Capítulo 11

 

 

 

 

 

NI siquiera está de siete meses –explicó Abby–. Jed la va a llevar al hospital de Tumbleweed, aunque desde allí es probable que la trasladen a Witchita Falls. Melissa y yo nos reuniremos allí con ellos.

–Yo también iré –afirmó Ellen, que estaba tan disgustada como Abby–. Aunque aún no he preparado la cena –añadió mirando a su marido.

–No te preocupes –le aseguró Floyd–. Nos apañaremos.

Las dos mujeres salieron de la cocina.

–¿Quién es Beth? –preguntó Lindsay.

–La hermana pequeña de Abby –explicó Logan y miró a su padre–. Su marido es Jed Davis.

Caleb parpadeó sorprendido.

–¿De verdad? Es un buen hombre. ¿Viven aquí cerca?

–Al otro lado de la carretera.

Abby volvió corriendo a la cocina con el abrigo puesto.

–Siento marcharme así, pero…

–No te preocupes –le dijo Logan mientras le acariciaba la mejilla con una mano–. Conduce con cuidado y llámanos en cuanto sepas algo.

–El rancho…

–Yo me ocuparé de todo. Tú tienes que estar con Beth.

Ella lo miró aliviada y él se sintió bien por poder ayudarla.

–Gracias, Logan.

Ellen volvió a la cocina y, después de darle un beso de despedida a Floyd, las dos se marcharon con gran prisa.

–No me gusta que conduzca cuando está preocupada –dijo Logan pensando en qué podía hacer.

–Quizá Rob pueda llevarlas –sugirió Floyd.

–¿Y dejar solos a los niños?

–Nosotros podríamos ocuparnos de ellos –ofreció Carol.

Logan descolgó el auricular del teléfono y localizó a Melissa justo cuando estaba saliendo de la casa. Le dijo que ellos se encargarían de los niños para que Rob pudiese ir con ellas. Ella no lo dudó ni un momento.

–Enseguida estamos allí, vosotros dos marchaos con Abby y Ellen –le dijo Logan.

En poco tiempo, los planes de todos para el resto del día cambiaron por completo.

La madre y la hermana de Logan se marcharon a casa de Melissa, y él fue con ellas para presentarles a los niños; aunque, tanto Wayne como Terri, pensaban que no necesitaban que cuidasen de ellos.

Pero Carol Crawford sabía manejarlos y consiguió que los dos mayores se sintiesen valorados a la vez que se hacía cargo de todo.

Después, mandó a Logan a que se ocupase del rancho, ignorando el hecho de que era domingo y que antes se había quejado de que su hijo tuviese que trabajar. También le dijo que Caleb, Floyd y él fuesen a cenar a casa de Melissa aquella noche.

–Como si no pudiésemos valernos por nosotros mismos por una noche –murmuró para sí.

Cuando entró en la cocina se quejó a su padre y a Floyd.

–Así es tu madre –dijo su padre sonriendo–. Quizá sea un poco marimandona, pero se sabe manejar en los momentos de crisis.

–Sí –admitió Logan.

Lo confortaba saber que Rob estaba con las mujeres, y tampoco tenía que preocuparse de que su madre fuese a ofender a Abby; pero rezó porque Beth y el bebé estuviesen bien.

–Ahora, hablemos de la señorita que se acaba de marchar –dijo Caleb invitando a su hijo a sentarse.

Logan lo miró con actitud cansada. Sabía que no se refería a Ellen, así que de alguna manera debía de saber sus sentimientos.

–Supongo que querréis hablar en privado –dijo Floyd sonriendo–, así que iré al barracón a contarles a Dirk y a Barney lo que ha ocurrido. Somos como una familia y querrán saberlo.

Cuando Floyd se marchó, Logan se entretuvo en servirse una taza de café. Levantó la cafetera a modo de pregunta silenciosa, pero su padre negó con la cabeza.

–Abby Kennedy parece una buena mujer –comentó Caleb.

–Sí.

–Es muy joven. Creía que la dueña del rancho era más mayor.

–Esa era Beulah Kennedy, su tía. Murió hace un par de años.

–Ya. ¿Quién se ha encargado del rancho?

–Abby. Rob estuvo al mando durante un breve período hasta que la empresa de suministros para rodeos que montó empezó a funcionar. Ella ha estado al mando durante los últimos siete u ocho años, desde que su tía se hizo demasiado mayor.

