Hace muchos, muchísimos años, en una época remota, cuando todavía hombres y mujeres permanecían siempre en la tierra que los había visto nacer, sin sentir ninguna necesidad de conocer otros lugares, las sirenas no habitaban en las profundidades del mar, ya que no tenían cola de pez. Tenían alas.

Vivían en lejanas islas paradisiacas, junto a la costa. A veces, en los largos arenales de seda molida. Otras, en los acantilados de salvaje belleza, pero nunca lejos del mar de cuyas músicas tanto aprendieron. Aún hoy solo las sirenas son capaces de descifrar sus voces, de conocer cuanto esconden sus rumores. Desde el leve murmullo de la calma hasta los oscuros timbales que acompañan la tempestad. El pentagrama del mar es suyo en exclusiva. Únicamente ellas pueden captar en plenitud con qué instrumentos se interpreta el concierto de las olas.