Después de otra mala noche en la que había soñado con Alex, Nick salió de la habitación de invitados y se dirigió a la cocina para prepararse una taza de café. Sally estaba ya sentada ante la barra de desayunos, removiendo en un plato un cruasán de chocolate a medio comer. Los bajos de su camiseta ya no podían cubrir su vientre.
—Buenos días —masculló él, y fue hasta la cafetera.
—Hola.
Sally hizo una mueca de dolor y osciló de un lado a otro.
—¿Te sientes incómoda? —preguntó Nick.
—Sí —respondió ella—. Llevo así toda la noche. El bebé me presiona la vejiga o me da patadas.
—¿Se te ha pasado el dolor de cabeza?
—La verdad es que no. Solo puedo tomarme alguna que otra aspirina, y no me ayudan demasiado.
—¿Merece la pena que se lo menciones a la comadrona esta tarde?
—Supongo que no. Se limitará a decirme que vuelvo a tener hipertensión y que he de tomármelo con calma. Trata de relajarte cuando un martillo neumático te atraviesa la cabeza.
—¿Quieres que te prepare algo?
—Una infusión estaría muy bien. Una de esas a base de limón y jazmín que hay en el armario.
Nick puso la tetera al fuego y aguardaron en silencio, con la mirada perdida, mientras esperaban a que el agua hirviese.
Habían transcurrido cinco meses desde que Nick le dejó a Alex la carta en la que decía que escogía a Sally y al bebé. Se trataba de una carta larga y sincera, y esperaba que él entendiera la decisión que había tomado. Sabía el dolor que le causaría, pero había tratado de convencerse a sí mismo de que, si Alex hubiera estado en idéntica situación con su ex novia Mary, habría hecho lo mismo. Eso no le había ayudado mucho a aliviar el sentimiento de culpa.
Era lo más difícil que Nick había tenido que hacer nunca, mucho más que reconocer ante Sally que se había enamorado de un hombre. Ese niño por quien lo había sacrificado todo crecería sin saber a qué había renunciado su padre con tal de salvarlo.
Nick volvió de mala gana al apartamento que habían compartido, aunque ahora dormía en el cuarto de invitados. Había pensado que, si cortaba por lo sano con Alex, le sería más fácil sobrellevar la ruptura que si el proceso se prolongaba. Sin embargo, no fue así: apenas pasaba una hora sin que pensara en su amor perdido.
Varios días antes de la marcha de Alex, Nick se había presentado en su casa para disculparse.
Alex le había recibido con frialdad, reprendiéndole por ser tan cobarde. Pero no pudo mantener su animosidad mucho rato y acordaron disfrutar de sus últimos días juntos.
Sin embargo, fuesen adonde fuesen o hicieran lo que hicieran, su relación ya no era la misma. Los sentimientos intensos permanecían, pero habían desaparecido las risas, la espontaneidad y la diversión, sustituidas por la mirada al reloj mientras esperaban a que llegase el día en el que Alex saldría de la vida de Nick.
Y cuando llegó ese día, fue aún peor de lo que Nick podría haber imaginado. Insistió en acompañar a Alex al aeropuerto, pero, en el último minuto, este cambió de opinión y le suplicó acongojado que le dejara ir solo. La despedida consistió en un abrazo largo y silencioso. El taxista tocó el claxon varias veces y tuvieron que separarse. Luego, cuando el taxi volvió la esquina y desapareció de su vista, Nick se sentó en los peldaños situados fuera del apartamento de Alex y estalló en sollozos. No regresó a casa hasta tener los ojos tan doloridos que ya no podía llorar más.
Canceló su excedencia laboral y regresó a la agencia de publicidad una semana después, sin que sus compañeros supieran nada de su dolor. Se sumergió en el trabajo para ocupar su mente y, los fines de semana, Sally y él salían a comprar artículos para el bebé como cualquier otra pareja que esperase un hijo. La acompañaba a las clases de preparación al parto, se quedaba en casa si iba a venir la comadrona y le daba masajes en los pies y los tobillos cuando se le hinchaban.
Para un extraño, la vida de Sally y Nick se parecía a la que era antes de que supieran de la existencia de Alex. Sin embargo, en realidad, la sombra que dejó continuaba cerniéndose sobre ellos.
—¿Has hablado con Sumaira hace poco? —preguntó Nick—. ¿Cómo están los bebés?
—Ayer le mandé un mensaje de texto —dijo Sally con poco entusiasmo.
—Ha pasado algo entre vosotras y no me lo cuentas. Los tuvo hace cuatro semanas y aún no has ido a visitarla.
—Ya te lo dije, estamos bien. Simplemente, le estoy dando tiempo para que se adapte.
—Apenas la viste mientras estaba embarazada. ¿Hay algo que no me cuentas?
—Oye, Nick, me duele la cabeza y estoy cansada. No estoy de humor.
La tetera emitió un silbido y les devolvió a ambos a la realidad. Nick dejó caer una bolsita de infusión en la taza de Sally y la llenó de agua hirviendo, pero el sonido de un goteo llamó su atención. Examinó el fondo de la taza para ver si estaba rota, pero entonces oyó que ella cogía aire de golpe y se volvió a mirarla.
—Acabo de romper aguas —empezó diciendo Sally, nerviosa.
Tenía el pantalón de pijama mojado y parecía asustada.
—Pero no sales de cuentas hasta dentro de quince días —respondió Nick.
—Díselo al bebé.