¿Cómo puede estar pasando esto?, se preguntaba Jade tantas veces que hasta ella se daba cuenta de que empezaba a parecer un disco rayado.
Necesitaba pensar, así que se marchó al pueblo más cercano, situado a poco más de treinta kilómetros de distancia. Había cruzado el mundo para encontrarse con el hombre que era su Pareja ideal, el alma afín de quien creía haberse enamorado antes incluso de verse cara a cara. Solo después de pasar algún tiempo juntos, en persona, se percató de que no había chispa entre ellos, al menos por su parte. Se habían cogido de la mano, se habían reído, habían hablado de la vida y la muerte, y habían disfrutado de su mutua compañía. Pero no había habido ni un beso entre ellos.
Ahora, de repente, todo lo que se suponía que debía sentir por Kevin, esas chispas sobre las que tanto había leído, lo sentía por su hermano Mark.
«Te equivocas —se decía Jade—. Apenas has hablado siquiera con él. Cada vez que te ve, es como si prefiriera estar en cualquier otro sitio a estar contigo.»
Sin embargo, la actitud de Mark hacia ella cobraba sentido de pronto. Él sentía lo mismo. Lo que Jade había atribuido a un odio o una aversión extraños era en realidad un intento de disimular lo que sentía. Ahora lo entendía todo. Cuando estaba con ella, a menudo se quedaba callado o la ignoraba por completo, porque experimentaba los mismos sentimientos intensos de amor y deseo, aunque le habían asaltado antes. Y, como Jade, sabía exactamente lo inapropiados que eran.
Jade recordó la película que había ido a ver al cine con sus amigas en Navidad, Corazón rebelde; Jennifer Lawrence y Bradley Cooper interpretaban a una Pareja compatible que no se llevaba bien, y Jennifer se engañaba pensando que se había enamorado del mejor amigo de él. Jade recordó que lo llamaban «transferencia» y cogió su móvil para buscar la palabra en Google. «La transferencia es un fenómeno caracterizado por la reorientación inconsciente de unos sentimientos desde una persona hacia otra.»
—¡Sí! —exclamó en voz alta.
En algún lugar de su mente, le daba miedo amar a Kevin porque era un enfermo terminal. Solo había un desenlace posible. Y, a juzgar por el deterioro reciente de su salud física, tal vez no les quedara mucho tiempo. Era lógico que su cerebro, su corazón o incluso su ADN se hubieran centrado en Mark como una especie de mecanismo de defensa.
Dentro del coche, se apoyó en el reposacabezas. Al caer en la cuenta, se sintió menos asqueada de sí misma. No era la mala pécora fría y despiadada en la que creía estar convirtiéndose; simplemente, era una chica que había pasado un mal trago y había encontrado una forma subconsciente de afrontarlo.
Jade sabía muy bien lo que tenía que hacer: seguir el ejemplo de Mark y mantener las distancias. Cada vez que sus caminos se cruzaban, el chico parecía incómodo. Dejaría de tratar de conversar con él e intentaría mantenerse alejada. Con algo de suerte, esos sentimientos indeseados desaparecerían con la misma velocidad con la que habían llegado.
Al regresar del pueblo y después de descargar sus compras, Jade se fue directa a la habitación de Kevin.
—¿Qué crees que habría pasado entre nosotros si no hubiera estado enfermo? —le preguntó Kevin mientras repasaba la larga lista de películas de Netflix.
La pregunta hizo que se sintiera irritada.
—No lo sé.
—Una vez dijiste por teléfono que, como estábamos destinados a estar juntos, seguramente nos casaríamos y tendríamos críos y demás.
—Sí, si todo hubiera sido normal, eso es seguramente lo que habría pasado.
—Siento no poder ser ese hombre para ti.
—No seas tonto.
—Sé que no puedo darte un futuro feliz o una familia, pero puedo darte esto. —Kevin se sacó un pequeño estuche forrado de terciopelo del bolsillo de su holgado pantalón de chándal—. Ten —dijo, entregándoselo—. Ábrelo.
Dentro, Jade encontró un anillo de plata con pequeños diamantes. Le miró, perpleja.
—Jade, ya sé que esto no es lo que ninguno de nosotros esperaba, pero las últimas dos semanas han sido las mejores de mi vida. Te quiero y me gustaría casarme contigo.
Ella tragó saliva y se quedó mirando al hombre nervioso que tenía delante. Le habían temblado los dedos al ofrecerle el estuche. Jade ansiaba amarle, pero en ese momento, cuando era más vulnerable, sabía que no le amaba.
—No tienes que decir sí ni nada porque te sientas obligada... —continuó diciendo Kevin.
Pero Jade había tomado ya su decisión y exhibió su mejor sonrisa.
—Sí —respondió—. Me encantaría casarme contigo.