Ellie y Tim seguían con su rutina diaria como si todo en su mundo fuese absolutamente normal. A todos los efectos, eran una pareja típica y satisfecha. Salvo por una diferencia: Ellie sabía que la relación con su Pareja ideal era una farsa.
Cada mañana a las cinco y media, Andrei recogía a Ellie en casa de Tim y la llevaba a las oficinas de la compañía en Londres. Todas las noches, Tim preparaba la cena para los dos. Luego se sentaban en el sofá para ver una serie grabada o se retiraban a sus respectivos mundos online a través de sus tablets.
Ellie detestaba haberse enamorado de un hombre con motivaciones ocultas. Antes de encontrar la grabación en la que aparecía pronunciando las palabras «Hola, Ellie» ante la cámara de seguridad, una pequeña parte de ella se aferraba a la esperanza de que existiera una explicación inocente para todas sus mentiras acerca de su madre, por ejemplo, que no había descubierto que había trabajado para Ellie hasta después de empezar a salir con ella o que él mismo lo ignoraba. Sin embargo, la grabación confirmaba las intuiciones de Ellie. No había nada inocente en Tim ni en sus motivos. Todo lo que había hecho era deliberado y bien ensayado. Y la pregunta candente que dominaba cada pensamiento de Ellie era: ¿por qué? Sabía que Tim acababa de registrarse en ADN Compatible; de lo contrario, le habrían notificado antes la Compatibilidad. No obstante, le habían entrevistado para un puesto de trabajo hacía más de un año. ¿Era un periodista que trabajaba de incógnito? ¿O un empleado de una compañía rival que trataba de infiltrarse en sus filas? ¿Simplemente había tenido la suerte de ser Compatible con ella? Era una teoría demasiado rebuscada, pero Ellie se esforzaba por hallar una alternativa.
Lo que Ellie no sabía era que, mucho antes de que se conocieran, Tim había previsto el hallazgo de la grabación en la que aparecía él con una finalidad aún desconocida. Y, hasta que ella supiera exactamente lo que ocultaba, aquella incómoda pantomima seguiría adelante.
Ellie cruzó las puertas de cristal del hotel Soho y subió a la tercera planta. La suite estaba preparada.
Se había apresurado a entrar antes de que los paparazzi pudieran reconocerla. Andrei caminaba delante y Ellie iba flanqueada por dos miembros de su equipo, todos informados acerca de la situación con Tim. Había declinado la oferta de Andrei, que pretendía arrancarle la información por la fuerza, y se había negado a todas sus exigencias para que cortara los lazos con él. Llegar al fondo de la situación sin violencia era su prioridad, y perseguía su objetivo con férrea determinación. Sin embargo, accedió a llevar un dispositivo de alarma cuando estaba con Tim.
Una vez que Ellie estuvo dentro de la moderna y lujosa suite, Ula la saludó y se hizo cargo de su chaqueta. En el centro de la habitación, vio a una mujer y a tres hombres sentados a una mesa. Tras quitarse las gafas de sol, se reunió con ellos.
—Ellie, te presento a Tracy Fenton y a su equipo: Jason, Ben y Jack —dijo Ula—. Han estado analizando los antecedentes de Tim.
Ellie nunca había visto en persona al equipo de investigadores privados a cuyos servicios recurría su compañía. Esos servicios infringían muchas leyes de privacidad y de seguridad de la información, pero eso nunca le había preocupado. Además, esa investigación en concreto era de suma importancia.
—¿Empezamos? —dijo Tracy en tono práctico, y abrió las carpetas de colores que se hallaban sobre la mesa.
A Ellie le sorprendió su apariencia. Teniendo en cuenta que sus técnicas rozaban el límite de la legalidad y en ocasiones lo traspasaban, poseía un aspecto muy modesto y maternal. Sin embargo, hablaba de forma directa y eficaz:
—En primer lugar, en nombre de mi equipo me gustaría ofrecerle mis más sinceras disculpas por haber fallado la primera vez. El plazo que nos dieron para completar nuestro trabajo no nos permitió hacer una labor lo bastante exhaustiva, pero eso no es ninguna excusa. Puedo asegurarle personalmente que no volverá a pasar.
Ellie asintió con la cabeza, pero no dio señales aparentes de perdonar el error.
—Los datos acerca de su prometido son muy escasos. En nuestra opinión, ha hecho grandes esfuerzos para no dejar mucha huella —continuó diciendo Tracy. Ellie notó que se le formaba un nudo en el estómago y clavó los tacones en la alfombra para mantener la compostura—. Sin embargo, vamos a informarle de lo que hemos averiguado sobre él hasta ahora. Timothy Hunt, cuyo verdadero nombre es Matthew Ward, nació en Saint Neots, Cambridge. Fue hijo de Samantha y Michael Ward.
—Me dijo que no conocía a su padre. ¿Sus padres estaban casados?
