LILY recorrió con la mirada por última vez su impersonal habitación de hotel. Había hecho la maleta y estaba lista para marcharse aunque el taxi todavía tardaría media hora en llegar.
Su mirada se fijó en la inscripción grabada en su maletín: Dra. Wrightington. Se había cambiado de apellido nada más cumplir dieciocho años para evitar ser asociada con sus famosos padres y había adoptado el apellido de soltera de su abuela materna. Aunque ya había pasado más de un año desde que había conseguido el título, cada vez que lo veía escrito le producía un especial placer.
Rick no comprendía el tipo de vida que había elegido porque los recuerdos que conservaba de su padre no se parecían nada a los de ella.
Por primera vez en mucho tiempo, Lily había vuelto a tener el sueño recurrente del que, aun sabiendo que dormía, nunca lograba despertar. Siempre se sucedía de la misma manera. Su padre la llamaba al estudio para sustituir a una modelo que había fallado. El temor a ser fotografiada volvía a asaltarla y buscaba su cámara instintivamente para poder ocultarse tras ella. Entonces la puerta se abría y entraba un hombre cuyas facciones no llegaba a ver con nitidez. Se aproximaba y ella trataba de huir pidiendo auxilio a su padre, pero él estaba demasiado ocupado como para acudir en su ayuda. Entonces el hombre le daba alcance y… aquella parte del sueño era muy familiar. La había soñado más de mil veces. Pero en aquella ocasión había sucedido algo extraordinario. En el momento en que la angustia la invadía, la puerta del estudio se había abierto y la presencia de un recién llegado la había llenado de alivio, había corrido hacia él y se había cobijado en sus brazos, sintiéndose protegida y a salvo a pesar de la ira que el hombre irradiaba.
¿Qué significaba que hubiera transformado en su salvador al hombre que la había insultado en el estudio? Tenía que estar relacionado con el hecho de que hubiera expresado una opinión similar a la suya respecto al lado oscuro del mundo de la moda. Subconscientemente, debía haberlo convertido en un refugio frente a aquellos a los que había aprendido a temer desde tan joven.
Pero, ¿era ésa la única razón? Lily sacudió la cabeza para dejar de pensar en ello. A menudo era un error analizar demasiado las cosas.
Lo qué sí era significativo era que hubiera vuelto a tener aquel sueño después de tres años libre de él. Y la explicación era sencilla: volver al estudio había invocado dolorosos recuerdos que, se recordó, pertenecían al pasado.
Ella ya no era la misma persona. Se había convertido en alguien distinto: la doctora Wrightington, especialista en la influencia del arte y la arquitectura italiana en las mansiones británicas.
Llamaron desde recepción para anunciarle la llegada del taxi y bajó al vestíbulo. Tenía que admitir que se sentía un poco inquieta ante su inmediato encuentro con el príncipe di Lucchesi, aunque por su trabajo como comisaria en la Fundación para la Conservación del Patrimonio había acudido a los suficientes eventos de recaudación de fondos como para no sentirse intimidada por tener que mezclarse con la aristocracia. Además, pensó divertida, sabía tanto de la historia de los antepasados de los distintos linajes que conocía sus más oscuros secretos incluso mejor que ellos mismos.
Otros especialistas se centraban en la vida de los artistas, mientras que ella se había interesado por los mecenas y las causas que los habían llevado a preferir la obra de un artista a la de otro.
Podría haber hecho una búsqueda del príncipe en internet, pero su verdadero interés estaba en los hombres y mujeres del pasado más que en los del presente. El príncipe no era más que un medio para alcanzar el fin al que se había comprometido con la Fundación.
Aun así, se había vestido adecuadamente, consciente de que las primeras impresiones eran muy importantes en el mundo del arte y de los ricos. A pesar de que no le interesaba la moda, era inevitable, dada su formación, que tuviera estilo, al que contribuía su considerable estatura y su esbelta figura. A diario, le gustaba llevar camisetas y vaqueros, pero para las ocasiones especiales reservaba un vestuario reducido pero de excelente calidad.
Para la recepción de aquella noche, había elegido un vestido de color caramelo sin mangas y con cuello drapeado, que más que abrazarse a su cuerpo se deslizaba delicadamente sobre él. Como accesorio llevaba el collar de perlas que había heredado de su abuela materna, el reloj Cartier de su madre y unos pendientes de diamantes que se había hecho con el anillo de compromiso de su madre.
