HACÍA más de una hora que Marco la había dejado sola en la habitación, una hora durante la que había dado vueltas en su cabeza una y otra vez a la conversación, preguntándose por qué le habría dicho que no había estado con ningún hombre desde que había perdido la virginidad.
En realidad no necesitaba preguntárselo porque sabía que lo que había deseado era que él la tomará en sus brazos, que la llevara a la cama y compartiera con ella los placeres sensuales que estaba segura descubriría con él. Había querido darle su amor, incluso aunque él no pudiera devolvérselo porque amaba a otra persona.
Amaba a otra persona, pero siendo el hombre amable y considerado que Marco intentaba ocultar bajo una máscara de desdén y arrogancia, el hombre que la había rescatado de Anton, estaba convencida de que, si le hubiera rogado que le diera aquello que no había tenido nunca, él habría acabado dándoselo.
¿Se atrevería? ¿Estaba dispuesta a humillarse hasta ese punto aun sabiendo que amaba a otra? Por otro lado, ¿no tenía derecho a conocerlo como amante y de atesorar recuerdos de él a los que aferrarse cuando dejaran de verse?
Tomaba la píldora porque el médico se la había recetado por sus problemas de menstruación, así que no corría el riesgo de quedarse embarazada, y estaba segura de que Marco practicaría una sexualidad responsable.
Ella siempre había jurado no implicarse sexualmente con nadie por temor a enamorarse y sufrir como lo había visto hacer a su madre. Pero dado que estaba enamorada de Marco, el dolor ya era inevitable, llegaran o no a ser amantes.
Amantes. Marco y ella. ¿No era lo que había deseado desde el primer momento?
Cuando Marco volviera… Cuando volviera, ella debía pensar en su propia dignidad y no hacer nada.
Marco vaciló al otro lado de la puerta de la suite. Había dejado a Lily descansando hacía más de dos horas, y quería decirle que la duquesa se había disculpado por tener que acudir a una cena que había olvidado, y que confiaba en que no les importara quedarse solos.
Tras decirle a Lily que confiaba en ella, sus últimas barreras había sido eliminadas porque ya ni las necesitaba ni las quería. Lo que sí necesitaba y quería era el amor de Lily, que formara parte de su vida. ¡La había juzgado tan erróneamente! ¿Podía arriesgarse a decírselo, a mostrarse vulnerable y expresar lo que sentía? ¿Podía creer de verdad la voz interior que le decía que confiara en ella?
Lily observó el picaporte girar con el corazón en un puño, preguntándose si se atrevería a poner en marcha la estrategia que había planeado al tiempo que para darse ánimos se decía que no tenía nada que perder.
¿El corazón? Ya lo había perdido ¿Su orgullo? No le importaba. En aquel momento lo único que le preocupaba era acumular los suficientes recuerdos de Marcos como para que le duraran el resto de su vida. Si él accedía, a la mañana siguiente ella dejaría la villa y volvería a Inglaterra sin completar el viaje.
Así le evitaría a Marco la incomodidad de su compañía, y ella no tendría que sufrir por un amor no correspondido. Sus últimos recuerdos con él serían en sus brazos, como amantes.
Actuando así no pensaba que estuviera abandonando su responsabilidad con la Fundación, ya que tenía suficiente información como para organizar la exposición. Eso sí, si se iba al día siguiente, no llegaría a ver la casa de Marco…
Claro que lamentaba no poder hacer algunas cosas más, pero por comparación eran todas insignificantes, como vestirse con más sensualidad que el albornoz que llevaba puesto sobre el cuerpo desnudo.
La puerta se empezó a abrir y Lily notó que se le secaba la boca a la vez que el corazón le latía desbocado. Estaba lista, preparada y anhelante. Tras rogar que todo saliera bien, se puso de tal manera que fuera lo primero que Marco viera al entrar en la habitación.
Cuando lo hizo, sin embargo, su reacción no fue la que ella esperaba. Había imaginado que los dos se mirarían fijamente y que, sin decir palabra, ella se quitaría el albornoz al tiempo que avanzaba hacia él lentamente. Pero en lugar de eso, Marco esquivó su mirada.
Marco se irritó consigo mismo por no haber llamado antes de entrar. De haberlo hecho, se habría librado de la agonía de verla con un albornoz bajo el que debía estar desnuda. En cambio, al descubrirla, su deseo por ella fue tan intenso, que pudo sentir su piel de terciopelo bajo las yemas de los dedos. Casi podía olerla, saborearla, y su cuerpo reaccionó en consonancia. Un deseo ardiente, abrasador lo atravesaba, atormentándolo hasta hacerle perder el control, y no sólo físicamente. El deseo que Lily despertaba en él era también apasionadamente emocional, lo llenaba de una necesidad acuciante de estrechar vínculos con ella haciéndole el amor, pero también de decirle el tipo de cosas que siempre se habría jurado no expresar. Palabras con las que comunicarle su compromiso y su anhelo. Palabras de placer, cargadas de promesas. Palabras con las que ofrecerle el modesto regalo de su amor y con las que conseguir por arte de magia el dulce premio del de ella. Palabras que darían forma a sus sentimientos y que los liberarían de su prisión. Las mismas palabras que siempre había considerado sus adversarias y que quería convertir en sus aliadas para conquistar el corazón de Lily.
Lily aprovechó el silencio de Marco para rehacer su plan. Respiró para calmar su inquietud y dijo:
–Quiero darte las gracias por haberme ayudado a… aceptar y liberarme del pasado, para avanzar hacia el futuro. Un futuro que Marco supo al oírla que quería compartir con ella.
–Necesito pedirte un favor –continuó Lily.
–Si está en mis manos, prometo hacer lo que sea.
El corazón de Lily se aceleró.
–Sé que no eres el tipo de hombre al que le gusta dejar las cosas a medias –dijo con voz queda–, así que confío en que…
Marco esperó, alerta.
–Resulta que… –Lily no estaba segura de poder reunir el valor suficiente como para actuar. Pero al pensar en las consecuencias de su silencio, se decidió–: El caso es que liberarme de mi miedo a Anton no consiste sólo en escucharme, sino que necesito otro tipo de ayuda.
–¿Cuál? ¿Querría que lo buscara y le diera el castigo que se merecía?
–Quiero que me hagas el amor –al oír a Marco resoplar, se precipitó a añadir–: Ya sé que es pedir demasiado, pero eres al único al que puedo pedírselo. ¿Cómo voy a madurar si no sé qué es ser una mujer sexualmente completa?
Vio que Marco sacudía la cabeza y asumió que iba a negarse. Pero, él dijo con voz ronca:
–¿Tanto confías en mí?
–Confío en ti ciegamente, Marco –dijo Lily con todo su corazón.
Marco la miró entonces con una emoción que ella no supo interpretar, pero avanzó, y al llegar delante de él, dejó caer el albornoz al suelo.
–Lily…
Lily no supo si pronunció su nombre a modo de protesta o de aceptación, pero puso las manos sobre sus hombros y lo besó delicadamente.
–Lily –dijo él de nuevo, en aquella ocasión contra sus labios, al tiempo que la estrechaba por la cintura contra sí.
Ella pudo sentir su sexo endurecido y la recorrió un estremecimiento de placer. El viaje que la conduciría desde el pasado hacia el futuro acababa de comenzar. Aunque entre medias tuviera que sufrir, no estaba dispuesta a pensar en ello en aquel momento. Sólo pensaría en Marco y en cuánto lo amaba.