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Jade

Faltaban dos días para que empezara la siguiente parte de su aventura australiana, y Jade ya no estaba tan ansiosa por abandonar la granja.

El beso de Mark lo había cambiado todo. Al principio, la lealtad y el simple pudor les habían separado, pero, después de dejarse llevar por sus emociones en la piscina, estaban recuperando el tiempo perdido y disfrutando de tantos momentos furtivos como podían. Jade acompañaba a Mark a comprar al pueblo y aprovechaba para poner su mano sobre la de él encima del cambio de marchas, le rozaba el brazo en la mesa del comedor y le ayudaba a meter las vacas en los establos para conectarlas a las ordeñadoras. Siempre que estaba con Mark, sentía que su propio corazón amenazaba con salírsele del pecho.

Era una adicción de la que no quería liberarse. Y, cuanto más disfrutaba de su compañía, más la anhelaba.

Mientras hacía la maleta y se preparaba para su próximo viaje en solitario, la necesidad de estar con él era más fuerte que nunca. Sentía que le faltaba el aliento al pensar en cómo serían las cinco semanas siguientes sin él. Una parte cada vez más grande de ella quería quedarse en la granja.

En su última noche, Jade decidió que besarse y cogerse de la mano ya no era suficiente. Se quitó la alianza de plata y la dejó sobre la mesilla de noche, cerró la puerta de la casita de invitados y se dirigió en silencio hacia el dormitorio de Mark, en la casa principal. Cogió el tirador con manos sudorosas y rezó para que no la rechazara. Pero su puerta ya estaba entreabierta y, cuando Jade la empujó para abrirla, le encontró despierto de cara hacia ella, como si esperase su llegada.

Mark apartó la sábana para invitarla a entrar.

—Ven conmigo mañana —susurró Jade después.

Tenía el cuerpo exhausto y los pulmones casi sin aliento.

—Ya sabes que no puedo, es demasiado complicado.

Jade replicó:

—¿Crees que no lo sé? Fui yo quien se casó con tu hermano.

—Y yo soy el que se acaba de tirar a su mujer.

—¿Qué has dicho? —preguntó Jade, apartándose de él—. ¿Eso es todo lo que soy para ti? ¿Un polvo?

—Lo siento, no quería decir eso.

—Pues es lo que has dicho. No soy un putón que se mete en la cama con cualquiera.

—Lo sé, lo sé, y no debería haber dicho eso —replicó Mark, cogiéndole la mano.

—Tú y yo sabemos que hay algo aquí que es más grande que los dos.

Mark asintió con la cabeza.

—Pues ven conmigo. No tiene por qué ser mañana, podría ser dentro de una semana o quince días. Diles a tus padres que tienes que marcharte de aquí para despejarte. Así podremos pasar un tiempo solos para averiguar qué es esto. Nos debes esta oportunidad.

—Jade, me necesitan aquí.

—Yo también te necesito.

—No puedo hacerle eso a mi familia ni a la memoria de Kevin. ¿Cómo puedo decirle a la gente... a la gente que vino a su entierro hace dos semanas, que estoy enamorado de mi cuñada?

Al oír a Mark pronunciar la palabra «enamorado», Jade se ruborizó, sintiendo que el cuerpo le ardía.

—Pero yo siento lo mismo. ¿Cómo puede estar mal?

Mark sacudió la cabeza a modo de disculpa y se tendió en la cama con la vista clavada en el techo, como si esperase que una intervención divina le indicase lo que debía hacer. De pronto, Jade se sintió rechazada, incómoda y muy desnuda. Llena de frustración, se puso la ropa interior y la camiseta y abrió la puerta para volver a su habitación.

—¡Valgo mucho más que esto, Mark! —le espetó—. Si no te das cuenta pronto, será demasiado tarde.

Al volverse hacia la puerta, se quedó conmocionada al ver que Susan les fulminaba con la mirada desde el pasillo. Su cara era una mezcla de furia y decepción.