Después de que ésta se suicidara, su padre le había dado todas sus joyas. Ella las había vendido, a excepción de la que lucía en aquel momento, y donó el dinero a una asociación de beneficencia. De alguna manera le había servido para compensar la sensación de abandono que había sufrido su madre por culpa de las innumerables infidelidades de su padre.
Para rematar el conjunto, había elegido unos buenos zapatos de cuero negro, y un bolso a juego. Llevaba consigo una larga rebeca de cachemira, en caso de que refrescara por la tarde y la necesitara durante el viaje desde Milán al lujoso y mundialmente conocido hotel Villa d’Este, al que el príncipe iba a acompañarla como primera parada de la gira por las mansiones más exclusivas de Italia.
Respiró profundamente y miró por la ventanilla del coche, diciéndose que no había luz más maravillosa que la de finales de septiembre.
La recepción a la que acudía tendría lugar en mismo palacio Sforzesco que había pasado a albergar diversas galerías con algunas de las obras más famosas del arte italiano. Lily conocía el edificio porque lo había visitado mientras escribía su doctorado, y era una gran admiradora de la colección que allí se exhibía. Pero cuando el taxi la dejó en la puerta, no fue ni el edificio ni el arte lo que la hizo pararse en seco, sino el hombre que la estaba esperando.
–¡Usted! –dijo en estado de shock.
No podía creer que el hombre que la había insultado en el estudio y el que tenía ante sí, contemplándola con incredulidad, fueran la misma persona.
–¿Qué está haciendo aquí? –dijo él con aspereza.
¿Insinuaba que lo estaba siguiendo? Afortunadamente, antes de que le diera tiempo a decirle lo que pensaba de él, se dio cuenta de que ponía cara de sorpresa al leer el nombre de su maletín. Luego alzó la mirada, y preguntó, atónito:
–¿Usted es la doctora Wrightington?
Lily se cuadró para no dejarse amedrentar y, alzando la barbilla, contestó: –Sí. ¿Y usted es…? La más profunda irritación se reflejó en los dorados ojos del hombre.
–Marco di Lucchesi –respondió en tensión.
¿El príncipe? ¿El hombre con el que pasaría las dos siguientes semanas?
Lily intentó calmarse diciéndose que quizá no era más que alguien que el príncipe enviaba para recogerla y rezó para que así fuera.
Las puertas a su espalda se abrieron y un guarda salió precipitadamente.
–Permita que retire su equipaje hasta que se marche, doctora Wrightington –dijo al ver la maleta de Lily.
–Muchas gracias –dijo ella, sonriendo antes de volverse a Marco y preguntar con gesto indiferente–. ¿Marco di Lucchesi? ¿El príncipe di Lucchesi?
–No uso el título –la aspereza de su respuesta aniquiló cualquier esperanza en Lily de reconducir la relación–. Si le parece, podemos pasar al interior para que la presente a los invitados, algunas de cuyas casas iremos a visitar.
Lily asintió con la cabeza.
–La Fundación me ha proporcionado una lista de invitados.
–Algunos de los árboles genealógicos son un tanto complejos. A veces no resulta sencillo saber quién posee qué.
Quizá eso les pasaba a los turistas normales, pero, aunque no se molestó en aclarárselo, la genealogía de las familias italianas poseedoras de mansiones históricas era el campo de especialización de Lily. Era evidente que entre ellos se había declarado una guerra abierta en la que las palabras sólo servían para enmascarar mensajes hostiles.
Ya sin maleta, miró hacia las puertas de entrada, que representaban su única posibilidad de huida. Fue hacia ellas, negándose a mirar a Marco, pero él llegó antes y le bloqueó el paso colocando la mano sobre el picaporte.
Lily no pudo hacer otra cosa que pararse en seco o arriesgarse a chocar contra él. Sintió un frío sudor. ¿Por qué aquel hombre la perturbaba tanto? ¿Cómo era posible que su mera presencia despertara en ella un torbellino de sensaciones y emociones en las que no quería pensar?
Él la había tocado en primer lugar y había reaccionado, al igual que ella, como si hubiera sufrido una descarga eléctrica. Eso debería haberlos puesto al mismo nivel, pero por algún extraño motivo él conservaba su actitud de superioridad, como si estuviera imbuido de razón.
En realidad, se dijo Lily, daba lo mismo lo que él hubiera sentido o dejado de sentir. Lo único importante era que ella necesitaba conservar el control sobre sí misma para permanecer física y mentalmente estable.