–Debe de ser muy buena.

Logan asintió. Sabía que su padre quería preguntarle algo más.

–Es difícil mezclar los negocios con el placer –añadió Caleb.

Logan se aclaró la garganta pero no se le ocurría qué decir, así que volvió a asentir.

–¿Crees que será un problema?

–Quizá –admitió él–. Llevo pocos días aquí, pero ella… No se parece a ninguna mujer que haya conocido.

Caleb asintió. Parecía complacido.

–Tienen buen ganado.

–No es como mamá –insistió Logan–. Abby es buena y trabaja duro. Conoce el negocio de los ranchos a la perfección. No se dedica a las obras de caridad ni nada de eso.

–Eso no será un obstáculo –dijo el padre sonriendo–. Tendréis muchas cosas en común.

Logan se recostó en la silla, aliviado.

–Sí. Ahora solo tengo que convencerla de ello.

 

 

A Beth la trasladaron al hospital de Witchita Falls, al cuidado de un especialista.

Abby telefoneó al rancho para decir que no volverían aquella noche. Melissa habló con sus hijos y Ellen con Floyd.

En cuanto le asignaron habitación a Beth, los dolores del parto cesaron. Como Jed estaba a su lado, Rob insistió en que los demás reservasen habitaciones para dormir en el hotel que había enfrente del hospital.

Instalada Abby junto a Ellen en una habitación, se dirigió al teléfono. Ya eran las diez de la noche, pero necesitaba hablar con Logan.

La sorprendía, e incluso la asustaba lo mucho que confiaba en aquel hombre. Y cuando fue él quien contestó el teléfono, no la sorprendió.

–Hola, Logan.

–Hola, Abby. ¿Cómo está Beth? ¿Y tú?

–Beth está bien. Los dolores han cesado. Y yo estoy bien, por supuesto.

–Por supuesto –repitió Logan con una pequeña risa que la agradó.

–Quería que supieras que estamos alojados en el Hotel Meridian, junto al hospital. No he pensado en lo que hay que hacer mañana, pero…

–Floyd y yo hemos pensado en todo. No te preocupes por el rancho. Nosotros nos las arreglaremos.

–Te lo agradezco, Logan. Sé que he dejado todo un poco en el aire, pero…

–Era una emergencia, Abby –le recordó él con suavidad.

–Sí. ¿Y tus padres?

–Aún están aquí. Mamá y papá se han ido a casa de Melissa para cuidar de los niños.

–¿Tú madre? Pero…

–Le encanta tener seis niños a quien cuidar de nuevo. Y Lindsay la está ayudando.

–Estoy segura de que volveremos mañana. En cuanto los mayores se marchen al colegio, si tú pudieras mandar a Barney o Floyd a cuidar de los pequeños hasta que nosotros…

–No te preocupes. Tú cuídate, ¿de acuerdo?

–Logan, no estoy en peligro –protestó Abby, pero se dijo a sí misma que le gustaba que se preocupase por ella.

–Lo sé, pero te echamos de menos.

Ella no sabía cómo responder, aunque su corazón quería contestarle de la misma forma.

–Gracias por la ayuda.

–No hay de qué. Cuídate. Floyd quiere hablar con su mujer.

–Adiós –dijo Abby con suavidad y le entregó el auricular a Ellen.

Mientras ella hablaba por teléfono, Abby se dio una ducha para que tuviese un poco de intimidad. Cuando salió del cuarto de baño, Ellen tenía la televisión encendida, pero sus ojos estaban rojos.

–¿Va todo bien, Ellen? ¿Han llamado del hospital?

–Sí. Todo está bien. Es que soy un poco tonta.

–No lo eres. ¿Por qué has llorado?

Ellen sonrió arrepentida.

–Por muchas razones: el alivio de saber que Beth y el bebé están bien, echar de menos a Floyd. Esta es la primera noche que pasamos separados desde que nos casamos. Estoy muy agradecida por formar parte de esta familia.

–¡Claro que eres parte de esta familia! –exclamó Abby.

Desde que ella se había mudado a vivir con ellos, se había convertido en una especie de abuela para los hijos de Melissa y en una madre para Abby y sus hermanas.

Ellen resopló.

–Hace dos años estaba completamente sola y pensaba que ya habían pasado los mejores años de mi vida. Pero ahora soy tan feliz…

Las dos mujeres se abrazaron y al instante Ellen sugirió que Abby se acostase mientras se duchaba.

