La intimidad de Harriet Smith en Hartfield fue pronto cosa decidida. Viva y resuelta en sus modales, Emma no perdió tiempo en invitarla, estimularla y decirle que viniera muy a menudo; y al aumentar su conocimiento, también aumentó su mutua satisfacción. Como acompañante de paseo, Emma había previsto muy pronto qué útil podría resultarle. En ese aspecto, la pérdida de la señora Weston había sido importante. Su padre nunca iba más allá de los setos de arbustos, donde dos divisiones del terreno le bastaban para su paseo, largo o corto, según cambiaba el año; y desde que se casó la señora Weston, Emma había estado limitada en sus ejercicios. Una vez se había aventurado sola hasta Randalls, pero no era agradable; y una Harriet Smith, pues, alguien a quien pudiera llamar en cualquier momento para pasear, sería un valioso añadido a sus privilegios. Pero en todos los aspectos, cuanto más la veía, más la aprobaba y se confirmaba en sus benévolos designios.
Harriet, ciertamente, no era lista, pero tenía un carácter dulce y dócil; estaba totalmente libre de presunción y solo deseaba ser guiada por cualquiera que le pareciera importante. Su rápido apego a Emma fue muy cariñoso, y su inclinación a la buena compañía y su capacidad para apreciar lo que era elegante e ingenioso mostraban que no tenía falta de gusto, aunque no debía esperarse de ella fuerza de comprensión. En conjunto, Emma estaba muy convencida de que Harriet Smith era exactamente la joven amiga que necesitaba; exactamente ese algo que requería su hogar. Una amiga tal como la señora Weston estaba fuera de cuestión. No se podía contar con dos personas así. Era una cosa muy diferente, un sentimiento distinto e independiente. La señora Weston era objeto de una consideración que se basaba en la gratitud y la estima. Harriet recibiría cariño como alguien a quien ella podía ser útil. Por la señora Weston no había nada que se pudiera hacer; por Harriet, todo.
Sus primeros intentos de serle útil consistieron en un esfuerzo por averiguar quiénes eran sus padres, pero Harriet no pudo decirlo. Estaba dispuesta a decir todo lo que entrara en su capacidad, pero en ese tema las preguntas fueron vanas. Emma se vio obligada a imaginarse lo que se le antojara; pero nunca pudo creer que en la misma situación ella no habría revelado la verdad. Harriet no tenía penetración. Se había contentado con oír y creer simplemente lo que a la señora Goddard se le antojó contarle, y no miró más allá.
La señora Goddard, y las maestras, y las chicas, y los asuntos de la escuela en general, formaban naturalmente una gran parte de su conversación, y, de no ser por su trato con los Martin de Abbey-Mill Farm, debía de haber sido la totalidad. Pero los Martin ocupaban mucho sus pensamientos; había pasado dos meses muy felices con ellos, y ahora le gustaba hablar de los placeres de su visita, y describir las muchas comodidades y prodigios de ese lugar. Emma estimulaba su charlatanería, divertida con tal imagen de otro grupo de seres, y disfrutando la juvenil simplicidad que podía hablar con tanta exultación de que la señora Martin tenía «dos salones, y dos salones muy buenos, por cierto; uno de ellos tan grande como el salón de la señora Goddard, y que tenía una primera doncella que llevaba veinticinco años viviendo con ella; y que tenía ocho vacas, dos de ellas Alderney; otra, una vaquita Welch, una vaquita Welch muy linda, por cierto; y de que la señora Martin decía, puesto que le gustaba tanto, que habría que llamarla su vaca; y de que tenían un cenador muy bonito en el jardín, donde se iban a reunir todos un día el año que viene a tomar té; un cenador muy bonito, grande como para que cupiera una docena de personas».