Marco frunció el ceño. ¿Qué perfume llevaría para que se sintiera tentado a aproximarse a ella y aspirar su aroma? Cínicamente, supuso que ésa era precisamente su intención, y se recordó que tenía que hacer preguntas mucho más importantes que averiguar el nombre de su perfume.
–¿Sabe la Fundación el tipo de trabajo que hace en su tiempo libre?
Lily interpretó la pregunta como una velada amenaza, y sitió la ira prender en su interior. Probablemente se consideraba demasiado importante como para que ella se arriesgara a ofenderlo, pero tenía pleno derecho a defenderse.
–No estaba trabajando. Me limitaba a hacer un favor a un… amigo, que necesitó que lo sustituyera.
Marco se irritó aún más. Era evidente que elegía sus palabras cuidadosamente. De la misma manera que jugaba con la vulnerabilidad de jóvenes estúpidos como su sobrino.
–Así que la Fundación no lo sabe.
–¡No hay nada que saber! Sólo he hecho un favor a alguien
–¿Un favor? ¿Es así como lo llama? Yo le pondría otro nombre.
¿Cómo podía ser la doctora Wrightington la misma mujer que había intentado sobornar a su sobrino para que posara de modelo? Le resultaba… inconcebible, pero claramente, así era. Era evidente que se trataba de una mujer con múltiples vidas. ¿Qué podía motivar a una mujer altamente cualificada y con toda seguridad, con un buen salario, a implicarse en un negocio tan turbio? La ira y el dolor que había sentido por la muerte de Olivia lo invadieron. Podía sentirlos en la boca, quemándole el estómago.
Habían sido amigos desde la infancia; sus familias asumían que algún día se casarían. Su matrimonio habría sido de conveniencia, un arreglo entre familias, y Olivia le había dicho que estaba de acuerdo. Lo que no había confesado era que llevaba una vida secreta, obsesionada por seguir una carrera de modelo, y a Marco le había destrozado descubrir que la mujer a la que creía conocer tan bien había estado engañándole todo el tiempo.
Olivia nunca había alcanzado la fama, pero en el camino había descubierto las drogas y, finalmente, había caído en la prostitución. Hasta su muerte. Y una mujer igual que la que tenía ante sí había sido la culpable de todo, una mujer que compraba carne joven para aquellos que podían pagarla, y engañaba a los jóvenes con falsos sueños de fama y fortuna.
Él había confiado tanto en Olivia como en aquella mujer, pero las dos le habían mentido, y eso le había causado una herida de la que su orgullo nunca había logrado recuperarse. Ambas le habían dado su palabra, pero habían hecho añicos la confianza que había depositado en ellas.
El odio lo quemaba por dentro como ácido sulfúrico
–¿Por qué lo hace? –preguntó con brusquedad.
Lily no conseguía comprender qué había hecho para despertar tanto desprecio, y menos aún por qué le afectaba tanto en lugar de resultarle indiferente procediendo de alguien a quien ni tan siquiera conocía.
–¿Por qué hago el qué? –intentó ganar tiempo para intentar abstraerse de la fuerza magnética que ejercía sobre ella.
–No finja no entender. Sabe perfectamente a qué me refiero: el estudio, la forma en que se acercó a mi sobrino.
Lily se sonrojó a pesar de que no tenía de qué sentirse culpable. –Ya le he dicho que sólo hacía un favor a alguien.
El príncipe la miró con sorna.
–Ya me imagino qué tipo de favor –dijo con brusquedad–. ¿De verdad que nunca se cuestiona lo que hace? ¿Piensa alguna vez en el daño y la destrucción que siembra a su alrededor?
Lily se sentía al borde de un ataque de ansiedad. El príncipe se adentraba en un territorio de arenas movedizas y la ironía de que la acusara de inmoralidad fue más de lo que pudo soportar. Para no perder el control, tuvo que fingir una calma que estaba lejos de sentir.
–Ya le he dicho, aunque no tengo por qué justificarme, que me limitaba a sustituir a alguien en la sesión fotográfica de un catálogo de moda.
–¿Y qué me dice del joven con el que su amigo entabló conversación en un bar y al que ofreció la oportunidad de hacer de modelo? ¿No se le ocurrió preguntarle por qué buscaba modelos en lugares públicos en lugar de acudir a una agencia profesional?
Cada una de sus palabras fue como un latigazo para Lily que la dejara en carne viva, abriendo heridas que creía cicatrizadas. En el mundo que tan cuidadosamente había construido, no había cabida para la joven del pasado. Había cortado radicalmente todos sus vínculos para ahuyentar sus fantasmas y nunca se permitía volver la mirada atrás.
