Capítulo 2

 

 

 

 

 

LOGAN no dejó de sonreír, esperando que los hombres de Abby la convencieran para que le diese una oportunidad. Pero él, a diferencia de Floyd y Barney, sabía que no estaba convencida.

–Aún no he tomado una decisión –murmuró ella y dio la vuelta a su caballo con habilidad–. Llamad a Ellen y avisadla de que vamos en camino para que no se preocupe –ordenó mientras se ponía en marcha.

Logan se sintió aliviado de que ella no hubiese dado un no definitivo, así que cabalgó al lado de Barney, dejando que Floyd marchase con Abby. No quería seguir presionando por el momento.

–Cuéntame, Barney, ¿por qué se marchó el anterior encargado?

–En realidad no se marchó. Montó una empresa de suministros para rodeos; el cuñado de Abby, Jed Davis, tiene contactos y la empresa creció rápidamente. Es demasiado trabajo para Rob, sobre todo con los niños.

–¿Tiene una familia numerosa?

Barney se rio.

–Sí, se casó con una hermana de Abby, Melissa, y entre los dos tienen seis hijos.

Logan enarcó las cejas.

–¡Seis! –exclamó–. Pero por una de las últimas cartas de Abby, tengo la impresión de que se casaron hace poco.

–No son hijos biológicos: tienen dos niñas adoptadas y, justo antes de casarse, los tres hijos de su vecino se quedaron huérfanos. Melissa y Rob los adoptaron. Además, él tiene una hija propia.

–En mi casa también éramos seis –dijo Logan con una sonrisa.

Abby miró por encima del hombro.

–Creía que me había dicho que tenía cuatro hermanos.

A Logan le agradó darse cuenta de que ella había estado escuchando la conversación; quizá aún tuviese una oportunidad.

–Sí, pero también tengo una hermana pequeña.

–¿Por qué no la mencionó?

–Porque ella no hace nada en el rancho –le dijo él, sorprendido por la pregunta.

Abby detuvo su caballo y lo miró fijamente.

–¿Y qué hace?

Logan la miró, extrañado.

–Ayuda a mi madre con las tareas de la casa cuando no está en el colegio.

Ella continuó mirándolo y Logan no sabía qué más querría saber.

Floyd intentó ayudar.

–Creo que lo que Abby quiere saber es qué hace con su tiempo libre.

–Lo que hacen todas las mujeres: sale con amigas, se va de compras… ya sabes, cosas de chicas.

Abby se dio la vuelta y apremió a su caballo. Aquello haría pensar a cualquier hombre que había satisfecho su curiosidad, pero Logan no estaba seguro de ello y quería saber por qué. ¿Por qué el comportamiento de su hermana afectaba su trabajo?

Cuando llegaron al granero, donde estaban su furgoneta y su traíler, no siguió a los hombres al corral. Sus otros tres caballos aún seguían dentro del remolque y pensó que sería mejor meter a Dusty allí también.

Abby se volvió para mirarlo.

–Traiga a su caballo aquí para que pueda cepillarlo, darle agua y comida. ¿Tiene más?

Él asintió.

–Sáquelos a todos. Pasará la noche aquí, por supuesto; pase lo que pase.

Es lo mínimo que había esperado, pero no quería dar nada por sentado. La señorita Abigail Kennedy parecía tener su propia ley.

–Gracias.

Después de ocuparse de Dusty se dirigió al traíler y se encontró con Barney y Floyd.

–Te ayudaremos –le aseguró Barney con una sonrisa.

Abby los detuvo.

–¿Dirk sigue en el pasto de la zona sur?

–Sí –contestó Barney–, pero no tardará en volver. Ellen dijo que la cena estaría lista a las seis – le recordó Floyd.

Logan sonrió. Los hombres que trabajaban duro gozaban de buen apetito y parecía que Floyd tenía la comida en mente.

Abby asintió pero, antes de marcharse, añadió algo más.

–¿Podéis mostrarle al señor Crawford dónde está el barracón para que pueda lavarse y cambiarse de ropa?

–Por supuesto. ¿Quieres que le enseñe la casa del encargado también? –le preguntó Floyd. Ella suspiró y puso los brazos en jarras; Logan la miró con detenimiento hasta que se dio cuenta de que ella lo observaba furiosa. Aquello no había sido una buena idea, teniendo en cuenta que aún no había conseguido el trabajo. Pero era una mujer muy guapa.

–Sí, de acuerdo –murmuró Abby y se marchó.

–No entiendo qué le ocurre –dijo Barney en voz baja–. Normalmente es muy amable y hacía mucho tiempo que no se caía de un caballo, al menos desde que era niña.

–Se encontró una serpiente –explicó Logan.

Los dos hombres se miraron y asintieron.

