LILY sintió el corazón golpearle el pecho y rezó para que alguien los interrumpiera, pero no tuvo suerte. –No me creo ni una de sus explicaciones.–Ése no es mi problema.
–Se equivoca –dijo él con aspereza–. No dice la verdad.
Lily se sentía rodeada por su presencia. Nopodía ni retroceder ni avanzar. Él había inclinado la cabeza para decirle las últimas palabras al oído, y al sentir su aliento rozarla una sacudida eléctrica alcanzó cada una de sus terminaciones nerviosas. Estaba acalorada y mareada, inundada por una cascada de sensaciones que resquebrajó la barrera del respeto personal que debía haber entre ellos.
Tenía que decir algo y defender su terreno, pero apenas podía respirar. Hizo ademán de abrir la puerta pero él se movió más rápido y chocaron. La sofocada exclamación que escapó de sus labios, rozó el cuello de Marco, que sintió acelerársele la sangre en las venas, quemándolo como oro líquido. Su respuesta fue tan instintiva e irreflexiva, que la estrechó contra sí antes de que su cerebro supiera qué estaba haciendo. Recuperando una mínima cordura se dijo que la soltaría al instante. No sabía siquiera por qué la había sujetado. Pero al sentirla revolverse, sintió un golpe de orgullo herido.
–¡No! –gritó Lily, sintiendo que el pánico se apoderaba de ella ante la proximidad de su cuerpo, y aún más al darse cuenta de que la deseaba y que debía evitar por todos los medios que él lo notara.
Pero en ese momento, al ver cómo la miraba, se dio cuenta de que Marco interpretaba su angustia como desafío. Y también supo que estaba decidido a castigarla.
El castigo fue fulminante e inesperado, y llegó en la forma de un beso ávido y apasionado.
Lily llevaba años sin recibir un beso. De hecho, jamás había sido besada de aquella manera, como si el hombre que la besaba quisiera imprimir su sello en ella y dominar sus sentidos y su alma. Su masculinidad encontró su reflejo en una recién descubierta femineidad. Y Lily sintió pánico.
Alzó la mano paro protestar y aún se sorprendió más al darse cuenta de que la posaba en la mejilla de él y acariciaba la piel fina de los pómulos y la rugosa del mentón. La fotógrafa que había en ella habría querido explorar la dramática perfección de sus facciones.
Él imprimió más delicadeza a su beso mientras ella se decía que debía soltarse, que el gemido que tenía atrapado en la garganta era de protesta y no de placer. Él abrió los ojos y los clavó en los de ella sin dejar de besarla. Lily sintió que las piernas le flaqueaban, obligándola a descansar contra él, a relajarse en sus brazos.
Durante una fracción de segundo tuvo la sensación de que sus cuerpos se movían al unísono. Y de pronto, bruscamente, él la apartó de sí.
«¿Qué me está pasando?», pensó Marco. Él nunca se dejaba llevar por las emociones. Nunca.
Alguien intentó abrir la puerta desde el interior. Sin mirarse ni intercambiar palabra, ambos dieron un paso atrás mientras Marco recordaba que había aceptado aquel proyecto con una inquietud cuyo origen no había comprendido. Debía haber seguido su instinto y rechazarlo. Pero en su momento había asumido que su prevención se debía a que no le agradaba la idea de abrir su casa a una desconocida, y ni por un segundo se le había cruzado por la mente que la razón última de sus dudas fuera de carácter personal.
La miró con severidad. No tenía ningún sentido la forma en que su cuerpo entraba en sintonía con el de ella, ningún motivo evidente por el que su presencia, su aroma, el sonido de su respiración, aguzaran sus sentidos. Apretó los dientes para volver a poner sus pensamientos en orden, tensando sus músculos como si intentara dominar un caballo desbocado.
