Ellie notaba la cara tan rígida como si la tuviera cubierta de hormigón. Estaba deseando llegar a su casa para empezar a quitarse el maquillaje aplicado en gruesas capas.
Tras pasar la mañana ante las cámaras de varias cadenas internacionales de noticias, había tenido que aguantar que un periodista de The Economist intentase hacerle hablar de asuntos personales y no solo del lanzamiento de la aplicación actualizada. Sin embargo, a lo largo de los años Ellie había encajado las balas suficientes para saber cuándo pretendían dispararle, así que le había esquivado con una agradable sonrisa y le había recordado para qué estaba allí.
Mientras Andrei, el jefe de seguridad, la llevaba a su casa de Belgravia, Ellie abrió en su tablet el sistema de mensajería interno de la compañía y descubrió un archivo que le había enviado su secretaria.
TIMOTHY HUNT, decía la carpeta, y Ellie comprendió que contenía los datos que había solicitado sobre su Pareja ideal. Su dedo se detuvo sobre el icono. Estaba más nerviosa de lo que esperaba. Le preocupaba lo que pudiera haber dentro de la carpeta. Dio por sentado que Ula habría seguido sus órdenes y le habría encargado la tarea a la empresa a la que recurría su firma para realizar averiguaciones sobre los candidatos a ocupar un puesto en ella, así como para investigar los muchos emails de amenaza que recibía.
Tomó aire y lo abrió. Había unos cuantos documentos: una fotografía de un periódico local en la que aparecía el equipo de fútbol provincial de Timothy, su currículum en LinkedIn, su historial de navegación por internet de los últimos seis meses, un extracto bancario e imágenes diversas. No quería saber con qué dudosos métodos se había obtenido esa información.
Ellie empezó haciendo clic en la fotografía del equipo de fútbol y leyó el pie hasta localizar el nombre «Tim Hunt». Lo encontró en la última fila: era un hombre de corpulencia media y pelo oscuro, corto y con entradas, barba y una amplia sonrisa. Se dio cuenta al instante de que físicamente no era su tipo.
Al leer su currículum, supo que tras acabar sus estudios universitarios había trabajado en varias empresas, sobre todo del sector informático. Su historial de internet era el que cabía esperar de un hombre de su edad: vídeos musicales de los noventa y capítulos de Padre de familia en YouTube, resultados de fútbol y automovilismo, algún que otro sitio web de porno, aunque nada insólito, descubrió aliviada, y visitas periódicas a Amazon y Spotify para comprar películas y música. Le gustaban Coldplay, los Foo Fighters y Stereophonics. En cuanto al cine, veía cualquier filme protagonizado por Matt Damon o Leonardo DiCaprio, ninguno de los cuales le gustaba a Ellie especialmente. Su extracto bancario revelaba que sus supermercados preferidos eran Tesco y Aldi; compraba la mayor parte de su ropa en Burton’s y Next; realizaba donaciones por domiciliación bancaria a entidades benéficas a favor de los perros abandonados y el Alzheimer y ahorraba algo de dinero cada mes para la jubilación.
Nada en el archivo sugería que estuviese o hubiera estado casado, que tuviese pareja o hijos. No tenía antecedentes penales, insolvencias ni problemas económicos importantes. Su hipoteca era modesta, pagaba el saldo de su tarjeta de crédito a tiempo y no tenía pendiente ningún préstamo de estudiante. Su presencia en redes sociales era casi inexistente, a excepción de varios comentarios en un foro de mensajes del Cambridge United.
En definitiva, parecía ser que Timothy Hunt era un hombre normal y corriente, aunque Ellie compartiese con él un vínculo extraordinario.
—¿Podemos pasar por King’s Road? —le pidió Ellie a Andrei.
Al cabo de unos minutos, siguiendo sus instrucciones, el jefe de seguridad le había comprado un móvil de prepago nuevecito y barato. Así no tendría que dar su verdadero número. No había usado uno de esos dispositivos desde que era una estudiante empobrecida, y sonrió al recordar una época de su vida mucho menos complicada.
Tecleó el número de Timothy y empezó a escribir un mensaje de texto.
Hola. ¡Me llamo Ellie y nos han emparejado!
Hizo una pausa y borró el mensaje. «Demasiado alegre», se dijo.
Hola, soy tu Pareja ideal. ¿Te gustaría conocerme?
«Demasiado fresca.»
Hola, Timothy, creo que debemos pasar el resto de nuestra vida juntos.
Ellie esperó un instante antes de pulsar el botón de envío y luego permaneció inmóvil con el teléfono en la mano, mirándolo fijamente, temiendo lo que pudiera contener la caja de Pandora que acababa de abrir. No tuvo que esperar mucho: la fuerte alerta del teléfono le hizo dar un bote.
Ah, la futura señora Hunt. ¿Por qué has tardado tanto? Y, por favor, llámame Tim.
«Tiene sentido del humor», pensó Ellie, e inmediatamente relajó los hombros tensos.
Perdona, estaba escogiendo mi traje de novia.
Qué coincidencia, yo también. Cuéntame algo de mi futura esposa, porque solo sé lo básico. Estaría bien encontrar puntos en común antes de pedir hora en el ayuntamiento.
¿Nada de iglesia entonces?
No, los satánicos como yo no somos bienvenidos allí.
Ya tenemos algo en común.
¿De qué trabajas?
Robo almas.
Oye, he preguntado de qué TRABAJAS, no cómo TE DIVIERTES.
Perdón. Aparte de adorar a Lucifer, trabajo en una oficina muy aburrida. ¿Y tú?
Soy un friqui de los ordenadores.
En la media hora siguiente, Ellie ni se percató de la cola de tráfico que mantenía a su coche parado ni de la lluvia intensa que azotaba la ventanilla. Cuando Andrei paró por fin delante de su casa, estaba pegada al móvil como una colegiala, y Tim y ella seguían mandándose mensajes. Andrei abrió la puerta del coche y seguidamente un paraguas.
¿Puedo invitar a mi futura esposa a tomar una copa algún día?
No estoy segura...
Tranquila, que no muerdo. A veces hay que lanzarse a la piscina.
Ellie se mordió el labio inferior y se guardó el móvil en el bolso mientras Andrei la acompañaba hasta el interior de la casa. Reflexionó durante unos minutos, sopesando los pros y contras de dejar que un extraño entrase en su vida. El motivo por el que había hecho el test de ADN Compatible se había convertido ahora en una persona real. Tenía nombre y rostro, y estaba esperando a saber si ella quería conocerle. Pero se sentía asustada. Sacó el teléfono del bolso y leyó y releyó el mensaje de Tim antes de tomar su decisión. A continuación, tecleó con aprensión:
Vale, estaría bien.
¿Estás libre el viernes por la noche?