—Lo estaban —dijo Tracy, y le pasó a Ellie por encima de la mesa sendas copias del acta de matrimonio y de la de nacimiento—. La pareja no tuvo más hijos. Matthew estudió en Cambridge hasta los dieciséis años. Fue un alumno medio con resultados mediocres, pero no hemos podido averiguar si siguió estudiando o fue a la universidad. Mientras tanto, sus padres se divorciaron después de veintiséis años de matrimonio, hace ocho. Los dos volvieron a casarse, y su madre murió hace tres años en el incendio de su casa en Oundle, en el condado de Northamptonshire. La causa oficial de la muerte fue inhalación de humo. El currículum que nos proporcionó con su solicitud de empleo incluye diversas empresas ficticias. Y no hemos podido encontrar ningún historial laboral.
—Entonces ¿no ha existido en casi veinte años? —inquirió Ellie.
—Eso parece. Ha borrado todo rastro de sí mismo. —Tracy abrió una segunda carpeta y le pasó a Ellie más documentos y fotocopias—. Parece que Timothy llegó por primera vez a su vida, señora Ayling, en su entrevista de trabajo. No encontramos ninguna constancia de su existencia antes de esa fecha. Todo lo que averiguamos en nuestra primera investigación era creado, falso o manipulado. Hemos hablado con sus compañeros del equipo de fútbol, quienes nos han informado de que se apuntó hace poco más de un año y nos han dicho que no suele acudir a los eventos sociales. Ninguno sabe mucho de él.
—Sin embargo, si hubiera conseguido el puesto de trabajo, habríamos descubierto que su currículum y sus referencias eran falsos.
—Estoy segura de que él lo sabía.
—Eso me lleva a creer que su único objetivo al solicitar el puesto fue obtener acceso al edificio, mirar a una cámara y pronunciar mi nombre con la esperanza de que algún día yo lo viera.
—Su juego empezó hace tiempo, pero no sé decirle cuál es el objetivo.
Ellie negó con la cabeza.
—Y, si no han encontrado ninguna empresa en la que trabaje actualmente, ¿a qué se dedica cuando dice que sale a trabajar cada día?
—Si usted quiere, puedo organizar un equipo que le siga.
—¿Podemos localizar a su padre? ¿Sigue vivo?
—Sí, pero sufrió un ictus y se halla en una residencia de Galbraith, en Escocia. Se ha quedado viudo. Según el director, ha perdido el uso del habla.
—¿Y no han podido descubrir nada más sobre Tim, ni siquiera a partir de su ADN?
—Nada, aunque introdujimos su foto en un programa de reconocimiento facial. La información de su ADN ya no está en la base de datos de la compañía, pero obtuvimos una muestra a partir de las huellas que obtuvimos en casa de usted. No revelaron ningún detalle de interés. Es como si hubiera dejado un rastro de migas de pan que solo conducen hacia donde él quiere.
—Maldita sea —susurró Ellie, y se apoyó en el respaldo del asiento.
Notaba la espalda y las axilas sudorosas, y apretó las muñecas contra los brazos de cuero de la butaca para refrescarse. Todos sus temores acerca de su prometido se estaban haciendo realidad, aunque la situación era peor de lo que imaginaba: Tim no solo era su Pareja ideal; también era su enemigo.
De pronto, tomó conciencia del silencio que había invadido la habitación y de que todos los presentes evitaban mirarla. Se sintió estúpida y humillada, y se preguntó si todos se echarían unas risas a su espalda a costa de aquella chica rica y crédula. Se levantó, volvió a ponerse las gafas de sol y la chaqueta, y dio las gracias a Tracy y a su equipo. Se marchó rápidamente, seguida por Ula y Andrei.
Mientras la llevaban de vuelta a la oficina, intentando esquivar el tráfico londinense de media mañana, la tristeza de Ellie dio paso a la rabia. Se sentía estafada y privada de su futuro, y eso la enfurecía. Había perdido a su afectuoso Tim, sustituido por un extraño con intenciones ocultas.
Para cuando el coche acabó de sortear el tráfico del puente de Londres y paró delante de las oficinas del edificio Shard, Ellie había empezado ya a darle órdenes a Ula, que tecleaba furiosamente para introducirlas en su iPad: cambiar todas las cerraduras y sistemas de seguridad de la casa de Ellie, solicitar un nuevo número de teléfono móvil y una nueva dirección de correo privada, eliminar todos los mensajes de texto de Tim y todas las fotografías que se habían hecho juntos, y borrar cualquier contacto que hubiera habido jamás entre ellos.
Cuando el ascensor alcanzó las elevadas alturas de la planta setenta y uno, Ellie se estaba planteando cómo y cuándo enfrentarse a Tim. Decidió hacerlo esa misma noche: regresaría a casa de él y, con la ayuda de Andrei y del equipo de este, averiguaría la verdad. Para ello, utilizaría los medios que fuesen necesarios.
No obstante, le arrebataron el elemento sorpresa. Al cerrar la puerta de su despacho, vio a Tim sentado detrás de su mesa, con los pies apoyados encima.
—Hola, Ells. Me parece que ya es hora de que hablemos, ¿no crees? —dijo con una amplia sonrisa.