–Eso lo explica todo entonces. Esa jovencita siente fobia hacia esos reptiles. Ni siquiera soporta las culebras –dijo Floyd.

–No debería haber salido sola –dijo Logan que aún mantenía la vista en el femenino cuerpo de ella.

Al ver que ninguno de los dos hombres contestaban los miró.

–Será mejor que no le digas eso a Abby –le avisó Barney, aunque por su sonrisa daba a entender que quería estar presente si lo hacía.

–¿Por qué no?

–Ella ha salido a montar sola desde que tenía doce años, cuando llegó aquí. Beulah no toleraba las tonterías.

–Se trata de sentido común, no tonterías –le aseguró Logan.

Los dos hombres ignoraron aquella afirmación y abrieron la puerta del traíler.

 

 

A Abby le fastidió sentirse tentada de arreglarse para la cena. ¿Qué le ocurría?

Logan Crawford no era más que un vaquero y ella no estaba interesada en los hombres. Además sospechaba, por lo que él había dicho, que no tenía ningún interés en ella.

–¡Cosas de chicas! –resopló–. ¡Como si no sirviésemos para nada!

Pues el señor Logan Crawford tenía unas cuantas cosas que aprender. Y si no resultaba peligroso tenerlo allí, teniendo en cuenta su reacción hacia él, ella le enseñaría unas cuantas.

Pero cuando le había rodeado la cintura con los brazos, se dio cuenta de que tocarlo le resultaba demasiado placentero.

No podía contratarlo. Solo tenía que convencer a Barney y a Floyd de que no se había vuelto loca. Floyd ya estaba de parte de Logan y, como necesitaban ayuda, Barney y Dirk no tardarían en ponerse de su parte también, y en empezar a preguntarse qué le ocurría.

Estaba buscando un vaquero, pero era difícil encontrar uno bueno.

No podían contar con la ayuda de Wayne, el hijo adoptivo de Melissa y Rob, porque asistía al colegio. Rob tampoco tenía tiempo, ya que estaba al cargo del floreciente ProRide, de manera que necesitaban más ayuda. Por aquella razón había puesto un anuncio en varios periódicos y, hasta el momento, nadie había contestado.

Abby se puso unos vaqueros limpios y una camisa vieja a propósito. Aunque se lavó la cara, no se puso maquillaje: No quería ponerse guapa para el señor Crawford.

Cuando entró en la cocina, sonó el teléfono

–Yo contesto –le dijo a Ellen, que estaba poniendo la mesa.

–Hola, he oído que ya ha llegado el nuevo encargado –dijo su hermana Melissa al otro lado de la línea.

Abby casi gruñó en voz alta.

–No, ha venido un hombre para hacer una entrevista.

–Pero, ¿no lo vas a contratar?

–No creo.

El silencio siguió a aquellas palabras y después un ruido apagado, como si Melissa estuviese tapando el auricular.

–Abby, Rob quiere hablar contigo.

–Hola, Abby. Solo quería decirte que si ese hombre es del rancho Double C tal y como me ha dicho Melissa, que sepas que es un buen rancho.

–Lo sé –dijo Abby suspirando.

–¿Quieres que vaya a hablar con él?

Ella se tensó, pero controló sus impulsos. Después de todo, Rob nunca la había tratado de manera diferente porque fuese mujer.

–Gracias, Rob, pero puedo arreglármelas.

–De acuerdo –dijo él y le devolvió el auricular a Melissa.

–Habíamos pensado en ir a tomar el postre con vosotros, y así podríamos conocerlo. Ellen nos ha invitado, ¿será un problema?

¿Qué podía decir ella? «Sí, es un problema; no quiero que vengáis a conocerlo. Me voy a deshacer de él porque es… es demasiado atractivo». No podía decir aquello.

–Por supuesto que podéis venir. ¿Vendrán los niños también?

Melissa se rio. Aquella melodía siempre alegraba a Abby porque le demostraba que su hermana estaba feliz.

–No, no queremos causar demasiados problemas.

–De acuerdo, nos vemos dentro de un rato.

Cuando colgó el teléfono, ella se dio la vuelta y se encontró con Ellen mirándola de forma aprensiva.

–Lo siento, Abby… él, quiero decir que Logan parecía perfecto y había dado por sentado que…

Ellen era maravillosa, tanto en la cocina como a la hora de cuidar de Abby y su familia.

No podía herir los sentimientos de aquella mujer.

–No te preocupes por eso –dijo Abby, y sonrió resignada–, supongo que también has invitado a Beth y a Jed, ¿verdad?

Ellen asintió y ella suspiró. Se sentía atrapada.

–Pues tendremos la casa llena esta noche. ¿Has hecho pastel de manzana como dijo Floyd?

