Capítulo 1

 

 

 

 

 

NO TE muevas, cielo –murmuró una suave voz masculina a la espalda de Abigail Kennedy.

Con manos temblorosas, Abigail apuntó su rifle hacia el suelo aunque no estaba cargado.

Mantuvo la mirada fija en lo que le estaba aterrorizando: una serpiente de cascabel.

De repente, oyó un disparo y vio cómo la bala hacía blanco en la cabeza del reptil y se arrodilló aliviada.

–¿Te encuentras bien? –le preguntó la voz, mientras unas manos le asían los hombros temblorosos para ayudarla a ponerse en pie de nuevo.

–Sí –murmuró ella. La avergonzaba su comportamiento, la hacía sentirse débil y tonta–. Gracias por matarla.

–Encantado –dijo él e intentó quitarle el rifle. Pero Abigail se apartó y lo levantó sujetándolo con fuerza–. Tranquila, solo te lo iba a sujetar antes de que te pegases un tiro sin querer.

Abby lo miró fijamente. Era el héroe perfecto: alto, de hombros anchos y facciones suaves. Nunca se fiaba de los hombres guapos.

–No está cargado –murmuró ella mirándolo furiosa.

–¡Entonces no me extraña que no hayas matado la serpiente! –dijo él curvando su sensual pero firme boca en una mueca.

Por mucho que la avergonzase, Abby tuvo que decir la verdad.

–Tenía balas, pero las disparé todas.

–Me había parecido oír tiros –dijo él mirando la serpiente que aún se revolvía en el suelo.

Abby sabía lo que él estaba pensando: no había rastro de más disparos en la cascabel.

El hombre se aclaró la garganta.

–Quizá debas considerar la posibilidad de practicar un poco tu puntería. Yo podría ayudarte.

–No, gracias –contestó ella con voz crispada. Por lo general, tenía muy buena puntería; el problema era la serpiente, sentía un terror irracional hacia ellas.

Él arqueó una ceja, pero se limitó a asentir.

–¿Qué estás haciendo aquí? –le preguntó a Abby.

En vista de que ella estaba en el rancho familiar, el cual había estado dirigiendo durante los últimos siete u ocho años, la sorprendió su pregunta.

–¿Me está preguntando qué estoy haciendo yo aquí?

Él sonrió de forma burlona.

–Cielo, no hay nadie más con quien hablar.

–Lo primero –le explicó con frialdad–, no me llamo cielo. Segundo, está en propiedad privada. Creo que la pregunta se la debería hacer a usted.

–No me importa contestar, pero no estoy entrando de forma ilegal en una propiedad privada. Soy un invitado.

–¿Quién le ha invitado si puede saberse?

El hombre enarcó las cejas y Abby se fijó en sus ojos color avellana. Desde luego el hombre tenía un físico impresionante, pero Abby no cedió. Aunque le debiese un favor por haber matado la serpiente. No le gustaba su actitud.

–La dueña. La señorita Abigail Kennedy. La señora quiere contratarme como encargado de su rancho.

–¿De verdad?

Así que aquel hombre era Logan Crawford, de Oklahoma. Pues se había equivocado con él. No lo contrataría.

–No creo que eso ocurra.

–No me digas. ¿Estoy hablando con la hija del jefe? ¿No me darán más puntos por haberte salvado la vida? –preguntó señalando la serpiente.

Abby no pudo evitar un escalofrío, y tampoco podía evitar estar agradecida. Pero no podía contratar a aquel hombre. No funcionaría.

–Sí. Pero no soy la hija del jefe. Abigail Kennedy no está casada.

Él la observó fijamente con sus ojos color avellana y Abby casi pudo sentir la mirada, pero siguió sin ceder. Esperó a que él hubiese terminado de estudiarla con detenimiento.

–¿Ha terminado? –le preguntó arrastrando las palabras para hacerle saber que no apreciaba sus cumplidos.

–Sí, señorita –dijo él sonriendo de forma seductora–. Eres una mujer muy guapa pero con poco sentido común. No es buena idea salir sola a cabalgar.

Ya no era impaciencia, o que no le gustase el hombre. Era solo furia. Abby sabía que tenía genio, pero normalmente lo mantenía bajo control.

–¿Siempre trabajas con un compañero?

–Lo intento. Es comprensible.

–Pues gracias por el consejo, señor Crawford. Le pido disculpas por el viaje tan largo que ha tenido que hacer, pero no creo que las cosas funcionen. Le reembolsaré los gastos que haya tenido.

El hombre dejó de sonreír y entrecerró los ojos, pero no dejó de mirarla.

–¿Eres Abigail Kennedy?