Había conseguido ser tan feliz, se había sentido tan orgullosa de sí misma por lo que había logrado, que no comprendía por qué aquel hombre, con su actitud crítica, conseguía ponerlo todo en peligro. Aunque su instinto le pedía defenderse pasando al ataque, la razón la obligó a mantener la serenidad como mejor arma en aquella pelea.
Tomó aire.
–Los catálogos de ropa no pagan demasiado bien. Mi… La persona a la que sustituí intentaba mantenerse dentro del presupuesto. Supongo que por eso habló con su sobrino.
–¿De verdad espera que la crea? Por si no lo sabe, su amigo, además de pagar a mi sobrino, le dijo que luego lo llevaría a una fiesta con algunas de las figuras más importantes del negocio.
Lily había llegado al límite de su paciencia. No tenía por qué defender a su hermanastro y menos aún aguantar los insultos de Marco di Lucchesi, que prácticamente la estaba acusando de actuar en connivencia con un corruptor de menores. Rick podía tener muchos defectos, pero su única intención habría sido impresionar al joven candidato.
–Se equivoca tanto respecto a Rick como a mí –dijo, enfurecida–. Para que lo sepa, opino exactamente lo mismo que usted respecto al lado más turbio del mundo de la moda.
¿No le había dicho algo parecido la dueña de la agencia para la que Olivia trabajaba cuando él había acudido en su ayuda para conseguir que volviera a casa? ¿No le había dicho que confiara en ella, que protegería a Olivia?
A sus dieciocho años, él la había creído, pero tal y como había descubierto con el tiempo, le mentía. Igual que la mujer que tenía en aquel momento ante sí.
Por eso mismo no comprendía por qué, en lugar de seguir atacándola, le importaba más sentirse desilusionado por no poder confiar en ella, por que fuera una mentirosa.
Ignorando aquella extraña emoción, dijo, cortante: –Lo que dice no tiene ninguna lógica, así que no puede ser verdad.
Lily lo miró con perplejidad, consciente de que no había nada que pudiera hacer o decir para hacerle cambiar de opinión. Era como si se negara a confiar en ella, como si hubiera decidido rechazarla. Así que sólo le quedaba usar la misma lógica que él usaba contra ella.
–Nadie obligó a su sobrino a aceptar el trabajo ni el dinero –señaló con la mayor dignidad de que fue capaz–. Así que en lugar de acosarme, haría mejor interrogándole a él. Después de todo, un joven tan bien conectado socialmente y de buena familia no tendría por qué aceptar un trabajo tan mal pagado. A no ser que tenga otras razones para hacerlo.
A pesar de que de Lucchesi ni siquiera parpadeó, Lily supo al instante que había dado en el clavo.
–¿Qué razones?
Aunque Lily sintió lástima por haber tocado lo que evidentemente era un punto sensible, se dijo que no se trataba de un hombre ante el que pudiera dar la menor muestra de debilidad. Así que tomando aire, dijo con fingida dulzura.
–¿Quizá un tío que le da una asignación mensual reducida para atarlo corto?
Aquellas palabras consiguieron hacerle daño. Pero en lugar de ignorarlas para demostrarle una vez más que la despreciaba, Marco dijo:
–Pietro es un joven muy impulsivo que se cree inmortal. Dos características que, en mi opinión, son el resultado de tener una madre demasiado indulgente. Si creo que debe aprender a administrarse con una asignación que personalmente considero bastante generosa, es porque en el futuro tendrá que administrar un gran patrimonio. Puede que para usted eso signifique «atarlo corto», pero lo que pretendo es que sepa valorar lo que posee y aprenda a vivir dentro de sus posibilidades.
–Quizá deba darle esa explicación a él y no a mí –sugirió Lily–. Comprendo que su sobrino sea importante para usted. Pero para mí, lo es hacer el trabajo que me ha encomendado la Fundación –añadió, indicando con un gesto de la cabeza la puerta que él mantenía bloqueada.
–¿Y se siente capacitada para hacerlo? ¿Está segura de que no tendrá que dejarlo para hacerle un favor a un «amigo»?
–Usted no tiene derecho a cuestionar mi profesionalidad.
–Al contrario, tengo el derecho y el deber, puesto que he persuadido personalmente a mucha gente para que le abra las puertas de su casa.
–Estamos haciendo esperar a los invitados –dijo ella en lugar de responderle.
Sin apartarse, él la miró fijamente.