–Deberíamos levantarnos pronto mañana para ir a ver a Beth –añadió.

Con una sonrisa de cansancio, ella asintió.

Cuando Ellen cerró la puerta del cuarto de baño, dejando la habitación a oscuras, Abby dio gracias por la pronta recuperación de su hermana. Después, cerró los ojos y empezó a pensar en Logan.

Quizá, si pudiese mantenerse alejada de él no tendría que despedirlo. Era una persona en la que podía confiar, era fuerte. Quizá pudiese dejarlo al mando y viajar un poco, que era lo que siempre había querido hacer.

Pero, por alguna razón, ya no le apetecía viajar.

Desde luego, no podía marcharse antes de la siguiente semana porque había un rodeo. Y no podía marcharse hasta que el bebé de Beth hubiese nacido. Después vendría la Navidad, en primavera era época de partos. Además, había un rodeo.

A medida que el sueño se apoderaba de ella, se vio a sí misma con Logan trabajando juntos en el rancho, discutiendo… No. Él no quería discutir cosas del rancho con ella, pero en sus sueños aquello no tenía importancia.

A la mañana siguiente, Melissa llamó a la puerta a las siete de la mañana.

Abby se sorprendió de encontrarse aún en la cama. Pensaba que, tanto Ellen como ella, se habrían levantado para entonces, como tenían por costumbre.

–No seáis tontas –dijo Melissa cuando se disculparon–, todos tuvimos un día muy duro ayer. Jed se está duchando; el médico ya ha visto a Beth y dice que tanto ella como el bebé están bien. Quiere que se quede una noche más para asegurarse, pero después puede marcharse a casa.

–¿De verdad? –preguntó Abby–. ¿Pero cuál ha sido la causa?

–No están seguros. Aunque puede marcharse a casa, debe guardar cama todo el tiempo que pueda. Afortunadamente, tienen a Clara –añadió Melissa, haciendo referencia al ama de llaves que Jed insistió en contratar cuando supieron que Beth estaba embarazada.

–Espero que nuestra hermana siga las órdenes del médico –dijo Abby frunciendo el ceño.

–Lo hará –le aseguró Melissa–. Puede que sea un poco terca, pero no pondrá al bebé en peligro.

–Es cierto –añadió Ellen–. Además, ya nos encargaremos de distraerla.

–¿Cómo está Jed?

–Bien. Rob ha preparado una lista de cosas que hay que hacer en su rancho porque se quedará aquí con Beth hasta que la manden a casa. Nosotros podemos marcharnos hoy.

–Siempre y cuando Beth no nos necesite –dijo Ellen asintiendo ansiosa. Melissa estuvo de acuerdo.

–Desayunaremos en cuanto Jed esté listo, e iremos a ver a Beth. Después quizá podamos marcharnos.

Aquellas palabras retumbaron en el corazón de Abby. Si Beth no les necesitaba, podían marcharse a casa. La imagen de Logan se formó en su cabeza, pero hizo un esfuerzo por apartarla. Por supuesto, él no era parte de la alegría de volver a casa, solo llevaba cuatro días allí, cinco si contaba el que acababa de empezar.

Pero si se quedaba, ella tendría más libertad.

Por eso pensaba en él.

 

 

Logan comenzó el rodeo a la mañana siguiente.

Ayudada por Floyd, habló con unos cuantos rancheros de la zona y tomó prestados tres vaqueros más, prometiendo devolver el favor en futuros rodeos. Al no estar Jed, Rob ni Abby, necesitaban ayuda.

El primer día pasó con tranquilidad, y Logan supuso que en tres días habrían terminado. Su padre, que lo acompañó, estuvo de acuerdo.

–Es un buen rancho –dijo Caleb de nuevo, mientras se dirigían a la casa–. ¿Crees que Abby estaría interesada en venderlo?

Él giró la cabeza con rapidez para mirar a su padre.

–¿Venderlo? Ella nunca lo haría. Además, ya te dije que yo… espero…

–Sé lo que me dijiste. Pero un hombre debe estar al mando. No tienes que casarte con el jefe, debes ser el jefe.

Logan frunció el ceño. No estaba de acuerdo con su padre; él quería ser el compañero de su esposa y compartirlo todo, no ser el jefe. Y Abby era la primera mujer que conocía lo suficientemente fuerte como para ser su compañera.