–Sí. La «señora» –dijo ella, disfrutando de haberlo sorprendido.

–Pero yo creía… mi padre me dijo que la dueña tenía setenta y tantos años.

–Los tenía –dijo Abby respirando profundamente–, hasta que murió hace un par de años.

 

 

Logan Crawford suspiró. No había investigado lo suficiente. Cuando le dijo que Abigail Kennedy era la dueña, una mujer de setenta años, se había fiado de su palabra. Había dado por sentado que estaría a cargo de un rancho cuyo dueño era una mujer mayor, que probablemente ni siquiera supervisaría su trabajo. Aunque aquello no lo preocupaba: conocía el empleo y era bueno. Pero le gustaba estar a su aire.

Aquella mujer era un asunto completamente distinto. Vestía como un vaquero, con vaqueros ajustados, camisa, guantes de piel, rifle y botas.

Cuando oyó el disparo, estaba seguro de que alguien tenía problemas. Le había llevado un rato darse cuenta de que ese alguien era una mujer. Cuando ella se giró para mirarlo, no lo dudó. Sus facciones eran dulces, los labios carnosos. Ella era toda una mujer. ¿Pero su jefa? Entonces recordó que lo acababa de despedir.

–¿No me va a hacer la entrevista que me prometió?

Abby se sonrojó. No estaba siendo justa con él y los dos lo sabían.

–No creo que sea necesario. Nuestros caracteres chocan.

–Cielo, no he venido para tomar el té contigo todos los días. Mi trabajo está con el ganado, trabajando con tus ayudantes. Conozco mi oficio.

Y quería aquel puesto. No porque estuviese arruinado y desesperado. No porque le hubiesen despedido de su último trabajo. Ni siquiera deseaba cambiar de escenario porque tuviese el corazón roto. Quería aquel trabajo porque sería un reto. Quería asegurarse de que le gustaba la zona antes de invertir dinero en su propio rancho.

Necesitaba alejarse de sus hermanos antes de que lo volviesen loco.

–Estoy segura de que conoce el oficio, señor Crawford. Su experiencia es impresionante.

Bonitas palabras, pero las dijo de forma superficial.

–¿Entonces por qué no me hace la entrevista?

Ella levantó la barbilla y lo miró con firmeza, pero apartó la mirada enseguida.

–Porque sería una pérdida de tiempo –dijo finalmente–. Le extenderé un cheque por los gastos que haya podido tener.

Abby comenzó a alejarse de él y Logan frunció el ceño. Se dio cuenta de que tendría que suspender sus planes.

De repente, ella se detuvo.

–¿Qué ocurre? –preguntó él.

–¿Cómo ha llegado hasta aquí?

–A caballo. Lo dejé allí, junto a los árboles —dijo él.

–Ya.

–¿Qué pasa?

– Pensé que quizá hubiese venido en furgoneta.

De repente, Logan se percató de que ella no tenía un caballo a la vista. Ni una furgoneta. Estaba en la estacada. Aquella situación le hizo gracia.

–Creo, señorita Kennedy, que voy a tener la oportunidad de rescatarla por segunda vez hoy.

Abby se sonrojó y él admiró su maravillosa piel. Incluso con ropas masculinas, era muy guapa. Y orgullosa.

–Lo veré en la casa –dijo ella levantando el mentón–, aunque tardaré un poco en llegar –dijo y comenzó a caminar.

Él se rio y se dirigió hacia su caballo, Dusty. Se montó y, colocando el rifle en su funda, se acercó a Abby.

–Suba. La llevo.

–No, gracias.

Logan se rascó el cuello. Era una mujer testaruda. Pero él también podía serlo.

La siguió a través del pasto antes de darse cuenta de que tenía la clave para que ella se rindiese.

–Afortunamente lleva botas –le dijo–. Le protegerán si se cruza con más serpientes.

Logan ocultó su sonrisa y observó cómo se paralizaba, como si hubiese serpientes por todas partes.

Abby lo miró fijamente.

–Eso ha sido cruel.

–Sí, lo sé. Pero es una posibilidad. Y es ridículo que camine hasta la casa cuando me he ofrecido a llevarla.

–De acuerdo –dijo ella asintiendo.

Logan sacó el pie izquierdo del estribo.

–Suba delante, será más cómodo.

–No, subiré detrás –dijo ella y, tomando la mano que él le ofrecía, metió el pie en el estribo y se subió al caballo

Logan admiró su buena forma física.

–¿Qué le ha pasado a su caballo?

–La serpiente lo asustó. Yo no le estaba prestando atención y se marchó al galope hacia la casa.

–No lo he visto de camino aquí.