Durante algún tiempo se divirtió, sin pensar más allá de la causa inmediata; pero al llegar a entender mejor a la familia, surgieron otros sentimientos. Había adoptado una idea errónea, imaginándose que había una madre y una hija, un hijo y la mujer del hijo, que vivían todos juntos, pero cuando resultó que el señor Martin que tenía un papel en el relato y era siempre nombrado con aprobación por su buen carácter al hacer esto o lo otro, era un hombre soltero, y que no había joven señora Martin, ni esposa en el caso, sospechó peligros para su pobre amiguita en toda esa hospitalidad y bondad, y que, si no se tenía cuidado con ella, quizá se vería en el caso de hundirse para siempre.
Con esa idea inspiradora, sus preguntas aumentaron en número y significación, y especialmente llevó a Harriet a hablar más del señor Martin; y evidentemente no había mala gana en ello. Harriet estaba muy dispuesta a hablar de la parte que había tenido él en sus paseos a la luz de la luna y alegres juegos de salón, y se extendía mucho en que era un hombre de tan buen humor y tan amable.
—Había andado por ahí tres millas un día para traerle unas castañas, porque ella había dicho que le gustaban tanto, ¡y en todo lo demás era muy amable! Una noche hizo que entrara el hijo de su pastor en el salón con idea de que le cantara canciones. A ella le gustaba mucho cantar. Él sabía cantar un poco, incluso. Ella creía que él era muy listo y lo entendía todo. Tenía un rebaño excelente, y, mientras ella estaba con ellos, le habían ofrecido a él por su lana más que a nadie en el país. Creía que todos hablaban bien de él. Su madre y sus hermanas le querían mucho. La señora Martin le había dicho un día (y hubo un rubor al decirlo) que era imposible que hubiera un hijo mejor, y por consiguiente estaba segura de que cuando se casara haría un marido excelente. No es que quisiera que se casara. Ella no tenía ninguna prisa.
«¡Bien hecho, señora Martin! —pensó Emma—. Ya sabes lo que te propones.»
—Y cuando ella se marchó, la señora Martin tuvo la bondad de enviar a la señora Goddard un ganso excelente el mejor ganso que había visto nunca la señora Goddard. La señora Goddard lo había preparado un domingo, y había invitado a las tres maestras, la señorita Nash, la señorita Prince y la señorita Richardson, a cenar con ella.
—El señor Martin, supongo, no debe de ser un hombre informado más allá de la línea de sus ocupaciones. ¿No lee?
—¡Ah, sí!, bueno, no… no sé… pero creo que ha leído mucho… pero no lo que a usted le interesaría. Lee los Informes Agrícolas y algunos otros libros que están en los asientos de las ventanas… pero se los lee todos para él solo. Pero a veces, al anochecer, antes de que jugáramos a las cartas, leía algo en voz alta de los Extractos de la elegancia, muy entretenido. Y sé que ha leído El vicario de Wakefield. Nunca ha leído La leyenda del bosque, ni Los hijos de la Abadía. Nunca había oído hablar de esos libros hasta que los nombré, pero está decidido a buscarlos tan pronto como pueda.
La siguiente pregunta fue:
—¿Qué clase de aspecto tiene el señor Martin?
—¡Oh! No es guapo, no es guapo en absoluto. Al principio me pareció muy feo, pero ahora no me lo parece tanto. Ya sabe, a una no se lo parece, al cabo de algún tiempo. Pero ¿no le ha visto nunca? Está en Highbury de vez en cuando, y no deja de pasar todas las semanas a caballo cuando va a Kingston. Le ha adelantado a usted muchas veces.
—Es posible, y a lo mejor le he visto cincuenta veces, pero sin tener idea de cómo se llamaba. Un joven agricultor, a caballo o a pie, es la última clase de persona que provoca mi curiosidad. Los aparceros son precisamente el orden de gente con quien creo que no tengo nada que ver. Un grado o dos por debajo, y un aspecto digno de confianza podría interesarme; podría tener esperanzas de ser útil a sus familias de un modo o de otro. Pero un agricultor no puede necesitar nada de mi ayuda, y por tanto, en cierto sentido, está tan por encima de mi atención como en todos los demás sentidos está por debajo.
—Claro. ¡Ah! Sí, no es probable que usted se haya fijado en él, pero él la conoce a usted muy bien; quiero decir, de vista.