–Yo podría hablar con ella –dijo Caleb.

–¡No! Ya pensaré en algo, papá. Pero primero tengo que superar el mes de prueba.

Caleb se echó a reír.

–Como si tuvieses que preocuparte por mantener el trabajo. ¡Si eres el mejor!

Él se esforzó por sonreír.

–Gracias, papá. Pero prométeme que no le dirás nada a Abby.

–De acuerdo. Esperaré el momento oportuno. Pero si encuentras el sitio adecuado, yo me encargaré de que lo puedas comprar.

Logan agradecía el apoyo de su padre, de hecho, lo emocionaba, pero no sabía qué hacer. De momento, se quedaría tan cerca de ella como pudiese.

Cuando llegaron al granero, desmontaron de sus caballos y, mientras los cepillaban, Ellen entró corriendo. Floyd dejó su caballo para ir a abrazar a su esposa.

–Hola, Ellen –saludó Logan acercándose a ella–. ¿Está todo bien?

–Sí. Hemos vuelto todos, excepto Jed y Beth. El médico quería que se quedase un día más para estar seguro, pero mañana volverán a casa.

Floyd miró a Logan.

–Entra en la casa. Abby querrá saber cómo ha ido todo por aquí. Nosotros nos ocuparemos de los caballos.

Logan murmuró un agradecimiento y se apresuró hacia la casa.

Cuando entró en la cocina, se encontró a Abby allí de pie y, sin perder el paso, se acercó a ella y la abrazó.

–¡Logan! –exclamó ella sorprendida.

Él se forzó a sí mismo a soltarla y apartarse.

–Lo siento. Yo… todos estamos muy contentos de que todo esté bien.

–¿Has hablado con Ellen? Estaba deseosa de ver a Floyd –dijo Abby. Aunque no lo miró a los ojos, al menos le habló.

–Sí. Floyd dijo que querrías saber cómo han ido las cosas por aquí.

–Así es. Quería haber empezado hoy el rodeo. Quizá podamos organizarlo todo para empezar mañana.

–Hemos empezado hoy.

–¡Pero si faltaba gente! –exclamó ella y él le explicó cómo habían solucionado el problema–. Gracias, Logan. Yo no lo habría hecho tan bien.

–Sí podrías. Pero ahora tenemos ayuda suficiente para terminar, así que no tendrás que trabajar tanto. Te dará tiempo para ayudar a Beth a instalarse.

Abby abrió la boca para protestar y frunció el ceño.

–Quizá tengas razón. Ella estará de vuelta mañana, y Rob y yo decidimos organizar las cosas en su rancho antes de que Jed regrese. Creo que aceptaré tu oferta.

Él sonrió.

–Así me gusta. La salud de Beth y del bebé es más importante que un puñado de vacas.

–Sí… pero, Logan, lo que acaba de ocurrir… y lo de la otra noche… no puedo…

–Me dejé llevar, pero te prometo que no volverá a ocurrir a no ser que tú quieras, ¿de acuerdo? Me gusta estar aquí y quiero quedarme –afirmó y contuvo la respiración mientras esperaba la respuesta.

Abby suspiró profundamente.

–Me gustaría que te quedases –dijo ella finalmente.

Logan suspiró aliviado.

–Me mudaré a la casa del encargado en cuanto termine el rodeo –afirmó él y Abby asintió–. Tenemos unas cuantas bocas más que alimentar esta noche, pero mi madre prometió asegurarse de que habrá suficiente comida –añadió.

–Tu madre se ha portado estupendamente. Ha preparado casi toda la comida en casa de Melissa. Quiere que tu padre y tú cenéis allí aunque Melissa, Lindsay y ella traerán la cena para los vaqueros.

Logan apretó las mandíbulas.

–¿Dónde vas a cenar tú? –le preguntó a Abby.

–Aquí.

–Entonces yo también.

–Logan, tus padres y tu hermana se marchan después de cenar. Deberías comer con ellos.

Él observó la cara de Abby e intentó averiguar si su madre la había insultado de alguna manera o si había hecho algún comentario inapropiado, pero ella parecía estar bien.

–De acuerdo. Solo porque se marchan. Pero preferiría cenar aquí.

Abby asintió.

–Diles a los hombres que la cena estará lista enseguida.

Cuando Logan se daba la vuelta para marcharse, la puerta trasera se abrió y entraron su madre, su hermana y Melissa con la comida.