–Sí. He hecho dos para que no falte, y hay helado para acompañar.

En aquel momento escucharon el sonido de botas en el porche trasero y Abby inspiró profundamente.

Comenzaba el espectáculo.

Media hora más tarde, casi habían terminado de cenar, pero Abby no había podido comer demasiado; se había pasado la mayor parte del tiempo esquivando las miradas de Logan.

Se llevaba bien con los demás vaqueros y, aunque era el hijo de un ranchero rico, no esperó ningún tratamiento especial. Aquello era un punto a su favor. Tampoco actuó como si ya lo supiese todo y no protestó cuando tuvo que llevar su plato al fregadero.

Llamaron a la puerta trasera: la familia de Abby había llegado.

–Pasad –dijo Ellen cuando abrió la puerta.

Abby se quedó callada, así que Ellen se ocupó de las presentaciones. Beth estaba embarazada de seis meses y Jed la atendía constantemente. Aunque ella se quejaba, no dejaba de sonreír; así que Abby no se tomó sus quejas en serio.

–¿Tiene hermanas, señor Crawford? –le preguntó Beth.

–Sí, tengo una hermana y, por lo visto, está igual de consentida que usted, señora Davis –dijo Logan, sonriendo para indicar que no pretendía ofender.

Pero aquello a Abby la trajo sin cuidado. No tenía por qué decir algo así acerca de su hermana.

–Beth es muy trabajadora –dijo ella con sequedad. Se dio cuenta de que se había excedido al ver cómo la miraban sus dos hermanas, pero no iba a disculparse. Afortunadamente, Jed Davis continuó con la conversación.

–He oído que eres uno de los hijos de Caleb Crawford. Tiene un buen rancho.

–Gracias. ¿Has estado allí?

–Fui para evaluar uno de los caballos de tu hermano, Pete creo que era. No pensé que mereciese la pena perder el tiempo entrenando aquel animal.

–Ya lo recuerdo. Fue la primavera pasada, ¿verdad? –preguntó Logan.

–Sí.

–Pues tenías razón. Vendimos el caballo explicando lo que nos dijiste, pero el comprador no nos hizo caso. Pete habló con él hace un par de semanas y, al parecer, las cosas no le salieron bien.

Jed asintió. Abby no estaba sorprendida, no conocía a nadie que fuese tan bueno con los caballos como Jed, lo cual explicaba por qué su centro de entrenamiento tenía tanto éxito.

Rob hizo una pregunta acerca de la experiencia de Logan y, mientras tanto, Ellen comenzó a servir el pastel de manzana y el helado.

Tanto Abby como Melissa se levantaron para ayudarla.

Cuando Dirk y Barney terminaron el postre, se disculparon y se marcharon. Después, Floyd y Ellen también se retiraron a su apartamento. Abby lo había hecho construir después de que se casasen; les daba más intimidad que si se alojasen en una de las habitaciones del piso de arriba.

Aquella situación dejaba toda la parte superior de la casa para Abby. A veces un poco solitaria.

–¿Tú qué piensas, Abby? –preguntó Rob.

Ella lo miró sorprendida.

–Lo siento, no he oído la pregunta.

–No deberías molestarla con esas cosas –dijo Logan sonriendo–. Estoy seguro de que, de todos modos, no tendrá una opinión al respecto.

Tanto Jed como Rob miraron a Logan fijamente.

–¿Y a qué se refiere, señor Crawford? –exigió Abby con sequedad.

–Estaba hablando sobre el trigo, señorita Kennedy, y sobre la conveniencia de comprar de sobra para este invierno –le explicó él como si no quisiese preocupar su bonita cabeza con aquellos asuntos.

Abby apretó los dientes y bebió un poco de té helado. Cuando estuvo perfectamente calmada, contestó.

–Hemos comprado un veinte por ciento más este año, aunque tenemos una cosecha abundante. Las predicciones son que este será un invierno largo y, ya que los precios están por debajo de lo normal, decidí que era un riesgo que podía correr.

Logan enarcó una ceja. Aún sonreía.

–¿Tenéis un sitio adecuado para almacenarlo y que no se estropee? –preguntó.

Ella no pudo evitar burlarse.

–¿Quiere decir que hay que almacenar el trigo? Yo creía que se dejaba en los pastos para que las pobres vacas comiesen cuando quisieran.

Logan no perdió la sonrisa y los demás se rieron.

–Lo siento. Supongo que ha sido una pregunta estúpida –dijo–. Barney me ha hablado de las tierras que tenéis y me da la sensación de que necesitáis más ayuda.

En aquella ocasión, la voz de ella fue dura.

–Estoy buscando un vaquero.

–¿Cómo os las arregláis?