–Es probable que Ellen le haya indicado el camino a través de las puertas –le explicó–. Ruby salta las vallas. Estoy segura de que se marchó a casa por un atajo.

Logan se rio e indicó al caballo que se pusiese en marcha de nuevo.

Sorprendida, Abby se agarró a su cinturón.

–¿Por qué no coloca los brazos alrededor de mi cintura? Se sentirá más protegida

Abby no contestó. Pero de repente, unos brazos lo rodearon y sintió un cuerpo femenino estrecharse contra su espalda. Inspiró profundamente «mantén la mente en los negocios», se recordó a sí mismo.

El camino de vuelta a la casa sería su única oportunidad de conseguir la entrevista para el trabajo.

–He tenido mucha experiencia con Herefords –dijo él haciendo referencia al tipo de vaca que había en el rancho de Abby.

–Sí, ya lo vi en su currículo.

Logan deseó poder verle la cara.

–Nací en un rancho en Oklahoma y he vivido allí casi toda mi vida. Mi padre fue un maestro duro y me enseñó todos los aspectos de la vida en el rancho.

–Lo sé –contestó ella.

Hasta el momento no estaba consiguiendo nada.

–Le he salvado la vida –dijo resoplando.

–¿Por qué quiere trabajar aquí?

Aquello era lo único que no le había contado en la correspondencia que habían intercambiado. No le gustaba hablar de temas personales ya que no creía que afectasen a su habilidad en el trabajo, pero en aquel momento no tenía elección.

–Señorita Kennedy, tengo cuatro hermanos: el mayor, Joe, está al cargo del rancho; el siguiente, Pete, se ocupa del ganado; mi hermano Rick trabaja con los caballos, y el pequeño, Mike, está estudiando Derecho ya que no quiere ser vaquero.

Ella no dijo nada.

Logan suspiró.

–No queda nada para mí; no puedo tomar decisiones; no tengo oportunidad de probar por mí mismo. Conozco el trabajo, me encanta y quiero tener mi propio rancho.

–Pero este rancho es mío, señor Crawford –dijo ella con palabras suaves pero firmes.

–Lo sé. Yo trabajaría bajo su supervisión. por supuesto, pero quiero desarrollar mis habilidades sin tener a ninguno de mis hermanos vigilándome.

Continuaron cabalgando en silencio y finalmente Logan habló de nuevo.

–No parece tener hermanos. De lo contrario habría salido con ellos a cabalgar: pero, ¿tiene hermanas?

–Dos.

–Pues piense en cómo se sentiría si la estuviesen vigilando de forma constante, esperando la oportunidad para decirle cómo tiene que hacer su trabajo.

–¿Así que quiere alejarse de su familia? –le preguntó Abby.

–Por eso este trabajo es perfecto para mí; quiero alejarme pero no demasiado. Nuestro rancho dista unas dos horas en coche desde aquí; está cerca para venir a verme y lejos para que no me vigilen –dijo él y se rio al recordar la reacción de sus hermanos cuando les habló de su plan. Al menos su padre le había comprendido y apoyado.

Abby comprendía a Logan. No porque sus hermanas se comportasen de aquella manera. Ella las adoraba.

Cuando sus padres murieron en un accidente de coche siendo ellas muy niñas, se unieron más que nunca. Los servicios sociales quisieron separarlas, pero la tía Beulah, la viuda del tío de su padre, se ofreció a cuidar de las tres. Ellas le agradecieron su acción y con el tiempo llegaron a quererla y admirarla también. La tía Beulah enseñó a Abby y a las demás todo lo que sabía sobre el trabajo en el rancho, que era mucho. Cuando no pudo seguir al mando, Abby lo tomó por ella, informándola cada noche de lo que había ocurrido durante el día. Melissa, la mediana, había nacido para ser ama de casa y casi siempre estaba limpiando y cocinando, Beth, la pequeña, había trabajado con Abby y era buen jinete y muy trabajadora.

Cuando la tía murió, las tres hermanas descubrieron que eran millonarias; Beulah había invertido dinero en petróleo y nunca lo había tocado. Decidieron que cada una debía perseguir su sueño. Beth quería seguir en los rodeos, pero se casó con su entrenador y en aquel momento estaba embarazada. Jed Davis y ella se habían mudado a una granja que había enfrente del rancho de Abby, donde él entrenaba jinetes y caballos para los rodeos. Melissa quería cuidar niños que se habían quedado huérfanos como ellas. Construyó una casa en el rancho y comenzó a adoptar críos. Estaba casada con el antiguo encargado de Abby y contando con la hija de su marido, Terri, su familia se componía de seis hijos: cinco de los niños eran adoptados. Rob, ella y sus hijos adoptados habían formado una nueva empresa, llamada ProRide, que suministraba los rodeos. Habían tenido mucho éxito y aquello explicaba por qué Abby estaba haciendo entrevistas en busca de un encargado nuevo.