—No tengo duda de que sea un joven muy respetable. Incluso, sé que lo es, y le deseo toda suerte. ¿Cuántos años te imaginas que tiene?
—Cumplió veinticuatro el ocho de junio pasado, y mi cumpleaños es el veintitrés… ¡Solo dos semanas y un día de diferencia, qué curioso!
—Solo veinticuatro. Eso es ser demasiado joven para establecerse. Su madre tiene mucha razón en no tener prisa. Parecen muy cómodos tal como están, y si ella se tomara alguna molestia para casarle, probablemente se arrepentiría. Dentro de seis años, si pudiera encontrar alguna buena clase de muchacha de su misma categoría, con un poco de dinero, eso podría ser algo muy deseable.
—¡Dentro de seis años! Querida señorita Woodhouse, ¡tendría treinta años!
—Bueno, y eso es lo más pronto que la mayor parte de los hombres se pueden permitir casarse, si no han nacido para tener medios independientes. El señor Martin, imagino, tiene su fortuna enteramente por hacer, no puede ir en absoluto por delante del mundo. Cualquier dinero que pudiera recibir cuando murió su padre, cualquiera que sea su parte de las propiedades de la familia, está, me atrevo a decir, todo a flote, todo invertido en su negocio, y así todo lo demás; y aunque, con diligencia y buena suerte, pueda llegar a ser rico con el tiempo, es casi imposible que haya realizado nada todavía.
—Claro, así es. Pero viven muy cómodamente. No tienen criado de dormir en casa; por lo demás, no les falta nada; y la señora Martin habla de que el año que viene va a tomar un muchacho.
—Ojalá no te encuentres en una dificultad, Harriet, cuando se case; quiero decir, en cuanto a conocer a su mujer, pues aunque a sus hermanas, por su mejor educación, no se les puede objetar del todo, de eso no se sigue que él se pueda casar con nadie a propósito como para que te fijes en ella. La desgracia de tu nacimiento debería hacerte especialmente cuidadosa de con quién te juntas. No puede haber duda de que eres hija de un caballero, y debes apoyar tu pretensión a ese rango con todo lo que esté en tu poder, o si no, habrá mucha gente que se complazca en degradarte.
—Sí, claro, supongo que las hay. Pero mientras estoy de visita en Hartfield y usted es tan bondadosa conmigo, señorita Woodhouse, no tengo miedo de lo que pueda hacer nadie.
—Comprendes muy bien la fuerza de las influencias, Harriet, pero me gustaría establecerte en la buena sociedad tan firmemente como para ser independiente incluso de Hartfield y de la señorita Woodhouse. Quiero verte bien relacionada de un modo definitivo, y con ese fin, será aconsejable que tengas tan pocos conocidos raros como sea posible; y, por tanto, digo que si sigues en estas tierras cuando se case el señor Martin, ojalá no te veas llevada, por tu intimidad con las hermanas, a entablar conocimiento con su mujer, que probablemente será una mera hija de granjero, sin educación.
—Claro. Sí. No es que crea que el señor Martin se vaya a casar nunca con nadie que no tenga alguna educación, y de buena crianza. Sin embargo, no quiero poner mi opinión contra la suya, y estoy segura de que no desearé conocer a su mujer. Siempre tendré una gran consideración por las señoritas Martin, especialmente Elizabeth, y sentiría mucho renunciar a ellas, pues están tan bien educadas como yo. Pero si él se casa con una mujer muy ignorante y vulgar, cierto que será mejor que yo no la visite, si lo puedo remediar.
Emma la observó a través de las fluctuaciones de estas palabras, sin ver síntomas alarmantes de amor. El joven había sido el primer admirador, pero ella confiaba en que no habría otra sujeción, y no se encontraría seria dificultad por parte de Harriet que se opusiera a cualquier amistoso arreglo suyo.
