Capítulo 4

EL vuelo transcurrió sin incidencias, y dada la desconfianza que sentía hacia Lily, Marco no supo entender por qué prefería esperar a que ella descendiera por si necesitaba su asistencia, de la misma manera que no supo por qué, durante el vuelo, había tenido que reprimir el impulso de volverse regularmente para asegurarse de que se encontraba bien.

Después de todo, no se trataba de una niña vulnerable, sino de una mujer adulta, deshonesta y amoral, que se aprovechaba de la fragilidad ajena. Y aun así, Marco bajó detrás de ella, asegurándose de que no sufría ningún percance, a la vez que se decía que su único interés era que el viaje no sufriera ninguna alteración. No tenía nada que ver con su bienestar personal.

Un coche con chófer los llevó hasta el hotel.

Naturalmente, Lily se había documentado sobre el edificio, pero ninguna descripción o fotografía podía hacer justicia al elegante esplendor del vestíbulo, con su araña de cristal central, las superficies de mármol pulido y los muebles cubiertos en pan de oro.

Un recepcionista vestido con un uniforme que parecía diseñado por un modisto de alta costura salió a recibirlos y, tras subir con ellos en el ascensor, los guió por varios corredores hasta detenerse delante de una puerta.

–Tal y como nos solicitó, hemos reservado para su invitada una suite con vistas al lago –dijo abriendo la puerta. Volviéndose a Marco, añadió–: ¿Le gustaría verla?

Marco negó con la cabeza y dijo a Lily:

–Nos vemos en el bar dentro de media hora. Durante la cena, repasaremos el plan de mañana. Lily asintió. –El chico le traerá la maleta enseguida –le anunció el recepcionista–. Si necesita cualquier cosa, pídasela, por favor.

–Gracias –Lily fue a entrar, pero se detuvo para ver dónde quedaba la habitación a la que Marco era conducido.

Era absurdo sentirse sola y abandonada y como si necesitara saber dónde dormía en caso de que lo necesitara. Oyó cerrarse su puerta al fondo del pasillo, el recepcionista desapareció, y ella finalmente entró en… No era un dormitorio, sino una suite del tamaño de un apartamento, con un dormitorio, un salón y dos cuartos de baño. La decoración imitaba el estilo georgiano, y los tonos dominantes eran berenjena y azul grisáceo. En la cama había numerosos cojines y una manta pequeña también de color berenjena a los pies, sobre una colcha de color crema. Tanto el dormitorio como el salón se abrían a una pequeña terraza en la que cabían una mesa y dos sillas.

Aunque no podía verlas en la oscuridad, Lily supuso que las vistas al lago debían ser espectaculares, como lo era en aquel momento el reflejo de la luna sobre el agua y la infinidad de luces que parecían bailar en la orilla creando una imagen de ensueño.

Una llamada a la puerta anunció la llegada del botones con su maleta. Lily lo despidió después de darle una propina y abrió la maleta. Había hecho el equipaje cuidadosamente. Para las noches había incluido una falda tubo de punto negro que podía usar en dos largos distintos, así como de vestido sin tirantes. Como posibles conjuntos, llevaba un jersey fino, de manga tres cuartos y cuello de barco, una rebeca larga con mucha caída y una blusa de seda crema. Confiaba en que, añadiéndoles algunos accesorios, le permitieran hacer suficientes combinaciones como para cubrir los distintos eventos a los que tuviera que acudir.

Para el día, había elegido dos pares de pantalones negros, unos vaqueros y varias blusas y camisetas intercambiables. Por si acaso, había incluido una gabardina.

Aquella primera noche decidió dejarse el vestido caramelo, combinándolo con un chal negro. Como el moño había empezado a deshacerse, se soltó el cabello.

Marco estaba a punto de sentarse en el bar cuando la vio entrar. Aunque llevaba el mismo vestido que había usado en la recepción, se había puesto un chal negro que sujetaba al hombro con un broche de oro. Marco tuvo que reconocer que conseguía estar elegante y sencilla a un tiempo y no pudo evitar fijarse en cómo el cabello suelto le caía en suaves ondas enmarcando la delicada estructura de su rostro.

No le sorprendió que varios de los presentes, tanto hombres como mujeres, la siguieran con la mirada. Sin embargo, sí le extrañó que Lily pareciera no notar en absoluto que era objeto de admiración, y que su actitud fuera más titubeante que segura de sí misma. Al menos hasta que lo vio y, cuadrándose, alzó la barbilla en actitud desafiante. Nadie que la viera en aquel momento podría relacionarla con el sórdido estudio en el que él la había conocido.

Marco se puso en pie.

–¿Quiere tomar algo o prefiere que pasemos directamente a cenar? –Prefiero cenar. –Muy bien. Con una leve inclinación de cabeza llamó al maître, que los condujo al restaurante. –¿Qué le parece el hotel? –preguntó él al ver que Lily estudiaba atentamente la sala.

–La decoración es espectacular –dijo ella–, pero si una mujer viene pasar un fin de semana romántico, debe tener mucho cuidado con el vestuario que elige para no competir con la decoración.