Claro que era atractiva y que poseía una discreta belleza que se correspondía a la perfección con la imagen que pretendía proyectar y no con la que había mostrado en el estudio, mucho más acorde, en su opinión, con su verdadera personalidad. Lo que no sabía era cuál de las dos era la que lo atraía, y le irritaba pensar que se sentía como un adolescente excitado por la imagen de una modelo desnuda en la página central de una revista. ¿Habría en su interior un componente desconocido que le hacía sentirse atraído por una mujer así? Una parte de sí habría preferido que ése fuera el caso, en lugar de tener que admitir la verdad: que su cuerpo respondía con la misma intensidad ante la doctora Wrightington que ante la experimentada mujer en vaqueros que había conocido en el estudio. Cualquiera que fuera el caso, estaba decidido a no darle la menor importancia.
Abrió la puerta y, después de dejarla pasar, dijo con frialdad:
–Pienso vigilarla, y si en cualquier momento sospecho que su presencia pone en riesgo el éxito del proyecto, solicitaré a la Fundación que la sustituyan.
–No puede hacer eso –protestó Lily.
El corazón se le aceleró. Aquel proyecto le importaba demasiado como para arriesgarse a perderlo; incluso se había hablado de hacer un documental para una prestigiosa cadena de televisión de arte. Y más que el reconocimiento público que ello pudiera proporcionarle, lo que Lily quería era compartir con una amplia audiencia el enorme impacto que el arte italiano había tenido sobre numerosos aspectos de la vida británica, desde la arquitectura y la literatura hasta la jardinería o la moda.
Marco era un hombre poderoso y lo tenía en su contra. Pero lo que pensara de ella a título personal debía resultarle indiferente. Y así era. ¿O quizá no?
Él mantenía la puerta abierta para dejarla pasar y desde el interior le llegaba el murmullo de las conversaciones, que fue acallándose hasta convertirse en silencio cuando los invitados volvieron sus miradas hacia ellos.
Mientras que ella se había quedado muda, su acompañante pareció recuperar su aplomo al anunciar:
–Disculpen el retraso. Toda la culpa es mía.
Y al ver las sonrisas de respeto y admiración que recibía, supo que el príncipe no necesitaba tomarse la molestia de presentar sus disculpas.
–Sé que están impacientes por charlar con nuestra invitada de honor, la doctora Wrightington, así que les ahorraré las presentaciones y me limitaré a decir que su tesis doctoral sobre las colecciones de arte de nuestros antepasados y nuestra arquitectura debería hablar por sí misma.
Lily se preguntó si alguien más habría notado el uso deliberado que había hecho de la palabra «debería», y se alegró de haber aprendido de su madre a mostrarse serena en público, tal y como ella logró hacer hasta que la depresión y las pastillas la destrozaran. Era sorprendente lo sencillo que resultaba sonreír y aparentar calma una vez se había aprendido a ocultar los sentimientos.
La misma facilidad con la que pudo charlar con aquellos a los que Marco fue presentándola en su recorrido por el salón.
–Su excelencia –dijo cuando Marco la presentó a una anciana duquesa de porte regio–, no sé cómo agradecerle que me abra las puertas de su villa y de su colección de arte. En los archivos guardamos un retrato de uno de sus antepasados, realizado por… –Leonardo. Sí, lo he oído, aunque desafortunadamente no lo he visto nunca.
Lily sonrió.
–Me dejaron fotografiarlo, así que puedo mostrárselo.
Marco tuvo que admitir que era excelente, tanto por sus conocimientos como por sus habilidades. Pero eso no significaba que fuera honesta.
–Me encantará poder compararlo con el retrato que Leonardo hizo a un antepasado de mi marido –contestó la duquesa, agradecida.
Lily solía disfrutar con aquel tipo de encuentros y de tener la oportunidad de charlar con personas con las que compartía su pasión por el arte, pero en aquella ocasión, tras dos horas mezclándose con los invitados, sintió un intenso dolor de cabeza, y aunque le costara admitirlo, la culpa la tenía el hombre que, a poca distancia de ella y con el que tendría que compartir sus siguientes semanas, le había demostrado una total animadversión y se había saltado las barreras tras la que ella protegía su estabilidad mental.
–Tendremos que irnos pronto.
