Agradecimientos

Me siento en deuda sobre todo con los cientos de ruandeses de todos los ámbitos de la vida pública y privada que generosamente me confiaron sus historias. Para complementar la información de primera mano que yo recogía, consulté una gran variedad de textos sobre Ruanda, publicados e inéditos. Quiero dar las gracias a los autores de algunas de las obras básicas, que representan diversas perspectivas, y que me ayudaron a informarme: Colette Braeckmann, Jean-Pierre Chrétien, Alain Destexhe, Alison des Forges, André Guichaoua, René Lemarchand, Louis de Lacger, Catherine Newbury, Rakiya Omaar, Gérard Prunier y Filip Reyntjens. También deseo expresar mi gratitud a las Naciones Unidas por los boletines de noticias electrónicos IRIN.

Mis escritos sobre Ruanda aparecieron por primera vez en The New Yorker, y el apoyo de los editores de esta revista ha sido fundamental para que yo escribiera este libro. Le estoy especialmente agradecido a Tina Brown, por su incansable compromiso con esta historia distante y difícil; a Bill Buford, que me envió por primera vez a Ruanda, y a mi magnífico editor, Jeffrey Frank, cuyos consejos, amistad y cordura me han mantenido a flote durante todo mi trabajo. Jennifer Bluestein, Jessica Green y Valerie Steiker me ayudaron en el trabajo de investigación y fueron mis puntales durante mis largas ausencias; Henry Finder, William Finnegan y David Remnick me dieron buenos consejos; John Dorfman, Ted Katauskas y Liesl Schillinger del departamento de verificación de datos, junto con Eleanor Gould y un ejército de lectores que los ayudaban, me libraron de cometer muchos errores y desatinos.

Muchas gracias a los editores de The New York Review of Books, Transition, DoubleTake, The New York Times Magazine y su Op-Ed Page, por publicar fragmentos de mi trabajo sobre África central. Y mi especial agradecimiento a Seth Lipsky, de The Forward, que me hizo trabajar de reportero por primera vez.

Muchas gracias a Elisabeth Sifton, mi editora de Farrar, Straus and Giroux. Su inteligencia, su humor y su rigor —siempre fortalecedores— hacen que para mí constituya un honor trabajar con ella.

Muchas gracias por la amabilidad y el asesoramiento de Sarah Chalfant de la Agencia Wylie, cuya dedicación ha sido una bendición en mi vida de escritor. Y gracias también a Chris Calhoun, por su dedicación y su amistad al principio.

Muchas gracias a la Corporation of Yaddo, donde se escribió parte de este libro, a la Echoing Green Foundation y a The United States Institute for Peace, por su apoyo económico fundamental; y al World Policy Institute, por su apoyo institucional.

Muchas gracias por la generosa hospitalidad en Kigali de Richard Danziger, Aline Ndenzako y su hija Daisy, y de Peter Whaley, Kate Crawford y su hija Susan. Por la magnífica compañía en ruta por las carreteras de Ruanda y Zaire de Alison Campbell, Thierry Cruvelier y Annick van Lookeren Campagne. En casa, en Nueva York, Vijay Balakrishnan me ofreció el apoyo vital de su amistad y escuchó atentamente el trabajo que se iba elaborando. Me siento especialmente afortunado de tener padres con gran sabiduría, Jacqueline y Victor Gourevitch, y un hermano de verdad, Marc, que son mis lectores más exigentes y más gratificantes, magníficos compañeros, y representan un estímulo constante. También doy las gracias a mi abuela, Anna Moisievna Gourevitch, cuyo recuerdo de las historias que me contaba preside este libro. Por último, Elizabeth Rubin, con su ejemplo, su inteligencia y su coraje, su sensatez y su entusiasmo, ha inspirado y me ha alentado a lo largo de todo este trabajo. Por su compañía, en la cercanía y en la distancia, le estoy sinceramente agradecido.