–Si está con un hombre que la desea, la única ropa que necesita una mujer es su piel –dijo Marco.

Lily sintió que le ardían las mejillas y se alegró de que la tenue luz que iluminaba el comedor disimulara su turbación. Por si caso, se ocultó tras el menú.

Detrás del suyo, Marco se maldijo por haber hecho un comentario con el que había invocado tórridas imágenes de Lily desnuda, sobre su cama, mirándolo expectante. Su piel de una traslúcida perfección, sus pezones rosas, su sexo cubierto por un suave vello rubio. Sus piernas, largas y bien torneadas entrelazadas con fuerza alrededor de su cintura…

Marco se irritó con ella porque, de no haber sabido quién era en realidad, habría resuelto el problema acostándose con ella. No era la primera vez que una mujer lo excitaba, pero sí la primera a la que deseaba con tanta intensidad. Ni siquiera se reconocía, y de hecho se sentía al borde de un precipicio, cuando toda su vida había tenido los pies firmemente asentados en un terreno familiar.

Y esa sensación le incomodaba porque a él le gustaba actuar aplicando la lógica y la razón y poder dominar sus reacciones, en lugar de sentirse a su merced.

Pero lo que más le irritaba era que Lily no actuara de acuerdo a la idea que se había hecho de ella. A pesar de que no podía engañarlo, lo cierto era que mostraba facetas de su personalidad que lo desconcertaban. Hasta el punto que llegaba a preguntarse si no estaría equivocado. Pero eso era imposible.

Si se comportaba con amabilidad con ella era por razones profesionales, por el compromiso que había adquirido con la Fundación. Habría preferido no pasar ni un minuto más con ella, pero su orgullo le impedía tomar una decisión que equivaldría a admitir que su presencia lo turbaba.

Dejó el menú sobre la mesa decidido a ignorarla, pero al mirar a su alrededor no pudo evitar pensar que, aunque había numerosas mujeres hermosas en el comedor, ella destacaba por su elegancia natural. Tomándolo por sorpresa, se le pasó por la cabeza la idea de que cualquier hombre se sentiría orgulloso de tener una esposa como ella, culta, inteligente, hermosa y elegante. Pero rectificó al instante: ¿qué orgullo podía sentir nadie al estar casado con una mujer en la que no podía confiar y que ocultaba su verdadera personalidad bajo una máscara?

El camarero esperaba a que Lily pidiera.

–Tomaré missoltini –dijo finalmente, refiriéndose al pescado típico del lago–. Y luego risotto.

–Lo mismo para mí –dijo Marco.

Entonces llegó otro camarero con la lista de vinos. Marco le echó una ojeada y preguntó a Lily:

–¿Qué le parece un Valtellina? Ya sé que es tinto y que empezamos con pescado, pero…

Lily rió por primera vez desde que se conocían. Le gustaba que Marco le consultara en lugar de elegir directamente, y sabía bien por qué sugería aquel vino.

–Si era lo bastante bueno como para que lo bebiera Leonardo, también lo es para mí –dijo.

Marco había sospechado que ésa sería su respuesta y en parte ésa era la razón de que lo hubiera sugerido.

Lily creyó ver una sonrisa en sus labios, como si disfrutara de una broma privada. Su sonrisa era cálida y dejaba intuir un hoyuelo en su barbilla. Era una lástima que no estuviera dirigida a ella.

El vino llegó en aquel momento, distrayéndola de aquel pensamiento.

–De acuerdo al itinerario –dijo él–, mañana por la mañana visitaremos Villa Balbinnello. Como sabe, la mayoría de las casas a las que vamos a acudir no están abiertas al público.

Lily asintió. Marco estaba dándole los detalles del viaje mientras tomaban café tras la cena. A continuación añadió:

–Ya que tenemos que levantarnos temprano y que todavía me queda algo de trabajo por hacer, creo que me voy a retirar. A no ser que quiera más café.

Lily sintió una pasajera desilusión que prefirió ignorar. Sacudió la cabeza.

–No gracias, o no dormiré.

Debía sentirse agotada, pero la tensión y los nervios la mantenían alerta. Había sido un día muy largo y complicado, que había transcurrido como un viaje en una montaña rusa desde que Marco había aparecido en el estudio.

Como habían cenado temprano, el comedor seguía lleno cuando se pusieron en pie para marcharse. Al pasar junto a una mesa, una espectacular morena acompañada por un grupo, vio a Marco y se le iluminó el rostro.

–Marco, ciao –lo llamó.

A Lily no le sorprendió que Marco se detuviera a charlar con ella, o que, cuando ella se puso en pie, resultara tener una figura perfecta envuelta en un favorecedor vestido.

Discretamente, masculló un «buenas noches» y salió al tiempo que sacaba del bolso la tarjeta de su dormitorio.