Como la familia era algo muy importante para ella, apreciaba que Logan Crawford no quisiese abandonar a la suya; pero también entendía por qué quería alejarse.

–Si me da la oportunidad, señorita Kennedy, creo que podré demostrarle que soy bueno.

Abby sintió las vibraciones de su voz en el pecho y se agarró con más fuerza a su cintura.

Le había dicho que no le haría la entrevista pero él la había ignorado, y le había contado cosas para que cambiase de opinión.

–No creo que funcionase, señor Crawford.

Le resultaba raro rechazar a alguien cuando estaba rodeándolo con los brazos. Afortunadamente, no tenía que mirarlo a la cara.

–¿Por qué? –preguntó él.

–Porque le vigilaría tanto como sus hermanos –dijo ella. Era el mejor argumento que se le ocurría y pensó que era perfectamente válido.

–Por supuesto que sí. Es la dueña y está en su derecho.

Aquella respuesta la sorprendió. No había esperado que fuese tan razonable.

–Pero ha dicho que…

–Dije que mis hermanos me molestaban, pero en ningún momento he puesto reparo a la supervisión de mi padre o de nuestro encargado. Estaban en su derecho. Sin embargo Joe, Pete y Rick, no son mucho mayores que yo, solo nos llevamos un año cada uno; así que me parece que tengo tanto derecho como los demás a encargarme de las cosas. Y, desde luego, tengo los mismos conocimientos.

Sus palabras le dieron qué pensar. Su solicitud había sido la mejor hasta el momento. ¿Estaría tomando una decisión apresurada porque se sentía avergonzada de que él hubiese descubierto su miedo hacia las serpientes? Antes de que pudiese decidirse, escuchó el sonido de pezuñas moviéndose con rapidez y por encima de la colina aparecieron varios vaqueros. Se detuvieron de forma repentina cuando llegaron hasta ellos.

–Abby, ¿estás bien? –preguntó Floyd, uno de sus ayudantes.

–Sí, Floyd. ¿Ruby ha vuelto al establo? –le preguntó ella a su vez.

–Sí. Ellen nos llamó preocupada. ¿Qué ha ocurrido?

Pero, antes de que pudiese contestar, Floyd miró a Logan.

–Gracias por ayudar a Abby.

El ayudante estaba acompañado de Barney que llevaba un caballo para ella. Así que Abby le habló al hombre que tenía delante.

–Si mueve el pie del estribo podré bajarme.

Él giró el cuerpo entero al tiempo que apartaba el pie y le ofreció la mano para ayudarla a bajar.

Aliviada, ella tomó las riendas que Barney le ofrecía.

–Gracias –le dijo mientras se montaba–. Por cierto chicos, este es Logan Crawford. Ha venido a hacer la entrevista para el puesto de encargado. Estos son Floyd y Barney, dos de mis ayudantes.

Abby observó complacida cómo Logan estrechaba la mano de los dos hombres

–¿Eres de por aquí? –le preguntó Floyd.

–De Oklahoma, a un par de horas.

Barney asintió.

–Yo trabajé en un rancho en Oklahoma antes de venir aquí –murmuró Floyd y le dijo a Logan el nombre y la dirección de su antiguo jefe. Logan se rio.

–¿No duraste mucho? A bastantes hombres les pasa, no soportan sus métodos.

Ella vio con sorpresa cómo la tensión se alejaba del cuerpo de Floyd. Este sonrió al extraño. Floyd se había casado con el ama de llaves de Abby, Ellen, hacía pocos meses y mostraba un especial sentido de protección hacia Abby, aunque ésta le había dicho que no era necesario. Parecía no tener sospechas acerca de Logan Crawford.

–¿No trabajaste allí? –le preguntó Floyd.

–No –contestó Logan–. Yo estaba en el rancho de mi padre, el Double C.

Floyd abrió los ojos de par en par.

–Buen rancho, he oído hablar de ese sitio, es de los mejores.

–Gracias.

–Entonces, ¿por qué vienes aquí?

–Es hora de extender mis alas –dijo Logan.

Floyd miró a Abby sonriendo.

–Has tenido suerte, Abby, consiguiendo a un Crawford del Double C como encargado. Afortunadamente, Ellen ha preparado pastel de manzana para cenar. Así podremos celebrarlo.

Los tres hombres la miraron esperando que ella estuviese de acuerdo.