24

Nick

El tráfico del mediodía formaba un atasco y los conductores frustrados tocaban el claxon cuando Nick y Sally llegaron a Colmore Circus, en Birmingham.

Un accidente en los túneles de Queensway había reducido cuatro carriles a uno. Estaban construyendo un edificio de varias plantas sobre las cenizas de hormigón de un bloque de oficinas recién demolido, y el ruido de la obra era ensordecedor.

Nick levantó la cabeza para mirar hacia el lugar al que iban y vio el nombre en letras rojas y negras escrito sobre dos ventanas del tercer piso: one-2-one physio. Con su formación publicitaria y de marketing, denostó la anticuada elección de fuente y diseño.

—¿Por qué estoy haciendo esto? —volvió a preguntarle a Sally.

—Porque los dos necesitamos saber si hay alguna chispa entre ese hombre y tú.

—Eso es absurdo —sostuvo Nick, como había hecho con frecuencia desde que supo que le habían emparejado con un hombre—. Soy un hetero que no siente atracción física hacia los hombres. En primer lugar, no habrá ninguna puta chispa, y, en segundo lugar, en el remotísimo caso de que la hubiera, ¿cómo se puede medir o cuantificar siquiera lo que es una chispa?

—Me dijiste la noche que nos conocimos en el bar que supiste en ese momento que acabaríamos casándonos —dijo ella—. Dijiste que sentiste mariposas en el estómago. Ahora, para mi propia tranquilidad, necesito que conozcas a ese tipo para averiguar si te ocurre lo mismo. De lo contrario, te pasarás el resto de la vida preguntándote qué habría pasado.

—No, nena, serás tú la que se pase el resto de la vida preguntándoselo. Yo me preguntaré por qué demonios soy aparentemente Compatible con un tío cuando estoy coladito por una mujer.

—Nada de «aparentemente», Nick. Es ciencia, y la ciencia se basa en hechos, lo creas o no. Tienes que hacerlo.

Nick inspiró profundamente, cogió el rostro de Sally entre sus manos y la besó en los labios. Aunque fingía no tener ningún interés en conocer a su Pareja ideal, lo cierto era que sentía cada vez más curiosidad por el hombre con el que en teoría compartía un vínculo.

—Bueno, acabemos con esto —dijo con un suspiro.

—Cuando acabes, estaré en la cafetería de enfrente.

Nick le dedicó una sonrisa desganada y pulsó el timbre. Se abrió la puerta y subió tres tramos de escaleras hasta llegar al mostrador de recepción.

—Hola —saludó con una sonrisa nerviosa a la joven recepcionista, que lucía un tatuaje en forma de rosa en la mano—. Tengo hora con Alexander a las dos y media.

—¿David Smith? —preguntó ella, mirando la agenda en la pantalla del ordenador.

Nick asintió con la cabeza. Se alegraba de haber dado un nombre falso. Si Alexander había solicitado también la información de contacto de la persona con quien le habían emparejado, Nick no quería que supiera que iban a encontrarse frente a frente.

—Necesita un masaje de cuello y hombro, ¿verdad? —preguntó la chica.

—Sí.

—Muy bien, rellene este formulario y Alex estará con usted en unos minutos.

Nick se sentó en una butaca y empezó a completar el breve cuestionario acerca de su dolencia ficticia. Aparte del nombre, se había inventado un latigazo sufrido en un inexistente accidente de tráfico.

—¿David? —dijo una voz profunda y amistosa con un acento que Nick no acabó de situar.

Nick se volvió y se encontró con un sonriente Alexander de pie en el umbral.

—S-sí —tartamudeó Nick.

El fisioterapeuta le estrechó la mano y dijo:

—Soy Alex. Pasa y te echaré un vistazo.

Nick le siguió hasta el interior de una habitación y se sentó en la camilla de fisioterapia mientras Alex ocupaba una silla plegable frente a él.

—Háblame del dolor y su causa —le pidió Alex.

Nick empezó a contar la mentira que había ensayado, confiando en que Alex no quisiera conocer más detalles acerca del accidente. En cambio, el fisioterapeuta le hizo varias preguntas generales sobre su salud y sus hábitos de trabajo, mientras Nick se esforzaba al máximo por no mirarle a la cara. Hasta él debía admitir que, tal como su foto indicaba, Alex era tremendamente guapo.

—Muy bien, quítate la camiseta y túmbate bocarriba —dijo Alex, echándose un chorrito de desinfectante en las manos.

De pronto, Nick se sintió raquítico en comparación con Alex, cuyo amplio tórax parecía ir a salirse de su camiseta con cuello en uve.

—Voy a palparte el cuello y los hombros —explicó Alex, y se situó de pie detrás de él.