A Lily estuvo a punto de atragantársele el trago de vino al oír la voz de Marco a su espalda. No porque no hubiera intuido que se acercaba a ella, siendo como era consciente de cada uno de sus movimientos, sino por la sacudida que recibió al sentir su aliento en la nuca y la deliciosa corriente de placer que la recorrió, erizándole el vello.
No, su reacción no se debía a que la hubiera sobresaltado, pero Lily no estaba dispuesta a plantearse por qué alguien que había renunciado a las delicias del placer sexual, era capaz de reconocer sin titubear que el grado de sensualidad que acababa de experimentar delataba una debilidad hacia el hombre que la había provocado que iba mucho más allá de una mera atracción superficial. Era mejor no hacerse ciertas preguntas. Y menos aún una persona como ella respecto a alguien como Marco.
Un hombre la empujó levemente al pasar a su lado, haciendo que el vino le salpicara el brazo, y Lily agradeció la distracción que representó el incidente.
–Lo siento –se disculpó el hombre. Y dirigiéndose a un camarero que pasaba, añadió–: Necesitamos una servilleta.
–No hace falta… –empezó Lily, pero las palabras murieron en su garganta cuando Marco consiguió como por arte de magia una y empezó a secarle el brazo.
Haciendo caso omiso a las protestas de Lily, diciendo que podía hacerlo ella, Marco siguió secándola al tiempo que, con destreza, le quitaba la copa de la otra mano y la dejaba sobre la bandeja de uno de los camareros.
Lily pensó que tenía manos diestras y fuertes, como las de un artista. Manos capaces de aplastar la resistencia de cualquier mujer si así se lo proponía.
Un nuevo temblor la sacudió pero no tanto física como emocionalmente; una convulsión fugaz que le formó un nudo en las entrañas antes de relajarse y ser reemplazada por una íntima y pulsante sensación.
Lily estaba familiarizada con las señales externas de la excitación sexual. No en vano había visto a modelos fingiéndolas desde que tenía uso de razón. Recordó con amargura que su padre la enviaba al trastero adyacente al estudio cuando terminaba una de las sesiones y empezaban los «juegos». Su padre era de esos fotógrafos para los que mantener relaciones sexuales con las modelos era uno de los beneficios extra del trabajo. No, Lily reconocía sin dificultad los sonidos y las señales de la excitación, real y fingida, masculina y femenina. Pero si se trataba de su propia excitación se adentraba en un territorio que llevaba años convertido en un terreno baldío, poblado de fantasmas, al que no quería retornar.
Marco la soltó.
–Tenemos que irnos –dijo–. Puede que encontremos tráfico de camino al aeropuerto.
–¿Volamos al lago Como? –Lily había asumido que irían en coche.
–Vamos en helicóptero. Es mucho más rápido.
Marco dio una palmada para anunciar a los asistentes que se marchaban.
–Ya estaba deseando recibirla en Villa Ambrosia –dijo la duquesa cuando se despidió mientras retenía las manos de Lily entre las suyas en un gesto de genuino aprecio–, pero ahora que la he conocido, estoy impaciente –volviéndose hacia Marco, añadió–: Es una chica encantadora, Marco. Espero que cuides bien de ella.
Lily no se atrevió a mirar a Marco cuando la anciana se alejó.
El guarda del museo que había retirado su maleta los escoltó al exterior, donde los esperaba su coche, y Lily, recordando el número de veces que mientras hacia su trabajo de documentación se había paseado cargada con el ordenador, la cámara y el resto de la parafernalia necesaria para su trabajo, pensó que sería sencillo acostumbrarse a una vida tan confortable.
El tráfico en la carretera era denso, pero el acolchado interior del coche de lujo los aislaba del aire impregnado de humos del exterior. El cristal que los separaba del chófer y los asientos de confortable cuero creaban un ambiente que Lily encontraba perturbadoramente íntimo.
Afortunadamente, no había la más mínima intimidad entre ellos, ya que Marco se puso a hablar por teléfono en cuanto el chófer cerró la puerta.