–¡Has vuelto, Logan! –exclamó Carol–. ¿Dónde está tu padre?

Él se acercó a ella para sujetarle la cacerola que llevaba y darle un beso en la mejilla.

–Está en el granero.

–Supongo que los dos iréis a cenar a casa de Melissa.

Logan asintió.

–Estaremos allí enseguida –le dijo y se apresuró a salir de la casa, lanzando a Abby una última mirada.

 

 

A la mañana siguiente, Abby se levantó temprano para ayudar a Ellen a preparar el desayuno de todo el equipo. Pero, por primera vez desde que llegó al rancho con doce años, no saldría a trabajar con ellos.

Aquel día iría a casa de Jed para prepararlo todo a su llegada. Su encargado, Logan, se ocuparía del rodeo. Y por eso no se explicaba por qué contuvo el aliento hasta que él apareció.

Cuando entró en la cocina, su cuerpo, grande y musculoso, rebosaba energía.

Abby se animó al ver que la buscaba con la mirada al igual que ella a él.

–Buenos días –dijo él sonriendo.

–Buenos días. Siéntate en mi silla hoy.

–¿Y tú?

–Ellen y yo vamos a servir el desayuno. Comeremos cuando vosotros hayáis terminado.

–Podemos servirnos nosotros mismos. Tú tienes que…

–No te vayas a creer que estás al mando solo porque te dejo encargarte del rodeo –murmuró ella para que nadie más pudiese oírla.

–Pero Abby…

–Siéntate para que los demás también puedan hacerlo –le ordenó y se fue hacia la cocina, donde Ellen estaba haciendo unos huevos revueltos.

Volvió a la mesa y la alegró ver que Logan se había sentado. Al inclinarse sobre la mesa para colocar un plato, sintió que una mano se posaba en su espalda. De inmediato se irguió y lo miró fijamente.

–Pensé que ibas a perder el equilibrio –le aseguró él.

Ella lo miró furiosa y volvió a la cocina. Cuando volvió a acercarse a la mesa, lo hizo por el lado de Floyd.

Media hora más tarde, los hombres habían desayunado y se habían marchado, dejando un montón de platos vacíos a su paso. Abby ayudó a Ellen a recoger.

¡Cómo habían cambiado las cosas!

 

 

Dos semanas más tarde, Logan se dirigía a la casa del encargado, donde se había instalado, para ducharse y cambiarse de ropa después de un largo día de trabajo.

El aire de la noche era frío; estaban en el mes de noviembre y pronto celebrarían el Día de Acción de Gracias.

Y él no había hecho ningún progreso.

El trabajo en el rancho iba bien. Le encantaba aquel lugar.

Pero no estaba más cerca de Abby que el primer día. Ella lo observaba, incluso le sonreía, pero mantenían una relación de jefe y empleado.

Él estaba desesperado, se interesaba por cosas a las que antes nunca había prestado atención. Había empezado a enseñarle a Abby a manejar un programa de ordenador, pasaban mucho tiempo juntos y a Logan le parecía que habían llegado a conocerse muy bien el uno al otro.

Pero no había cambiado de opinión respecto a ella. Cuando sus dedos se rozaban de forma accidental en el teclado, él tenía que apartar la mano rápidamente o, de lo contrario, sabía que no podría resistirse a abrazarla.

Cada vez pensaba más en lo que su padre le había dicho. Mientras siguiese siendo el empleado, resultaría imposible que su relación avanzase. Y Logan empezaba a mostrarse impaciente.

Pero no quería marcharse.

Quizá pudiese invertir en el rancho y convertirse en socio. Pero si lo hacía, y después Abby le dejaba claro que no quería estrechar la relación, ¿qué haría?

¿Quedarse y esperar a que ella cambiase de opinión?

El sonido del teléfono interrumpió sus pensamientos.

–Dígame.

–Hola, Crawford.

Logan no reconoció la cascada voz.

–¿Quién es?

–Soy Pritchard. El vecino del rancho Prine. ¿Me recuerda?

–Sí –contestó él. ¿Cómo olvidarlo?

–Necesito hablar con usted. ¿Puede venir a cenar?

–¿Esta noche? –inquirió Logan, preguntándose qué estaría pasando.

–Sí.

–De acuerdo.

–Bien. Y no le diga a la señorita Kennedy que viene. No es asunto suyo –dijo Pritchard y colgó.