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Ellie

«Tiene que tener algún defecto», pensó Ellie para sus adentros mientras leía otro de los mensajes de texto de Tim.

Apenas pasaba una hora del día sin que uno de ellos enviara un mensaje al otro. Al notar la vibración del móvil en su bolsillo, deseaba con todas sus fuerzas que las reuniones avanzaran a más velocidad para poder leer lo que él le había escrito. Ya había prescindido del móvil de prepago y le había dado sus datos de contacto privados. Aunque no había sentido una atracción física instantánea hacia Tim cuando se conocieron en el pub pocos días atrás, no cabía duda de que su presencia tenía algo que le resultaba atrayente.

Tim hablaba con ironía de la profesión que había escogido, analista de sistemas. «Me aburro como una ostra» era la expresión que había utilizado. Ellie, en cambio, se había mostrado más ambigua al hablar de la suya. Le había informado de que trabajaba en una gran compañía de la City, pero, cuando él preguntó a qué se dedicaba la firma en concreto, Ellie respondió con vaguedad, diciéndole simplemente que tenía algo que ver con la economía. Sabía que, si su amistad tenía que pasar a mayores, no podía mentirle toda la vida. Sin embargo, de momento, le agradaba fingir que era una persona normal. Esperaba que él no lo estropease buscándola en internet.

Había sufrido una larga serie de decepciones y hacía siglos que no se fijaba en un hombre. Los últimos con los que había salido solo tenían interés en utilizarla para conseguir oportunidades u ofrecerle posibles inversiones en negocios. Otros, ya fuese en la cita número uno, dos, tres o cuatro, encontraban inevitablemente un modo de sacar el tema de su fortuna. Cualquier atracción que pudiera sentir hacia ellos desaparecía en cuanto se percataba de que sus propias inseguridades les llevaban a tener miedo de perder su masculinidad. Resultaba que muchos hombres creían que una mujer independiente, rica y atractiva era una amenaza que había que controlar.

A los veintitantos años, Ellie creía que podía enamorarse por completo de alguien aunque no fuese su Pareja ideal. Al fin y al cabo, había sucedido durante miles de años, antes de que detectasen el gen. Sin embargo, cuando entró en la treintena, perdió la fe en la posibilidad de encontrar afinidades con alguien que no fuese genéticamente Compatible con ella. Había experimentado cierta chispa en algunas citas, pero siempre se apagaba cuando averiguaba las verdaderas intenciones de aquellos hombres. Ahora se sorprendía preguntándose qué pretendía sacar Tim de la relación entre ambos. Trataba de encontrarle fallos y, al no poder criticar nada, casi se sentía decepcionada.

«El martes estaré trabajando en Londres. ¿Te apetece cenar conmigo antes de que vuelva a casa en el último tren?», le preguntó Tim en un mensaje de texto.

«Sí, estaría muy bien», respondió ella, y se sintió invadida por un sentimiento de calidez.

Pese a no haber experimentado ese flechazo que el noventa y dos por ciento de las parejas Compatibles vivía en las primeras cuarenta y ocho horas, Ellie intuía que Tim era alguien especial. No existían dos parejas iguales y, a veces, la pasión devoradora tardaba semanas en llegar. Por eso, no se preocupaba. Cuanto más tiempo pasara en compañía de él, más crecerían sus sentimientos.

Sin embargo, aún debía decidir si era lo bastante especial para revelarle su secreto.