Percatándose de que aquella pregunta le gustaba a Abby tan poco como las otras, Rob se aclaró la garganta y se apresuró a contestar.

–Solo teníamos la mitad cuando yo llegué aquí, pero cuando murieron nuestros vecinos, Melissa y yo adoptamos a los chavales y estuvimos llevando los dos ranchos al mismo tiempo. Después añadimos la empresa de suministros para rodeos y el trabajo se multiplicó.

–¿Hay mucho negocio por aquí?

Rob se rio.

–Gracias a Jed, que es el que tiene los contactos para los rodeos, las cosas no pueden ir mejor.

–Así que, ¿mis responsabilidades serían con el ganado?

–En principio, sí –contestó Rob de nuevo–, pero ya sabes cómo son las cosas en un rancho; todos hacemos de todo. La semana que viene hay un rodeo y yo echaré una mano.

Abby decidió que era hora de entrar en la conversación otra vez.

–¿Se encargó alguna vez de la cría en el rancho Double C? –le preguntó a Logan.

Él la miró de una forma que Rebecca no supo interpretar.

–A veces hemos utilizado el esperma de Red Dog.

–¿Habéis tenido alguna de sus crías? –le preguntó Abby.

Aunque no era dueña de aquel toro, habían comprado su esperma e inseminado a las vacas de forma artificial el año anterior.

Logan miró a Rob.

–Lo utilizamos alguna vez pero nos dimos cuenta de que teníamos más éxito con Scalawag, del rancho King. ¿Lo habéis empleado en alguna ocasión?

Rob miró a Abby y esta hizo lo mismo furiosa con el invitado. ¿Acaso pensaba que la podía ignorar?

–No. ¿Cuáles fueron las ventajas?

Logan se frotó la barbilla y la miró fijamente.

–La verdad, señorita Kennedy, no acostumbro a hablar de la crianza mientras estoy sentado a la mesa. Mi madre no permite esa clase de conversaciones en su presencia.

Aquello era lo que Abby se había esperado.

–Entonces será una suerte para usted volver a la mesa de su madre, donde se encuentra cómodo, ¿verdad? –dijo ella apartando su silla–. Si me disculpáis, tengo trabajo que hacer en el despacho. Le dejaré un cheque con Ellen por las molestias, señor Crawford –añadió y salió de la cocina.

–¡Vaya! –dijo Rob, recostándose en la silla–. Te gusta ir por el camino difícil, ¿verdad?

–¿Qué he hecho? –preguntó Logan con la mirada perpleja–. Ya sé que la he disgustado, pero solo intentaba ser educado.

Melissa se inclinó hacia él con una sonrisa.

–Abby no es nueva en esto; se pasó diecisiete años aprendiendo a llevar un rancho. Cuando vuelve a casa después de una larga jornada, sigue trabajando en su despacho, lee todas las publicaciones relacionadas con los ranchos. Incluso hizo algunos cursos a distancia.

Logan la miró.

–De acuerdo, me doy cuenta de que sabe algo, pero…

Beth se rio.

–Melissa, estás siendo demasiado amable. Señor Crawford, no tendrá la más mínima oportunidad de trabajar en este rancho si no respeta las habilidades de Abby.

–Yo no he dicho que no la respetase.

–Sí lo ha hecho: intentó hablar con Rob aunque fue ella quien hizo la pregunta. La ha hecho sentirse estúpida con sus comentarios acerca de las normas de comportamiento de su madre –dijo Beth respirando profundamente–, y si piensa que cualquiera de nosotros va a animarla a contratarlo, significa que no tiene dos dedos de frente. Nadie ataca a Abby –añadió.

Jed pasó un brazo por los hombros de su esposa.

–Cálmate, cielo. No era su intención, pero es que no creo que haya estado cerca de una mujer como Abby en su vida.

–Yo no pretendía… –dijo Logan sonrojándose–, lo que quiero decir es que me resulta un poco extraño hablar sobre la cría de animales con una mujer.

–Se supone que estaba hablando sobre ello con un ranchero, señor Crawford –dijo Melissa–. Abby es ranchera; el hecho de que también sea mujer no tiene la menor importancia.

Logan miró a los dos hombres esperando un poco de apoyo por su parte. Ambos lo miraron sonriendo, indicándole que lo comprendían, pero no dijeron nada.

–¿Os importa si acompañamos a Logan al granero? –preguntó Jed finalmente–. Quiero ver sus caballos.

–Me encantaría enseñártelos, estoy orgulloso de un par de ellos que yo mismo he criado y entrenado.

Los dos hombres besaron a sus esposas y se levantaron de la mesa. Logan se despidió con un gesto de cabeza y murmuró una disculpa; después, se apresuró tras los hombres dándose cuenta de que eran su única esperanza.