Lily sospechaba que lo había hecho para aislarse de ella porque la despreciaba. Pero también estaba convencida de que, al igual que ella, Marco había sentido una corriente eléctrica cuando se habían tocado que se esforzaba en ignorar.
Marco terminó la conversación y se volvió hacia ella.
–La duquesa me ha preguntado si iríamos a pasar un par de noches a su villa. Está claro que le ha impresionado.
La hostilidad en su voz dejó claro lo reticente que era a dedicarle un cumplido.
–Acabo de repasar nuestro programa con mi secretaria, pero si lo desea podemos alargar la gira un par de días.
Lily se reprochó haber asumido que se dedicaba a asuntos personales cuando en realidad estaba trabajando. Pero al instante se dijo que eso sólo los igualaba, puesto él que había sido el primero en juzgarla erróneamente. Y ella ya no tenía el menor interés en hacerle cambiar de idea.
Por otro lado se preguntaba qué habría causado la violenta reacción que había tenido hacia lo que creía que ella representaba, aunque dudaba que alguna vez se lo contara. Era demasiado orgulloso, demasiado distante como para ser capaz de hacer ningún tipo de confesión.
–Es una oferta muy generosa –dijo con cansancio–. Me encantaría disponer de más tiempo para estudiar la casa y la colección.
–Muy bien. Le mandaré un correo aceptando la invitación.
El chófer viró hacia la derecha bruscamente para pasar al carril adyacente y, cuando Lily bajó la mano para agarrarse al asiento y evitar deslizarse, la bajó involuntariamente sobre el muslo de Marco.
Sonrojándose, la retiró al instante, pero no a tiempo de evitar un cosquilleo en los dedos y que su imaginación invocara imágenes de bocetos de un musculoso muslo masculino, el de Marco. Como si temiera que él pudiera leerle la mente, miró por la ventanilla.
–Llagaremos al aeropuerto en unos minutos –comentó él.
Sentado en el extremo opuesto de la limusina, Marco se esforzó por ocultar bajo su aparente calma el efecto que el breve contacto de la mano de Lily le había causado. No tenía sentido la corriente de deseo que le había recorrido el muslo hasta la entrepierna. Había estado tan ocupado con el trabajo, que ni siquiera recordaba desde cuándo no mantenía relaciones. Pero estaba claro que desde hacía demasiado tiempo. Eso explicaba su debilidad. Nada más. Su sentido común se indignaba ante la posibilidad de encontrarla físicamente atractiva dado lo que sabía de ella. Era una mujer cuyo estilo de vida aborrecía, alguien que pertenecía al mundo que había acabado por destrozar a Olivia
Olivia, que había sido seducida por una vida excitante y divertida, por la fama que su belleza le proporcionaría lejos de la seguridad y el refugio de sus padres.
Habían pasado varias semanas antes de quedescubrieran que se había mudado a Londres. Él le había rogado que volviera; ella le había explicado que tenía trabajo con una agencia de modelos y que compartía piso con otras chicas.
Entonces había ido a ver a la dueña de la agencia para suplicarle que le ayudara. Ella se había mostrado amable y comprensiva, tan preocupada por Olivia, que él había cometido el error de creerla cuando le aseguró que se hacía personalmente responsable de que estuviera a salvo, y que pronto se cansaría de aquella vida y volvería a casa.
Después de tantos años, seguía sintiendo un sabor amargo en la boca al pensar lo ingenuo que había sido a los dieciocho años. Ni por un momento había sospechado que la mujer era prácticamente una madama, y que a cambio de protegerlas las introducía en el mundo de las drogas y de la prostitución.
Y esa vida había acabado por matar a Olivia de una sobredosis, sola, en la habitación de un hotel de Nueva York.
Desde entonces, se había jurado no volver a confiar en nadie y regir su vida por la razón y no por las emociones.
Al menos hasta ese momento.
Hasta la aparición de la doctora Wrightington con sus mentiras y su conexión con todo lo que él más odiaba, jamás había tenido problemas para mantener su promesa.