Encontraron al señor Martin al mismo día siguiente, cuando caminaban por Donwell Road. Iba a pie, y después de mirarla muy respetuosamente, observó con satisfacción muy sincera a su compañera. Emma no lamentó tener tal oportunidad de pasarle revista; y, adelantándose unos pasos, mientras ellos hablaban, pronto hizo que sus ojos trabaran suficiente conocimiento con el señor Robert Martin. Su aspecto era muy compuesto, y parecía un joven sensato, pero su persona no tenía ninguna otra buena cualidad, y cuando llegara a ser comparado con caballeros, ella creía que perdería todo el terreno que había ganado en las inclinaciones de Harriet. Harriet no era insensible a las buenas maneras: de buena gana había echado de ver la distinción del padre de Emma con tanta admiración como sorpresa. El señor Martin parecía no saber lo que eran maneras distinguidas.
Se quedaron solo unos momentos juntos, ya que no se podía dejar esperando a la señorita Woodhouse, y Harriet llegó luego corriendo hacia ella con cara sonriente y con un ánimo sofocado, que la señorita Woodhouse tuvo esperanzas de serenar muy pronto.
—¡Imagínese, qué casualidad encontrarle! ¡Qué raro! Fue pura casualidad, me dijo, que no hubiera dado la vuelta por Randalls. No creía que nosotras fuéramos nunca por este camino. Creía que casi todos los días paseábamos hacia Randalls. Todavía no ha podido conseguir La leyenda del bosque. Estaba tan ocupado la última vez que estuvo en Kingston, que se le olvidó, pero mañana vuelve a ir. ¡Qué raro que nos encontráramos por casualidad! Bueno, señorita Woodhouse, ¿es como lo esperaba? ¿Qué le parece? ¿Le parece tan feo?
—Es muy feo, sin duda, notablemente feo, pero eso no es nada, comparado con su completa falta de distinción. No tenía derecho a esperar mucho, y no esperaba mucho, pero no tenía idea de que fuera tan rústico, tan completamente sin aires. Me lo había imaginado, lo confieso, un grado o dos más cerca de la distinción.
—Claro —dijo Harriet, con voz humillada—, no es tan distinguido como un caballero de verdad.
—Creo, Harriet, que desde que nos conoces has estado muchas veces en compañía de algunos de esos caballeros tan de verdad, que tú misma debes de estar impresionada por la diferencia con el señor Martín. En Hartfield tienes muy buenas muestras de hombres bien educados y bien criados. Me sorprendería que, después de verlos, pudieras volver a estar en compañía del señor Martin sin darte cuenta de que es una criatura muy inferior, y más bien sorprendiéndote de haberle considerado antes en absoluto agradable. ¿No empiezas a notarlo ahora? ¿No te impresionó? Estoy segura de que deben de haberte impresionado su aire torpe y sus maneras bruscas, y la rudeza de una voz que, desde aquí, oí que era tan completamente sin modular.
—Claro, no es como el señor Knightley. No tiene tan buen aire y unos andares como el señor Knightley. Veo la diferencia bien clara. Pero ¡el señor Knightley es un hombre extraordinario!
—El aire del señor Knightley es tan notablemente distinguido, que no es justo comparar al señor Martin con él. No se puede ver uno entre un centenar que tenga caballero escrito tan claramente como en el señor Knightley. Pero no es el único caballero a que te has acostumbrado recientemente. ¿Qué dices del señor Weston y el señor Elton? Compara al señor Martin con cualquiera de ellos. Compara su manera de presentarse, de andar, de hablar, de estar callados. Tienes que ver la diferencia.
—¡Ah, sí!, hay una gran diferencia. Pero el señor Weston es casi un viejo. El señor Weston debe tener entre cuarenta y cincuenta años.
—Lo que hace aún más valiosas sus buenas maneras. Cuando más años tiene una persona, Harriet, más importante es que sus maneras no sean malas, más chocante y desagradable es cualquier estridencia, o rudeza o torpeza. Lo que es tolerable en la juventud, es detestable en una edad más avanzada. El señor Martin ahora es torpe y brusco; ¿cómo será a la edad del señor Weston?
—¡No se puede decir, ciertamente! —respondió Harriet, más bien solemnemente.
