonces, si entendí bien, ya sos socio de un viñedo y... —Frenó, meneando la cabeza, como si hubiese entendido mal—. ¿Entendí mal o vivirás en Villa La Angostura?

—¡Entendiste bien! —respondió él feliz—. Por eso viajo hoy, para encontrarme con Dávide y... —en tono burlón, mencionó—: la prima flor. —Pero enseguida se rectificó y aclaró—: ¡No nos burlemos! Cuando te cuente la historia, verás que es para admirarse, no para burlarse! Pobre Fabiolla Mitchell, ¡pobre y admirable a la vez!

Abril ya comenzaba a estar intrigada con el nuevo mundo de Jean Claude. Pero, al mismo tiempo, una correntada de dudas empezó a correr por los laberintos de su mente. ¿Estaba ella incluida? ¿Se le había pasado por alto o en ningún momento le mencionó que ella estaba invitada a las Bodegas Fabiolla? ¿O solo había aterrizado en el campo para hacerle el amor después de saborear el dulce de leche y, de paso, conocer a Bagtón?

Él miró la hora en su celular y, con expresión seria, declaró:

—Ya debo irme. —Pero para hacer la situación más entendible para Abril, le aclaró—: Dávide vivirá algunos meses aquí y otros en Europa. Esta vez, estará poquitos días, los suficientes como para ultimar detalles, firmar los contratos y mostrarme una casa que pensó que sería ideal para mí. —Observó la expresión de Abril y comentó—: Me envió unas fotos... una casa de piedra con tejas negras, rodeada de lavandas. Se parece al granero de Mireille en Chevreuse. —Ante la exclamación que Abril no pudo reprimir, le preguntó—: ¿Quieres verla? —Sin esperar una respuesta, la buscó en su celular—: ¡Voilá! —declaró , triunfante, mientras los ojos de Abril se abrían dejando escapar su fascinación.

—¡Es soñada! —exclamó. Pero lo que en realidad pensó fue: «¡Es mi casa soñada!».