Sin embargo en el poco tiempo que la conocía, no sólo había conseguido quebrar esa resolución, sino que había encontrado una grieta por la que colarse al otro lado de sus defensas personales.
¿Cómo era posible que llevara una doble vida sin sentir la más mínima culpabilidad, que fuera capaz de decir tantas mentiras con tanta convicción?
Marco se fijó de soslayo en su perfil como si buscara una respuesta, pero supo al instante que había cometido un error. Por mucho que su mente sólo pretendiera estudiar y analizar los hechos, no lograba controlar su cuerpo, y tuvo que cambiar de postura para aliviar la presión que sintió en la entrepierna. Aun así, no pudo apartar la mirada de ella.
Un sedoso mechón había escapado de su moño y acariciaba su mejilla con una sensualidad que aguzó sus sentidos, arrastrando su mente aceleradamente hacia un terreno peligroso.
Ella inclinaba la cabeza, de manera que se apreciaba la sombra que sus pestañas proyectaba sobre sus mejillas. El ángulo que formaba su cuello dejaba expuesta su delicada nuca. Tenía un lunar en el lado izquierdo de la columna vertebral, en el lugar exacto donde un amante no podría resistirse a dejar un beso.
Su piel olería y sabría al aroma que la envolvía, que recordaba a Marco al perfume de rosas y de lavanda. Sus brazos desnudos eran largos y bien torneados. El reloj le quedaba un poco holgado en la muñeca. Aunque su vestido no era ceñido, él la había observado en la recepción y estaba convencido de que sabía que insinuaba sus senos y las curvas de su cintura y de sus caderas de una manera mucho más sensual que si hubiera pretendido realzarlas. De hecho apenas había podido controlar el impulso de comprobarlas con sus propias, y estaba convencido de que ella era muy consciente de que ése era el efecto que lograba fingiendo no querer llamar la atención sobre su feminidad.
Pero su capacidad de seducción, tal y como había descubierto en la recepción, no se limitaba al sexo opuesto. Todas la mujeres con las que había charlado, incluidas las más estiradas, habían estado encantadas con ella, como demostraba la invitación de la duquesa.
Era innegable que conocía su tema de estudio muy bien y que contagiaba su entusiasmo. De no haber conocido su otra vida, Marco estaba seguro de que se habría convertido en su primer admirador.
Afortunadamente siempre había estado en contra de mezclar placer y trabajo, aunque en aquella ocasión no se tratara propiamente de trabajo, sino de un compromiso voluntario.
Pero no caería en ese error por mucho que no pudiera negar que su cuerpo se sentía extrañamente atraído por el de ella, lo que lo ponía en una incómoda situación que prefería haberse evitado.
Marco se obligó a concentrarse en el momento. Acababan de entrar en la zona privada del aeropuerto. Miró el reloj y vio que iban un poco retrasados respecto al horario previsto. El helicóptero esperaba en la pista de despegue y el chófer detuvo la limusina a unos metros de distancia, bajó y abrió la puerta de Lily, mientras uno de los asistentes que esperaba, descargaba las maletas.
Marco indicó a Lily que subiera al helicóptero, pero en ese momento se dio cuenta de que ella asía el pasamanos de la escalerilla con expresión de pánico y la mirada extraviada, como una niña aterrorizada. Y en contra de toda lógica, Marco tuvo lástima de ella.
–¿No le gusta volar? –comentó–. No se preocupe –sin pararse a pensar en lo que hacía, le tendió la mano, que ella tomó mecánicamente.
Lily sintió que la cabeza le daba vueltas pero el contacto con la mano de Marco le dio estabilidad. Era ridículo que la idea de volar en helicóptero le afectara de aquella manera después de tanto tiempo. También entonces un hombre sonriente la había tranquilizado diciéndole que no corría ningún riesgo, justo antes de enfurecerse y tirar de ella hacia el interior.
Su mano empezó a temblar y a continuación todo su cuerpo. La frente se le perló de sudor, la gente que la rodeaba la estaba observando, tenía que dominarse…
–Si prefiere, podemos viajar por carretera.
