20

Ellie

Andrei le abrió la puerta del coche a Ellie, que le siguió por el camino de sirga que discurría junto al canal hasta llegar al edificio.

—No hace falta que entres, estoy segura de que todo irá bien —le dijo ella, convencida de que no corría mucho peligro en un pub de pueblo.

—Para eso me paga —respondió Andrei con su áspero acento de Europa del Este.

El guardaespaldas se dispuso a entrar en el local para echar un vistazo. En los tres años que llevaba al servicio de Ellie, había demostrado valer su peso en oro: para protegerla, había recibido varios puñetazos e incluso una herida en el pecho causada por una botella rota. Ellie volvió la cabeza y vio a los otros dos miembros de su escolta en un vehículo aparcado detrás del coche en el que Andrei y ella habían llegado.

—Vale —concedió—, pero que él no te vea. Sé sutil. No quiero que lo espantes.

—Soy el rey de la sutileza —respondió el mastodonte de más de metro noventa y cinco.

Nada más recibir luz verde por SMS, Ellie entró en el Globe, un pub rural de Leighton Buzzard, y miró a su alrededor con inquietud. Tras acabar sus estudios universitarios, solía frecuentar pubes similares para aprovechar los almuerzos caseros y económicos de los domingos. Le recordaban el hogar. Cuando salía ahora, todo eran enotecas pomposas, clubes exclusivos y cenas grandiosas.

Descubrió a Tim sentado a solas en una mesa para dos, delante de una pinta de cerveza. Él también parecía nervioso, y Ellie vio que sus ojos recorrían ansiosos el pub hasta encontrarse con los de ella. Confió en que Tim no la reconociese por haber visto su foto en los periódicos. Ellie se había vestido deliberadamente de manera informal, con un par de vaqueros y una blusa, y se había recogido el pelo en una cola de caballo. Apenas se había maquillado y había dejado sus carísimas joyas en la caja fuerte de su casa.

Tim saludó con la mano, y en sus labios se dibujó una amplia sonrisa. Cuando Ellie llegó a la mesa, él se levantó para estrecharle la mano, la atrajo hacia sí y le dio un besito en la mejilla. Ellie fue a besarle en el otro lado, pero le acertó de lleno en la nariz. Los dos se echaron a reír. Tras las presentaciones iniciales, Tim fue a la barra para traerle una copa. Regresó a la mesa con el gin-tonic de Hendrick’s que Ellie le había pedido y una segunda cerveza para él. Traía colgando de la boca dos bolsitas de patatas fritas con sabor a sal y vinagre.

—Perdona, pero me muero de hambre —dijo tras dejarlas caer sobre la mesa—. Estoy superliado, así que he venido sin cenar, directamente desde el trabajo. Coge unas cuantas.

Ellie le dio las gracias con una sonrisa y cogió un par de patatas por cortesía, imaginando la expresión horrorizada que pondría su entrenador personal si la viese comer carbohidratos después de las seis de la tarde.

La conversación entre ellos fluyó con la misma facilidad con que lo había hecho por mensaje de texto, como si fuesen dos viejos amigos que llevasen algún tiempo sin verse y se pusieran al corriente de las novedades. Intercambiaron anécdotas sobre citas horribles. Tim intentó convencerla de que Quentin Tarantino era el mejor director de cine de todos los tiempos y Ellie ensalzó las virtudes de la dieta macrobiótica. Apenas compartían intereses, pero a ninguno de ellos parecía importarle. Tim habló de su trabajo como analista de sistemas y programador informático, mientras que ella le contó que era asistente personal de un director general en Londres. Le daba miedo intimidarle si le revelaba su verdadero puesto, y se mostró tan convincente que empezó a dar crédito a sus propias mentiras.

—Entonces ¿crees en ADN Compatible? —preguntó él al cabo de un rato.

—Sí. Deduzco de tu tono que no estás convencido, ¿no es así?

—Te seré sincero: al principio no estaba muy seguro. Solo me apunté porque me lio un amigo mío. Por cierto, está muy cabreado porque después de dos meses no ha aparecido su Pareja ideal y yo te he encontrado en una semana. Aun así, no me fiaba mucho. Parece demasiado bueno para ser verdad, ¿no? Que haya una sola persona en el mundo cuyo ADN sea compatible con el tuyo al cien por cien y que vayas a enamorarte de ella hasta las trancas... Pero entonces has entrado en el pub y casi me cago encima.

Sonrió mientras Ellie le miraba pasmada, en parte porque le extrañaba que hubiesen emparejado a dos personas con personalidades tan distintas y en parte porque era el hombre menos pretencioso que había conocido jamás. Desde luego, no había salido con nadie parecido.

—Francamente, Ellie, cuando te he visto entrar en el pub me he tirado un pedo de la hostia. He creído que iba a cruzar el pub volando como un globo que se estuviese desinflando.

Ellie no pudo evitar echarse a reír.

—No sé si ha sido el amor o que la cerveza me ha dado gases —bromeó Tim—. ¿Quién sabe?

—¿Podríamos decir que ha sido amor al primer pedo?

—Creo que he sentido algo, y perdona si te sientes incómoda o si no opinas lo mismo, pero me alegro mucho de que hayas accedido a quedar conmigo.

—Yo también —respondió Ellie.

Un sentimiento cálido estaba despertando en su interior. Ya fuese por los cuatro gin-tonics o por la insólita pero atrayente Pareja sentada ante ella, el instinto le decía que el paisaje de su mundo acababa de dar un giro inesperado.