En la sala previa al comedor, se cruzó con un numeroso grupo de gente, obviamente del mundo de la moda, de paso por Milán. No le costó reconocerlos porque sabía identificar la mezcla de ropa cara y más o menos excéntrica, así como la combinación de hombres maduros y jóvenes y raquíticas modelos además de mujeres más maduras que obviamente eran las editoras de las correspondientes revistas. Nunca se había sentido cómoda en aquellos círculos, y el hecho de que le recordaran el pasado siempre hacía que se le pusiera un nudo en estómago y que sintiera sudores fríos.

Aceleró el paso tratando de ignorarlos, pero se paró en seco cuando un hombre se interpuso en su camino y la sujetó del brazo a la vez que le dedicaba una sonrisa de serpiente. Lily lo identificó al instante y el olor de su aliento le hizo sentir náuseas y pánico. Anton Gillman. Un hombre al que odiaba y que le repugnaba.

–¡Lily, qué maravillosa sorpresa! ¡Y tan mayor...! ¿Hace cuánto que no nos veíamos, doce años…?

Usó el tono de un adulto hablando con un niño que Lily conocía tan bien, y con el que sabía que pretendía herirla. Tuvo la tentación de corregirlo y decirle que en realidad eran trece, pero prefirió hacerle creer que le resultaba indiferente.

Alguien tropezó con ella y la tarjeta de la habitación se le cayó al suelo. Él se le adelantó a recogerla y estudió el número detenidamente antes de devolvérsela.

–Si es una invitación…

Lily sintió horror y se la quitó bruscamente.

–Claro que no –exclamó, indignada–. Sabes que jamás…

Calló por temor a lo que pudiera decir. La gente que lo acompañaba había entrado en el comedor. Lily sentía calor y frío a la vez, como si tuviera fiebre.

Pero en lugar de sentirse irritado por su rechazo, a Anton pareció hacerle gracia, porque rió y sacudió el cabello negro que, como en el pasado, le llegaba casi a los hombros.

–¡Vamos, Lily, sabes que es mejor no decir nunca «jamás»! Después de todo, tenemos unas cuantas cosas pendientes y me causaría una enorme satisfacción resolverlas, sobre todo en un lugar tan acogedor como éste.

Lily no pudo disimular el escalofrío que la recorrió y volvió a sentirse como una niña de catorce años, asediada por un adulto sin escrúpulos.

–Tengo veintisiete años –apuntó, mientras el pasado y el presente batallaban en su interior–. Demasiado mayor para satisfacer tus gustos.

Él la observaba con una mirada insinuante que incrementó su pánico.

–Te equivocas, Lily. Siempre me has resultado excitante. Dicen que una oportunidad desperdiciada es siempre la más deseada. ¿Estás sola?

Lily vaciló antes de mascullar:

–No.

Había titubeado lo bastante como para que él se diera cuenta de cómo se sentía. Dejó escapar una carcajada.

–Sé que mientes –dijo él, fingiéndose desilusionado–. ¡Qué excitante que todavía me temas! Eso aumentará el placer de poseerte. Porque has de saber que pienso poseerte, Lily. Me lo debes. Es maravilloso que hayas vuelto a mi vida de una manera tan fortuita. Y que te alojes en la suite dieciséis.

Marco observó a Lily desde el comedor con un creciente desdén. Por la proximidad a la que hablaban, era evidente que conocía muy bien alhombre con el que se había encontrado. Él debía de ser al menos veinte años mayor que ella e iba muy bien vestido, aunque en un estilo algo llamativo.

–Marco –dijo Izzie Febrettu, dándole suavemente con el codo–. No me estás escuchando.

–Estoy seguro de que tu marido te escuchará con mucho placer, Izzie –dijo él antes de añadir–: Discúlpame

Y se alejó. En el pasado, Izzie y él habían sido amantes. ¿Lo habrían sido Lily y aquel hombre? ¿Por qué esa posibilidad lo enfurecía?

–Anton –lo llamó un hombre desde el restaurante. Y él se marchó, liberando a Lily, aunque las piernas le temblaban tanto que no pudo ni moverse.

No podría sentirse a salvo sabiendo que estaba en el mismo hotel que ella y que, por casualidad, había averiguado el número de su habitación. ¡Cuánto había disfrutado al amenazarla y aterrorizarla! Tanto como en el pasado, cuando amenazaba y aterrorizaba a las jóvenes cuyas vidas destrozaba.

–¿Un viejo amigo?

La voz de Marco la sacó del túnel del tiempo en el que se había adentrado tras el encuentro con Anton Gillman. Se giró bruscamente, tragó saliva y finalmente dijo titubeante:

–Si no le importa… Estoy muy cansada… Será mejor que me retire.

Y sin esperar respuesta, fue hacia el ascensor. Necesitaba escapar de la proximidad de Anton Gillman, que contaminaba cualquier lugar por el que pasaba. La había pillado desprevenida y ella había permitido que se aprovechara de su desconcierto.

Marco la vio marchar precipitadamente y se preguntó si habría concertado una cita con aquel hombre. Puesto que no se había molestado en contestarle si se trataba de un viejo amigo, sospechó que era algo más.