—Pero se puede adivinar bastante bien. Será un granjero completamente rudo y vulgar, completamente descuidado de su apariencia y sin pensar más que en pérdidas y ganancias.
—¿De veras? Claro, estará muy mal.
—Cuánto le echa a perder ya su negocio, se puede ver claramente por el hecho de que se olvidara de preguntar por el libro que le recomendaste. Estaba muy absorbido con el mercado para pensar en nada más; que es lo que debe ser, para un hombre que prospera. ¿Qué tiene que ver con los libros? Y no dudo de que prosperará y será un hombre muy rico con el tiempo; y el que sea inculto y tosco no tiene por qué molestarnos.
—No sé por qué no se acordó del libro —fue la única respuesta de Harriet, y dicha con tal grado de grave disgusto que Emma pensó que se podía dejar el asunto en paz sin peligro.
Por tanto, no dijo más en algún tiempo. Su siguiente arranque fue:
—En un aspecto, quizá, las maneras del señor Elton son superiores a las del señor Knightley o las del señor Weston. Son más distinguidas. Podrían presentarse como modelo con más seguridad. En el señor Weston hay una franqueza, una rapidez, casi una brusquedad, que a todo el mundo le gusta en él, porque tiene tan buen humor, pero no serviría copiarlo. Tampoco serviría el tipo de maneras del señor Knightley, directas, decididas, dominantes… aunque a él le van muy bien: su figura y su aspecto y su puesto en la vida parecen permitirlo, pero si cualquier joven se pusiera a copiarlo, sería inaguantable. Por el contrario, creo que a un joven se le podría recomendar sin peligro que tomara al señor Elton por modelo. El señor Elton tiene buen humor, es alegre, servicial y amable. A mí me parece que recientemente se ha vuelto más amable de un modo especial. No sé si tiene designios de congraciarse con alguna de nosotras, Harriet, aumentando su suavidad, pero me parece que sus maneras son más suaves que de costumbre. Si pretende algo, debe de ser complacerte. ¿Te he dicho lo que dijo de ti el otro día?
Entonces repitió algún cálido elogio personal que había obtenido del señor Elton, y al que ahora hacía plena justicia; y Harriet se ruborizó y sonrió, y dijo que siempre le había parecido muy agradable el señor Elton.
El señor Elton era la persona exacta en quien se había fijado Emma para sacarle a Harriet de la cabeza al joven granjero. Pensaba que sería un casamiento excelente, y demasiado deseable, natural y verosímil para que ella tuviera mucho mérito en proyectarlo. Temía que era lo que todos los demás debían de pensar y predecir. Sin embargo, no era probable que nadie la hubiera igualado en la fecha del plan, ya que se le había metido en la cabeza en la primerísima velada en que Harriet vino a Hartfield. Cuanto más lo consideraba, mayor era la convicción de su conveniencia. La situación del señor Elton era muy apropiada, un auténtico caballero él mismo, y sin parentela baja; al mismo tiempo, no de una familia que pudiera objetar justamente al dudoso nacimiento de Harriet. Tenía un hogar cómodo para ella, y Emma se imaginaba que unos ingresos muy suficientes; pues aunque el vicariato de Highbury no era grande, se sabía que tenía algunas propiedades independientes; y ella le juzgaba muy elevadamente, como un joven de buen carácter, bien intencionado y respetable, sin ninguna falta de comprensión práctica o de conocimiento del mundo.
Ya se había asegurado de que él consideraba a Harriet como una guapa chica, lo cual confiaba, con tan frecuentes encuentros en Hartfield, que sería una base suficiente por parte de él; y por parte de Harriet, podía haber poca duda de que la idea de que él la prefiriera tendría el necesario peso y eficacia. Y realmente era un joven muy agradable, un joven que podría gustar a cualquier mujer no muy exigente. Se le consideraba de muy buena presencia; su persona era muy admirada en general, aunque no por ella, por cierta falta de elegancia de rasgos de que ella no podía prescindir; pero la chica que podía contentarse con un Robert Martin dando vueltas a caballo por el campo para buscarle castañas, muy bien podría ser conquistada por la admiración del señor Elton.