Marco habló con calma al tiempo que le acariciaba con el pulgar la muñeca y percibía bajo la piel su acelerado pulso.
Lily lo miró. Sus ojos eran de color marrón claro, casi dorado, no azules, y su mirada no reflejaba un deseo libidinoso que la llenaba de repulsión y miedo, sino una dulzura y una comprensión que la ayudaron a recomponerse. Tomó aire.
–No, gracias. Ya me encuentro mejor.
Subió las escaleras y el copiloto la ayudó a instalarse y ponerse el cinturón de seguridad antes de decirle en tono animoso.
–Llegaremos al lago Como en un abrir y cerrar de ojos. A continuación Lily observó, sorprendida, que ocupaba el asiento a su lado.
–El jefe ha tomado el lugar de copiloto –explicó él–. Tiene el título de piloto, pero en esta ocasión sólo actuará de ayudante.
La noticia no sorprendió a Lily, que podía imaginar a Marco manteniendo la calma en medio de cualquier crisis. La última vez que ella había subido a un helicóptero, recordó con un nudo en el estómago, tenía catorce años, y el recuerdo de aquel viaje había sido la causa de la reacción que acababa de experimentar, pero Marco había logrado ahuyentar sus temores y devolverla al presente, y le resultó irónico que, dada la hostilidad que él le mostraba, su instinto lo considerara alguien en quien confiar.
Por muy incomprensible que le resultara, algo dentro de sí lo identificaba como un refugio seguro, un lugar que había anhelado encontrar desde hacía años, con una persona que se pusiera de su lado y la protegiera. Pero la experiencia le había demostrado que ese refugio sólo era posible dentro de sí misma, y que no debía alimentar la esperanza de encontrarlo en el exterior.
Sin embargo, una voz interior se adueñaba de su subconsciente y, cruelmente, le presentaba poderosas imágenes de seguridad y bienestar en la forma de Marco di Lucchesi. Al tiempo que un instinto aún más primitivo y tan poderoso o más despertaba sus sentidos a otro tipo de consciencia, la de Marco como hombre capaz de despertar su deseo sexual.
La seguridad y el peligro se entrelazaban así en una combinación que no le permitía distinguir entre una cosa y otra.
Hasta la aparición de Marco, había concebido la seguridad como ausencia de deseo; había tenido que sacrificar su sexualidad para protegerse del peligro de repetir los errores que habían cometido sus hedonistas padres. Hasta conocer a Marco había estado en pleno control de sí misma. Pero súbitamente, sin que pudiera explicarse cómo había sucedido, el control tanto de su sexualidad como de su seguridad se habían transferido a un hombre que la despreciaba y la rechazaba.
Lo único que sabía, sin embargo, era que no debía temer la atracción que sentía hacia él, puesto que estaba convencida de que Marco no era un hombre que se dejara arrastrar por el deseo hacia una mujer a la que aborrecía.
Miró hacia la tierra, pero estaba demasiado oscuro como para que se percibiera algo más que las luces de las carreteras y de las casas.
–No tardaremos en llegar –anunció el copiloto amablemente, pero sin la autoridad característica en Marco que la calmaba automáticamente.
Incluso estando furioso con ella, Lily había sentido esa misma seguridad cuando la había sujetado en sus brazos, además de… Se ruborizó sólo de pensarlo y al sentir que la atravesaba una aguda punzada de deseo.
¡Qué ironía que deseara a Marco! Una ironía de la que sólo ella tendría conocimiento y que sólo ella podía entender.
Empezaron a descender y Lily se esforzó por borrar todo rastro de aquella emoción. Pero fue en vano porque en ese momento Marco se giró para mirarla y ella se sintió como nieve derretida por el sol.
¡Cuánto le habría gustado que las circunstancias fueran otras! ¡Qué distinto sería todo si hicieran aquel viaje como amantes!
¿Cómo era posible que aquellos pensamientos hubieran enraizado en su interior?
Lily no sabía qué pensar. Su único consuelo era saber que Marco no podía leer su mente.