«Mierda, mierda, mierda», pensó Nick, preparándose para notar a Alex, esperando que su cuerpo no le traicionase y que las tetillas no se le irguieran o se le levantara el pene. Se recordó a sí mismo que, estando borracho, había abrazado muchas veces a sus amigos varones sin experimentar nunca una reacción sexual. Cerró los ojos y rezó mientras las manos de Alex entraban en contacto con sus hombros. Y entonces... nada. Solo sintió los dedos de Alex rebuscando, clavándose en los nudos, manipulando su cuello para situarlo en distintas posiciones. Nick exhaló un suspiro de alivio.

Cuando Alex se lo pidió, se dio la vuelta para tumbarse bocabajo y apoyó la cara en el hueco. Las manos del fisioterapeuta recorrieron su columna vertebral, alineando algunas vértebras con un crujido claramente audible. A pesar de algún que otro momento de incomodidad, Nick se sintió lo bastante relajado para charlar un poco.

—Entonces ¿eres australiano?

—No. Soy de Nueva Zelanda.

—Ah. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—Unos veinte meses, aunque mi visado está a punto de caducar. Mi padre no se encuentra muy bien, así que pronto volveré a casa.

—Vaya, lo siento. ¿Vuelves allí para quedarte?

—Esa es la idea. Hemos solicitado un permiso de trabajo para mi novia en Nueva Zelanda. Es británica.

«Tiene novia, así que no es gay», pensó Nick, y se sintió más tranquilo. Estaban en el mismo barco, un barco cien por cien heterosexual.

Mientras Alex continuaba manipulando los hombros y el cuello de Nick, hablaron de trabajo y de ocio. Nick se enteró de que frecuentaban ocasionalmente los mismos bares, aunque tenían poco más en común. Alex era el típico deportista que jugaba a rugby amateur casi todos los fines de semana (tenía una foto de su equipo, el Solihull Rugby Club, colgada a plena vista en la pared de la consulta) o se dedicaba a hacer senderismo o escalada en roca con su novia. El único ejercicio que hacía Nick era correr para coger el autobús cuando se había dormido.

—Muy bien, tío, ya es suficiente por hoy —dijo Alex—. Estabas un poco agarrotado, pero no demasiado. Deja pasar una semana y, si persisten los síntomas, pide visita conmigo.

—Estupendo, gracias —respondió Nick, poniéndose la camiseta y la chaqueta.

Se levantó un tanto mareado y vio por la ventana a Sally en la cafetería, tres pisos más abajo. Sonrió para sus adentros. Aquel tropiezo no había echado a perder los planes que compartían. La persona con la que estaba destinado a pasar el resto de su vida se encontraba sentada al otro lado de la calle y no de pie en la misma habitación que él.

Tras despedirse de Alex con un apretón de manos, Nick se dirigió al mostrador de recepción y acercó el móvil al escáner para pagar. Qué tonto había sido al pensar siquiera en la posibilidad de ser gay. Aquella era la prueba, se dijo a sí mismo, de que los tests de ADN eran un timo.

Lanzó una ojeada a la sala de tratamiento en el preciso momento en que Alex volvía la cabeza. Y, de repente, cuando sus miradas se encontraron, Nick notó que se quedaba sin aire por un instante. El corazón empezó a aporrearle el pecho y sintió que los ojos se le abrían más. Le pareció que el estómago se le iba a volver del revés. Y, por la expresión de repentina confusión de Alex, supo que estaba sintiendo exactamente lo mismo.

—Aquí tiene su recibo —dijo la recepcionista con una sonrisa, arrancándole del hechizo.

Nick bajó las escaleras a toda prisa y salió del edificio. Estaba muy asustado.

Se quedó unos momentos en la acera, apoyado contra la pared, confiando en que la suave brisa veraniega le refrescara el rostro encendido. ¿Qué demonios ha sido eso?, se preguntó.

Cuando su respiración rápida y superficial se hizo gradualmente más profunda y los latidos de su corazón empezaron a recuperar la regularidad, fue a buscar a Sally.

—¿Y bien? ¿Cómo ha ido? —preguntó ella con impaciencia mientras Nick se sentaba a su lado, en un taburete.

—Bien, pero no es mi tipo —dijo Nick, sonriente.

Acto seguido, se forzó a soltar una carcajada.

—Entonces ¿no voy a perder a mi prometido por un hombre?

Por el tono de su voz, parecía que intentase hacer un chiste. Sin embargo, Nick se percató de que la pregunta era sincera.

—¿De verdad creías que podía ocurrir?

—No. Bueno, quizá. Un poco. Sí.

—Claro que no —dijo él en tono tranquilizador.

A continuación, besó a su novia en la frente. Mientras Sally alargaba los brazos y le estrechaba entre ellos con fuerza, la mirada de Nick atravesó la calle y ascendió tres plantas hasta llegar al consultorio, a sabiendas de que su corazón se había quedado allí.